Читать книгу Querencias - Irma Beatriz Meza - Страница 10

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El sucedido

Un martes de agosto, a media tarde, con el sol deslucido en las nubes invernales, Ramona se encontraba escuchando las novedades tediosas que sucedían en el aletargado pueblo. Cirila, su comadre, tenía la virtud de dramatizar los relatos actuando de intérprete- actriz, a la que veía en la telenovela.

En el momento en que la relatora acentuaba los detalles de cómo había sido el último entierro al que había asistido al cementerio, Ramona dejó el lugar y a su interlocutora hablando sola.

La comadre continuó con su parloteo hasta que notó la ausencia de Ramona y comenzó a llamarla. Como no recibía respuesta salió al patio y la vio caminar con paso acelerado alrededor de la casa. Cirila, muy sorprendida, se instaló a caminar a la par de su comadre hasta que atinó a tomarla de las manos y, así, juntas, volvieron a la cocina.

Ramona, con la respiración entrecortada y afónica comenzó de a poco, a contarle a su comadre que hacía un largo tiempo venía recibiendo una visita. Primero, dijo la mujer, que escuchaba por las noches como se cerraba la tranca de la puerta.

El ruido era nítido, preciso e inconfundible. El deslizarse de la traba era lento y en el momento justo en que comenzaba a tomar el sueño. No precisó la cantidad de veces que había escuchado, pero sí, podía decir, que ese ruido le imposibilitaba conciliar el sueño. Hasta que un día, al alba, en el momento que pisó el piso, dispuesta para ir al baño, sintió un hormigueo seguido de un escalofrío que le subió por el cuerpo. En la semipenumbra vio una figura pasando en cámara lenta por enfrente de la puerta de su dormitorio, la misma llevaba una sábana con la que se cubría y se arrastraba hasta el suelo, pero la cabeza estaba girada hacia el lado opuesto al que ella lo vio. Como todavía se encontraba adormilada pensó que era Felipe, su hijo, para después deducir que no había escuchado el chancleteo característico que siempre su hijo hacía al caminar y jamás él se habría tapado el cuerpo con ningún trapo. Pasado el tiempo de estupor y repasando los indicios extraños fue a comprobar que Felipe dormía profundamente y además la extraña figura había venido desde la puerta de entrada, precisamente, era de la puerta donde se escuchaba el reiterado ruido a lata de la tranca que siempre le había perturbado el sueño. Por lo que, ahora, podía afirmar que era el Evaristo el que seguía viniendo a la casa.

Evaristo había sido su hijo del corazón, el hijo a quien ella cuidó y alimentó hasta que pudo, hasta el día en que, ya el joven tomó las riendas de su vida y eligió el mal camino.

El mal camino lo llevó a la mala junta, hasta que un día apareció apaleado y muerto quién sabe por quién, porque nunca se supo quién o quiénes le quitaron la vida.

Se produjo un largo silencio, tan largo como una pena amorosa. Ramona guarda un amor de madre por el Evaristo.

Dos gotones que caen por los pómulos como lentos y minúsculos ríos en busca de su cauce son la prueba certera de que Ramona reconoce al hijo que vuelve de tanto en tanto.

Entonces con la respiración agónica. Ramona pide a la comadre su compañía para ir a pedir al cura del pueblo a que eleve oraciones a la querida memoria y pueda ayudar al Evaristo a descansar en paz.

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