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2. El cuerpo fabricado:

Historia de la anatomía

La anatomía es a la fisiología lo que la geografía a la historia: describe el escenario de los hechos.

Jean Fernel, On the Natural Part of Medicine (1542); citado en C. Sherrington, The Endeavour of John Fernel (Cambridge: Cambridge University Press, 1946), p. 64.

La anatomía es el estudio de la estructura del cuerpo. Hoy día parece consustancial al estudio de la medicina, pero durante largo tiempo las explicaciones estructurales de la enfermedad se consideraban secundarias con respecto a aquellas que remitían a la función (fisiología). En este capítulo indagaremos sobre el ascenso de la anatomía desde la irrelevancia —e incluso el tabú— hasta el lugar que ocupa como fuerza institucional en la docencia médica.

El término anatomía procede del griego anatome, que significa «disección». Sigue implicando la idea de sección, pero también la de estructura (morfología): la forma, tamaño y relaciones de las partes del cuerpo. Empleado metafóricamente, también puede aludir al análisis de cualquier problema.

La medicina es el estudio de la enfermedad y sus tratamientos. Para comprender la enfermedad, los doctores se centran en las anomalías apreciadas en estructuras y función, que son los objetos de estudio de las disciplinas complementarias de la anatomía y la fisiología. Tradicionalmente, esos dos dominios han competido por horas de enseñanza, espacio de laboratorio y un lugar de privilegio en las mentes de los médicos. Desde luego, se da un considerable solapamiento entre estructura y función: una pierna rota no funciona muy bien; tampoco lo hace un corazón con un agujero en el tabique intraventricular. Pero una estructura anómala no siempre implica enfermedad: por ejemplo, malformaciones congénitas como tener seis dedos en los pies o una gran mancha de nacimiento no están vinculadas intrínsecamente al sufrimiento o a una esperanza de vida reducida. Del mismo modo, una función anómala puede ser compatible con una vida sana; por ejemplo, los estados portadores de enfermedades hereditarias como la talasemia o la anemia de células falciformes pueden detectarse, pero entrañan escasas consecuencias para los individuos afectados.

Las culturas médicas que dieron mayor importancia al estudio de la anatomía tuvieron su apogeo hace siglos, en Alejandría, luego declinaron, luego volvieron a lo más alto durante el Renacimiento para decaer después y, finalmente, brillar de nuevo durante el siglo pasado. La presentación actual de la enseñanza médica sigue reflejando ese último apogeo, pero la supuesta centralidad de la anatomía en la medicina moderna bien podría hallarse una vez más en declive.

Tres temas se repiten a lo largo de la historia de la anatomía:

1. Ambivalencia o «renuencia al contacto». ¿La disección anatómica ha de permitirse o no? El deseo de aprender sobre la enfermedad a menudo colisionaba con aversiones religiosas o culturales ante la idea de cortar en pedazos los cadáveres.

2. «El don del arte a la medicina». La expresión del saber anatómico descansaba en formas visuales de comunicación.

3. Estudio anatómico independiente del saber médico. La indagación sobre la anatomía en arte o ciencia no implicaba una posición equivalente en medicina.

Disección e ideas anatómicas en la Antigüedad

Las elaboradas prácticas funerarias de los antiguos egipcios brindaron frecuentes oportunidades para la observación de las distintas partes del cuerpo humano. Los embalsamadores eran expertos en la localización y extracción de los órganos a través de pequeños orificios y hendiduras en el cuerpo. Las artes gráficas egipcias tal vez fueran estilizadas, pero sus estatuas revelan una fina distinción de las estructuras superficiales e internas. A diferencia de embalsamadores y artistas, empero, todo parece indicar que los médicos no recurrían a la anatomía.

Nuestros conocimientos acerca de la medicina egipcia antigua se basan en un puñado de papiros sobre cirugía (véase capítulo 10). Las explicaciones que daban a la enfermedad probablemente se centraban en la fisiología, pues entendían que el aliento constituía la esencia de la vida. La existencia de los vasos sanguíneos, más que conocida, era conjeturada y solo unos pocos órganos se relacionaban con funciones específicas. Algunos estaban vinculados a ciertas deidades y se empleaban como jeroglíficos. Por ejemplo, un útero estilizado, o sa, representaba la diosa del alumbramiento. Como este símbolo era bicorne (con dos cuernos), los investigadores piensan que se inspiraba en un útero animal en vez de humano. El corazón simbolizaba el alma. En las ilustraciones del Libro de los muertos, el corazón del difunto se pesa en una balanza contra la pluma de la verdad; si ambos se hallan en equilibrio, el alma puede pasar al mundo siguiente (véase figura 2.1).

La escultura griega antigua refleja un interés por la representación rigurosa de la superficie anatómica, con atención a los músculos y huesos subyacentes. Las ofrendas votivas, depositadas en templos por enfermos que esperaban recibir una cura a cambio, estaban fabricadas en arcilla o piedra y representaban la parte del cuerpo aquejada —el útero, los pechos, la vejiga, las extremidades—, a veces con dolencias como venas varicosas.


2.1 El corazón en la balanza. Del Libro de los muertos, antiguo libro funerario egipcio. Papiro de Ani, c. 1420 a. de C. Museo Británico, Londres.

Pese a tales influencias artísticas y la pericia de sus observaciones, a los doctores griegos no les interesaba especialmente la anatomía. La disección de los cuerpos humanos estaba prohibida y las prácticas funerarias giraban alrededor de la cremación. La función era más importante que la estructura. Los cuatro elementos (tierra, aire, fuego y agua) y sus correspondientes cuatro humores (véase capítulo 3) servían para explicar las dolencias. Dadas las leyes y las costumbres funerarias, eran escasas las oportunidades para examinar las estructuras internas del cuerpo humano. Encontramos excepciones en los tratados hipocráticos sobre fracturas y dislocaciones, que revelan un amplio conocimiento sobre huesos y articulaciones.

El empleo de ilustraciones es esencial en la enseñanza de la anatomía y la prohibición no era extensiva a los animales. Aristóteles, filósofo y biólogo del siglo iv a. de C., pudo haber empleado grandes diagramas para enseñar anatomía comparada de animales. Por desgracia no se conserva ninguno de sus dibujos originales.

