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EL COLUMPIO EN EL QUE ESTOY SENTADA se mantiene perfectamente quieto, pero de todos modos siento que la arena bajo mis pies se está moviendo. Decido que no me importa y doy otro trago al ron antes de forcejear con el tapón de la botella y dejar que casi se me caiga a la arena. Entonces, con alguna que otra dificultad, me las arreglo para cerrar la botella y devolverla a la seguridad de mi chaqueta. No porque crea que vaya a pasar alguien por este parque la medianoche de un viernes, sino porque es la primera vez que pruebo el alcohol y la situación en sí hace que me sienta rebelde.

Durante la hora que he tardado en llegar a casa conduciendo desde Polunsky me he sentido un completo desastre. He tenido que detenerme tres veces de lo mal que me sentía por la conversación que he tenido con mi padre. Cuando he regresado a la ciudad, tenía claras dos cosas. Primero, que necesito tiempo para intentar entender en qué estaba pensando para confesarse conmigo antes que con mi madre. Aunque eso no va a ser un problema, porque para variar hoy trabaja hasta tarde. Segundo, que estoy muy pero que muy segura de que no quiero pensar más.

En una de las clases de educación sanitaria de la escuela aprendí que el alcohol ralentiza la función cerebral. Eso es lo que estoy tratando de conseguir. He aparcado delante de casa, comprobado que mi madre no estuviera, robado la primera botella que he encontrado en el mueble bar, y me he venido directa al parque.

Resulta que lo que nos dijeron en clase es cierto.

La cabeza me cuelga a un lado contra la cadena del columpio y la siento más pesada de lo habitual. Por alguna razón tengo el teléfono en la falda, y se desliza y cae en la arena a mi lado. Pienso en recogerlo, pero eso supondría demasiado esfuerzo ahora mismo, así que no lo hago.

Observo las luces de los coches que pasan por la calle más cercana. Está como a sesenta metros, en el lado más alejado del parque. El tránsito emite un zumbido que solo es interrumpido por el bocinazo ocasional de algún vehículo. A mi alrededor, todo parece tan borroso que me da risa. Canturreo bajito, en la oscuridad, una canción de heavy metal que va muy bien con mi lóbrego estado de ánimo. No suena tan dura y llena de ira sin el martilleo de la batería y las voces quejumbrosas... pero tampoco está mal.

Dejando de lado los días de visita, mañana será el primero que no abriré una carta de mi padre por primera vez desde que tengo uso de razón. Me siento vacía, sola, y me duele el alma. Solo han pasado unas horas, pero ya me arrepiento del modo en que me he ido de Polunsky. Mi padre insistía en que siguiéramos hablando. Quizá podría haberle rogado que me lo explicara todo. Quizá podría haber logrado descifrar si me ha contado una verdad espantosa... o la peor de las mentiras, una diseñada para alejar a su familia.

Y ahora es demasiado tarde para conseguir respuestas. Ahora no puedo abrir ninguna de sus cartas o hablar con él hasta la semana que viene, y no sé cómo voy a poder soportarlo.

Llevo sola gran parte de mi vida, pero nunca me había sentido así de abandonada.

Ojalá tuviera a alguien a quien llamar, que viniera aquí conmigo, a este parque de noche, y me hablara. Los amigos están para eso, pero yo no tengo ese tipo de amigos, ya no. Solo puedo tenerlos si les miento, y sé por experiencia que la verdad siempre termina saliendo a la luz. La gente pone distancia cuando cree que la idea de matar corre por tus venas.

Y si me creo lo que mi padre me ha confesado, puede que tengan razón... al pensar que todo este tiempo he estado equivocada respecto a él.

Saco la botella y doy otro sorbo. Hace rato que ya no siento la quemazón que me produjeron los primeros tragos. Esta ha sido reemplazada por una tibieza que por ahora me hace sentir menos sola.

Sin embargo, esa tibieza también empieza a irse, me congelo de nuevo... y me quedo más sola que nunca.

Balanceo la botella frente a mis ojos. La sostengo en alto y miro a través de la luz de la luna cómo el líquido ámbar se mueve de un extremo al otro. Tengo los dedos entumecidos, pierdo agarre y la botella se cae a la arena.

—Mierda.

De un salto me bajo del columpio y busco la botella, aunque ya está casi vacía. Cuando la levanto para verla a la luz de la luna, el líquido está más arenoso que antes.

—Maldita sea.

