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La mañana del viernes se levantó con una resaca peor que cualquiera que recordara en las últimas semanas, miró con ira un par de botellas de vino vacías en el cubo de la basura y luego trató de recuperar la normalidad con una gran fritura en el café barato de la esquina de su calle.

Ted estaría en la playa de nuevo esta tarde, pero ¿tenía algún sentido ir a verlo? Era el mismo ritual una y otra vez. En todo caso, Emma le había dicho que lo dejara. No iba a conseguir nada.

Caminaba de vuelta a su casa cuando zumbó su móvil. Era Kay Skelton, su amigo traductor.

—¿Slim? Intente llamarte anoche. ¿Podemos vernos?

—¿Ahora?

—Si es posible…

La urgencia en la voz de Kay convenció a Slim. Le dio a Kay el nombre de un bar a un par de calles del café. Estaría abierto para cuando llegara allá.

Veinte minutos después, encontró a un camarero abriendo las puertas y encendiendo las luces. Luchó contra la tentación de empezar pronto, optando por un café, que llevó a un rincón oscuro, y se sentó en una mesa alta a esperar a Kay.

El traductor llegó media hora después. Slim estaba tomando su tercer café y la fila de botellas de whisky detrás de la barra amenazaba con romper todas sus defensas.

Slim no había visto a Kay en persona desde sus tiempos en el ejército. El experto lingüista, que ahora trabajaba en un empleo sedentario senillo traduciendo documentos extranjeros para un bufete de abogados, se había ablandado y ganado peso. Parecía que comía demasiado bien y no bebía lo suficiente.

Slim seguía siendo el único cliente, así que Kay le vio de inmediato. Llamó al camarero y pidió un brandy doble y luego se subió al taburete que había enfrente.

Se dieron la mano. Ambos mintieron acerca de lo bien que se veían. Kay ofreció a Slim un trago que este declinó. Luego, con un suspiro, como si fuera la última cosa que quisiera hacer; Kay sacó un sobre de la bolsa que había traído y la puso sobre la mesa.

—Cometí un error —dijo.

—¿Qué?

—Esta es la transcripción. La he comprobado dos veces y aunque el sentido era correcto, me equivoqué en una pequeña sección.

Kay sacó un papel del sobre. Un círculo rojo destacaba una sección de texto escrita a mano con desaliño y que Slim supuso que era latín.

—Esta sección. Tu hombre está diciendo a algo que vuelva, que necesita que retorne a casa. Solo que no es así —Kay señaló una palabra que era tan ilegible que Slim ni siquiera intentó leerla—. Aquí. No es «ven», es «vete».

—¿Vuelve?

Kay asintió.

—Tema lo que tema tu objetivo, eso sigue allí.

El Hombre A La Orilla Del Mar

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