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PRIMER VIAJE Día 1

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Abril de 2004, iniciamos el viaje: de Purchil a Málaga, de Málaga a París y de París a Bamako, la capital de Malí. En este último trayecto ocurrió algo un tanto inusual. A mitad de vuelo un compañero, harto de las horas de avión y bastante desesperado por no poder fumar, se metió en el W. C. y encendió un cigarrillo, pensando que nadie lo advertiría, para así matar el gusanillo que le tenía intranquilo… Fue un visto y no visto. Las azafatas esperaban a que abriera la puerta para recriminarle dicha actitud y así lo hicieron en cuanto salió, aunque este se limitó a decir: «¿Yooo? ¡Yo no he fumado!», dirigiéndose a su asiento sin más conversación. ¡Tuvo suerte de que quedara ahí la cosa!

La llegada se produjo sobre las 23:00, hora española. Por lo general, no la cambiábamos para adoptar el horario local, que eran dos horas menos. Una vez entramos en la sala del aeropuerto, lo que vimos nos descolocó y algunos comentamos: «¿¡Esto qué es!?». No se parecía a ninguna otra sala de aeropuerto que hubiésemos visto nunca; era una nave rectangular con el techo bastante bajo, no muy grande pero sí muy sucia, en la que apenas cabíamos todos los pasajeros sin equipaje. De hecho, algunos nos quedamos en la zona de aterrizaje, fumando un cigarrillo en la misma puerta de entrada. En el centro había dos pequeñas garitas de aluminio con cristales translúcidos y ondulados, de los que hacen como «aguas», que me recordaban a las ventanas antiguas que había en mi instituto. Ambas tenían dos ventanillas, una de ellas de frente, en el centro, por donde entregar el pasaporte al policía, que te miraba fijamente, con total desconfianza y una tranquilidad pasmosa para comprobarlo hoja por hoja y, si le parecía correcto… pom, pom, te estampaba los sellos oportunos que ponen en los pasos de frontera. La otra ventanilla, en el lateral, era por donde recogías el pasaporte.

Pasado el control, lo cual suponía de una a dos horas, entrabas en la segunda parte de la misma sala. Allí todo era caótico, un bullicio enorme. Las maletas salían por una puerta que comunicaba directamente con otra sala más pequeña. Desde el avión los mozos sacaban los equipajes a mano en fila, uno detrás de otro, y se iban acumulando allí hasta que sus dueños los localizaban y los retiraban. Mientras tanto, nosotros debíamos esperar a que salieran todos los equipajes, menos los nuestros, que iban identificados con un número y el nombre de la expedición para que no se perdiera ninguno y que serían recogidos por los malienses que nos esperaban a la salida, ya que el alcalde de Goumbou se había encargado de avisar a amigos y familiares para llevarnos con sus vehículos particulares hasta el Hotel Djene, lo cual nos alegró mucho dado el cansancio acumulado durante casi veinticuatro horas desde que salimos de nuestras casas.

Cuando tuvimos todo el equipaje y los paquetes reunidos se hicieron las presentaciones con la gente de Malí, aunque nos costó bastante saber lo que decían ellos y a ellos lo que decíamos nosotros, salvo para los que hablaban y entendían francés por nuestra parte y español por la suya, que no era el caso.¡Fue todo un placer conocerlos!

Ya en el Hotel Djene y con todo controlado, apareció una mujer que se presentó como Djeneba Ndiaye y que durante todo el viaje sería nuestra traductora tanto de francés como de la mayoría de lenguas y dialectos que allí se hablan: bámbara, soninké, peúl, árabe (este apenas lo dominaba), etc.

Doce viajes a Goumbou

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