Entrado ya el siglo iii a. de C., la ciudad de Alejandría permitió la disección de los cuerpos, vivos o muertos, de los criminales. Estas demostraciones públicas tenían el doble objetivo de instruir y horrorizar al público. El hecho de que la práctica estuviera reservada a criminales indica la ambivalencia social con respecto a la disección, pues podía considerarse una suerte de profanación. Herófilo y Erasístratro, ambos alejandrinos, describieron estructuras minúsculas tales como los lacteales linfáticos, las meninges y estructuras vasculares como las tórculas de Herófilo (bautizadas en honor del primero). Como las ilustraciones anteriores, ninguno de sus escritos se ha conservado hasta nuestros días. Las pruebas que conservamos de su labor se hallan en los textos de otros autores que, como Galeno, vivieron unos cuatro siglos más tarde.

Galeno sobre HerófiloHerófilo «logró el más alto grado de precisión en materias que fueron conocidas a través de la disección, y obtuvo gran parte de su saber, no como la mayoría ... de animales irracionales, sino de los propios seres humanos».Galeno, siglo ii, según se cita en H. von Staden, Herophilus (Cambridge University Press, 1989), p. 143.

Galeno nació en el año 129 de nuestra era en Pérgamo, en la costa egea de la actual Turquía, pero pasó gran parte de su vida en Roma. Deploraba las leyes que prohibían la disección humana; por lo menos tres de sus tratados versaban sobre la anatomía humana, presumiblemente tal y como esta era entendida por los sabios alejandrinos. Galeno trabajó como médico de gladiadores y, posiblemente, aprovechó sus heridas abiertas para observar las estructuras internas. Gran experimentador, diseccionó animales, tanto vivos como muertos, siendo sus especímenes predilectos el cerdo y el mono. Extrapoló lo averiguado con esos animales a los humanos y concibió complejas teorías sobre las estructuras anatómicas, el movimiento de la sangre y el origen y sustento de la vida. Algunas de sus observaciones eran certeras para los animales, pero erraban el blanco cuando las aplicaba a los humanos; por ejemplo, atribuyó cinco lóbulos al hígado y una red vascular al cerebro que llamó rete mirabile.

En sus escritos, Galeno hace gala de un tono autoritario y jactancioso. Su perspectiva teleológica le permitió considerar que todas las estructuras del cuerpo tenían una finalidad (véase capítulo 3). Su orgullosa filosofía casaba bien con las ideas del cristianismo. Por ello, sus escritos se convirtieron en textos médicos de referencia durante más de un milenio. Bien pudiera ser que sus sucesores inmediatos tantearan la disección humana, pero las anatomías constituían en aquel tiempo unos ejercicios ritualistas e infrecuentes con los que se pretendía apuntalar la autoridad de Galeno y no perseguir la verdad.

Una lección de anatomía es el tema de un fresco del siglo iv hallado en una catacumba romana (Via Latina) en 1957. El instructor se sitúa a una considerable distancia del cadáver. Ni él ni sus alumnos tocan directamente el cuerpo tendido en el suelo. En vez de ello, lo rozan con una larga vara como si se quisiera recalcar su vulgar naturaleza.

Las ilustraciones anatómicas más antiguas que se han conservado datan de principios de la Edad Media y son obra de eruditos persas y árabes, quienes preservaron y transmitieron el legado de los autores griegos antiguos, ilustrando sus textos con estilizados diagramas. Sus esquemáticas figuras aparecen acuclilladas en una posición de rana para exhibir sus genitales y las caras interiores de las extremidades. En general, los dibujos cierran las series de cinco o seis sistemas: vasos sanguíneos, músculos, nervios, órganos y esqueleto (véase figura 2.2). Esta práctica se difundió hasta llegar a la Europa medieval. El alemán Karl Sudhoff, historiador de la medicina y autor de un estudio sobre estas ilustraciones, llegó a la conclusión de que sus precedentes griegos en la obra de Aristóteles probablemente también se presentaban en series parecidas de cinco o seis sistemas.



2.2 Cinco dibujos anatómicos de un manuscrito bávaro del siglo xii. Son característicos de los que encontramos en varios manuscritos persas y latinos de la Edad Media. Bayerische Staatsbibliothek, clm 120002, f. 2v–3r.

Tratados medievales sobre el cuerpo

En los siglos xiii y xiv, arte y anatomía vivieron un despertar propiciado por cambios legales, un debilitamiento de la enseñanza religiosa y las respuestas ante la violencia criminal y las enfermedades epidémicas. Los municipios, especialmente en Italia, recibieron presiones para permitir la disección a fin de determinar la causa de muerte en casos de asesinato u otras situaciones inusuales (véase tabla 2.1).

Tabla 2.1

Legislación anatómica en Europa entre los siglos xiii y xvi

AñoLugar¿Se permitía la disección?
1207Normandía
1230SajoniaNo
1238Sicilia, Nápoles
Salerno (Federico II)Sí, cada cinco años
1258BoloniaSí, víctimas de violencia
1300Vaticano (Bonifacio VIII)No
1302BoloniaSí, autopsia por sospecha de envenenamiento
1308VeneciaSí, una vez al año
1315PaduaSí, Mondino realizó una disección pública
1319BoloniaNo, estudiantes detenidos por diseccionar
1366MontpellierSí, disecciones ocasionales
1374MontpellierSí, una o dos veces al año
1391LéridaSí, un criminal cada tres años
1404VienaSí, primera disección pública
1540Enrique VIII de InglaterraSí, cuatro veces al año
1565Isabel I de InglaterraSí, delincuentes después de su ejecución

El auge de las universidades laicas también contribuyó al aumento en el número de disecciones. En la tradición cristiana, el cuerpo se relacionaba con el pecado y la existencia temporal del mundo profano. Investigar su funcionamiento interno no solo era innecesario, sino que además podía poner en riesgo la salvación, dado que la interpretación literal de las Sagradas Escrituras prometía la resurrección del alma en el seno de un cuerpo incólume. Por ello, la Iglesia no aprobaba la disección. Las imágenes medievales de disecciones hacen especial hincapié en la brutalidad del acto. A veces, el Papa concedía bulas especiales a algunas escuelas de medicina, como la de Montpellier, en el Mediodía francés, pero los individuos sometidos eran criminales ejecutados o, en rarísimas ocasiones, criminales vivos, acaso condenados a muerte por vivisección. La tensión aumentó cuando las escuelas quisieron practicar la disección y la Iglesia se negó: la desorganización resultante fue un fiel reflejo de las incoherencias que se daban en la estructura de poder de la sociedad a medida que esta evolucionaba. Los aspirantes a anatomistas a veces eran perseguidos.

