Читать книгу Teoría de la retaguardia - Iván de la Nuez - Страница 10
ОглавлениеQUE EL ARTE NO TE ARRUINE UNA BUENA DOCTRINA
Desde ese lugar en la retaguardia, nada mejor que evitar la superposición de la doctrina sobre la duda, del mapa ideológico sobre el territorio de los hechos. Y así, encender las alarmas en el caso de que uno se deje caer por una Bienal de Berlín, bajo el comisariado de Adam Szymczyk y Elena Filipovic, dedicada a indagar en los estragos de la gentrificación y los avances del neoliberalismo. Un evento tan capaz de ejercer la crítica a estos asuntos y, al mismo tiempo, tan incapaz de recorrer la modernidad berlinesa sin reparar en la huella del fascismo o el comunismo, las SS y la Stasi.
Y así, bajo el eclipse de esta “estrategia curatorial” –juro solemnemente que el término no reaparecerá en todo el libro–, ignorar olímpicamente esos dos planetas, camuflados en un sesudo proyecto que respondía a este título: Cosas que no producen sombra.
Algo parecido sucede cuando asistimos, en Madrid y en 2013, a una exposición del Museo Reina Sofía dedicada a la América Latina de los años ochenta del siglo XX. Un proyecto exhaustivo (Perder la forma humana), protagonizado por el arte político de esos tiempos y dispuesto en el museo desde las tesis del colectivo Conceptualismos del Sur.
En un momento dado, a uno le da por buscar lo ocurrido –en el arte político, la política artística, el arte contra la política y la política contra el arte– bajo las dos únicas revoluciones en el poder durante esos años: Cuba y Nicaragua.
Entonces –que el arte no te arruine una buena doctrina–, no encuentra lo ocurrido bajo esas revoluciones. Sencillamente, han sido amputadas de esta exposición, muy interesante hasta que ha tenido que afrontar la paradoja.
En Berlín se reconstruye una modernidad sin fascismo ni comunismo, sin el campo de concentración o el Muro.
En España se reconstruye un radicalismo latino-americano que no contempla las revoluciones que lo inspiraban, ni a los colegas procedentes de estas, que las respiraban.
Estas ausencias sí que producen sombras.
Sobre todo sin constatamos que el arte cubano de esa época no era muy diferente al que activaron sus vecinos contra el Plan Cóndor: creación colectiva, dimensión antropológica, crítica política, desmontaje de los símbolos nacionales, liberación sexual, influencias de Artaud, Grotowski o el Arte Povera, sospecha de la voz de los maestros...
Y produce todavía más sombras si confirmamos que en Nicaragua sucedía lo contrario. Y que allí, el arte impulsado por la Revolución se proyectaba como una utopía arcaica, un regreso a la comunidad precolonial marcado por el experimento de Ernesto Cardenal en Solentiname.
¡Qué buen contrapunto el de estas revoluciones para “perder la forma humana”, según se anunciaba en el título mismo de aquel proyecto!
Pero la paradoja tiene poca cabida en un Arte Contemporáneo que, cada vez más, se confunde con el Evangelio y que, mientras más se jacta de su apelación al conocimiento, más se funde con la fe.
En De la guerra, la duda es clave en el capítulo titulado, precisamente, “Crítica”. Allí, Clausewitz recomienda sospechar ligeramente de las causas, que todo lo justifican, incluidos nuestros errores más letales.
Sería, más bien, en el ámbito de las consecuencias donde debería establecerse una crítica pertinente. En esa zona poco glamurosa de la guerra que se cobija en la retaguardia. Allí donde van a recalar las formas extremas de la supervivencia que no encuentran correlatos institucionales a la hora de alojar con solvencia sus nuevos desafíos.