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ОглавлениеTRAGO Y ME ACERCO EL COCHE a los ojos, y finjo que estoy muy concentrada en sus ruedas delanteras, mientras mi mente trabaja a mil revoluciones por minuto. No me gusta la idea de no decirle la verdad a Matthew, porque, por alguna razón, mentirle a un niño, con lo transparentes que son, me hace sentir mal, pero no quiero contarle a Jordan nada más de lo necesario. Es obvio que solo existe una solución: decirle la verdad a Matthew y mentirle a Jordan descaradamente.
—No. De hecho, estudio en casa.
Hago girar las ruedas una vez más antes de dejar el coche en la mesa.
—Tal vez tenga una de esas caras tan comunes —concluyo.
Jordan asiente con la cabeza.
—Tal vez —dice.
—¿Haces deporte? —Matthew interviene antes de que Jordan pueda añadir nada más.
—La verdad es que no.
—Jordan juega... —Matthew mira a Jordan frunciendo el ceño—. ¿Todavía juegas o ya no?
Ahora es Jordan quien se siente incómodo.
—Quizá vuelva a jugar, pero por ahora no.
Matthew asiente con un gesto cómplice.
—Jugaba.
Miro a ambos hermanos, esperando a que alguien complete la información que falta.
—Fútbol americano —dice Jordan, con una expresión bastante reservada.
Me pregunto por un momento si él también me percibe así.
—¿Dejaste de jugar al fútbol? ¿A propósito? —finjo estar espantada—. Pensé que eso jamás pasaba en Texas.
La expresión de Jordan se suaviza.
—Lo sé. Deberías tenerlo en cuenta. Soy una rareza.
—Al final te rendirás y volverás. Todos lo hacen —digo.
Luego hago chocar un cochecito contra Matthew y le da un ataque de risa.
—¿Eres experta en fútbol texano?
Jordan me observa y parece haberse olvidado por completo del coche que tiene en la mano. Yo lo miro de reojo y adopto una táctica evasiva.
—Mmm... ¿Acaso no es obligatorio si vives aquí? Creía que te quitaban el carnet si no lo eras.
—¿El carnet de texano oficial? —pregunta mientras construye una rampa para Matthew con el menú y el servilletero.
—Sí.
Así está mejor. Charla superficial y amistosa. Nada de preguntas inquisitivas, y todos estaremos la mar de bien.
—Pues creo que voy a devolver el mío.
Jordan se concentra en perfeccionar la estabilidad de la rampa y añade unos saleros y pimenteros en uno de los extremos.
Lo que dice me sorprende y dejo el cochecito. De pronto siento tanta curiosidad por el chico que está sentado frente a mí que me olvido de que debo guardar mis secretos.
—¿Sí? ¿Por qué?
Nota que mi tono de voz es diferente y me mira unos segundos.
—No lo sé. Razones —dice.
Parpadeo. Y creía que era yo la de las respuestas evasivas.
Jordan coge uno de los coches de Matthew y lo desliza con éxito por la rampa. Este solo se detiene cuando choca de lado con mi batido, y Matthew lo coge de inmediato para hacerlo correr de nuevo. Yo me decido por el violeta, lo pongo en la rampa para lanzarlo después del de Matthew y sonrío, siento que me empiezo a relajar. Algo me dice que un tipo que tiene sus propios secretos no insistirá demasiado en que yo revele los míos.
Por lo visto, los niños de seis años tienen muy claro lo que quieren hacer y cuándo quieren hacerlo. Matthew es nuestro líder, y nos pasamos el rato obedeciendo sus órdenes.
—¡Vamos al cine! —exclama cuando, media hora después, salimos del Galaxy.
Jordan me mira nervioso.
—¿Quieres ir al cine?
—Depende... —Bajo la mirada hacia Matthew y levanto una ceja—. ¿Qué película quieres ver?
Frunce el ceño de golpe.
—Ufff, ¿te gustan las de besos?
Jordan refunfuña mientras se tapa los ojos con una mano. Respondo como si tuviera que pensar mucho al respecto.
—Mmm... Hoy no me gustan, no.
—Ay, ¡qué bien!
Matthew parece tan aliviado que me da un ataque de risa.
—¿Vemos una de explosiones o de dibujos animados?
—¿Dibujos animados, tal vez?
Supongo que con Matthew es mejor elegir algo que sea apto para todos los públicos.
—¿Qué opinas, Jordan?
En cuanto nos volvemos para mirarlo, Jordan levanta la vista del móvil. Parece sinceramente sorprendido de que le estemos pidiendo su opinión. Quizá pasar la mayor parte del tiempo con un niño de la edad de Matthew tenga desventajas. Como no poder decidir mucho.
