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ОглавлениеCapítulo Seis
Ozgood le había dicho que durante su investigación no había preguntas que no se pudieran hacer a quien viviera en sus propiedades.
Con una taza de café que había dejado toda a noche en el filtro, Slim dispersó grandes fotos aéreas de la zona que le había proporcionado Ozgood, comparando los edificios y carreteras con los de un mapa anotado.
Las fotos abarcaban treinta años y en ese tiempo un par de propiedades habían cambiado de manos. Otras, que en su momento estaban en terreno despejado, habían quedado ocultas bajo árboles que habían crecido, mientras que otras previamente escondidas ahora se veían solas y aisladas en zonas clareadas o jardines.
La mansión se encontraba en pleno centro, como una abeja reina, rodeada por extensos jardines. Estos iban desapareciendo en un bosque que descendía gradualmente hacia los valles de dos ríos adyacentes, convirtiendo las propiedades de Ozgood en un diamante, aunque realmente no convergían del todo.
Al noroeste del río se encontraba el pueblo de Scuttleworth, un grupo apretado de casas rodeando una iglesia, y rematado por dos tiendas una frente a otra en un extremo y un parque comunal: en realidad poco más que un terreno con matorrales que Slim había visto en su paseo en coche. El cementerio era el terreno más grande, alargándose en dos prados separados por una línea de árboles, aunque al norte de Scuttleworth había un par de naves industriales: un bloque gris que parecía una fábrica colgada al borde de un valle y la otra un espacio gris abierto con varios coches estacionados y un par de vehículos de construcción: un garaje.
La residencia actual de Slim, la antigua casa del vigilante estaba casi a mitad de camino entre los dos y solo era visible como una mancha marrón a través de los árboles. La antigua carretera de acceso, claramente visible en un mapa fechado en 1971, era apenas una línea de puntos en el más reciente fechado en 2009, reemplazada por una nueva más al este.
Slim contó otras catorce casas o propiedades que no pertenecían a la finca de la mansión o a Scuttleworth. Dos grupos eran grajas, mientras que Croad había identificado una hilera de tres como antiguas viviendas sociales que Ozgood había comprado y ahora alquilaba. Todas las demás pertenecían a aparceros locales.
Croad estaba esperando fuera cuando salió Slim, con la boca amarga por el exceso de café, pero con su mente sintiéndose por una vez refrescantemente aguda. Había empezado, como siempre, a contar los días de sobriedad. Ahora cuatro sin beber, seis desde que se emborrachó y doce desde que se despertó en un lugar distinto de aquel donde recordaba haberse ido a dormir. El estímulo de la cafeína hacía que palpitara su corazón, pero el atractivo desarrollo del caso Ozgood empezaba a despertar una curiosidad que solo un barril de alcohol podía enterrar. Era sin duda una tela de araña, pero si podía desentrañarla de alguna manera, podría conseguir que le pagaran por una vez y esa eterna búsqueda de un sentido para su existencia podría apaciguarse por un tiempo.
—¿Listo, muchacho? —rechinó Croad—. He tenido un día ocupado agitando el fango que tenemos delante.
Slim asintió, suspirando para sus adentros, preguntándose durante cuánto tiempo tendría que disfrutar de la abrasiva compañía de Croad antes de poder continuar solo con la investigación.
Croad también tenía coche, un antiguo Morris Marina, que parecía más viejo que su dueño. De un color verde desvaído, tenía una discordante puerta de color rojo cromado y una zona azul en el techo que parecía tapar un agujero en lo alto. Slim debió quedarse mirando, porque Croad se rio de repente y dijo:
—Techo solar. Casero. El aire no funciona.
Slim consideró decir algo acerca de las ventanas, pero se lo pensó mejor. En su lugar, dijo:
—¿Cuál es nuestra primera parada?
Croad sonrió.
—Imaginé que empezaríamos a trabajar de inmediato. Le llevo a ver al fantasma.