Читать книгу Norah - Irene Lombardero Gestal - Страница 12
ОглавлениеCalor. Por fin algo de calor. Por fin Norah sentía algo agradable. Abrió los ojos y vio una pequeña fogata delante de ella. Estaba tumbada en el suelo, con una manta a modo de almohada y otra tapándola. Cerró los ojos de nuevo y dejó la mente en blanco. No quería levantarse, pensó que así no podría pasar nada, se sentía tan a gusto y relajada que deseó con todas sus fuerzas que el mundo se parase allí mismo. Estaba claro, no podría ser.
Escuchó pasos a su alrededor, cada vez más cerca. Más. El corazón de Norah empezó a latir a gran velocidad. Se puso en tensión preparada para levantarse en cualquier momento. Esperó unos segundos, pero cuando sintió los pasos demasiado cerca se levantó de un salto y allí lo vio.
Un chico de metro ochenta más o menos estaba plantado delante de ella. Norah, no pudo evitar quedarse pasmada mirando los ojos del muchacho. De un azul intenso que contrastaban con su pelo castaño oscuro, hipnotizaban a cualquier persona que los mirara. Ahora sabía lo que sentía la gente cuando la miraban a ella. Se parecían tanto a los de su sueño... No dio articulado palabra, lo que pareció divertir al chico, que sonrió al ver su reacción. Una sonrisa blanca y amable surgió del rostro del muchacho y reconfortó de forma extraña a Norah que, sacando fuerzas de donde no las había le contestó con una sonrisa que no duró demasiado. Todos los recuerdos de los dos últimos días la abordaron de golpe. Era una sensación demasiada intensa. Notó que se mareaba, y para no caerse y estabilizarse trató de dar un paso hacia atrás. Pero no hizo falta, el chico ya estaba a su lado agarrándola por la cintura.
— Vamos, necesitas descansar.– Y la condujo hasta el interior del bosque tras echar con el pie tierra a la pequeña fogata y apagarla.
Tras caminar cerca de cinco minutos que a Norah le parecieron cuarenta, llegaron a un claro. En él, había otra hoguera encendida, más pequeña que la otra. Unos troncos caídos, con multitud de ramas, de un ancho casi excesivo rodeaban en claro. En la esquina más lejana, unas alforjas estaban tiradas y dejaban ver su contenido. Ropa y mantas además de algo de comida. A su lado estaban tirados un arco y su carcaj lleno de flechas, además de una espada dentro de su vaina y un escudo.
— Puedes atar a tu caballo ahí.– Dijo el joven señalando un árbol. – Voy a por las mantas que quedaron allí.
Norah asintió y se dirigió a Altai. No se había acordado de él hasta ese momento. El caballo estaba al lado del árbol tranquilo mirando cómo se acercaba. Norah ató las riendas a una rama que sobresalía del tronco y le acarició el morro. El caballo respondió apoyando su cabeza sobre el hombro de su dueña, que lo abrazó lo más fuerte que pudo. Al girarse, Norah vio al chico sentado en el suelo y apoyado en uno de los troncos tallando una figura de madera con un cuchillo. Vio que había dejado las mantas estiradas al lado de la pequeña fogata. Se sentó al lado del chico, pero manteniendo una distancia prudente.
Se fijó en él, y al margen de no conocerlo era extraño. Sus facciones estaban marcadas y tenía una pequeña cicatriz en el pómulo izquierdo. Tenía el pelo alborotado y el flequillo le caía hacia los ojos. Mirando para él y no perdiendo detalle del manejo del cuchillo pasó lo que a Norah le pareció una eternidad.
— ¿Qué será?– Se atrevió a preguntar por fin.
— Un pájaro.– Le contestó el chico sin apartar la vista de su trabajo.
— Soy Norah.
El chico seguía inmerso en su tarea y pareció no haberla escuchado. Pasado un rato, haciendo una pausa y sacudiendo las virutas de encima de las piernas, el chico la miró, y otra vez, sus ojos se clavaron en los de ella.
