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I. EL TERRITORIO, LA GEOGRAFÍA HUMANA Y SU DEVENIR

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En algunos momentos privilegiados, la “figura” del mundo vuelve a tomar forma. En esos momentos, “momentos figurales”, si retomamos la expresión, aquello que estaba truncado, amputado, desfigurado, es restaurado en su plenitud.

michel maffesoli

La ciencia occidental moderna, con sus esquemas disfrazados de objetividad y neutralidad, ha condenado a condiciones de inexistencia a personas y conocimientos de manera sistemática. El paradigma de racionalidad instalado en la universidad occidental, orientado por la ciencia moderna, proviene de las revoluciones científicas inauguradas en el siglo XVI y adelantadas en los siglos siguientes hasta el dominio de las ciencias naturales. Posteriormente, en el siglo XIX, este modelo de racionalidad se dejó permear por la línea de los estudios jurídicos y humanísticos de la filosofía, la historia, la filología y la teología, que logran mayor tradición en la universidad. Por esa vía, la desvalorización y el bloqueo del conocimiento desde la experiencia sometió a condiciones de inexistencia a diversas formas de conocimientos y saberes en el mundo.

Las nociones sociales y cognitivas de las comunidades humanas oprimidas y victimizadas históricamente son elaboradas y reivindicadas por Boaventura de Sousa Santos en Una epistemología del sur (2009). A partir de la epistemología formulada por Santos, y análoga a esta, propongo una geografía del sur que permita mostrar que hay formas modernas y acreditadas de hacer geografía dirigidas a crear un estatus de verdad que a mi modo de ver es incompleto, por los instrumentos que utiliza, las formas políticas que agencia y los esquemas cognitivos que defiende. Una vez más, se trata de juegos de poder que condenan a los débiles a una condición inferior. En tal sentido, lo que pretendo visibilizar conceptualmente a través de estas geografías es el agenciamiento de formas emergentes de comprender el territorio desde lo que algunos autores llaman razón sensible.1

Las transformaciones en los métodos y estilos investigativos en geografía y en las ciencias sociales, en general, determinan e imponen los límites del positivismo con una mirada sistemática, estadística, fija, instantánea, efímera y fugaz de la realidad. Por ello, es conveniente y necesario entrar en otras dimensiones de aproximación.

Desde este lugar, asumo el riesgo de entrar en la coexistencia de multiplicidad de posibilidades comprensivas, me acerco y vivo, me complazco entre las relaciones de los sujetos sociales. En un ambiente de tramas y dinámicas particulares, experimento una empatía que me conduce entre una dimensión de esperanza poderosa y sutil en el valle del río Cauca.

Antes de adentrarme en las referencias más ortodoxas que muestran las elaboraciones y las observaciones del mundo para condensar la materialidad de los lugares, de los paisajes, de la superficie terrestre, que se tramitan en forma de cartografías, me ocuparé de mostrar transformaciones en el quehacer geográfico relativas al territorio. Además, explicaré cómo la geografía puede contribuir a la comprensión de los lugares a través de esquemas alternativos y a la vez ahondaré en lo singular del territorio norte del Cauca, con la experiencia e interpretación con los pobladores afronortecaucanos.

La tradición geográfica en las ciencias sociales se encarga de “pensar el espacio en relación inmediata con el medio físico” (Ortiz, 1998, p. 21). La escuela de Ratzel,2 en particular, se concentra en la geografía política para estudiar la relación del territorio con sus moradores, sus recursos y con el poder estatal. Desde la perspectiva geográfica también se abordan cuestiones circunscritas a las migraciones y la cultura, dando pistas acerca de las transformaciones ecosistémicas, formas adaptativas y sus consecuencias geopolíticas.