—Sí. Dibujos animados —responde Jordan mientras nos lleva hacia el cine.
En la sala, Matthew se sienta entre nosotros. Echo un vistazo a Jordan durante los tráilers. Me he divertido muchísimo con estos hermanos, y eso que solo los conozco desde hace apenas un par de horas. ¿Habré encontrado en Jordan a alguien que no me presione para saberlo todo sobre mí? ¿Podrá esto acabar en una amistad verdadera? Me sonrojo mientras aparto la mirada, agradecida por la oscuridad del cine.
Frunzo el ceño. Sé de sobra que no debo involucrarme con nadie. Nunca termina bien..., no importa cómo comience.
Pero esta calurosa tarde de miércoles, en la que no tengo nada mejor que hacer, puedo permitirme soñar un poco, ¿no?
Cuando vuelvo a levantar la mirada, percibo que Jordan me está observando. Esta vez no aparta la vista ni parece avergonzarse. Simplemente me sonríe... y yo le devuelvo la sonrisa.
Después de la película, jugamos a hacer carreras con los coches de juguete en el tobogán del patio de juegos y compramos galletas saladas. Matthew y Jordan son una distracción mucho mejor que mi plan original de observar a la gente. Cuando llega el momento de irnos, me entran deseos de tener un hermano menor con quien pasar el rato.
Me acompañan al coche porque, según dice Matthew, «es lo que hacen los caballeros». Resulta difícil discutir con alguien tan tierno. El pequeño pasa zumbando por delante de nosotros mientras nos dirigimos hacia la salida del centro comercial. Lo observamos mientras juega con su coche preferido, un camión plateado con las ruedas gigantes, en cada superficie que encuentra: el respaldo de los bancos, alrededor de las macetas con flores, la parte inferior de los escaparates de las tiendas. Me sorprende que todavía no lo haya hecho rodar por encima de los transeúntes.
—Gracias por quedarte un rato con nosotros. —Jordan parece incómodo—. Espero no tuvieras nada importante que hacer.
—No tenía nada —digo—. Y aunque si hubiera tenido algo, habría preferido pasar el rato con vosotros. Sois una pareja muy divertida.
—Es bueno saberlo.
Jordan acaricia el pelo de Matthew cuando pasa corriendo por nuestro lado.
—Parece que es un arma secreta que no sabía que tenía.
—¿Te veré aquí con una chica distinta cada semana ahora que has descubierto la mina de oro? —pregunto con una sonrisa amplia.
—No, eso sería demasiado fácil. Ya no sería un desafío.
—Claro, si es demasiado fácil no es divertido.
Me río y, cuando bajo la vista, percibo que Jordan me observa con más atención que antes.
—En serio, Riley, hay algo en ti que me resulta tan familiar...
Jordan entorna los ojos, y yo empiezo a sentir pánico de nuevo. A pesar del día tan divertido que hemos pasado, noto que me duele el estómago. Entonces ruego mentalmente: «No me recuerdes de un periódico o de una foto que has visto online por ahí. Hoy no. Tú no».
—¿¿Seguro que no nos hemos visto antes? —pregunta.
—No lo sé —intento ganar tiempo mientras nos acercamos al coche—. Quizá me has visto aquí. ¿Sueles pasar los miércoles con tu hermano en el centro comercial?
—Es la primera vez que venimos, en realidad.
Jordan se recoloca el contenedor de plástico verde debajo del brazo. Escucho cómo dentro se suceden pequeños choques automovilísticos.
—Como te he dicho, debo de tener una cara común.
Me encojo de hombros y saco las llaves del bolsillo. Matthew pasa el camión por encima del capó de mi coche y, de pronto, me da un abrazo.
—Gracias, Riley —dice.
—De nada, Matthew —contesto.
Le doy una palmadita en la cabeza. Y cuando abro la puerta para entrar en el coche, se me hace extraño pero lo veo más vacío que esta mañana.
—¿Os llevo hasta el vuestro?
—No, estamos unas filas más allá. —Jordan abre la boca para añadir algo, pero entonces baja la vista y frunce el ceño—. Eh... tu neumático... ¿siempre lo llevas así?
—¿He pinchado? —pregunto, pero mi tono acaba siendo de afirmación en cuanto lo veo.
El neumático está tan deshinchado que parece que lo único que sostiene el coche es la llanta.
—Sí.
Jordan me sigue hasta el maletero. Cuando lo abro, veo un hueco donde debería estar el gato y gruño. Se lo presté a Tony —un tipo de mi antiguo trabajo— una semana antes de que mis compañeros se enteraran de lo de mi padre, empezaran a molestarme y yo me fuera.
