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ОглавлениеCapítulo Dos
El hombre que se hacía llamar Ollie Ozgood no parecía un asesino. Con un rostro afable escondido detrás de un fino hilo de barba rubia, recordaba a Slim más un pescador de la Europa Oriental o el tipo de trabajador culto de la construcción que operaba maquinaria pesada en la excavación de un solar. Parecía formado técnicamente, pero no ser lo bastante terriblemente listo como para salir impune de un asesinato. Sin embargo, Slim sabía que las apariencias podían engañar.
Sus ojos fríos escrutaban todos sus movimientos mientras Slim abría tres bolsitas de azúcar y las echaba en un café tan denso que se coagulaba en la cuchara.
—¿Es usted un alcohólico? —dijo Ozgood.
—En recuperación —replicó Slim—. Llevo nueve horas seco. En algún momento hay que empezar, ¿no? No es la primera vez. Estoy acostumbrado.
Ozgood apuntó con la cabeza hacia la taza,
—¿Está cambiando una adicción por otra?
Slim encogió los hombros.
—Salvo que sabe como si se hubiera preparado hace una semana y se hubiera dejado luego al sol para secarlo, no es una experiencia memorable. —Levantó la taza, tomó un sorbo e hizo una mueca—. Horrible. Tal y como me gusta.
—Cuando nuestro amigo común le recomendó, esperaba alguien con otro aspecto.
—Puedo llevar una gabardina y un sombrero si hace falta —dijo Slim—. Si quiere que fume puros, se los cobraré en la factura. Ahora necesito saber por qué este hombre ha vuelto de entre los muertos.
—No puedo empezar desde el principio, porque no sé cuál es el principio —dijo Ozgood—. Para estar seguro, empezaré en algún lugar intermedio y continuaré desde ahí.
Slim asintió.
—Lo que necesite hacer.
Ozgood se giró en la silla, indicando el campo más allá de la terraza en la que se sentaban y las casas desperdigadas que surgían de los verdes retazos de campos como si hubieran crecido allí de sus semillas.
—Soy el último de una familia de terratenientes. Casi todo lo que ve me pertenece. Y si no me pertenece, es que no vale la pena.
Slim señaló un chapitel gris que sobresalía de un grupo de árboles justo debajo de la cima de la colina tras el valle boscoso que había al oeste.
—¿Incluso esa iglesia?
Ozgood sonrió.
—Eso entra claramente en la última categoría. La congregación actual de los domingos es de menos de veinte personas, en todos los sentidos. Ahí no hay dinero que ganar, pero mantiene contentos a los lugareños. Sin embargo, el cementerio que hay al lado, es tierra arrendada. Mi abuelo era un hombre de negocios y compró todo lo que se pudo permitir, seguro de que algún día se percibiría su valor. Nunca consiguió beneficios, pero mi padre mantuvo las propiedades y desde su muerte he seguido sus pasos. Un hombre más listo podría haber vendido una buena parte, pero sigo confiando en que el clima económico actual continúe mejorando antes de que nos arruinemos todos.
Slim dirigió la mirada hacia la mansión de tres plantas que se extendía sobre él y se preguntó si Ozgood tenía alguna idea real de lo que significa la pobreza.
—Kay me dijo que usted estuvo en el ejército —dijo.
Ozgood asintió.
—Estaba tratando de hacer la típica tontería de tratar de demostrarme que valía algo. Después de un par de experiencias, acepté que la riqueza heredada de mi familia me definía, me gustara o no. Además, no me apetecía que me dispararan. ¿Cómo dicen, que las guerras las libran los pobres para beneficiar a los ricos? Sin ser un esnob, yo entro en la última categoría.
Slim sonrió.
—Y yo en la primera.
Los ojos de Ozgood no abandonaban nunca la cara de Slim.
—Entonces ambos somos víctimas de las circunstancias. Como hermanos… de armas.
—Podríamos serlo si yo hubiera actuado mejor. También fracasé en eso.
La sonrisa de Ozgood era más fría que un viento gélido del mar.
—Prefiero con mucho trabajar con hombres vulnerables. Es más fácil confiar en ellos.
—Son herméticos —dijo Slim.
Miró de nuevo arriba a la casa de campo que se alzaba detrás de él con todo su esplendor. La mansión Ozgood estaba en el punto de encuentro de los dos valles que caían a ambos lados. Construida en medio de veinte acres de jardines, era el tipo de lugar que la mayoría de la gente solo visitaba en los viajes del National Trust. Slim creía que se había delatado al traer su propio café.
—Además —añadió Ozgood, después de una larga pausa—, nunca me gustó la idea de matar a alguien.
Slim pensó en cómo hacer la próxima pregunta, pero no tenía sentido tratar de esquivarla. Sabía del asesinato y Ozgood sabía que lo sabía.
—Y, aun así, descubrió lo que se siente. El hombre que se supone que le chantajea murió supuestamente por su culpa. ¿Puede contarme algo de eso?
Ozgood se echó atrás en su silla y se frotó pensativo el mentón.
—Me preguntaba cuánto tardaría en preguntármelo, Mr. Hardy.
—Creo que es mejor sacar primero lo peor —dijo Slim—. Luego puede continuar. Trabajar para un asesino es una novedad para mí, pero es un desafío que no estoy en situación de rechazar.
