Читать книгу Norah - Irene Lombardero Gestal - Страница 10
ОглавлениеEsa mirada otra vez. Esos ojos azules. Norah... volvió a escuchar en su cabeza y se despertó de golpe. Miró a su alrededor. Estaba sola. La luz entraba levemente por las rendijas de la madera. Ya era de día.
Un olor a dulces recién horneados invadió la habitación. Las tripas le rugieron. Recordó que no había comido casi nada el día anterior. Norah inspiró aquel aroma hasta que no le cupo más aire en los pulmones. Luego, lo echó fuera lentamente. “Creo que hoy será un buen día”, pensó. Necesitaba creérselo. Hablaría con su madre, lo necesitaba. Abrió la ventana y luego se aseó y se vistió rápidamente.
Salió de la habitación y, con sigilo, bajó las escaleras. El último escalón chirrió. Se quedó quieta y agudizó el oído para ver si escuchaba algo. Nada. Intentando hacer el menor ruido posible abrió la puerta y vio su objetivo sobre la mesa. Panecillos dulces. Comprobó que su madre no la veía y se dispuso a asaltar aquella fuente. Cuando ya tenía uno en la mano, su madre, con un golpe maestro que solo ella era capaz de ejecutar, le dio en la mano y el pequeño bollo cayó de regreso a la fuente.
— Norah...– Le advirtió con una sonrisa.
Ésta le devolvió la sonrisa y poniendo su voz más dulce dijo:
— Solo una.
— Bueno, está bien, pero ni una más de momento. Lo primero es lo primero. – Y movió la cabeza hacia la puerta de salida. – Después tenemos mucho de lo que hablar.
Norah asintió y rápidamente antes de que su madre cambiara de opinión, cogió su preciado trofeo y salió corriendo de la cocina hacia las cuadras. “Esta niña, siempre igual”, pensaba su madre divertida mientras ponía leche en un cazo a calentar.
En el establo, una sinfonía de ruidos invadía el silencio, nada parecido a la noche anterior. El cacarear de las gallinas, el mugir de las vacas y el relinchar de los caballos surgía en cuanto Norah cruzaba el umbral de la puerta por las mañanas. En vez de bajar por las escaleras; que para ella estaban más de adorno que para usar; saltó hacia una viga que había a su derecha y empezó a hacer ejercicios de equilibrio. Ajena al escándalo montado por los animales, recorrió los veinte metros de la viga. Al llegar al otro extremo, giró noventa grados hacia la izquierda fijando la mirada en su siguiente objetivo; el techo de la cuadra de las vacas. Se concentró, saltó, y aterrizó dando una voltereta encima del techo para amortiguar el golpe. Al levantarse, pisó el vestido y cayó hacia atrás en el montón de hierba seca que estaba al lado de la cuadra. Se incorporó y dijo:
— Maldito vestido...– Y se sacudió toda la hierba que estaba incrustada en él.
Cogió la horca que estaba clavada en el montón de hierba y, con un ágil movimiento levantó una mediana cantidad de hierba que lanzó dentro de la cuadra. Las vacas dejaron de mugir y se dirigieron a su desayuno. Un ruido menos, quedaban dos. Lanzó la horca hacia el montón de paja que tenía enfrente y la clavó en medio y medio. Se acercó al barril donde guardaban el pienso, y con un pequeño cubo, cogió un poco y lo echó en el comedero de las gallinas. Se volvieron locas al ver semejante festín, y luchando unas con otras para llegar antes llegaron al comedero volcándolo. Norah las observaba riendo y dando media vuelta, volvió al montón de paja y contempló su diana.
— Cada día lo hago mejor, ¿no crees Altai?– Dijo mirando para el caballo. Éste meneó la cabeza y sopló con fuerza.
Norah sonrió y luego le echó en la cuadra una buena cantidad de paja.
— Come bien pequeño, y tú también Ytana. – Y le echó en su cuadra también.
Cuando acabó de darles de comer les rellenó a todos sus respectivos bebederos. Finalizada su labor, notó como sus tripas se quejaban y pedían de comer. Recordó el olor de los bollos y su emboscada de hacía unos minutos y no dudó en decirse a sí misma: “A desayunar”.
