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7 El reloj se pone en marcha

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Se inicia el proceso evolutivo simbólico

La vida humana se desarrolla en el tiempo. Somos mortales y nuestro tiempo es efímero, es así como lo sentimos en la madurez, o eterno, tal como lo percibimos en la adolescencia. En efecto, la adolescencia es una etapa de profundo cambio en la que sucede uno de los descubrimientos más impactantes, el descubrimiento de la muerte, y en la que, sin embargo, existe una fantasía de invulnerabilidad, de invencibilidad, como si la muerte no pudiera tocarnos, como si ante este hallazgo de la razón nuestra fantasía se rebelara y nos imaginara inmortales.

En este tiempo de vida, cada persona llega a la tierra y va a desarrollar las tareas de su existencia, los deseos, la misión. ¿Las tareas? Parece que esta palabra se asocia con la idea de acción y puede situarnos ante los trabajos, lo obligatorio; sin embargo, todo individuo posee también en su guion existencial una serie de misiones deseadas, esenciales, que puede ir cumpliendo. Una vez que el ser humano ha superado ya la etapa en que las tareas más acuciantes eran la supervivencia y el dominio de la naturaleza, surge la dimensión cultural, artística y filosófica. En este momento histórico, en nuestras sociedades occidentales existe una gran necesidad de reflexionar sobre el sentido de la existencia y sobre lo que deseamos realizar en ella.

El psicoanálisis ha querido ofrecer a la persona un larguísimo proceso para ir respondiendo a ese universo cultural, artístico y filosófico de una manera fundamentalmente discursiva, haciendo consciente lo inconsciente. En el Psicodrama Simbólico se posibilita la conexión con los contenidos que permiten a toda persona proyectar su narrativa inconsciente con respecto a estas grandes preguntas a través de las escenas y personajes arquetípicos de los cuentos de hadas. Y estos contenidos personales pueden surgir de una manera también simbólica, por medio de un lenguaje y una dimensión que el ser humano creó desde sus orígenes con el fin de comprender el mundo, comprenderse a sí mismo. Esta dimensión simbólica permite no solo hacer consciente lo inconsciente, sino generar un verdadero puente de vinculación creativa entre lo inconsciente y la conciencia.

A través de la inmersión y el descubrimiento de la dimensión simbólica se expresan contenidos que corresponden a otra semántica no discursiva, la semántica del vínculo, de lo analógico, de esos cimientos no verbales de nuestra identidad, de una sabiduría que todos poseemos, aunque esté dormida, y que se manifiesta espontáneamente a través de los sueños e intencionalmente a través de las imágenes arquetípicas de los cuentos maravillosos y de los mitos; y también mediante la potencia de las obras de arte, de la filosofía y de las religiones.

Platón, el gran sabio y literato, nos habla de un universo de grandes ideas, de totalidades perfectas a las que solo tenemos acceso a través de las sombras que su luz inmensa proyecta en la caverna de nuestro conocimiento, limitado por naturaleza. En algún lugar de la psique hemos soñado o experimentado esas ideas esenciales, esas grandes verdades, y hemos creado un lenguaje, un espacio sagrado, mágico o trascendente en el que podemos tener acceso a una conexión más directa y genuina con el mundo de las ideas.

También Erich Fromm nos habla de un lenguaje olvidado1 que el poeta y creador interior que todos llevamos dentro inventa cuando vuelve a crear el mundo, el afuera, a través de ese proceso delicado y decisivo que consiste en irnos diferenciando de la primera figura de apego. Esta semántica permite la aparición de un puente salvador que conecta la dimensión del adentro con la del afuera, de lo único con lo colectivo.

Jung nos habla de los grandes pilares de este puente: los arquetipos, que solo pueden expresarse a través de imágenes. Dada su naturaleza inefable, se manifiestan de manera indirecta y simbólica y requieren de un individuo para ser recreados, para estar vivos. Uniendo las visiones de Moreno y Jung en este punto, podríamos decir que el arquetipo se torna verdadero cuando regresa a la vida a través de la originalidad y la creatividad de un individuo, cuando es recreado con la espontaneidad y no pierde su energía para fluir, quedando encerrado en una serie de conservas culturales.

Siguiendo esta idea, el Psicodrama Simbólico crea un espacio que es nuevo cada vez que tiene lugar el encuentro dentro de un grupo, o en el vínculo con la dirección del grupo. En este espacio imaginario, las imágenes arquetípicas van a ser una fuente de inspiración para que cada persona en el seno de un grupo creativo pueda volver a vivir, en un como si bendito, los hitos de su guion de vida.

Freud nos dice que cualquier sueño puede llevarnos, mediante un proceso de asociaciones interminables, a todos los contenidos de nuestra biografía, a las escenas nucleares, a los modelos que están grabados en nuestra memoria afectiva, a nuestra concepción del deseo. Desde mi punto de vista, esto podría aplicarse en todo caso a los sueños simbólicos. Aun así, el ser humano se encuentra tan sofocado por conceptos, creencias y puntos de vista procedentes de los sistemas de referencia —familia, escuela y sociedad, etc.— que es necesario que una y otra vez surja la conexión con lo simbólico para sumergirse en otro universo de contenido, para beber de una fuente cristalina de sentimientos, pensamientos, percepciones e intuiciones, de manera que de verdad el individuo sea capaz de conectar con su filosofía de la vida original, con los deseos propios en su guion de vida y con la energía y el saber para poder hacerlos realidad. Para ello, en mi opinión, se requiere no un sueño ni una sola historia que recoja imágenes arquetípicas, por muy poderosas que estas sean, sino muchos sueños, muchas historias.

En el inicio de este viaje simbólico, a través del primer cuento se va a poner en marcha el reloj. El reloj de pared con su péndulo es un símbolo capital en este relato. Primero, porque el tiempo se pone en funcionamiento, es un punto de no retorno, la vida va a fluir y ya no habrá posibilidad de dar marcha atrás, ni de ensayarla ni de prepararla, ni de repetir la toma como se hace al rodar una película. No obstante, lo que sí podemos hacer es narrar nuestra vida: la narrativa es una manera de recrear o de crear verdaderamente lo vivido y lo por vivir.

En este trabajo, la invitación es volver al inicio, volver al origen. Cómo fue mi nacimiento psíquico, cómo fue el primer vínculo madre-hijo. Cómo pude crear ese objeto protector y transicional o por qué no pude crearlo. Cuál fue la dimensión del apego en la que hunde sus cimientos mi identidad. Todas estas preguntas son cruciales y todos nos las hacemos, consciente o inconscientemente.

Así iniciamos un viaje a través de los Doce Cuentos que será siempre una experiencia única y enriquecedora.

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1 «El lenguaje simbólico es un lenguaje que tiene una lógica distinta del idioma que hablamos a diario, una lógica en la que no son el tiempo y el espacio las categorías dominantes, sino la intensidad y la asociación. Es el único lenguaje universal que elaboró la humanidad, igual para todas las culturas y para toda la historia. Es un lenguaje que tiene su propia gramática y su sintaxis, por así decirlo, un lenguaje que es preciso entender si se quiere conocer el significado de los mitos, los cuentos de hadas, los sueños. No obstante, el hombre moderno ha olvidado ese lenguaje. No cuando duerme, sino cuando está despierto. ¿Es importante que entendamos esa lengua cuando estamos despiertos también?». Fromm, El lenguaje olvidado, pág. 20.

El regalo del lobo

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