Las disecciones legales eran ritualistas e infrecuentes; se celebraban una o dos veces al año, por ejemplo, y en algunos lugares solo una cada cinco años. El profesor presidía la escena desde una posición elevada y leía en voz alta una edición latina de Galeno. Los asistentes eran a menudo barberos analfabetos que practicaban la disección siguiendo los pasos de la lección. (A propósito de los barberos cirujanos, véase capítulo 10.) En consecuencia, las palabras de Galeno podían transmitirse sin oposición. Las diferencias entre el cadáver y el ideal galénico se explicaban por la imperfección del mortal, normalmente un delincuente (véase figura 2.3).

Un anatomista que rompió la tradición fue el italiano Mondino dei Luzzi. Insistió en la necesidad de que los anatomistas realizaran ellos mismos la disección, pero sus enseñanzas se apartaban un poco de Galeno. Su tratado Anatomia Mondini, de 1316, se convirtió en la referencia estándar para los ciento cincuenta años siguientes. Sus ediciones manuscritas no venían ilustradas, a diferencia de algunas ediciones posteriores. Sin embargo, cuando su obra fue impresa por vez primera en 1478, ya había empezado a ser superada por nuevos tratados.

El despertar artístico de finales de la Edad Media tuvo su reflejo en la representación del cuerpo en varios tratados anatómicos del siglo xiv. En la Chirurgia de Henry de Mondeville, la imagen del paciente/cadáver es vertical y algo más fluida que en sus hieráticos predecesores, como si fuera la instantánea de un movimiento real (véase también capítulo 10). Las numerosas imágenes recogidas en el tratado de Guido de Vigevano (fechado en 1345, es, en realidad, una edición ilustrada del Mondino) muestran al propio anatomista realizando la disección. Sin embargo, la representación estilizada recuerda a los dibujos de cinco figuras de siglos atrás.

A veces se empleaba la imagen de un «hombre zodiacal» para explicar la relación entre el cuerpo y el mundo exterior, además de indicar los puntos y momentos más propicios para aplicar el tratamiento. Estas figuras sintetizaban una gran cantidad de información. Se introducían modificaciones para ilustrar un buen número de posibles lesiones o enfermedades con los puntos y métodos adecuados de tratamiento: un «hombre de las heridas», un «hombre de las enfermedades» y un «hombre de las sangrías». Podemos hallar ejemplos de esos «hombres» en el tratado Fasciculus medicinae (c. 1491) de Johannes de Ketham (véanse figuras 2.4 y 2.5). Pese a su evidente conservadurismo artístico e intelectual, el Fasciculus se apoyaba en una importante innovación: la imprenta. Así pues, cabría decir que marca el principio simbólico del Renacimiento en anatomía.


2.3 Lección de anatomía del siglo xv. El profesor lee la obra de Galeno desde una posición elevada mientras se procede a la disección. Johannes de Ketman, Fasciculo di medicina, 1493. Yale University Library.

El arte y la anatomía renacentista

El Renacimiento es una etapa de la historia europea occidental —que abarca aproximadamente de 1400 a 1600— en la que coincidieron, por un lado, un despertar artístico e intelectual y, del otro, la recuperación del saber antiguo. Muchas causas

—económicas, sociales y demográficas— pueden esgrimirse para explicarlo. Desde la perspectiva de la historia de la medicina, una de las «causas» más curiosas y debatidas es la peste del siglo xiv, que diezmó las poblaciones europeas y transformó radicalmente sus estructuras económicas (véase capítulo 7). La peste alimentó cierto escepticismo a propósito de Galeno, quien no la había descrito, así como con respecto a la Iglesia, porque los «buenos» parecían morir con la misma presteza que los «pecadores». También dejó su impronta en el arte. La gente se habituó al espectáculo de los cadáveres en las calles y el horror ante los restos humanos empezó a desdibujarse. Los ciudadanos más notables se aficionaron a hacerse retratar sobre sus futuras tumbas como cuerpos putrefactos: memento mori, horripilantes recordatorios de la muerte que ni siquiera la Iglesia se atrevía a cuestionar. Aquel resurgimiento o renacimiento vino acompañado de la recuperación de autores, arte y lenguaje clásicos, así como del redescubrimiento de la belleza del cuerpo humano y de sus distintas modalidades de representación. Si cabía glorificar el exterior del cuerpo, extrapolar aquel interés a su interior no era más que cuestión de tiempo.

El arte del Renacimiento contribuyó a la ciencia anatómica y algunos artistas realizaron disecciones. Por ejemplo, Leonardo da Vinci —arquitecto, pintor, ingeniero, científico y filósofo— afirmaba haber diseccionado treinta cadáveres con sus propias manos, aunque el consenso entre especialistas rebaja ese número a menos de diez. Leonardo planeó realizar un tratado sobre anatomía, pues sostenía que para dilucidar la estructura del cuerpo humano había que efectuar varias «anatomías», cada una de ellas centrada en un sistema estructural: huesos, músculos, vasos sanguíneos, nervios y órganos. Se conservan doscientas páginas de esbozos y escritos anatómicos de Da Vinci en la Biblioteca Real del Castillo de Windsor, en Inglaterra. Dibujó su célebre «Hombre de Vitruvio» el mismo año que se imprimieron las figuras de Ketham, mucho más estáticas; el contraste entre ambas representaciones demuestra que el detalle anatómico interesaba más a los artistas que a los médicos.

A Leonardo le interesaban los pormenores de la estructura por razones científicas y artísticas, pero la medicina que le era contemporánea permanecía en la ignorancia a este respecto o carecía de curiosidad, pues los doctores seguían recitando las enseñanzas de Galeno tal y como las había recogido Mondino. Treinta años después de los dibujos de Leonardo, se publicó un nuevo comentario sobre Mondino, en esta ocasión firmado por Giacomo Berengario da Carpi, en el que se incluían unos grabados agradables a la vista pero estilísticamente simples de cadáveres, a veces representados de forma realista en el acto de ayudar a la disección.

¿Por qué a los profesionales de la medicina les interesaba menos el saber anatómico que a sus representantes actuales? Los doctores trataban a los enfermos por enfermedades, padecimientos y disfunciones subjetivas, pero, salvando fracturas y dislocaciones, las alteraciones estructurales eran en su mayoría imposibles de curar. Por ello, tratar de correlacionar la enfermedad con los órganos internos de un muerto, que no se podían visualizar ni tampoco alterar en vida del paciente, se antojaba una pérdida de tiempo (véase capítulo 4). Los médicos no rechazaban la disección como ejercicio intelectual, pero al mismo tiempo no le veían ninguna utilidad práctica.


2.5 «El hombre de las heridas», de Hans Gersdorff, Feldbuch der Wundartznei, 1517, facsímil, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1967, xviii verso.