El día de distracción acaba de dar un giro muy oscuro.
¿Cómo he podido olvidarme del gato? ¿Por qué he tenido que pinchar justo ahora, y aquí? ¿Por qué la noche anterior a la audiencia de mi padre?
¿Y ahora qué hago? ¿A quién llamo? Mi madre trabaja hasta tarde, y aunque logre hablar con ella, sé que tengo que esperar a que termine antes de que pueda pasarme a buscar. ¿Por qué nunca está cuando más la necesito?
La última pregunta me rebota por el cuerpo como si fuera una bala microscópica. No suelo permitirme pensar así. Pero ahora este pensamiento atraviesa cada una de mis células hasta que no queda nada en mí que no duela, que no sangre. Siempre me esfuerzo por evitar esta pregunta en particular... porque, sinceramente, no sé si soy capaz de aceptar la verdad: que el único de mis padres al que en realidad le importo está en el corredor de la muerte esperando a que lo ejecuten.
—Eh, ¿estás bien?
Me doy la vuelta y me siento en el borde del maletero. El acero aún candente me calienta las piernas a través de mis pantalones cortos caqui, pero no me importa. Levanto la vista hacia Jordan.
—Parece ser que tengo una carencia importante de gatos.
De pronto, sonríe.
—Creo que puedo ayudarte con eso. Quédate aquí, enseguida volvemos —me dice.
Antes de que pueda responder, levanta a Matthew y lo carga como si fuera una bolsa de patatas. Mientras Jordan corre por el aparcamiento, el pequeño se ríe y grita: «¡Ah!». Cada vez que Jordan apoya un pie en el suelo, la voz de Matthew gana intensidad. «Ah. Aaah. Aaah. Aaah. Aaah. Aaah.»
Los observo y no puedo evitar reírme con ganas. Se suben a un Honda azul y conducen por el aparcamiento hasta que llegan a mi coche.
Cuando Jordan se baja, Matthew lo sigue como si fuera su sombra en miniatura.
Jordan vacila, pero luego baja la vista hacia Matthew.
—Puedes jugar alrededor de estos dos coches o dentro del mío. En ningún otro lado, ¿entendido?
Matthew asiente y juega con el camión plateado sobre el parachoques de Jordan.
Jordan viene hacia mí y extiende una mano para ayudarme a bajar del maletero.
—Gracias —digo en voz baja.
Me encantaría que nuestro encuentro hubiera terminado con Jordan recordándome como la chica tan simpática que acaba de conocer, y no como la indefensa que ni siquiera es capaz de reparar un pinchazo en una rueda.
Me aprieta la mano cuando me incorporo, luego la suelta y abre su maletero. Coge el gato mientras yo comienzo a sacar el neumático de repuesto. Me ayuda a levantarlo.
—Puedo encargarme yo si tenéis que iros.
Intento darle una excusa para salir del apuro y extiendo una mano para coger el gato, pero lo cierto es que no tengo ni idea de cómo cambiar el neumático; a mi padre no le dio tiempo a enseñarme. Por otro lado, si Jordan me deja el suyo, no lo tendrá el día que lo necesite.
Por suerte, ya está negando con la cabeza.
—Déjame ayudarte. Preferiría no decepcionar a nuestros padres, ni su sueño de que un día Matthew y yo nos convirtamos en unos perfectos caballeros sureños.
—Un objetivo muy noble.
Se encoge de hombros mientras coloca el gato.
—Es bueno tener sueños —dice.
—Supongo que sí.
Esta vez no se me ocurre nada ingenioso que responder. Así que me limito a sentarme al lado del coche y a observar a Jordan para saber qué hacer la próxima vez que pinche.
Él frunce el ceño cuando ve lo mucho que se me han ensuciado los pantalones cortos.
—Puedes esperar en tu coche o entrar en el centro comercial mientras hago esto.
—Ni loca. Tal vez no sea la perfecta dama sureña, pero hasta yo sé que no debo dejar al chico que me está ayudando en una noche calurosa de verano para irme a esperar dentro del edificio con aire acondicionado.
Busco en mi bolso.
—Pero me encantaría tener té dulce o algo plano y grande para crear un abanico —añado.
Jordan se ríe y termina de subir el gato lo suficiente como para levantar el coche y poder retirar el neumático pinchado.
—Creía que las chicas solo hacían eso en películas antiguas como Lo que el viento se llevó.
—Tal vez las chicas que conoces tú sean más capaces y no necesiten fingir.
Jordan entorna los ojos y me mira.