Esta vez, y tras el salto fallido, usó las escaleras para llegar a la puerta. Mientras subía las escaleras miraba la viga de reojo y pensaba en cómo hacer sus ejercicios de equilibrio la mañana siguiente. Al llegar arriba, abrió la puerta igual de despacio que la de la cocina. Escuchó como la puerta empezó a chirriar así que paró en seco de empujarla. “Esta vez, la cogeré desprevenida”, pensó. Sacó la cabeza por detrás de la puerta poco a poco para ver dónde estaba su madre y, cuando vio la escena que se le presentaba, se le hizo un nudo en la garganta.
Sus ojos se abrieron como platos y un sentimiento de furia recorrió su cuerpo. Se echó hacia atrás y se puso de pie. Intentó soltar un grito pero se tapó la boca con las manos antes de articular palabra. Tenía que actuar. Era hora de poner en práctica todo el entrenamiento.
Las ganas de desayunar se le pasaron de golpe. Volvió a sacar la cabeza por la puerta. Su madre estaba tirada en el suelo de la cocina maniatada y con un pañuelo en la boca que le impedía articular palabra. Tenía un golpe en el pómulo, y ya se le empezaba a poner de color oscuro. También una brecha en la ceja derecha de la que la sangre salía bajándole por el lateral de la cara. Se miraron, y su madre negó con la cabeza advirtiendo a Norah de que no hiciese nada, ningún movimiento. Fue un intento inútil conociendo a la joven.
Se ató el vestido al lateral de la cadera con la cinta que le servía de cinturón del mismo para tener más movilidad. Luego, respiró hondo y miró a su alrededor en busca de algo que le sirviera de arma. Vio que al lado de la paja había un palo casi igual de alto que ella y de casi dos centímetros de ancho. Tendría que ser suficiente. Satisfecha con su hallazgo bajó y subió lo más rápido y sigiloso que pudo. Agarró el palo fuertemente con las manos. La rabia se intensificó aún más al volver a contemplar la escena. Dos hombres, vestidos completamente de negro, con un amplio sombrero y una capa que casi les llegaba hasta los pies estaban de espaldas a Norah y gritaban y amenazaban a su madre. No llegaba a entenderlos.
Norah se dispuso a atacar por la espalda a los dos hombres. Salió de detrás de la puerta sin hacer ruido. Dio un paso, otro. Iba a dar el tercero, pero paró en seco al ver que su madre, esta vez mirándola con lágrimas en los ojos, negaba ligeramente con la cabeza. De la impotencia, una lágrima recorrió el rostro de Norah.
— ¿Dónde está esa niña?– Gritó uno de los hombres y le dio una patada a su madre en las costillas.
La mandíbula de Norah se tensó. No pudo evitarlo y desobedeciendo a su madre, lanzó un golpe en la cabeza al hombre que estaba más cerca de ella. Cayó inconsciente al chocar con la esquina de la cocina. Un charco de sangre comenzó a aparecer alrededor de su cabeza. El otro hombre se giró bruscamente, al escuchar el golpe y desenvainó la espada que llevaba colgada al cinturón. Se la intentó clavar a Norah en el estómago. Ésta la esquivó hábilmente y le asestó un golpe al hombre en las costillas que, al tomar contacto con el palo, crujieron. Cayó de rodillas por el dolor, y aprovechando esa debilidad, Norah le asestó un golpe definitivo en la cabeza. El hombre cayó inconsciente al suelo.
Norah hizo caso omiso del hecho y tiró el palo al suelo. Corrió hacia su madre. Le quitó la mordaza y, sin dejar de mirarle a los ojos le dijo:
— Mamá, ¿estás bien?, ¿qué es lo que ha pasado?
Después de unos segundos, su madre consiguió coger aire y le dijo:
— Hija... Es demasiado tarde. Coge a Altai y vete lo más lejos posible y no regreses.
— No mamá, no te voy a dejar aquí.
— Debes hacerlo, mi querida hija. Que orgullosa estoy de ti.– Dijo acariciándole la mejilla. – Le faltaba el aire. Finalmente, con un hilo de voz logró decir – Eres la viva imagen de tu padre. Te quiero.
— Madre, ¡no!
Y empezó a llorar desconsoladamente con el cuerpo frío y ensangrentado de su madre entre los brazos. Pasados quince minutos, el hombre inconsciente comenzó a moverse y a recobrar el sentido. Para evitar que la siguiese, cogió una cuerda y lo ató de pies y manos inmovilizándolo.