2.4 El hombre zodiacal, en Johannes de Ketham, Fasciculus medicinae, 1491 [?], facsímil, Karl Sudhoff y Charles Singer, 1924.

Vesalio y la Fabrica (La estructura del cuerpo humano)

La extraordinaria De humani corporis fabrica de Andrés Vesalio apareció en 1543, cincuenta años después de los dibujos de Leonardo. Nacido en Bruselas en 1514, Vesalio estudió medicina en Lovaina, en la actual Bélgica, antes de viajar a Francia. En París fue formado por un profesor que leía la obra de Galeno al estilo renacentista mientras los prosectores diseccionaban debajo. Vesalio afirmaría más tarde haber diseccionado, cocido y vuelto a montar su primer esqueleto a partir del cadáver de un delincuente ejecutado que había robado de una horca. Más tarde se mudó a Padua, cerca de Venecia, donde la anatomía estaba mejor engarzada con los estudios de medicina que en París. Al poco de su llegada, obtuvo su doctorado en medicina. Al día siguiente, según una muy citada leyenda, fue nombrado «profesor» de cirugía a los veintitrés años de edad. A partir de ese día puso todo su empeño en la enseñanza anatómica.

Vesalio no solo efectuaba sus propias disecciones, sino que además trabó amistad con varios artistas de la vecinas ciudades estado de Venecia y Florencia. Algunos especialistas han sugerido que esos contactos se vieron auspiciados por las farmacias, pues en ellas los doctores acudían a buscar sus remedios y los artistas compraban sus pigmentos. De esta forma, Vesalio habría recibido consejos de artistas de talento y ahí residiría la clave de su éxito.

En 1538 publicó su primer libro, una suerte de aperitivo que precedió en cinco años al plato fuerte de su vida. Titulado Tabulae sex (Las seis tablas), este librito se hizo asombrosamente popular porque iba ilustrado con imágenes de gran calidad. Conforme a la inveterada tradición, contenía solo seis ilustraciones para acompañar al texto. Además, siguiendo los ideales renacentistas, se empleaban en él tres lenguas distintas: latín, griego y hebreo. Pese al evidente cuidado que se puso en la presentación artística, algunos rasgos morfológicos y proporciones corporales no parecen del todo acertados; la espina dorsal es tal vez un poco demasiado recta y las costillas aparecen más cortas. Más sorprendente resulta la persistencia de algunos detalles residuales galénicos: ¡un hígado pentalobulado y la rete mirabile! Sin lugar a dudas, con toda la experiencia acumulada, el joven Vesalio sabía que esas estructuras no existían. ¿Por qué las dejó ahí? Algunos historiadores consideran que se trataba de una estratagema para endulzar la acogida que habría de recibir su siguiente obra y ahorrarse así las iras de sus colegas más veteranos. Las Tabulae sex agotaron edición enseguida y fueron leídas con tanta fruición que sus grandes imágenes terminaron colgadas encima de las mesas de disección de sus alumnos. Se han conservado menos ejemplares de las Tabulae que ediciones originales del mucho más famoso y voluminoso Fabrica.

En la portada de la edición de 1543 de la Fabrica, Vesalio se muestra rodeado de una enorme multitud en la facultad de Padua. Mira con atrevimiento al lector mientras disecciona el cadáver de una mujer. Dicho cadáver, nos dice el propio Vesalio, era la amante de un monje; él y sus alumnos han actuado con diligencia para eliminar cualquier rasgo que permitiera identificarla antes de que el afligido monje pudiera llevarse el cadáver. La portada es de una gran densidad simbólica. En la parte inferior vemos a los barberos, apartados de la mesa y en plena riña. Desplazados a ambos laterales de la escena, tenemos a los animales: perros y monos, cobayas de Galeno y fuente de sus errores. Por encima, en la posición que la tradición tenía reservada a Galeno, vemos a un esqueleto. Entre la multitud se hallan los alumnos y colegas de Vesalio, antiguos sabios incluidos, como el barbado Realdo Colombo, quien describió la circulación pulmonar, y un joven que escribe o dibuja en quien algunos historiadores creen ver al autor del grabado. Pese al acento puesto en la innovación, el historiador Andrew Cunningham ha llamado la atención sobre las relaciones con los anatomistas de la Antigüedad. Cunningham encontró varios indicios impresionantes, y no solo en la portada, de que el anatomista en realidad pretendía «emular» a Galeno. Por su método, en el que daba gran importancia a la indagación y vivisección en primera persona, y pese a su refutación de parte de la anatomía galénica, Vesalio «no era más que un Galeno resucitado», un genuino hombre del Renacimiento (Cunningham, 1997, p. 114). El mismo historiador nos recuerda también que la disección en los primeros compases de la Edad Moderna todavía conservaba un valor ritual.

¿Con qué artista trabajó Vesalio? Semejanzas en el estilo manierista con el paisaje al fondo y algunos elementos arquitectónicos han llevado a pensar que quizá se trataba del gran Tiziano. Sin embargo, el candidato más probable, según una carta de Vesalio, sería su compatriota belga Jan Stefan van Calcar, quien trabajó en los talleres de Tiziano. Otro artesano meticuloso fue contratado con toda probabilidad para realizar las matrices de madera a partir del dibujo original. Dichas matrices habrían sido transportadas a través de los Alpes hasta Basilea, en Suiza, para confiarlas a uno de los mejores impresores de aquel tiempo, Johannes Oporinus.

La Fabrica no incluía seis dibujos, sino siete libros con múltiples grabados cada uno. El primer libro estaba dedicado al esqueleto. El segundo presentaba al hombre músculo, la serie más famosa de todo el tratado, y empezaba con seis figuras en vista frontal, entre las que se contaba el échorché, un cuerpo al que solo se le había arrancado la piel (véase figura 2.6). Unos comentarios dan cuenta de lo que se había hecho para crear cada una de las imágenes sucesivas, cortando los músculos por sus orígenes para dejarlos colgando de sus inserciones. Un humor irónico recorre la obra de arte: a medida que se van eliminando las capas de músculo, el pobre cadáver luce cada vez más desmejorado, pasando de una atlética exuberancia a necesitar de cuerdas y paredes para tenerse en pie. La decadencia anatómica tiene eco en el paisaje posterior, que se va volviendo más y más baldío a medida que el verano da paso al invierno. Después de la octava figura, se repite todo el proceso para la vista dorsal del cuerpo.