—O puede que sean menos creativas.
—No lo creo.
Me sorprende lo cómodo que me resulta charlar con él.
—Entonces, si no puedo abanicarte, tendré que entretenerte con una conversación ingeniosa —añado.
—No sé por qué me da que eres buena en eso.
Levanta la vista hacia mí y una ola de placer me recorre antes de contestar.
—A ver, ahora ya sé que eres experto en coches en miniatura y experimentos científicos, que, al parecer, sabes cambiar un neumático y que de momento te sientes orgulloso de ser un caballero.
Jordan no vacila lo más mínimo mientras va quitando tuercas.
—Suena correcto —afirma.
Matthew se nos acerca, tiene el cabello apelmazado por el sudor.
—¿Podemos irnos a casa ya? —pregunta.
Jordan se detiene y lo mira.
—¿Te acuerdas de esas cosas que hacen los caballeros?
La mirada de Matthew va de mí a Jordan, y finalmente se detiene en el neumático. Suspira.
—Esta es una de esas cosas, ¿no? —dice.
—Sip.
Matthew se va arrastrando los pies; no podría estar más aburrido.
—Lo siento. Puedo intentar... —digo.
—Perdona, pero no te escucho, esta llave chirría muy fuerte.
Hace un gesto con una mano como diciendo que no puede hacer nada al respecto. La llave no hace prácticamente ningún ruido.
Pongo los ojos en blanco.
—Vale.
—Buena respuesta. De todos modos, no tiene sentido que discutamos. Soy un genio de la ciencia, ¿recuerdas?
—No recuerdo haber dicho genio en ningún momento —digo, y frunzo el ceño como si estuviera confundida.
—Qué raro... —Jordan me mira con inocencia—. Estoy seguro de que te he oído decirlo.
—Bueno, entonces, retomemos mi conversación ingeniosa. ¿Qué otra cosa debería saber de ti? —pregunto, y apoyo la cabeza en el coche—. ¿Hay algo más que tu madre quiere que seas? ¿El primer mecánico barra niñero barra investigador de coches de juguete, quizá?
De pronto, Jordan se queda quieto. Cuando me inclino hacia él continúa con el neumático, pero no responde y tiene una clara expresión de sufrimiento en la cara. Cómo no, me las he arreglado para herir al único proyecto de amigo que he encontrado en todo el año.
—Dis... discúlpame... —empiezo a decir.
—No.
Niega con la cabeza y sonríe con casi la misma intensidad de antes. Quita la última tuerca y se incorpora.
—No tienes por qué pedirme disculpas, Riley.
Me incorporo y lo ayudo a sacar el neumático en un silencio incómodo. No estoy segura de qué he dicho para herirlo, pero estoy decidida a no repetir ese error.
Jordan y yo colocamos el neumático de repuesto antes de que él se vuelva hacia mí.
—Te has quedado callada y eso no me gusta.
Se aparta el pelo negro de la cara y mira por encima del hombro para asegurarse de que Matthew no puede oírlo.
—Nuestra madre murió hace unos meses en un accidente de coche. Pensar en ella duele, eso es todo.
Se me cae el alma a los pies y me siento horrible.
—Ay, Jordan, lo siento tanto... —digo.
—Gracias —asiente él—. A partir de ahora, para asegurarme de que no te he asustado, prométeme que hablarás todo el rato hasta que termine de colocar el neumático.
—Menuda petición... En realidad no soy demasiado habladora.
—Tendrás que intentarlo —dice Jordan sonriendo.
Entonces se pone en cuclillas para ajustar las tuercas de nuevo.
—De acuerdo.
Vuelvo a sentarme en el suelo mientras intento pensar en qué decirle para seguir con la conversación. De repente me encuentro bajo mucha presión.
Jordan deja de hacer lo que está haciendo y me clava la mirada, así que digo lo primero que me pasa por la cabeza.
—Tener un solo padre es una mierda.
Parpadeo y, por su expresión, me doy cuenta de que está tan sorprendido como yo por lo que acabo de decir. ¿En serio? ¿Eso es lo único que se me ha ocurrido decir? ¿Qué ha pasado con la táctica evasiva?
Jordan vuelve la mirada hacia el neumático.
—Sí... lo sé. ¿Tus padres están divorciados? —pregunta.
—Sí.
Es una mentira demasiado fácil y obvia como para no aprovecharla, pero mentir a Jordan después de lo que me acaba de contar hace que me sienta mal. Por eso intento revelarle parte de la verdad.
—Mi padre hace años que no vive con nosotras... Desde que yo tenía seis.