Entonces Norah decidió hacer lo que su madre le había dicho y se dispuso a irse. Cogió la bolsa que había llevado el día anterior y metió en él un vestido, una manta y algo de comida; un poco de queso y pan. Seguía teniendo allí la fruta que había cogido. Se dirigió a las cuadras y vio a los dos caballos agitados. Tras tranquilizarlos le abrió la puerta a Ytana y ésta salió corriendo sin remedio. Se escuchó el galope de más caballos alejarse junto a los de la yegua. Rápidamente, ensilló a Altai y salió al paso por la entrada trasera de la cuadra. Entonces, oyó unos gritos procedentes de la entrada principal de la casa. Espoleó a su caballo y este empezó a galopar ladera arriba. De reojo vio tres caballos solos. Dos, debían pertenecer a los hombres que había dejado en su casa y el otro al hombre que oía gritar desde dentro.
Llegaron a la entrada del bosque que cubría la montaña. Norah bajó del caballo y lo dejó atado a una rama cercana por si tenía que volver a salir corriendo. Se acercó al extremo del bosque y agachada entre unas ramas de unos arbustos, pudo ver como dos hombres más se acercaban a la casa. Debían ser los que salieran detrás de Ytana. El que estaba en la casa salió junto al que había dejado atado, se montaron en sus caballos y se acercaron a los otros. Parecía que iban vestidos todos iguales, todo de negro incluido el sombrero y la capa. Empezaron a gritar entre ellos, y al poco tiempo, prendieron fuego a la casa y con ella todo lo que amaba. Norah apartó la mirada de la casa. Dolía demasiado.
Volvió a escuchar gritos que se oían por encima del crepitar de la madera con el fuego. Pudo levantar difícilmente la vista del suelo y volvió a fijarse en aquellos hombres. El que ella había golpeado movía los brazos exageradamente de forma que parecía que estuviese explicando lo sucedido al grupo. Agudizó la vista un poco más y vio que uno de ellos llevaba una máscara que le tapaba la cara en vez de un sombrero de ala ancha, además de forro rojo en el interior de la capa, no toda negra como la de los demás. Éste hizo un gesto con la mano y todos salieron a galope por el mismo camino que se había ido Ytana.
Norah miró a su alrededor y tras asegurarse de que no había nadie se derrumbó. Las lágrimas empezaron a caer sobre sus mejillas como una cascada. Una presión en el pecho se apoderó de ella y el aire le comenzó a faltar. Lloró durante horas viendo como su casa era consumida por las llamas, y con ella todos sus recuerdos. Su madre... La hubiese querido enterrar y darle una muerte digna, pero no había podido hacerlo y eso le reconcomería la conciencia siempre.
Sin darse cuenta estaba anocheciendo y ella seguía allí, al borde del bosque. Altai se estaba entreteniendo comiendo unas moras de unas zarzas. Las llamas de la casa habían cesado y lo único que se mantenía en pie era la estructura de piedra de la cuadra, por lo demás, todo estaba calcinado y salía humo negro de todo ello. Brasas, era todo lo que quedaba de una vida pasada.
Las tripas le rugieron, pero Norah no tenía hambre. Un nudo en el estómago evitaba cualquier ingesta de comida. Se acercó a Altai y cogiéndole de las riendas, apoyó su cabeza en el cuello del caballo y le dijo:
— Ya no tenemos hogar, ni familia, ni nada... Solo estamos tú y yo pequeño.– Y lo acarició. Como un flash, las palabras de su madre le vinieron a la mente.– Altai, ¿qué vamos a hacer ahora?
Estaba inmersa en sus pensamientos, dándole vueltas a todo lo ocurrido cuando de repente una voz interrumpió el silencio del bosque que quedaba a sus espaldas.
— ¿Qué has hecho para que te quieran muerta?
Norah se quedó paralizada. No esperaba a nadie, no esperaba escuchar nada más que el silencio. Esas palabras retumbaron en su mente como una bomba. Temblándole las piernas y con el mismo miedo en el cuerpo que se había apoderado de ella desde esa mañana, giró lentamente sobre sí misma para poder ver la cara del desconocido. No tenía armas, no tenía fuerzas para un enfrentamiento, pero aun así se giró. La presión y los nervios la consumieron de golpe, no pudo remediarlo, la vista le falló y cayó al suelo inconsciente. Ya no podía más. Habían sido demasiadas emociones.