El tercer libro estaba dedicado a las venas y las arterias; la rete mirabile de 1538 había pasado a mejor vida. El cuarto describía los nervios. El quinto estudiaba los órganos abdominales, con los lóbulos hepáticos reducidos a dos. También incluía disecciones de genitales, que han sido objeto de la curiosidad de los investigadores. La vulva, la vagina y el útero de la amante difunta del monje se reproducen sin añadidos anexiales; la imagen recuerda a un pene, lo que invita a especular que su autor pretendía trasladar la idea de homología (véase figura 2.7). El sexto libro se centraba en los órganos torácicos y el séptimo, en el cerebro.

Pueden identificarse ciertas inexactitudes anatómicas en las imágenes; por ejemplo, el músculo recto abdominal llega mucho más arriba de lo que debería en la caja torácica. Sin embargo, a diferencia de sus predecesores y muchos de sus sucesores, el logro de Vesalio marcó época. La Fabrica se ha convertido en un objeto de veneración; las primeras ediciones siguen siendo muy buscadas y fue traducido a numerosas lenguas. Terence Cavanagh demostró que, si se juntaban las figuras con los músculos invertidos, la imagen resultante ofrecía un paisaje continuo. Algunos especialistas han situado la vista en las Colinas Euganeas, cerca de Padua, adonde han viajado docenas de doctores en busca de la localización exacta.


2.6 El échorché, uno de los hombres desollados de Vesalio. Fabrica [1543], segunda edición, 1555.


2.7 Vagina y vulva de la Fabrica [1543] de Vesalio, segunda edición, 1555.

La semejanza con el órgano masculino no es casualidad. A Vesalio le interesaban

las homologías y las trompas de Falopio todavía no habían sido descubiertas.

Vesalio no tardó en abandonar la vida académica para entrar al servicio de varias testas coronadas: Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, Felipe II de España y Enrique II de Francia. Luego parece ser que dejó de prestar sus servicios a la realeza para dedicarse a viajar, muriendo de regreso de Tierra Santa, adonde se había dirigido en peregrinación. Se cree que su tumba anónima se halla en la pequeña isla griega de Zante, pero las circunstancias exactas de su desaparición siguen siendo un misterio. Las matrices de madera de los grabados de la Fabrica sobrevivieron hasta el siglo xx y se emplearon en una edición de 1934, pero fueron destruidas en el bombardeo de Múnich durante la Segunda Guerra Mundial.

Después de la Fabrica, los científicos empezaron a prestar más atención a la estructura. Se publicaron a continuación obras parecidas, todas ellas un logro artístico por derecho propio. Una serie de brillantes disecciones deparó el descubrimiento de partes del cuerpo olvidadas o desconocidas hasta entonces. En 1545, Charles Estienne publicó un atlas que dedicaba especial interés a los nervios y los vasos sanguíneos. En 1561, Gabriele Falopio (o Fallopius) describió el oído interno, los nervios craneales y las trompas de Falopio, que no se habían inventariado en la Fabrica. Bartolomeo Eustachio (o Eustachius) identificó las glándulas suprarrenales, la vena cava, los ganglios simpáticos y el oído interno, incluida la trompa que lleva su nombre. Girolamo Fabrizio da Aquapendente (o Hieronymous Fabricius) describió las válvulas de las venas en 1603 y veinte años más tarde Gaspare Aselli descubrió los lacteales linfáticos al diseccionar un animal vivo en plena digestión. En 1747, Bernhard Siegfried Weiss (o Albinus) publicó su célebre atlas, que contenía grabados de esqueletos humanos con músculos y sin ellos en un frondoso bosque junto con otras maravillas exóticas, incluido un rinoceronte. Los anfiteatros anatómicos ofrecían demostraciones a públicos entusiastas y cultivados.

Pese a todos estos logros, la anatomía seguía sin tener demasiada incidencia en la medicina con pacientes. Los anatomistas de los siglos xvi y xvii se centraban ante todo en el descubrimiento y representación artística de la forma humana normal y sana. No relacionaban la estructura con la enfermad. Pero ya a principios del siglo xvii los científicos empezaron a emplear los nuevos conocimientos sobre la estructura del cuerpo para estudiar su función. La fisiología, más que la medicina, fue la primera en encontrar aplicaciones a la nueva investigación anatómica. Por ejemplo, William Harvey descubrió la circulación sanguínea apoyándose en gran medida (pero no exclusivamente) en la identificación de las válvulas de las venas a cargo de su antiguo maestro, Fabrizio da Aquapendente (véase capítulo 3).

Con las excepciones de Antonio Benivieni en el siglo xv y de Jean Fernel en el xvi, pocos autores demostraron interés en la anatomía anómala hasta transcurrido casi siglo y medio después de la publicación de la Fabrica. Théophile Bonet y Giovanni Battista Morgagni redactaron extensísimos compendios de anatomía patológica como base clínica de la enfermedad, pero sus obras no tenían ilustraciones (véase capítulo 4).

Ya en el siglo xviii, la disección se había convertido en una disciplina más respetable. Una nueva filosofía del conocimiento, llamada sensualismo, era predicada apelando a que todo saber procedía de la observación a través de los sentidos; la observación era venerada, mientras que la teorización quedaba supuestamente relegada. Los estudios anatómicos encajaban en aquella nueva tradición. Los artistas retrataban a anatomistas de prestigio en plena faena, rodeados de sus alumnos; magnífico ejemplo de ello lo brinda el famoso cuadro que pintó Rembrandt de una lección del doctor Tulp. Otros artistas creaban figuras de cera, las cuales se convirtieron en una importante herramienta para la formación médica. Se fundaron museos para conservar refinadas disecciones y figuras de cera que habrían de servir para consultas posteriores. Reliquias espectaculares de aquella etapa son las colecciones dieciochescas de John y William Hunter en Londres y Glasgow, la de Honoré Fragonard en Maisons-Alfort, a las afueras de París, la de La Specola en Florencia y la del Mütter Museum en Filadelfia.

Las observaciones durante aquellos comienzos de la Edad Moderna clasificaban la arquitectura del cuerpo en órganos y planos cada vez más pequeños y dependían fundamentalmente de lo que se podía identificar a simple vista. Exámenes meticulosos sentaron las bases de la embriología y la anatomía comparada. Se empezó a tener en cuenta cuál podría ser la «unidad» básica de los seres vivos y durante largos años observadores atentos como Giorgio Baglivi abogaron por conceder dicho honor a la fibra. Una teoría de los tejidos, y no de los órganos o las fibras, empezó a fraguarse a finales del siglo xviii y continuó con la aparición del microscopio, en lo que constituía una muestra más de la retroalimentación entre ideas y tecnología (véase capítulo 9). La idea de la célula como unidad fundamental, a menudo atribuida a Robert Hooke, no emergió como teoría hasta mucho después, con la obra de tres alemanes: el zoólogo Theodor Schwann, el botánico Matthias Schleiden y el patólogo Rudolf Virchow. La teoría celular encontró valerosos oponentes como T. H. Huxley, de cuyas contundentes críticas de 1853 se dice que contribuyeron en mayor medida a difundir la idea en Gran Bretaña que a desacreditarla. Una vez más, el conocimiento y la tecnología del microscopio se reforzaban entre sí; el empleo de dicha herramienta no sirvió por sí mismo para crear la teoría; antes fue necesario imaginar o «concebir» las primeras células.

