Читать книгу Norah - Irene Lombardero Gestal - Страница 16
ОглавлениеPaz, silencio. Nunca antes lo había valorado tanto. Por qué no quedarse allí, tranquila, respirando despacio. Hinchando los pulmones de aire puro. Aún no había amanecido pero faltaba poco. La claridad iluminaba el bosque. Norah estaba tumbada boca arriba, mirando el vaivén de las hojas de las copas de los árboles. Miró a su lado y vio a Will sumido en un sueño profundo del que parecía que no iba a despertar. Imaginó que estaría soñando pues movía rápidamente los labios, pero no se le entendía nada. De vez en cuando fruncía el ceño y decía que no con la cabeza. “No sé si despertarlo. Igual es una pesadilla.” pensó Norah.
Decidió no hacerlo y levantarse. Se incorporó lentamente para no molestar al chico y se acercó a los caballos. Les dio los buenos días y los acarició.
— Esperad.– les dijo en voz baja.– tengo algo para vosotros.
Norah había guardado un par de manzanas para los caballos. Eran las últimas. Ya no quedaba comida, salvo un pequeño trozo de pan reseso. Le tiró las manzanas a los caballos que las cogieron en el aire con la boca y se las comieron en un abrir y cerrar de ojos. Ella sonrió.
Necesitaba lavarse. Se sentía sucia y el vestido tenía que cambiárselo. Estaba descosido y roto por varios sitios después de tanta carrera de los últimos días. Cogió la bota de agua y bebió la poca que quedaba. Tres días casi sin beber había sido demasiado tiempo.
Respiró hondo y llenó de aire sus pulmones. Dejó la mente en blanco y todos los ruidos del bosque inundaron su cabeza: los pájaros cantando, el batir de las ramas unas con otras, la brisa recorriendo cada centímetro del lugar, el correr del agua... El correr del agua. Sin pensarlo, se puso a caminar en la dirección de donde venía el ruido.
Llegó a unos arbustos, los apartó y sonrió ampliamente. Un pequeño rio de agua cristalina circulaba delante de ella. Se acercó y llenó la bota de agua y la dejó a su lado. Luego metió los brazos. Juntó las manos y las sacó llenas de agua que se tiró de golpe a la cara. Lo repitió una segunda vez. Una tercera. El agua tenía una temperatura perfecta. Estaba mojada de cintura para arriba, así que se puso de pie y se desabrochó el vestido que se deslizó cuerpo abajo hasta llegar al suelo. Dio dos pasos y se metió en el río. Siguió caminando río adentro hasta que el agua le cubrió la cintura. Se tumbó hacia atrás y se quedó flotando unos segundos hasta que se empezó a hundir. Cogió aire y se dejó ir hacia el fondo, pero antes de tocarlo se incorporó y salió del agua de golpe. Se echó la melena hacia atrás y se frotó el cuerpo. Notaba como se iba desprendiendo de la suciedad de la tierra y del sudor. Cuando se dio cuenta, ya había amanecido. Quiso seguir en el río un poco más, nadando y despreocupándose de todo. De repente, escuchó el crujir de unas ramas.
Will abrió poco a poco los ojos. Estaba amaneciendo, y el sol se colaba entre los árboles tiñendo de dorado todo lo que tocaba. Estaba descansado, pero no había dormido bien. Aunque ya estaba acostumbrado a eso. Cada vez que dormía la misma pesadilla, una noche tras otra.
Se sentó en la manta y miró hacia las copas de los árboles. Una lágrima salió de uno de sus ojos y se deslizó por la mejilla. No podía quitárselo de la cabeza. Allí plantada en su mente estaba la imagen de una celda y un chico de rodillas en ella. Era él. Sus muñecas; atadas con unas cadenas que caían del techo; presentaban unas heridas por las que caían unos pequeños regueros de sangre, resbalándole por el brazo. Estaban así seguramente por el esfuerzo de intentar liberarse de ellas. Tenía el pelo bastante largo que le caía por los hombros. Estaba tan delgado que hasta se le notaban los huesos. La espalda, estaba inundada de cicatrices y de heridas aún abiertas producidas por lo que seguramente había sido un látigo.
Respiró profundamente varias veces. Despacio, hasta que consiguió recobrar la tranquilidad. Su vulnerabilidad, antes a flor de piel, había vuelto a lo más hondo de su ser. Ya no parecía el Will de hacía unos minutos. Su pasado, aquel que llevaba tantos años persiguiéndolo, era su carga.
