Читать книгу El Hombre A La Orilla Del Mar - Jack Benton - Страница 12

7

Оглавление

Otra semana de investigación simulada llevó a Slim a otra pista. Tras mencionar el nombre de Joanna, apareció una sonrisa en la cara de una vieja dama que se presentó como Diane Collins, una donnadie local. Asintió con el tipo de entusiasmo de alguien que no ha tenido una visita desde hace mucho tiempo y luego invitó a Slim a sentarse en un luminoso cuarto de estar con ventanas que daban a un césped cortado como una manicura y que descendía hacia un límpido estanque oval. Lo único que había fuera de lugar era una zarza que se abría paso al fondo del jardín. Slim, cuyos conocimientos de jardinería se limitaban a eliminar de vez en cuando las malas hierbas en las escaleras de delante de su casa, se preguntó si no sería en realidad un rosal sin flores.

—Fui la maestra de Joanna —indicó la vieja dama, con sus manos rodeando una taza de té flojo, que tenía la costumbre de dar vueltas entre sus dedos, como si tratara de mantener a raya su artritis—. Su muerte afectó a todos en la comunidad. Fue tan inesperada y era una chica tan encantadora. Tan brillante, tan guapa, quiero decir, había algunos alumnos verdaderamente terribles en esa clase, pero Joanna, siempre se comportaba muy bien.

Slim escuchó con paciencia mientras Diane empezada un largo monólogo acerca de los méritos de la niña que había muerto hacía tanto tiempo. Cuando estuvo seguro de que ella no miraba, sacó una petaca de su bolsillo y puso un poco de whisky en su té.

—¿Qué pasó el día que se ahogó? —preguntó Slim cuando Diane empezó a divagar con historias de sus años de maestra—. ¿No conocía las resacas de Cramer Cove? Quiero decir, Joanna no fue la primera en morir allí. Ni la última.

—Nadie sabe lo que pasó en realidad, pero alguien que paseaba el perro encontró su cuerpo a primera hora de la mañana en la línea de marea alta. Por supuesto, ya era demasiado tarde.

—¿Para salvarla? Bueno…

—Para su boda.

Slim se sentó.

—¿Puede repetir eso?

—Desapareció la noche anterior a su gran día. Yo estaba allí, entre los invitados mientras la esperábamos. Por supuesto, todos pensamos que le había plantado.

—¿Ted?

La anciana frunció el ceño.

—¿Quién?

—¿Su novio? ¿Se llamaba…?

Sacudió la cabeza, rechazando la sugerencia de Slim, agitando su mano llena de manchas.

—Ahora no lo recuerdo. Pero recuerdo su cara. La foto estaba en el periódico, Nunca deberían haber fotografiado a un hombre con un corazón roto como ese. Aunque debo decir que había rumores…

—¿Qué rumores?

—De que él la tiró al mar. La familia de ella tenía dinero, la de él no.

—¿Pero antes de la boda?

—Por eso no tenía sentido. Hay maneras más fáciles de eliminar a alguien, ¿no?

La manera en que Diane le miraba hizo que Slim sintiera como si estuviera mirando dentro de su alma. «Nunca maté a nadie», quería decirle. «Puede que lo intentara una vez, pero nunca lo hice».

—¿Hubo alguna investigación?

Diane se encogió de hombros.

—Por supuesto que la hubo, pero poca cosa. Eran principios de los ochenta. En aquellos tiempos, muchos delitos quedaban sin resolver. No teníamos todas esas cosas forenses y pruebas de ADN que ahora se ven por televisión. Se hicieron algunas preguntas (recuerdo que a mí me interrogaron), pero, sin evidencias, ¿qué podían hacer? Se consideró un accidente lamentable. Por alguna absurda razón se fue a nadar la noche anterior a la boda, dejó de hacer pie y se ahogó.

—¿Qué pasó con su novio?

—Lo último que oí fue que se mudó.

—¿Y las familias?

—Oí que la de él se fue al extranjero. La de ella se mudó al sur. Joanna era hija única. Su madre murió joven, pero su padre murió el año pasado. Cáncer —Diane suspiró como si esto fuera la culminación de la tragedia.

—¿Sabe de alguien más con quien pueda hablar?

Diane se encogió de hombros.

—Podría haber por aquí antiguos amigos. No lo sé. Pero tenga cuidado. No se habla de ello.

—¿Por qué no?

La anciana dejó el té sobre el cristal de una mesa de café con mariposas tropicales debajo de su superficie.

— Carnwell solía ser mucho más pequeño que hoy —dijo—. Hoy se ha convertido en una especie de pueblo dormitorio. Hoy puedes entrar en las tiendas sin ver ni una sola cara familiar. No solía ser así. Todos conocían a todos y, como toda comunidad muy unida, teníamos un bagaje, cosas que preferíamos que se mantuvieran en secreto.

—¿Qué podía haber de malo?

La vieja dama se giró para mirar por la ventana y, de perfil, Slim pudo ver que le temblaban los labios.

—Hay quienes creen que Joanna Bramwell sigue con nosotros. Que… nos sigue persiguiendo.

Slim deseó haber puesto más whisky en su té.

—No entiendo —dijo, forzando una sonrisa que no sentía—. ¿Un fantasma?

—¿Se burla de mí, caballero? Tal vez sea el momento de que…

Slim se levantó antes de que lo hiciera ella, levantando las manos.

—Lo siento, señora. Es que todo esto me suena a algo inusual.

La mujer miró fijamente por la ventana y murmuró algo en voz baja.

—Lo siento, no la he entendido.

La mirada en sus ojos le hizo estremecerse.

—He dicho que no diría eso si la hubiera visto.

Como si se le hubieran agotado las pilas por fin, Diane ya no diría nada más de interés. Slim asintió mientras ella le acompañaba a la puerta de entrada, pero en lo único en que podía pensar era en la mirada en los ojos de Diane y en cómo le había hecho querer mirar por encima de su hombro.

El Hombre A La Orilla Del Mar

Подняться наверх