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4 La naturaleza de los cuentos de hadas

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Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha creado cuentos de hadas y los ha transmitido oralmente, de generación en generación, por medio de contadores dotados de una sensibilidad especial1. Los estudiosos de estos relatos nos revelan que ya desde la más remota antigüedad se los narraban a los niños y también a los adultos. Y así descubrimos, después de milenios, que hay historias similares que han aparecido en diferentes culturas y con diferentes formas y que aún se mantienen vivas. Si estas historias han perdurado es porque sus motivos se expresan en una lengua universal, que es la de los símbolos, y porque sus contenidos hablan de las experiencias humanas esenciales. Al igual que los sueños y las obras de arte, los cuentos de hadas se formulan en un lenguaje metafórico en el que objetos, personajes, secuencias y argumentos poseen un nivel de significado latente que es preciso descifrar.

Por lo tanto, en los cuentos de hadas, un árbol, un príncipe, la Bella Durmiente, una boda, el abandono de unos niños en el bosque, etc., no pueden ser entendidos literalmente, puesto que son metáforas que se pierden en la noche de los tiempos y evocan grandes arcanos e imágenes esenciales del universo humano.

Sus motivos están saturados de contenidos que se expresan de manera muy diversa, a través de:

• objetos simbólicos, como la llave, el reloj, la rosa o la manzana;

• personajes simbólicos humanos, como Hansel y Gretel o Cenicienta;

• personajes simbólicos humanizados, como los siete cabritillos y los tres cerditos;

• personajes simbólicos semihumanos, como el lobo, el ogro o la bruja;

• escenas simbólicas de valor universal, como el despertar de la Bella Durmiente o la transformación de Bestia en hombre.

Todos ellos constituyen un caleidoscopio de vivencias, sentimientos e ideales que acompañan al ser humano en su proceso de constante transformación y reconstrucción psicológicas. En resumen, los cuentos de hadas están constituidos por un material simbólico de una gran complejidad de significado, y utilizan un lenguaje semejante al de los sueños, el lenguaje en el que habla nuestro inconsciente, el lenguaje de los símbolos. Sus múltiples significaciones vuelven a ser creadas y recreadas cada vez que tiene lugar el proceso vincular y comunicativo que implica contar el cuento.

Si bien en los cuentos de hadas encontramos huellas históricas e ideológicas determinadas, lo cierto es que la verdadera esencia de estas obras de arte no puede ser apresada en ninguna ideología particular ni en un momento histórico concreto, pues los trasciende. Para abrir nuestra mente a sus significados, es necesario poner en funcionamiento las diferentes capacidades de la psique humana y posibilitar la captación de su cara oculta, potenciando la percepción estética y el pensamiento creativo. No se puede acceder al contenido esencial y al significado auténtico de los cuentos de hadas mirándolos con los cristales de los valores o estereotipos de una época específica, como tampoco es posible ponerse en contacto con su sabiduría y sus mensajes psicológicos desde una óptica exclusivamente racional.

Estos relatos no tienen un mensaje único ni aportan una lección moralista. Se sitúan en ese espacio añorado y deseado de la fantasía (el espacio transicional entre el mundo interior y el mundo exterior del que nos habla Winnicott). No pretenden dar lecciones ni consejos, ni emitir juicios de valor o propuestas ideológicas, porque son fundamentalmente evocadores y metafóricos. Por ello, ofrecen ese ámbito inconmensurable de libertad para la búsqueda de autoconocimiento, perfeccionamiento y belleza.

Hemos dicho que los cuentos hablan en la lengua de los símbolos, cuyos mensajes no son manifiestos ni realistas en modo alguno. La parte manifiesta del símbolo guarda siempre contenidos y sentidos distintos de los literales. Veamos algunos ejemplos. Construir una casa es construir la propia identidad, mientras que comer alude al proceso de nutrición psicológica, emocional o espiritual. Ser comido indica el regreso a un estado anterior de evolución, es decir, en lugar de seguir adelante en el proceso de crecimiento psíquico, volver atrás, lo que en último término supondría quedar atrapado de nuevo en un claustro semejante al útero materno. Pero también podría significar una vuelta simbólica a ese claustro antes de proceder a un cambio cualitativo en el proceso evolutivo. Este aspecto nos retrotrae, como veremos más adelante, a los primitivos rituales iniciáticos en la casa del bosque, en los que el iniciando era engullido simbólicamente por un animal totémico para salir, después de haber muerto, renacido y resucitado a una nueva vida. El lobo no es en realidad un animal de los bosques naturales, sino un personaje semihumano del bosque del mundo interior, que simboliza un estadio de la evolución en el que aún no ha tenido lugar la humanización total, y por eso representa siempre una amenaza. Finalmente, el bosque es la metáfora del inconsciente, es decir, un espacio desconocido, lleno de tesoros y, a la vez, de peligros.

El regalo del lobo

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