Desconfianza médica hacia la anatomíaAun otros ... han tratado pomposa y engañosamente de promocionar este arte escudriñando en las tripas de criaturas muertas y vivas, tanto sanas como enfermas, ... pero el paupérrimo éxito que tales tentativas han cosechado o esperan alcanzar debo hacer constar aquí en cierta medida.Thomas Syndeham (c. 1668), citado en K. Dewhurst, Medical History, vol. 2 (1958), p. 3.Todo cuanto puede hacer la anatomía es mostrarnos las partes groseras y sensibles del cuerpo, o sus jugos insulsos y muertos, todo lo cual, tras la más diligente de las pesquisas, no le servirá a un médico para curar una enfermedad más de lo que le serviría para crear a un hombre. ... Si la anatomía no nos muestra ni las causas ni las curas de la mayoría de enfermedades, no cabe esperar que traiga muchas ventajas en la eliminación de los padecimientos y dolencias que afligen a la humanidad.John Locke (c. 1668), citado en K. Dewhurst, Medical History, vol. 2 (1958), pp. 3-4.Y más de un siglo después...La anatomía, por más cuidado que se ponga en su estudio, no ha brindado todavía a la medicina ninguna observación verdaderamente importante. Puede examinarse meticulosamente un cadáver, pero las necesidades de las que depende la vida se le escapan a uno. ... La anatomía tal vez pueda curar una herida de espada, pero se demostrará impotente cuando el dardo invisible de una miasma haya penetrado bajo nuestra piel.Louis Sebastien Mercier, The Picture of Paris before and after the Revolution, 1788 [Tableau de Paris], Londres, Routledge, 1929, p. 97.

Pese a todos estos éxitos científicos, el valor de la anatomía para la medicina seguía sin quedar muy claro. ¿Por qué? En primer lugar, persistía la aversión a los restos humanos. Caricaturistas del siglo xviii como William Hogarth se burlaban de la disección describiéndola como un acto vil, una adecuada «recompensa de la crueldad» (véase figura 2.8). En segundo lugar, incluso aquellos doctores que practicaban anatomías tenían dificultades para imaginarse cómo aplicarla después; el mismo sensualismo que aplaudía la anatomía la convertía en objeto de sospecha cuando había que trasladarla a la praxis médica. Los doctores no podían diagnosticar cambios internos hasta que el paciente había fallecido, y tampoco podían corregirlos. Enfermedades y diagnósticos se basaban en la presencia de síntomas (véase capítulo 4).

La anatomía ingresa en la medicina

A principios del siglo xix, la tecnología, junto con una reconfiguración de los conceptos relativos a la enfermedad, transformaron la mentalidad médica con respecto a la anatomía. Las técnicas diagnósticas de la percusión y la auscultación hicieron posible detectar cambios estructurales en el interior del pecho. Los nombres y conceptos patológicos dejaron de referirse a síntomas subjetivos, tales como la hemoptisis o la dificultar respiratoria, para relacionarse con lesiones anatómicas, como derrame pleural, consolidación pulmonar o enfisema (véanse capítulos 4 y 9).


2.8 La recompensa de la crueldad. Grabado de John Bell (anterior a 1750), a partir de la obra de William Hogarth. Yale University Library.

A medida que las enfermedades se volvían cada vez más anatómicas, la medicina tuvo que moverse en la misma dirección. De pronto, anatomía y disección se volvieron no solo interesantes sino esenciales para la formación médica. Las cátedras de anatomía, que antaño habían sido independientes, se integraron en toda facultad de medicina digna de ese nombre. La anatomía patológica no tardaría en sumarse a la fiesta: la primera cátedra británica de anatomía patológica fue concedida a Robert Carswell en 1828; la primera plaza en la universidad francesa fue a manos de Jean Cruveilhier en 1835. Ya en 1848, veinticinco de las cerca de cuarenta facultades de medicina de Estados Unidos ofrecían asignaturas de disección.

Pronto surgieron nuevos problemas debido a la disponibilidad limitada de cadáveres. Es posible que la disección fuera aceptable para los universitarios, pero la sociedad en su conjunto no estaba muy dispuesta a ver los cuerpos de sus seres queridos abiertos en canal y exhibidos para la formación de nuevos médicos. En pocos lugares se disponía de cauces legales para obtener material anatómico. En las ciudades con grandes hospicios para pobres y hospitales públicos, como el París postrevolucionario y Nueva Orleans, los cuerpos que no eran reclamados se entregaban inmediatamente a los profesores de medicina. En otros sitios, se obtenían de los cementerios o se adquirían bajo cuerda.

Apareció el nuevo oficio de «ladrón de cuerpos». Motivo legendario en canciones y relatos, quien se dedicaba a estas lides satisfacía la demanda en auge de cuerpos frescos con cadáveres recién inhumados de ciudadanos particulares. Se inventaron unas jaulas de hierro, llamadas mortsafe en inglés, para proteger los cadáveres más acaudalados de los ladrones de cuerpos. La sociedad asistía con horror a esa práctica intolerable y volcó sus iras también sobre los clientes de los ladrones de tumbas. En Estados Unidos, varias casas de médicos y facultades de medicina fueron asaltadas e incendiadas por la turba. Los cementerios estaban vigilados; después del entierro, los ricos contrataban a centinelas para proteger el panteón familiar de cualquier intento de asalto. John Rolph, profesor de medicina canadiense temporalmente exiliado en Rochester, Nueva York, por su implicación en la Rebelión de 1837 contra el gobierno colonial de Canadá, le pidió a un ex alumno que le fletara un cargamento de piezas anatómicas metidas en barriles de whisky desde Toronto a través del lago Ontario. Para ahorrarse dinero en intermediarios, los estudiantes de medicina eran unos auténticos expertos en el robo de tumbas. Los que estudiaban en Kingston, Ontario, eran famosos porque se habían especializado en el expolio de tumbas de patricios de la ciudad. En aquellas facultades de medicina situadas en las inmediaciones de cementerios, el comercio de cuerpos humanos era a veces una actividad dinámica y despiadadamente competitiva.

