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Día 6

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Amaneció y todos listos para partir. Algunos en el briefing de la noche anterior se quedaron dormidos por el cansancio y no se enteraron de que se iba a celebrar el acto simbólico de hermanamiento entre los pueblos de Goumbou y Vegas del Genil con la plantación de un olivo en el recinto del campamento. A primera hora fueron llegando el alcalde, los diferentes jefes de los barrios, los representantes de los distintos comités por los que allí se administran, el prefecto de Nara y la policía, etc., a quienes recibimos haciendo de anfitriones en «nuestro» recinto. Llegado el momento, se leyó un manifiesto en francés y español que posteriormente se traduciría a otras lenguas y se firmaría por ambas partes. Mientras, uno de los guardias ya había preparado el agujero donde plantarlo. Entre el alcalde y Yolanda colocaron el olivo y el guarda lo terminó de plantar y regar. Así concluyó el acto. Debíamos continuar con nuestra visita a otros pueblos y aldeas, cuyas características no diferían prácticamente en nada de las anteriores.

Esa sería la última tarde en Goumbou y había que celebrar el hermanamiento y nuestra visita de algún modo. Habíamos previsto jugar un partido de fútbol en el campo del colegio entre Malí y España (Goumbou contra Vegas del Genil). Había mucha expectación entre los jóvenes y niños en general y empezó a llegar gente para acompañarnos en el trayecto. Mientras nos vestíamos con la indumentaria futbolística que algunos habíamos previsto traer desde España, se montó un gran murmullo a las puertas del campamento que llamó poderosamente la atención de los que aún estábamos dentro terminando de cambiarnos. En esto que salimos y nos encontramos con el grupo de cazadores y mucha gente, incluidos nuestros compañeros, alrededor de uno de ellos y, mira por dónde, ¡una hiena viva, grande, babeante! Y era de verdad… Estaba sujeta por un cazador con una cadena al cuello, que este agarraba con una mano, mientras que en la otra llevaba una porra de madera enorme, con la que suponemos que la mantenía quieta, aunque no mansa. Daba miedo pensar que pudiera escapársele, aunque no fue el caso.

Los que íbamos a jugar el partido nos desplazamos en coches hasta el campo de fútbol, dejando la furgoneta para aquellos que llegarían después de despedir a los cazadores, dados los gestos de amistad mostrados durante todo el tiempo. Aunque, a decir verdad, algún que otro cazador se vino con nosotros porque o bien le gustaba el fútbol o era el entrenador o quería ser el árbitro de tan magno encuentro.

El campo tenía una pronunciada inclinación hacia abajo y para el partido habían colocado unas porterías de caña con su larguero incluido (no estaba nivelado, pero serviría). Como quiera que el campo no estaba vallado, el ganado campaba a sus anchas y hacía sus necesidades donde y cuando quería, lo cual no era excusa para jugar. Solo que debíamos sortear algunos «obstáculos».

Los espectadores (casi todo el pueblo, incluidos hombres, mujeres, niñas y niños de otras aldeas, que acudieron como algo excepcional) llenaban completamente el campo y a su alrededor se limitaba el terreno de juego, cuyas líneas trazadas con yeso o similar solo se veían cuando el balón se acercaba y la gente retrocedía. Los organizadores tuvieron a bien no poner gente detrás de las porterías para que estas se distinguieran entre tanto espectador y así poderlas ver a la hora de chutar a gol.

Al equipo local le entregamos unas camisetas del Barça y nosotros, los foráneos, acompañados de jugadores locales para completar el equipo, utilizamos unas de color naranja. Dentro de su indumentaria no se incluían las botas; algunos llevaban sandalias blancas de plástico, pero la mayoría jugaban descalzos, aunque observé que el defensa izquierdo del equipo local sí llevaba botas. El árbitro, entrenador del equipo local, sorteó el campo y comenzó el partido. Al poco, una jugada por la banda izquierda hizo que me fijase en el jugador que llevaba botas porque cuando corría se le subían por encima de los tobillos. ¡No tenían suela! Solo las llevaba por el orgullo de aparentar. Prometimos traerles botas en el próximo viaje.

El resultado fue de 2-1 a favor de España, gracias a un penalti en los últimos minutos que solo vio el árbitro. El abrazo entre jugadores locales y extranjeros quedó patente cuando les entregamos nuestras camisetas y botas. Nos habían aceptado como «hermanos», aunque, eso sí, ¡la revancha para el próximo viaje estaba servida!

De nuevo al campamento. Era la última noche allí.

Doce viajes a Goumbou

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