Se incorporó y se estiró. Cada parte de su cuerpo crujió. Bajó los brazos y estiró el cuello. “Demasiado silencio” pensó. Miró hacia los lados y no vio a Norah por ningún lado. Fue a beber, pero no encontró la bota entre sus cosas. Se imaginó que Norah habría ido a buscar agua así que decidió acercarse al río.
Le pareció un sitio bonito, así que se paró a disfrutar del cantar de los pájaros. Siguió caminando y escuchó chapotear en el agua, pero de repente el ruido cesó. Silencio total en el bosque. Se quedó quieto, agarrando los arbustos que llevaban al río. Aún no los había separado cuando escuchó un chasquido de lo que podía ser un palo a lo lejos. Se agachó y quedó a cubierto por las hojas. Apartó las pequeñas ramas del arbusto que estaba sujetando y pudo verla.
Norah. Estaba dentro del agua, desnuda, pero estaba agachada y de espaldas a él. El agua la tapaba estaba hasta el cuello. Estaba quieta mirando al frente, seguramente ella habría escuchado lo mismo que él.
Se agachó y pasó por debajo de los arbustos. Se colocó de cuclillas entre los arbustos y una roca para que nadie lo viera y cogió una piedra en la mano que le sirviera de arma en caso de necesitarlo. Dio un paso hacia atrás pero pisó en falso y rompió una rama. Se agachó rápidamente para que Norah no lo descubriese.
Otro chasquido. Norah se giró y se quedó mirando hacia dónde había venido, pero no vio a nadie. Otro más, y volvió a girarse. Vio en la otra a un hombre vestido de negro igual que los hombres que los habían perseguido días antes.
— Oh no...
Pero no terminó lo que iba a decir. Una piedra pasó volando por encima de su cabeza e impactó de lleno en la cabeza del hombre que cayó a plomo.
— Norah corre, vete a por los caballos, yo me encargo de él. – Era Will.
Mientras Norah salía del agua, Will saltó al río. Nadó hacia la otra orilla y se perdió entre los arbustos. Norah tropezó al salir del agua pero en seguida se incorporó, cogió el vestido y la bota que dejara y empezó a correr. Ni se percató que iba desnuda. La melena volaba detrás de ella cuanta más velocidad cogía. Llegó al claro más rápido de lo que imaginaba, jadeando. Miró a los lados pero no vio a los caballos. Las bolsas seguían allí.
— Altai, Ávero.– Los llamó, mientras corría a las bolsas y sacaba su otro vestido y se lo ponía. “Tengo que ponerme unos pantalones la próxima vez... los vestidos no están hechos para esto”, pensó.
Salieron de entre unos árboles mientras acababa de vestirse. Se acercaron a ella. La melena seguía mojada, por lo que la parte de atrás del vestido se humedeció también. Guardó el vestido sucio en una de sus bolsas y todo lo rápido que pudo cogió las demás y se las ató en el lomo a los dos. Se montó en Altai y salió al galope en la dirección del río. Norah intentó cogerle las riendas a Ávero, pero aunque no las alcanzó el caballo corrió a su lado. Estaba nervioso.
Llegaron a la orilla pero Will no estaba. Por allí no podían cruzar, era demasiado hondo. Norah miró hacia el agua. Estaba muy revuelta. De repente se tiñó de rojo y una persona salió de dentro del agua, jadeante. Otro cuerpo flotaba en el agua. La chica abrió los ojos como platos.
— ¡Will! – Gritó.
Le faltaba el aire. La sangre mezclada con el agua resbalaba por su cuerpo a toda velocidad cayendo al río. En su cara se veía dolor. Apartó con un movimiento de cabeza el agua que le quedaba en la cara y le impedía ver bien. Miró para Norah y se dirigió lentamente hacia ella. Salió del agua despacio, con una mano apoyada en el costado. Ávero se acercó a él antes de que la chica bajase de Altai y le tendiese una mano y el chico subió a él como pudo. El animal ya sabía lo que pasaba.
Will se abrazó a su compañero de aventuras y luego se incorporó. Miró a Norah y pestañeó varias veces para aclarar la vista, pues le estaba fallando. De debajo de la mano del costado comenzó a brotar sangre.
— ¡Estás herido! Tenemos que curarte. – gritó Norah.