Me desplomo y sin querer se me cae el teléfono cuando me estiro para coger el ron. El móvil se voltea y cae en la arena con un golpecito sordo. La pantalla se enciende y veo que tengo algunas llamadas perdidas de un número que no reconozco. Probablemente se hayan equivocado.

Me giro boca arriba y miro fijamente el cielo estrellado. Cada una de las estrellas parece estar titilando y centelleando para mí. Siento que ya no hay nada permanente en mi vida, que no queda nada constante o seguro.

¿Cuántas veces ha declarado mi padre su inocencia a lo largo de los años? ¿Mil? ¿Mentía entonces? ¿O miente ahora? ¿Cuántas veces tienes que mentir a alguien que amas para que todo lo que compartes con ese alguien se convierta en mentira?

Cojo la botella, me siento y la tiro lo más fuerte posible. Escucho un estruendo de cristales rotos contra las piedras del estanque. Mi ira desaparece tan rápido como ha llegado. Siento la mano tan vacía como yo. ¿Y si mi padre no hablaba en serio? ¿Y si alguien lo ha obligado a mentir? ¿Y si...?

Un silbido suave sale de las sombras detrás de mí, y me vuelvo para enfrentarme a la oscuridad. Mis movimientos son demasiado rápidos para mi estado actual, y me caigo a un lado. La cabeza me da vueltas.

—¿Quién... quién hay ahí? ¿Quién eres? —pregunto cuando encuentro las palabras que quiero decir.

—Tranquila, Riley.

Una figura alta y sin duda masculina entra en la zona iluminada por la luna, pero no logro enfocar la vista. Camina hacia mí con las manos levantadas. Yo retrocedo un poco, y él reduce el paso.

Se queda a apenas unos metros de mí. Por fin veo con claridad y, cuando lo reconozco, no puedo creer que sea él.

—¿Jordan? ¿Qué... qué estás haciendo aquí?

—Me has llamado y me has pedido que viniera. ¿No te acuerdas? —dice, levantando las cejas oscuras y sonriendo.

Las llamadas perdidas en mi teléfono... ¿Era él tratando de comunicarse conmigo? Gruño, avergonzada, e intento cruzar los brazos, pero termino entrechocándolos dos veces hasta que lo consigo. Bajo la vista y veo un papelito blanco debajo del columpio. No necesito recogerlo para saber que es su número. Sinceramente, no recuerdo haberlo llamado, pero sí que no he parado de pensar que me gustaría tener a alguien a quien llamar.

Y parece que lo he encontrado.

Me llevo una mano a la frente sin saber muy bien cómo pedirle disculpas.

—No puedo creer que hayas venido. Lo siento mucho, mucho.

Jordan se acomoda a mi lado en la arena, con sus largas piernas estiradas frente a él.

—No lo sientas. Me alegra que me hayas llamado.

Me lo quedo mirando e intento leer su expresión a la luz de la luna. Tiene la vista clavada al frente, pero no parece estar molesto o incómodo. Me relajo un poco y me echo hacia atrás para poder descansar la cabeza, que me está empezando a dar vueltas de nuevo.

Me sonríe con ironía.

—Casi me das con la botella cuando venía a buscarte.

No puedo evitar reírme.

—Siempre apareces en el momento justo. Primero para ayudarme con el pinchazo. Y ahora llegas justo a tiempo de presenciar mi primera experiencia con el alcohol.

Jordan parece un poco preocupado cuando ve que intento incorporarme sobre los codos, vacilo, y vuelvo a echarme hacia atrás.

—La primera vez, ¿eh? ¿Te has bebido toda la botella?

—No, señor oficial. Casi toda.

Hago un falso saludo militar, y Jordan niega con la cabeza. Inspiro profundamente y me incorporo para sentarme junto a él.

—Y supongo que no has elegido empezar hoy porque sí —suena dubitativo, como si supiera que se está inmiscuyendo en mis asuntos, pero aun así necesitase algunas respuestas—. Sonabas realmente mal cuando me has llamado. ¿Qué pasa, Riley? ¿Estás bien?

Lo miro y me pregunto cómo responder a eso. Cuánto tardará en encontrar una excusa para largarse de aquí si le cuento la verdad. Se me escapa un sollozo ante la idea de quedarme sola de nuevo en el parque, y Jordan me rodea los hombros con un brazo en un gesto de cariño, corto pero reconfortante.

—Sea lo que sea, se solucionará.

Su mirada me dice que habla en serio. Y después de tanto tiempo, estoy harta de las mentiras. Mi padre es la única persona a la que nunca he mentido, pero ahora sé que él sí que me ha mentido a mí al menos una vez... o quizá más.