En los inicios de la modernidad, la cartografía “era el soporte fisiográfico de los emergentes Estados nacionales” (Llanos-Hernández, 2010, p. 209) y era el estudio o práctica predominante para la descripción de términos y vecindades. El mexicano de la escuela de Ratzel, Enrique Schulz,3 profundizó en el estudio de los espacios políticos de los Estados, sus colonias y sus áreas de influencia hasta demostrar que el ensanchamiento territorial respondía a intereses económicos y políticos de los Estados. Esta concepción geográfico-política se arraiga con el paso de los años hasta representar las particularidades de la superficie de la tierra en la que interactúan las personas. A finales del siglo XIX, es necesario ampliar la idea de territorio para estar al tanto de los Estados nacionales y de sus colonias, en razón del despliegue del capitalismo, la industria y el comercio, que exigían dar cuenta de las riquezas y las culturas de sus dominios.

La escuela del posibilismo sirvió de sustento a la geografía regional que predominó hasta la segunda mitad del siglo XX. Esta corriente, resultado del pensamiento del geógrafo e historiador francés Paul Vidal de la Blache,4 explica que el objeto de la geografía es la relación del hombre con la naturaleza en el estudio de la región. Las propuestas posibilistas de Vidal de la Blache entienden al hombre como ser activo que se afecta por el entorno y a la vez lo transforma con sus actuaciones. Dichas afectaciones y transformaciones, denominadas géneros de vida, corresponden a hábitos, costumbres y técnicas; desde este punto de vista, el territorio, bajo la influencia de los géneros de vida, se entiende como dominio de civilización. En este sentido, los Estados nacionales constituyen no solo un territorio, sino también una mixtura de regiones con disímiles posibilidades.

La aproximación de los géneros de vida sugiere una expresión amplia y profunda para la inclusión de elementos no materiales en geografía. No obstante, esta se diluye tras la Primera Guerra Mundial, a partir de la cual se identifican los espacios para su análisis geográfico mediante la fragmentación. Tal lectura se dirige a la asignación de recursos públicos desde las políticas del desarrollo, por las cuales se otorgan privilegios a unas regiones sobre otras y se establece tanto el futuro económico como social de poblaciones y comunidades específicas. Después de la Segunda Guerra Mundial, las regiones fueron caracterizadas en función del ordenamiento y la planeación para el desarrollo. Las regiones se conceptualizaron por criterios espaciales y económicos en tres tipos: las primeras, homogéneas de inspiración agrícola; las segundas, polarizadas de inspiración industrial-comercial, y las terceras, de inspiración prospectiva (Llanos-Hernández, 2010).

La planificación del desarrollo podía transformar las regiones para cumplir el objetivo de homogeneización del espacio económico en relación con el acceso a educación, salud, servicios o infraestructura. El economicismo que determinó la observación de las regiones en los Estados nacionales modernos apuntó a diluir las diferencias regionales por la prioridad de acumulación capitalista. Así, se explica cómo el espacio se doblegó al tiempo lineal de la acumulación y se impuso hasta desechar otras formas temporales de las sociedades agrarias ligadas a las cosechas, a los ciclos solares y lunares, a los regímenes de lluvia o a la reproducción de los animales.

El imaginario colectivo de progreso que instauró la modernidad se constituyó en el referente desde el cual se valoran las diferentes culturas y sus territorios, privilegiando una visión colonial y eurocéntrica de la historia. Se trata, al mismo tiempo, de una visión nortecéntrica que se podría denominar geografías del norte, porque guarda relación con esquemas epistemológicos ligados a formas de poder hegemónico que controlan y validan el conocimiento producido en los centros de dominio político-económico. De ahí que el conocimiento que se elabora en las colonias socialice formas locales de vida y las ubique en la periferia del saber universal moderno. Así las cosas, lo colonial es un estado que condena y niega al otro dentro de las prácticas hegemónicas del poder y del saber.5

Las formas comprensivas que invisibilizan radicalmente al otro derivan en la emergencia de la condición de existencia que les ha sido negada, porque tienen fuerza y poder para resistir y manifestarse. En palabras de Santos (2014a), “si no existieran las epistemologías del norte, no existirían las epistemologías del sur”.