— Soy William, pero puedes llamarme Will. – Contestó con una nueva sonrisa, y se volvió a concentrar en su trabajo. – Deberías dormir un poco más. Parece que tu mañana ha sido dura. Te despertaré cuando sea la hora de cenar. – Le dijo sin levantar la mirada del cuchillo.
Norah se acordó de las palabras de su padre. No debería de fiarse de él, pero entre lo débil que estaba y la sensación que le transmitía estar a su lado prefirió no discutir. Si quisiera matarla ya lo hubiera hecho. Así que se acercó a las mantas y se tumbó en ellas. Mirando el vaivén del fuego, se quedó dormida pasados unos minutos. Will la miró y esperó a que se quedara dormida. Luego se levantó de donde estaba y tras sacudirse otra vez las virutas se acercó a donde estaba y se sentó en el suelo para seguir con su trabajo. Cogió de nuevo el cuchillo y la figurilla de madera aún sin acabar de tallar y siguió con su tarea, sin quitarle el ojo de encima a Norah. Ello le provocó algún que otro pequeño corte en los dedos, pero nada importante.
Pasaron las horas, y cuando Norah se despertó las estrellas ya iluminaban el cielo. Se sentó en las mantas y contempló el panorama. Tenía el pájaro de madera a su lado. Lo cogió con delicadeza y lo examinó. Un gran trabajo sin duda.
Will estaba de pie, al otro lado del campamento dentro de un círculo dibujado en el suelo con una espada en la mano. Vio que se trataba de la espada que había visto por primera vez tirada al lado de las alforjas. Se sentó cómodamente en la manta y estudió los movimientos del chico. Éste, al sentirse observado, sonrió ligeramente y siguió practicando. Estocada allí, estocada allá. Luchaba contra un enemigo imaginario que Norah supuso que de estar vivo, ya estaría más que muerto. Los ojos de Will se plantaron en los de ella, y con la punta de la espada apuntándola, terminó su entrenamiento.
— Bienvenida.– Le dijo sonriendo mientras se acercaba a ella.
Will le tendió la mano y está la tomó y con un pequeño impulso se vio de pie demasiado cerca de él. El corazón le latía rápido, más que nunca. Norah se separó y le dio las gracias por la ayuda con un leve movimiento de cabeza. Su corazón seguía latiendo a toda velocidad. El chico se alejó de ella y dejó la espada en su sitio. En cambio cogió dos palos y le lanzó uno a Norah, que lo cogió con un acto reflejo.
— ¿Te atreves?– Le preguntó con una mirada pícara, mientras sostenía en su mano otro palo como el de Norah.
— Te arrepentirás de haberme retado.– Le contestó sonriendo.
Y bajo la luz de la luna y las estrellas se enzarzaron en una lucha por la búsqueda de la victoria. Una lucha que aunque Norah no lo supiera le estaba ayudando a desahogarse.
Pasó un buen rato hasta que ambos decidieron terminar el combate sin un claro vencedor. Jadeantes, tiraron a un lado los palos y apoyaron las manos en las rodillas para mantener el equilibrio.
— Vaya, eres buena. Nunca había luchado contra una chica que combatiese así.
— Mi padre me enseñó.– Le contestó con la mirada sombría.
Una lágrima le cayó por la mejilla y la secó antes de que Will se diera cuenta.
— Tu padre, – dijo en un tono dulce y suave mientras se acercaba a ella– estaría muy orgulloso de ti.
Cuando estuvo delante de ella, le tendió los brazos como señal de un abrazo, y Norah, casi sin pensarlo, se abalanzó sobre él. Lo necesitaba. Pasados unos instantes, Norah se separó. ¿Qué estaba haciendo?
— ¿Comemos algo? Me muero de hambre. – le dijo mientras se acercaba a su bolsa.
