Читать книгу Doce viajes a Goumbou - Isidro Ávila Montoro - Страница 15

Día 7

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Por la mañana preparamos el equipaje y nos despedimos de todos cuantos nos rodeaban en el campamento: los guardianes, sin los cuales no habríamos podido dormir tan tranquilos; las mujeres, que se habían ocupado de la comida y la limpieza; los jefes de los barrios y aldeas cercanas, que volvieron de nuevo solo para despedirnos; la policía de la prefectura de Nara y un sinfín de vecinos y enfermos agradecidos a los médicos, que, aparte de dedicarles todo su tiempo de viaje (ellos solo vieron el CSCOM y nada más), también dejaron medicamentos y material suficiente para una buena temporada, que deberían administrar el enfermero, su ayudante y las matronas.

Nosotros adquirimos el firme compromiso de volver al año siguiente con más medios y materiales que permitieran mejorar la situación en Goumbou, sus pueblos y sus aldeas.

¡Adiós, amigos! Adieu, mes amis!

Partimos de vuelta a Bamako. La gente salió a despedirnos. ¡Fue increíble! Se nos quedará grabado para siempre.

En breve debíamos parar en Kaloumba para saludar al jefe y ver el pueblo, cuya visita habíamos dejado para el final. Nos estaban esperando en la carretera. Todos habían salido a la calle, incluso el jefe había dejado su jergón para salir a la puerta a recibirnos y darnos la bienvenida. «¡Bissmila, bissimila, bissimila!».

Salimos en comitiva, seguidos de casi todo el pueblo, hacia las escuelas. Su situación era bastante deprimente, manteniéndose en pie de manera milagrosa, porque sus muros de adobe estaban destrozados. No tenían apenas bancos donde sentarse los alumnos, solo había una pizarra en la pared y tampoco había material escolar con el que poder enseñar, nos explicó el maestro, que también nos acompañó y comentó que se trataba de un pueblo muy bien organizado, con un gran jefe, pero sin apenas recursos. Tomamos nota y quedamos emplazados para el siguiente viaje, en el que ya tendríamos el proyecto más definido, siempre que contásemos con ayuda económica. Nos despedimos: «Adieu, jusqu’à proche année!»

Ya no pararíamos hasta Djidièni. Mientras, habría que sufrir todo el trayecto de baches y polvo como mejor se pudiera. Esta vez me tocó un cuatro por cuatro pick-up cargada hasta los topes, que sustituyó a otro vehículo que se quedó en Nara. No tenía aire acondicionado y el asiento trasero estaba suelto y se movía en función de si aceleraba o frenaba. Además, se me clavaba en el muslo una chapa del respaldo, que debía de estar suelta. En fin, aguantaría como pudiera. En medio del trayecto alguien tuvo el detalle de decir que había que volver a repartir los coches debido al pésimo estado en que viajábamos y el sufrimiento que algunos estábamos soportando, lo cual mejoró un poco mi situación, pero «el daño ya estaba hecho». Llegamos a Djidièni y… «DIEU MERCI!». Un letrero pintado en la pared daba ¡gracias a Dios! por haber llegado al asfalto. Bajamos de los coches para estirar las piernas, entumecidas por la poca movilidad en el interior de los coches, y se nos echaron encima «todos» los niños del pueblo para vendernos algo regateando. Cada cual fue sorteando o llegando a un acuerdo y adquirió recuerdos que quizá no vuelva a ver más. Yo compré una pistola hecha con un fleje acerado que es capaz de disparar un garbanzo a más de veinte metros.

La carretera de asfalto mejoró el viaje y consiguió que pudiéramos dormir un poco, lo cual haría más corto el trayecto hasta Bamako.

Llegada al hotel, ducha, descanso y cena en un restaurante libanés que estaba cerca y alguien nos recomendó. ¡Y tenían cerveza! Todos pedimos Castel, cerveza africana muy buena. De comer había mucha variedad de platos con buena pinta, desde ensaladas (no recomendables) a pizzas y platos de carne o pescado con patatas. Yo me decanté por capitaine pané et frites, algo que con el tiempo se convertiría en nuestra referencia culinaria en Bamako.

Doce viajes a Goumbou

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