Pase lo que pase, no puedo seguir haciéndolo. Sobre todo con la única persona que me ha tratado bien últimamente.

—Es mi... mi padre —digo, mientras acerco las rodillas al pecho y las abrazo.

—Entiendo —Jordan asiente enseguida—. ¿Problemas con el tema del divorcio?

Lo miro sin entender hasta que recuerdo que también le mentí sobre eso.

—Ah... Algo así, pero lo del divorcio es mentira. Lo siento. De verdad que lo siento. No pude... —estoy divagando, y arrastro tanto las palabras que ni siquiera yo sé lo que trato de decir.

Jordan me pone una mano en el brazo para interrumpirme y frunce un poco el ceño.

—No importa. Cuéntame la verdad ahora.

—Mis padres no están divorciados, pero mi padre dejó de vivir con nosotras cuando yo tenía seis. Él... Mi pa... padre está en la cárcel.

—Vaya... —Jordan me mira con tristeza—. No tienes por qué esconder eso, Riley. No eres la primera chica que conozco con un padre en la cárcel.

—Ya, pero es que él no solo está en la cárcel. —Entierro la cabeza en mis brazos para no verle la cara cuando le cuente el resto—: Está en el corredor de la muerte por haber a... asesinado a tres mujeres. Lo ejecutarán pronto... demasiado pronto.

Pasan segundos, un minuto... y Jordan permanece en completo silencio. Gruño.

—Si te vas a ir, no quiero tener que verlo, ¿vale? —digo en un susurro, pero lo suficientemente alto como para que me oiga.

La cabeza y el corazón me laten con fuerza mientras pronuncio las últimas palabras.

—Lárgate.

Pasa otro minuto en silencio, y finalmente levanto la vista. Jordan está sentado junto a mí con cara de preocupación. Tiene los ojos cerrados y se frota la frente.

—Te he dicho que puedes irte. —Mi voz es débil, y la odio.

—No quiero —responde de inmediato, y luego abre los ojos y me clava la mirada—. ¿Cuál es tu apellido, Riley?

La pregunta me parece extraña, pero como le he mentido, tal vez quiere confirmar mi historia. Parece que mi familia está llena de mentirosos. No puedo culparlo.

—Beckett —respondo.

—Beckett, está bien.

Jordan inspira lenta y profundamente. Luego me pregunta lo único que no estaba esperando.

—¿Cómo te puedo ayudar?

Niego con la cabeza, confundida.

—¿Ayudar?

—Sí. Odio verte así. —Apoya su mano en la mía un instante—. No importa lo que tu padre haya hecho, tú no eres responsable. ¿Cómo te puedo ayudar?

Me siento muy recta y aparto la mano de un tirón.

—¿Quién dice que lo hizo?

Una sombra cruza el rostro de Jordan.

—¿Te ha dicho que es inocente, entonces? ¿Le crees?

Me desplomo al instante, porque la verdad es que ya no lo sé. Me noto un poco más lúcida, tengo náuseas y me gustaría no haber tirado la botella de ron. De pronto vuelvo a llorar y a murmurar cosas que sé que no debería contarle a nadie, pero no aguanto más tiempo guardándomelas solo para mí.

—Siempre ha mantenido su inocencia. Desde hace once años. Pero hoy me ha contado que miente. Me ha dicho que quiere que mi madre y yo continuemos con nuestras vidas. Quiere que lo dejemos ir.

—Chist. Tranquila.

Jordan se acerca a mí, me rodea los hombros y me lleva despacio hacia él.

—¿Y tú cuál crees que es la verdad? —me pregunta tras unos segundos.

Niego con la cabeza y eso hace que todo empiece a girar.

—No lo sé. Y odio no saberlo. ¿Cómo voy a poder vivir sin saber quién es mi padre?

No responde, me abraza y me deja llorar en su hombro. No me odia por quién es mi padre, no piensa que soy débil como mi madre. Se limita a susurrarme que todo irá bien, y eso es exactamente lo que necesito en este momento.

Cuando dejo de llorar, no me muevo, aunque sé que debería. Siento su torso firme y fuerte bajo mi cabeza, y el calor de su mano en mis hombros mientras me sostiene. Huele a jabón y a algo con almizcle, y me dan ganas de cerrar los ojos y relajarme. Mis pensamientos están fuera de control y parece que llegan directos a mi boca sin filtro alguno.

—Hueles tan bien... ¿Te acabas de duchar?

Se ríe, sorprendido, y siento su aliento cálido en la cabeza.