— Sí yo también tengo hambre.– le contestó el chico mientras estiraba las mantas.
Compartieron una pequeña cena en silencio. Ambos estaban cansados y tampoco tenían de que hablar.
— Deberíamos dormir. – dijo Norah mientras dejaba su bolsa al lado de Altai y cogía un par de mantas y las estiraba del otro lado de la hoguera.
— Tienes razón, mañana deberíamos irnos. No es seguro quedarse aquí.
— Sí, claro... Tienes razón. Aunque no tengo a donde ir.– Contestó dubitativa.
— Yo tampoco. – le dijo él con voz seria y firme.
Se tumbaron en sus respectivas mantas. Will suspiró con fuerza. Puso las manos detrás de la nuca y miró las copas de los árboles como se movían despacio.
— Hasta mañana Norah. Que descanses.
— Buenas noches Will.
Y se dejó invadir por el mundo de los sueños. Pero no podía descansar. ¿Por qué confiaba en ese chico? Se sentía demasiado bien a su lado, pero a la vez nerviosa. No lo conocía de nada, debía que tener cuidado. Podía haberle mentido hasta ahora. El manejo con la espada, la soltura con el cuchillo.... ¿Cómo había llegado hasta su casa? A parte de sus padres, hacía años que Norah no había visto a nadie en el valle. Siempre le habían dicho que era demasiado peligroso. Que el mundo había cambiado. A partir de ahora se andaría con más cuidado.
El canto de los pájaros y el ruido de las hojas moverse con el aire despertaron poco a poco a Norah. Miró hacia arriba y contempló como los rayos de luz se filtraban entre las ramas de los árboles dándoles un aspecto imponente a la par que bello. Se sentó en las mantas con las piernas cruzadas y de forma perezosa bostezó, se estiró y se frotó los ojos. Cuando hubo terminado, se soltó el pelo y ágilmente se lo volvió a atar haciéndose un moño con el lazo. Se levantó y vio que las mantas de Will ya no estaban tiradas en el suelo. Cogió las suyas, las dobló y cuando las fue a guardar en las bolsas, éstas tampoco estaban. Extrañada, las dejó en el suelo y recorrió con la mirada el claro. No había rastro de Will ni de Altai. ¡Altai! Su caballo había desaparecido. Asustada, empezó a gritar mientras se introducía en el bosque:
— Will, Altai, ¿dónde estáis? Altai, ven.
Silbó y se quedó en silencio a ver si escuchaba al caballo. Nada. Siguió gritando un par de minutos, pero no obtuvo respuesta ninguna. Se sentó en un tronco y por última vez gritó el nombre de su caballo. Otra vez, solo el sonido de los árboles y el viento. Respiró hondo unas cuantas veces intentando relajarse pero no funcionó.
— ¡Ahhhh! ¡Me lo ha robado! – Gritó. – Sabía que no podía confiar en él. Maldita sea. ¡Altai!
Casi no había terminado de gritar consigo misma, cuando oyó una voz a lo lejos. Se levantó del troncó y miró hacia donde procedía pero no vio a nadie. De repente vio surgir a Will de unos matorrales al final del bosque, a donde llegaba la vista. Corría a toda velocidad hacia ella con el arco a la espalda y la espada en la mano. Los ojos de Norah se abrieron como platos al ver que cuatro figuras montadas a caballo salían también de los matorrales.
— Norah, ¡corre!
Ahora sí lo oyó, pero no pudo moverse, el miedo la paralizaba. No apartaba la vista de los cuatro jinetes. Se acercaban a una velocidad increíble. Cuando se dio cuenta Will casi estaba a su altura y cuando éste llegó a su lado, Norah reaccionó y giró sobre sí misma y cogiendo el vestido siguieron corriendo juntos por el bosque. No miraban hacia atrás, sólo corrían, pero escuchaban cada vez más cerca el galope de los caballos.