— Vámonos de aquí.– Replicó Will.– ¿A cuánto queda el pueblo más cercano?
— Pero Will...
La respiración del chico era lenta, pero cogía más aire de lo normal y lo mantenía todo lo posible en el cuerpo. No quería hacer esfuerzos. Entrecerró los ojos por el dolor, pero no se quejó. Volvió a coger aire mientras la chica se agitaba en la silla de Altai, y cuando lo soltó le dijo:
— Responde Norah, no tenemos tiempo.
— Instal, a un día de camino.
— Pues tendremos que apurar y acortar tiempo, no podemos tardar tanto.
Y salieron al galope por el bosque.
Norah estaba preocupada por Will. Esa herida parecía profunda, no paraba de sangrar, pero él parecía no inmutarse. ¿Cómo aguantaría así el dolor?
Cabalgaron por la orilla del río hasta que fue lo suficientemente seguro para pasar y después continuaron su camino. Will bebía agua sin parar. Estaba perdiendo mucha sangre, y el movimiento encima de la silla del caballo no hacía más que alentar esa pérdida de sangre. Necesitaba parar y descansar. Las hojas de los árboles y arbustos pasaban a toda velocidad a su lado. Los dos caballos avanzaban al unísono.
Siguieron así durante varias horas. Los caballos, exhaustos, frenaron. Ávero se agachó para ayudar a que Will desmontara. Norah estaba a su lado para agarrarlo. Luego, los caballos se alejaron para comer y descansar. Norah acercó a Will a un árbol y lo ayudó a sentarse. Estaba muy débil. La chica se acercó a los caballos y cogió el agua, quedaba menos de la mitad, así que la llenó y se la acercó a Will. Mientras este bebía recogió unas moras y fresas silvestres y se las acercó para que comiera. Se alejó del lugar y volvió al cabo de un rato con un ramo de flores amarillas y azules.
— ¿Qué estás haciendo? ¡No me toques, deja la herida! – dijo Will con las pocas fuerzas que le quedaban.
— Estate quieto. No eres el único que sabe cosas. – le contestó mientras machacaba las flores entre sus manos haciendo una especie de emplasto. – Levanta la camisa.
Will obedeció, no estaba en posición de retarla más. Sintió agua caer por la herida y se estremeció. Vio como Norah le limpiaba la herida con un trozo de tela de la manga de su vestido y luego le ponía el emplasto en ella. Ya no escocía. Se quedó mirando para ella.
— No me mires así. De momento eres el único que no ha querido matarme en los tres últimos días. Tengo que mantenerte con vida. – Le dijo en tono de burla.– Ayudará a parar la hemorragia. En unas horas, cuando seque, te la coseré. Ahora descansa.
— Tenemos que llegar al pueblo. – Su voz sonaba débil, lejana.
Norah frunció el ceño. ¿Por qué quería siempre tener la razón?
— Acamparemos aquí mismo. – Contestó con tono definitivo. – Tú vas a descansar y los caballos también. No podemos seguir. Tú no puedes seguir. Estas al borde del desmayo. Has perdido mucha sangre así que venga, es hora de descansar.
La voz de Norah era firme y segura. En varios días era la primera vez que sonaba así. La chica llamó a los caballos y cogió las mantas del lomo de Ávero. Extendió una en el suelo y ayudó al chico a tenderse en ella. Luego le puso otra manta a modo de almohada. Cuando vio que el chico estaba cómodo, liberó a los animales de su carga quitando los lastres que llevaban y volvieron al río a beber. Estaban muertos de sed. Norah y Will también así que Nora cogió la bota y la fue a llenar.
Aprovechó y se refrescó la cara y la nuca. Que bien le sentaban esas gotas sobrantes resbalando por su espalda. Se volvería a tirar al río como por la mañana, pero Will la necesitaba.
Will estaba dormido. No le extrañó. Norah levantó ligeramente la camiseta al chico para ver la herida. El emplasto ya estaba seco. Era el momento de coserla pero, ¿con qué? La bolsa de cachivaches de Will, allí seguro que había algo. Empezó a revolver a ella y encontró una pequeña cajita metálica. Le cabía en la palma de la mano. Tenía forma de estrella, con una pequeña piedra azul en el centro. Pequeñas líneas iban de los brazos de la estrella hacia la piedra. Despacio para no romperla, la fue abriendo poco a poco. La boca se le abrió al ver lo que había dentro.
Un collar con un nombre: NORAH.