—Eso es mucho tiempo —recupera su tono de voz medido, pero su mirada está llena de una tristeza muy profunda.
—¿Sigues echándolo de menos? —pregunta.
Y me deja sin aliento.
—Sí —respondo con suavidad—. Todos los días.
Jordan termina de ajustar el neumático de repuesto y baja el coche con el gato. Pasan algunos segundos hasta que por fin habla de nuevo.
—¿Se vuelve más fácil? —pregunta con interés.
Pienso en ello un momento. Sinceramente, no recuerdo mucho de la época en la que mi padre vivía con nosotras, así que me resulta difícil decidirlo. Sin embargo, sí me acuerdo de las primeras visitas a Polunsky, cuando yo todavía tenía la esperanza de que quizá una semana, un mes, un año más tarde, o en algún momento, dejaría de sentirme tan triste cuando me despidiera de él.
Ese día no ha llegado. Aún siento que un trozo de mí se queda en Polunsky cada vez que salgo de allí. Es como si una parte de mí estuviera en prisión con él.
—No, aún no —respondo, por fin, de la única manera que me parece sincera.
Jordan se pone en pie y recoge el gato.
—Listo. Prueba superada, pero creo que me debes ese té dulce que has mencionado —habla medio en broma, pero me estudia con atención.
La idea de que quiera volverme a ver hace que me tiemblen las piernas.
—Me parece justo —confirmo con una sonrisa tímida mientras cierro el maletero.
Jordan se saca un papel del bolsillo, escribe algo y luego se pone a mi lado.
—Conduce con cuidado. El neumático de repuesto es como los otros tres, así que no tendrás problemas, pero deberías arreglar o cambiar el pinchado.
Me pone el papel en la palma de la mano.
—Por si lo de los pinchazos se convierte en un hábito.
Siento que me invade un calor tibio cuando veo un número de teléfono escrito con trazos grandes en tinta negra.
—Gracias, Jordan.
—¿Por qué esta foto es tan vieja?
Escucho la voz de Matthew detrás de mí, y cuando me vuelvo me lo encuentro en mi coche sentado en el sitio del pasajero. La puerta se abre y ahogo un grito cuando veo que lleva en la mano la foto de mi padre.
Corro hacia él, le arranco la foto y la guardo en la guantera antes de que Jordan pueda verla. Cuando me incorporo, ambos me están mirando sorprendidos.
—Perdón, yo...
—No —me interrumpe Jordan antes de que pueda añadir nada más—. Te pido disculpas porque Matthew estaba fisgoneando en tu coche.
—¡Yo no estaba fisgoneando! —grita Matthew.
Cuando bajo la vista para mirarlo, veo que se restriega los ojos, parece muy cansado.
—Lo sé. —Me pongo en cuclillas frente a él—. No te preocupes. Gracias a los dos por vuestra ayuda.
Levanto la mirada hacia Jordan y espero que no piense que soy una friki total después de semejante numerito.
—Me lo he pasado muy bien hoy —añado.
Matthew asiente, serio, y se vuelve hacia Jordan.
—¿Ya hemos terminado de ser caballeros? —pregunta a punto de ponerse a llorar.
—Me parece que sí. —Jordan señala su coche—. Súbete y ponte el cinturón.
Jordan y yo nos quedamos de pie, solos. Me siento incómoda y avergonzada, pero él parece haberse recuperado.
—Perdón, es que...
—En serio, Riley, no tienes que explicarme nada.
Se acerca a mí y me apoya una mano en el hombro solo un instante, pero el tiempo suficiente para que ese gesto me haga sentir mariposas por todo el cuerpo. Luego saca la cartera y me enseña la foto de una mujer latina muy hermosa que tiene los hoyuelos de Matthew y el pelo de Jordan.
—De todas las personas del mundo que pueden entender por qué llevas una foto de tu padre escondida en el coche, ¿no crees que yo puedo ser una de ellas?
No puedo contarle que mis motivos son distintos a los suyos, pero tampoco quiero mentirle. No después de que haya compartido conmigo algo tan especial para él. O puede que sí se trate de lo mismo. De que ambos amamos y extrañamos a unos padres con los que no podemos estar. ¿Por qué no podría ser así de simple?
Me limito a suspirar.
—Gracias —contesto por fin.
—Que tenga una buena semana, señorita.
Jordan baja el ala de un sombrero imaginario mientras se dirige a su coche, y mi sonrisa, tímida al principio, se transforma en una radiante.
Matthew me saluda desde el asiento trasero a medida que se alejan. Yo lo saludo de vuelta, sorprendida porque pasar una tarde con un chico al que apenas conozco haya podido dejarme tan impresionada.