Ocurrió lo inevitable: asesinato para la compraventa de cadáveres. Se asesinó a un número desconocido de desfavorecidos para dicho fin. Alumnos y profesores tendrían que haber adivinado la procedencia de esos cadáveres especialmente frescos y lozanos. Sin embargo, animados por el afán de diseccionar cadáveres y garantizarse su abastecimiento, preferían no hacer preguntas. En un célebre caso de 1823, los escoceses William Burke y William Hare asesinaron por lo menos a dieciséis personas y vendieron sus cuerpos a Robert Knox, anatomista en la destacada facultad de medicina de Edimburgo. Knox se tomaba la molestia de eliminar las cabezas y otros rasgos que pudieran servir para identificar los cuerpos tan pronto como los recibía. En primer lugar, la pareja se dedicó a la caza de los ancianos misérrimos que alquilaban cuartos en la casa de Burke. Luego mataron a una prostituta del barrio, bien conocida de los alumnos de la facultad, pero los zagales se limitaron a diseccionar su cadáver sin decir ni pío. Solo cuando Burke y Hare secuestraron a un joven retrasado mental de todos conocido (James Wilson o Jamie el pasmado) empezaron a levantar sospechas. Unos días después, el cuerpo de Margery Docherty, una mujer sana a la que se había dado por desaparecida, fue hallado en el laboratorio del anatomista. Burke y Hare fueron acusados del asesinato. Al primero lo exculparon por testificar contra su cómplice. Burke fue ahorcado, siendo su cadáver diseccionado en público, y sus restos se expusieron ante centenares de curiosos. Su suerte sugiere que en aquel entonces la disección seguía siendo una espeluznante «recompensa de la crueldad». Su nombre es hoy sinónimo de asesinato. Ni Knox ni sus alumnos fueron encausados, pero la carrera del profesor quedó arruinada.

Poco después se aprobaron leyes que restringían la venta de cuerpos y proporcionaban a las facultades de medicina acceso a cadáveres no reclamados en hospitales, prisiones y hospicios (véase tabla 2.2). Francia, Alemania y otros países europeos ya habían aprobado legislación en este sentido a finales del siglo xviii. En Gran Bretaña, la Ley de Anatomía fue aprobada nueve años después del caso Burke y Hare. Massachusetts también se movió rápido, pero la mayoría de estados americanos revelaron su crónica ambivalencia a este respecto al ser incapaces de aprobar leyes hasta el final de la Guerra de Secesión. La legislación sobre anatomía canadiense fue el proyecto estelar de un extravagante pionero de la medicina, William «Tiger» Dunlop. La más reciente investigación académica estudia la complejidad de obtener cadáveres para la formación médica en los países asiáticos, donde la llegada de la medicina occidental se percibió en conflicto con las prácticas culturales y religiosas locales. En Japón, no fue hasta la expansión de las facultades de medicina de estilo occidental en la década de 1970 cuando la donación de cadáveres se consideró aceptable; se aprobó una ley a este respecto en 1983.

Tabla 2.2

Selección de legislación anatómica durante el siglo xix

1831Massachusetts
1832Ley de anatomía Warburton en Gran Bretaña
1843Canadá (revisada en 1859 y 1864)
1844Prusia
1854Nueva York
1854 en adelanteLa mayoría de estados en Estados Unidos
1883Pensilvania
1983Japón

La sociedad, paso a paso, empezó a tolerar mejor la disección. Las escenas de lecciones de anatomía prescindieron del sesgo macabro en favor de un aura de solemnidad que simbolizaba la seriedad de la medicina. Las mejoras en las técnicas de conservación y las inyecciones en los vasos sanguíneos mejoraron la longevidad y utilidad de los cadáveres. La cuestión del género pasó a primer plano cuando las mujeres ingresaron en la profesión médica a finales del siglo xix. Muchas facultades creían que las mujeres eran demasiado delicadas para enfrentarse a los cadáveres u observar cuerpos desnudos de hombres, especialmente en presencia de hombres vivos, de suerte que en algunas de esas facultades se eximió a las mujeres de participar en las disecciones o se estipuló que asistieran a clases separadas. Los problemas en lo que respecta al suministro de cadáveres seguían existiendo. Las leyes relativas a las anatomías afectaban en mayor medida a los desfavorecidos, ya fuera por la pobreza o la raza. La idea de donar el cuerpo a la ciencia todavía no había arraigado, sobre todo si se tiene en cuenta que los alumnos gustaban de burlarse de cadáveres y esqueletos y se hacían fotografiar con ejemplares en poses irrespetuosas (véase figura 2.9). Durante el Tercer Reich, se enviaron los cadáveres de miles de judíos asesinados a las facultades para satisfacer la acuciante demanda para la enseñanza y la exhibición. En 1998, unas investigaciones revelaron que por lo menos 1.377 cadáveres habían sido enviados de los campos de la muerte a Viena, donde el profesor Eduard Pernkopf los había utilizado durante la preparación de su sofisticado y muy leído atlas anatómico. Historiadores, anatomistas, bibliotecarios y especialistas en ética de la ciencia siguen debatiendo a día de hoy el uso adecuado y hasta la existencia misma de ese controvertido libro.

Pero paulatinamente el estigma fue desapareciendo y la gente empezó a estar dispuesta a donar sus cuerpos a la ciencia, en una nueva forma de filantropía socialmente aceptable. En las últimas décadas del siglo xx, con la posibilidad añadida del trasplante de órganos, gobiernos y sociedades en general han promovido activamente la donación. Los historiadores han visto en este nuevo afán por regalar la propia carne un síntoma del cambio en las actitudes hacia la ciencia, la educación y la muerte. La mayoría de las facultades solemnizan la donación con una ceremonia anual de gratitud y respeto. Nuestra facultad de medicina, sin ir más lejos, tiene una parcela especial para los restos anatómicos en el cementerio de la localidad.

La anatomía en la actualidad. ¿Ciencia básica o una novatada?

Cuando los profesionales de la salud piensan en el pasado que acabamos de describir, les resulta difícil no ver en él una serie de pasos progresivos y coherentes hacia una relación más franca y tolerante con el cuerpo, que es la base del saber y la praxis médicos. Según ellos, el cuerpo en un ensamblaje neutro y obvio de «hechos» estructurales que deberían ser accesibles a todo el mundo. En tiempos recientes, sin embargo, los historiadores de la cultura han demostrado que ese relato no es tan sencillo como parece. En una nueva tendencia llamada «historia del cuerpo», cuestionan la idea de que la forma humana sea un organismo inmutable que espera pacientemente a que lo descubran y estudien. Han demostrado que su «construcción» obedece a las presiones sociales y culturales de cada tiempo y lugar (véase capítulo 4). En vez de esbozar un relato sobre el descubrimiento del cuerpo, a los historiadores les interesa ver cómo ha sido «fabricado».