A partir de la década de 1960, la tendencia se concentra en la geografía urbana y, con ella, en la gestión ambiental y de los recursos a nivel regional6 y local. Estudiosos como Henri Lefebvre abordan el espacio como producción social, con lo cual aportan a las transformaciones y la movilización de las fuerzas productivas sobre el suelo. En oposición a estas interpretaciones, desde la geografía crítica (Harvey, 2009) se pretende superar la fragmentación que las aproximaciones de autores como Lefebvre plantean, por cuanto esta perspectiva propone salir a estudiar el lugar, sin leyes geográficas ni principios generales, además de superar las tradiciones positivistas de las técnicas estadísticas y el análisis cuantitativo de la información. Con la invitación de Harvey, es deseable acercarse a los territorios, despojados de la razón instrumental moderna, hacia un trasegar contemplativo del mundo.

Los enfoques llamados críticos emprendieron la renovación de las ciencias sociales y se fueron integrando giros en geografía. Esto se trata de una apertura sensible al mundo que subraya la necesidad de trascender las explicaciones de lo que hasta el momento se ha formulado científicamente, a fin de revisarlo y superarlo. Las novedades y alternativas de giros múltiples se concretan en lo lingüístico, lo espacial y lo cultural, como lo exponen Alicia Lindón y Daniel Hiernaux (2010). El giro lingüístico hace referencia a la trascendencia de la semiología, la semiótica y la narratología, hasta el punto de considerar que las relaciones de la experiencia humana no pueden ser pensadas sin la intervención del lenguaje. El giro espacial, por otra parte, replantea la manera de entender la historia de los individuos en relación con el lugar y el tiempo. Y, finalmente, el giro cultural reformula los temas de investigación geográfica sustentados en los lugares con sus saberes, creencias, imágenes y discursos reflejados en formas de habitar, en las memorias, en el sentido de la vida y en las visiones particulares de futuro, con lo que se da cuenta de la diversidad.

Más allá de los giros mencionados, como aporte significativo para este trabajo, es importante mencionar el giro ecoterritorial propuesto por Maristella Svampa (2012), el cual guarda estrecha relación con las luchas en contra de la exportación de bienes naturales a gran escala, de las formas de acumulación capitalista y en defensa del territorio en donde confluyen los discursos ambientalistas e indígenas. Este concepto, además, explora cómo el acaparamiento, por la vía de la expansión de fronteras para los monocultivos de los agronegocios, acaba con la biodiversidad. La propuesta de este último giro se fortalece con el concepto de territorios sacrificables (Svampa, 2012, p. 19), en los que la lógica extractivista incorpora estrategias de dominación que conducen a la dependencia y al despojo, que se hacen evidentes en mayor fragmentación y desintegración social.

Hay que resaltar que la geografía crítica de David Harvey aporta de manera sustancial a la comprensión de las transformaciones y procesos de cambio iniciados con los giros. En concordancia con la geografía crítica, el materialismo histórico cuestiona la neutralidad científica en la reproducción de sistemas sociales que privilegian factores económicos por encima de los sociales y políticos. Del mismo modo, las diversas elaboraciones críticas en ciencias sociales reflexionan acerca de los discursos económicos y las desiguales e injustas relaciones de poder en la vida de las personas.

Situados en el norte del valle geográfico del río Cauca, es posible afirmar que los significados y relaciones sociales dan cuenta de procesos de cambio en un mundo controlado por el mercado en la lógica del capitalismo neoliberal. Hasta ahora, la mirada académica de la geografía muestra las transformaciones que permiten comprender este territorio. No obstante, es importante reconocer que el territorio mismo aporta al conocimiento a través de sus pobladores, ya que estos han tejido relaciones orgánicas y telúricas de intimidad. El territorio se expresa a través de dimensiones afectivas, de los vínculos sociales, económicos y políticos, así como a través de sus representaciones culturales. En esta medida, lo que resulta más relevante es la emergencia de la heterogeneidad, la singularidad y la particularidad de las interacciones de los habitantes con su entorno. En adelante, es el territorio nortecaucano el que pretendo interpretar y describir.

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