Ozgood hizo una mueca ante la mención de la palabra «asesino». Luego frunció el ceño, apretó sus ojos cerrados y se frotó las sienes como si se diera un masaje contra un repentino dolor de cabeza.
Sin mirar hacia arriba ni abrir los ojos, dijo:
—Sé todo acerca de su condena.
Slim alzó una ceja.
—¿Perdone?
Ozgood le miró y mantuvo la mirada de Slim hasta que Slim se preguntó si tenía que apartarla. Ozgood la apartó primero, pero de una manera cansada e indiferente que no dejó a Slim una sensación de dominio, solo de que había desaparecido un nudo corredizo alrededor de su cuello durante un poco más de tiempo.
—Sé que fue expulsado del ejército por atacar a un hombre con una navaja —dijo Ozgood—. Parece que tenía una relación con su mujer. ¿Es verdad?
—Eso creía.
—Y trató de matarlo.
Slim asintió.
—Fallé. Por suerte para ambos.
—Así que antes de contarle lo que estoy a punto de contarle, quiero que sepa que usted no es moralmente mejor que yo. Solo para que quede claro. Es una de las razones por las que creo que usted es perfecto para este caso.
—Entiendo.
—Bien. —Ozgood se removió en su asiento. Tomo un sorbo de su café y sonrió—. Un hombre llamado Dennis Sharp vivía y trabajaba en mis tierras. En concreto, trabajaba en los bosques. Creo que el nombre de su trabajo era el de guarda forestal, pero era más bien un empleado para todo. Vivía en mis tierras y hacía todo lo que yo le pedía. Pensaba que era un buen hombre y confiaba en él. Luego, una noche de hace más de seis años, violó a mi hija, que entonces tenía diecisiete años.
Slim se limitó a asentir. Levantó su taza y dio un sorbo.
—Debería haberse ocupado la policía —dijo Ozgood—. Al menos inicialmente. Soy un hombre que cumple la ley. Por desgracia, el paso del hecho a la investigación jugaba a favor de Dennis Sharp.
—¿Qué pasó? —preguntó Slim.
—El caso fue desechado y Sharp pensó que era un hombre libre. —Ozgood suspiró, se echó atrás en su silla y miró a lo lejos—. No lo era. No podía serlo nunca, ¿verdad? No después de lo que había hecho.
—¿Así que usted se ocupó personalmente del asunto?
Ozgood levantó un dedo hasta sus labios e hizo un gesto, como si lo besara. Se frotó la base de su barbilla con el pulgar.
—Si alguien me debe algo, me lo paga—dijo—. Dennis Sharp pagó con su vida.
—¿Cómo?
—Se hicieron ciertos ajustes en su coche en una revisión. Su embrague falló cuando venía a trabajar por la carretera empinada que baja a ese valle que ve allí. —Ozgood no apuntó, pero giró ligeramente la cabeza, indicando una quebrada arbolada detrás de los terrenos de cultivo hacia el noroeste—. El coche se salió de la carretera y se estrelló contra una roca, matándolo instantáneamente, según el informe del forense.
—¿Y usted supo que murió?
—Hubo una llamada anónima a policía, pero no era anónima para la persona que la hizo —dijo Ozgood, de forma bastante críptica, como si estuviera interpretando un papel activo en el juego que el chantajista hubiera decidido empezar—. Me llamó la policía y luego vi su cuerpo, le toqué el cuello para ver si tenía pulso, solo para estar seguro. Pero ahora, seis años después, he empezado a recibir mensajes de un hombre que afirma ser Dennis Sharp, reclamando dinero, amenazando con denunciarme, no solo por mi participación en su supuesta muerte, sino por otros supuestos delitos.
Ozgood se puso en pie, caminó por el borde de la terraza, luego se giró y volvió a caminar. Slim lo miraba, tratando en entender a ese hombre. Estaba claro que Ozgood no era un hombre al que se podía desafiar, era alguien cuya amable concha exterior escondía un interior duro como el acero.
—Que quede claro —dijo Ozgood, dándose la vuelta y volviendo a su asiento. Cruzó las piernas, luego cambió de opinión y puso su cuerpo derecho y se inclinó hacia delante—. No temo que ese hombre arrastre mi nombre por el barro. No hay nada que tenga contra mí que no pueda encubrirse o desaparecer. Lo que me molesta es el descaro de esa persona y por eso necesito que usted descubra su identidad—. Ozgood se echó hacia atrás. Sus ojos fríos hacían a Slim sentirse incómodo—. Considero esto una ofensa personal contra mi familia. En otras circunstancias, podría perdonar algo así contra mí… pero no contra mi hija.
Slim sorbió su café, usándolo como excusa para evitar la mirada de Ozgood.
—Lo más probable es un caso de robo de identidad. Alguien cercano a Sharp tratando de sacarle algo.
—No hay nadie que hubiera sido cercano a Sharp que no esté muerto o algo similar.
Slim no estaba demasiado seguro de cómo responder a esta afirmación, así que asintió mostrando estar de acuerdo, dejando que su mirada vagara por el panorama del campo mientras esperaba que Ozgood continuara.
—Este chantajista sabe cosas que solo podía saber Sharp.
—¿Y usted quiere que descubra el fraude o las circunstancias que este hombre podría usar para amenazarlo?
—Exactamente. Y cuando descubra la verdad, o lo veo pudrirse en prisión, o lo mato de nuevo.