Por ejemplo, Londa Schienbinger señaló que las formas atribuidas por los anatomistas del siglo xviii a la pelvis de la mujer exageraban sus proporciones naturales con la idea de resaltar el papel de la mujer en la maternidad. Igualmente, Thomas Laqueur estudió las representaciones estructurales de la feminidad en tanto que vehículos de expresión de las actitudes políticas y culturales hacia las mujeres. Sander Gilman y John Efron expusieron de qué forma el antisemitismo contribuyó a las anatomías «normales» pero desviadas de los judíos. Los conceptos de normalidad son contingentes desde un punto de vista cultural: por ejemplo, el sobrepeso puede ser una manifestación de salud en una cultura y un signo de enfermedad en otra. Otros ideales de tamaño y proporción, incluida la altura, la capacidad craneal y el volumen del cerebro, también han recibido la impronta de supremacismos raciales, culturales y de género. David Armstrong ha demostrado que entre esas influencias constitutivas se cuenta en la actualidad la propia anatomía, pues ocupa una posición tan dominante en el pensamiento médico que muchos problemas inmateriales, como algunas enfermedades sin ir más lejos, son cosificados como si fueran entes materiales (véase capítulo 4). Tales ideas a menudo suscitan la resistencia de los anatomistas, persuadidos de que se ha llegado demasiado lejos en este sentido.


2.9 La promoción de medicina de 1920 posa para la cámara con fragmentos anatómicos. Las palabras «Med 20», en alusión a dicha promoción, están formadas con extremidades de cadáveres. Galería Friend-Vandewater, Botterell Hall, Queen’s University. Foto de los Servicios de Arte y Fotografía Médicos de la Queen’s University.

Si la historia de la anatomía ya no es tan obvia como lo fue en su día, tampoco puede decirse que su futuro parezca libre de dudas. ¿Adónde se encamina exactamente la anatomía? ¿Será uno de los pilares de las instituciones de enseñanza o ha pasado su mejor momento? ¿Estamos presenciando un nuevo ascenso en la importancia relativa de la función con respecto a la estructura? Son muchos los indicios que apuntan a que la anatomía como disciplina de investigación podría hallarse de nuevo en decadencia.

Somos depositarios del legado que Mondino y Vesalio construyeron con gran esfuerzo. Por ello resulta cuando menos sorprendente que los estudiantes de medicina rara vez practiquen la disección. Profesores asistentes o prosectores preparan las muestras por adelantado. Algunos de esos asistentes son cirujanos residentes que necesitan cursos de refresco porque han olvidado sus conocimientos de anatomía durante la capacitación posterior. ¿Por qué? Porque la medicina general no refuerza el estudio detallado de la anatomía. En consonancia con esta realidad, facultades innovadoras como las que encontramos en la McMaster University en Hamilton y en la Universidad de Calgary (fundadas en la década de 1960) nunca han impartido anatomía mediante disecciones formales.

La anatomía sigue disfrutando de sus propios departamentos en muchas facultades de ciencias de la salud. Sin embargo, no resulta fácil defender su posición como disciplina de investigación independiente. El estudio de la morfología aborda componentes cada vez más pequeños de la célula, y también de sus moléculas, con lo que a menudo no es sencillo distinguir la anatomía de la fisiología. Las publicaciones de los profesores de anatomía rara vez tratan de esclarecer estructuras totales o siquiera microscópicas. En el mejor de los casos, investigan la ultraestructura, el crecimiento y las funciones de embriones, células y genes. Con frecuencia su investigación guarda escasa relación con la anatomía. Se están cambiando los nombres de los departamentos para que incluyan términos como «biología celular», mientras que los al parecer anticuados museos reciben el apodo de «centros de aprendizaje». Los cadáveres están siendo reemplazados por maquetas electrónicas, a las que se puede acceder por internet o en soporte informático. Buen ejemplo de ello es el Visible Human Project, patrocinado desde 1986 por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos.

Con estas observaciones no pretendo insinuar que el estudio de la estructura del cuerpo haya dejado de tener importancia en la praxis médica o que no merezca un lugar destacado en la formación de los profesionales sanitarios. Muy al contrario, la enfermedad se siente y diagnostica dentro del cuerpo. Pero sí podemos preguntarnos por qué la anatomía conserva un lugar específico en la organización de los planes de estudio cuando ha dejado de ser un campo activo de investigación. Otrora rechazada, esta disciplina forma parte hoy día del sistema. Aun a pesar de que las horas dedicadas al estudio de la anatomía se estén reduciendo, no es fácil renunciar al privilegio de diseccionar por el que tanto tuvo que lucharse. Algunos profesores lloran su pérdida, esgrimiendo las ventajas sensoriales y profesionales de tratar con cadáveres: nuestros maestros diseccionaron, nosotros diseccionamos y nuestros alumnos deberían hacer lo mismo.

Es más, en diametral contraste con el pasado, la sociedad actual espera de los futuros doctores que corten cuerpos muertos, incluso aunque no lo hagan. Si bien continúan tolerando la práctica, parientes y amigos delatan en su asombro vestigios de una atávica repulsión cuando piden a estudiantes de medicina que les cuenten detalles escabrosos: «¡Cuéntame qué hacéis!». Con el mismo cóctel de fascinación y horror se reciben las exposiciones Body World, en las que Gunther von Hagens muestra su colección de cadáveres plastinados. El artista afirma oponerse al elitismo, con la esperanza de desmitificar el cuerpo, la salud y la enfermedad para instruir al público a través de la estética. Sin embargo, sus grandes exposiciones públicas —a veces llamadas «edu-entretenimiento»— surgen de una tradición que se remonta a Vesalio y sigue suscitando comentario ético. ¿Las poses son irrespetuosas? ¿Esos muertos desollados debería verlos alguien que no sea científico?

La anatomía distingue a unos doctores de otros; demarca la medicina moderna, tanto intelectual como socialmente. Aparte de sus otros muchos méritos intrínsecos, el estudio de la anatomía es un rito de iniciación simbólico que socializa a sus participantes en una tradición profesional.

Sugerencias de lecturas complementarias

En la página web de la Bibliografía: http://histmed.ca

Historia escandalosamente breve de la medicina

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