Читать книгу Teoría de la retaguardia - Iván de la Nuez - Страница 14
ОглавлениеLA LUPE EN EL MOMA
“La política es el arte de lo posible.” Así habló Bismarck. Como dejando caer la idea –¿duchampiana?– de que deberíamos asumirla como algo, por lo menos, “respirable”.
El problema de esa frase es que hoy le cuesta mantenerse a flote. Quizá porque dos de los mundos que la arman –el arte y la política– apenas pueden jactarse de ser, ellos mismos, posibles.
En los préstamos sucesivos entre estos ámbitos, constatamos que la política se “estetiza” cada vez más. Mientras, el arte se “politiza”, ocupado en establecer legitimidades, llamémoslas así, administrativas.
En esa línea, tanto bienales como ferias, galerías o museos se aplican a conciencia en la sutura de asuntos políticos que comprenden la reunificación de países divididos, dictaduras de diverso pelaje, nacionalismos y cosmopolitismos, estrategias postcoloniales o transiciones a la democracia…
Y por ahí vamos desfilando todos: curators, artistas, críticos, arquitectos o urbanistas. Armando la avanzadilla estética de una política que necesita legitimarse, y de una economía que necesita imponerse, gracias a esos grandes eventos y sus nobles discursos.
Ante los dictados de la nueva economía, el arte y la política acaban como cómplices mal llevados que reniegan de su contaminación mutua. Así, no es raro que los artistas adquieran los peores defectos de la política –retórica, cinismo, demagogia, mesianismo–, a los que se añaden los propios del arte, en particular el de esa representación tan llevada y traída.
Esa “indignidad de hablar por los otros” que denunciaba Foucault. Esa performance sostenida que disgustaba a Agamben. Ese teatro –“puro teatro”– que atormentaba a la Lupe: “falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”.
Si la política se supone como el arte de lo posible, el Arte Contemporáneo se propone como una política de lo imposible.
Una política, eso sí, más cerca de Bataille que de Bismarck, en la que resplandece la experiencia como un tambaleo en el abismo. Ante un barranco desde el cual el fantasma de lo posible nos acecha como un espíritu burlón que lleva mal su muerte.