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EL PORVENIR DEL NO FUTURO

¿Cuál sería, entonces, el futuro del arte en un mundo que cada día se dedica a negar el porvenir? Esta pregunta ya se la hizo Blanchot en El libro que vendrá. Y su respuesta fue clara: precisamente, en esa falta de destino encontramos las claves para entrever el mañana.

“Cualquier arte se origina en una carencia excepcional.”

Así que el arte futuro de una vida sin futuro tendría sus ventajas. Una de ellas es que el artista –también el escritor, pues Blanchot los amalgama sin distingo– ya vendría despojado del deseo de alcanzar “el poder y la gloria”. Ese desapego sería suficiente para modificar, incluso, tanto la experiencia del autor como la del encargado de recibir e interpelar sus creaciones.

Claro que también el futuro de Blanchot prefiguraba una atmósfera de “extraordinario batiburrillo que hace que el escritor publique antes de escribir, que el público informe y transmita lo que no oye, que el crítico juzgue y defina lo que no lee, que por último, el lector haya de leer lo que aún no está escrito”.

(¡A ver quién le niega a este maestro su importancia como oráculo!)

El caso es que, una vez situados en este presente que era el porvenir de Blanchot, al arte pueden aguardarle, al menos, tres avatares posibles. Uno, actuar como ironía nostálgica de lo que fue y de lo que ya no podrá ser. Dos, afianzar su tendencia a suceder como texto y disfrutarse u odiarse como lectura. Una tercera eventualidad vendría servida por un rudimento más discreto, que suplantaría este tiempo marcado con el superávit de obras posibles por una época de obras necesarias.

En ese punto, un pensamiento “retaguardista” se definiría por desentrañar la relación entre arte y supervivencia. Justo en este tiempo en que no importa únicamente la supervivencia del arte, sino algo tan perentorio como el arte de la supervivencia.

Ese momento exacto en el que Marcel Duchamp vuelve a resucitar, se desentiende del ready-made y profiere su autodefinición más exacta: “Soy un respirador”.

Teoría de la retaguardia

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