—Sí. Mi padre me ha hecho jugar un partido de fútbol en el vecindario.

—¿Los partidos que jugáis en el vecindario siempre se disputan tan tarde?

Trato de incorporarme, pero no lo consigo y termino apoyando la cabeza en su hombro porque la siento aún más pesada que antes.

—No, ha terminado hace unas horas, pero empiezan cuando cae el sol. Es mejor empezar tarde cuando hace tanto calor.

—¿Y tu padre te ha hecho jugar?

Trato de rascarme la nariz, pero casi me saco un ojo.

—No le gusta mucho que hayas dejado de jugar, ¿no?

—No. Esa es una de las muchas razones por las que me he alegrado tanto de que me llamaras.

Jordan refunfuña, y el gesto hace que parezca mayor. Me incorporo de nuevo y lo miro.

—Se me hace incómodo estar en casa cuando tenemos conversaciones de este tipo —añade.

—¿Muchas razones? —pregunto.

Noto que me sonrojo, pero luego frunzo el ceño. Jordan está balanceándose y me marea. Estoy a punto de pedirle que se quede quieto, pero de repente me doy cuenta de que no es él quien se está moviendo. Soy yo.

—Creo que es hora de que vuelvas a casa.

Me tiende una mano para ayudarme a mantener el equilibrio e incorporarme. Me coge del codo y me guía hacia el aparcamiento.

—¿Has traído algo más al parque aparte de tu amigo el ron?

—No. Estábamos solo nosotros dos.

Caminar parece que empeora mi estado, y me siento un poco descompuesta.

—Y creo que no somos amigos.

—Probablemente no —Jordan se ríe entre dientes.

Casi hemos llegado al aparcamiento cuando salgo corriendo hacia la izquierda, arranco el codo de su mano y me alejo tambaleante. Pongo la distancia apropiada entre los dos justo a tiempo para soltar a mi no amigo sobre el césped.

Un par de minutos después, las arcadas han parado, pero me arde la garganta, me duele la barriga y estoy segura de que huelo a vómito. Jordan empieza a caminar hacia mí cuando ve que me dirijo de nuevo hacia él. Levanto una mano.

—Dado que esta chica tiene una mínima esperanza de volverte a ver a la cara después de lo que ha pasado hoy, te pido que por favor no te acerques demasiado —suelto, débil.

Él se detiene de golpe y se ríe.

—Está bien, pero no puedes conducir así.

—Lo sé, pero puedo caminar. No vivo muy lejos. Ya vendré mañana a por el coche.

Me tropiezo con mis propios pies, pero me las arreglo para no caerme de boca.

Jordan niega con la cabeza.

—¿Qué te parece si llegamos a un término medio? Yo te llevo a casa en tu coche.

Inclino la cabeza, confundida.

—Pero entonces estarás en mi casa... y tú no vives allí.

—Lo sé —Jordan se ríe aún más fuerte—. No hay problema. Volveré caminando a buscar mis dos ruedas.

Abro los ojos.

—¿Has venido en bici?

Sonríe y le aparecen unas arruguitas alrededor de los ojos.

—Otro tipo de dos ruedas. Tengo una moto.

Niego con la cabeza tan rápido que tengo que darme un momento para respirar.

—No sé conducir una de esas.

—Me lo temía. Y hacerlo borracha la primera vez tampoco es que sea el mejor plan.

Me guiña un ojo, y me doy cuenta de que ha vuelto a acercarse.

Doy un paso al lado.

—Entonces, ¿tú puedes volver aquí andando en plena noche y yo no puedo regresar caminando ahora?

Baja el mentón y me mira directamente a los ojos.

—¿Me estás diciendo que es lo mismo dejar que tú vuelvas a casa andando, sola y hecha polvo que que yo vuelva aquí andando también pero sobrio? Eres demasiado encantadora, y no conozco el vecindario muy bien. No me lo discutas esta vez.

—Ufff, está bien.

Saco las llaves y se las doy, y camino lentamente hacia el coche. Le dirijo un atisbo de sonrisa por encima del hombro.

—Debería haber llamado a Matthew. Seguro que es menos cabezota.

—No lo has visto a la hora de irse a dormir.

Me subo al coche, con movimientos inestables.

—¿Tan malo es?

—Además, no sabe conducir. Confía en mí, soy tu mejor opción.

Gira la llave en el contacto y sonrío mientras apoyo la cabeza en el asiento. Lo que acaba de decir es lo más cierto que he escuchado en mucho tiempo.

Condenado a muerte

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