Читать книгу El Encargado De Los Juegos - Jack Benton - Страница 16
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ОглавлениеCapítulo Diez
Slim esperaba más detalles, pero Clora anunció abruptamente que iba a empezar un concurso televisivo que le gustaba y que debía volver en otro momento si quería hablar más.
De vuelta en el exterior, caminó por el sendero hasta la encrucijada, tomando la dirección que llevaba al pueblo de Scuttleworth, con la cabeza bullendo de nuevas ideas. Cuando se suponía que tenía que encontrar a quien podía haber tenido el conocimiento para hacerse pasar por Dennis Sharp, se encontraba con acusaciones veladas de conducta inapropiada por parte de Ollie Ozgood y su familia.
Scuttleworth constituía un cruce de caminos y se agrupaba como una tela de araña, aunque solo el camino del norte podía considerarse utilizable para el tráfico. Todas las carreteras al sur de la iglesia se degradaban formando un camino de un solo carril, recorriendo montañas y cerros como si alguna vez un gigante hubiera creado una red descuidada de caminos a lo largo del paisaje. La carretera hacia el norte incluía los pocos edificios comerciales: dos tiendas pequeñas, una oficina de correos y una tienda de materiales de construcción. La iglesia estaba en una depresión rodeada por árboles y al otro lado de la calle había un pub. El camino que pasaba de este a oeste consistía en dos hileras enfrentadas de granjas con muros de piedra que gradualmente daban paso al campo.
No había nadie. Una de las dos tiendas estaba cerrada, con un cartel en el escaparate que se había ido borrando por la luz solar hasta quedar ilegible. Slim entró en la otra, a través de una puerta medio bloqueada por una gabardina verde tirada en el suelo y encontrándose en un cuarto largo y apretado lo suficientemente estrecho como poder alcanzar simultáneamente las paredes de ambos lados por encima de las estanterías. Aparte de un estante bien provisto de botellas de dos litros de agua mineral, la tienda tenía poca cosa. Slim tomó una lata de alubias, le dio la vuelta y vio que su consumición preferente se había sobrepasado en dos meses. Lo mismo pasaba con un paquete de pasta deshidratada, mientras una barra de pan de cereales en una cesta al lado de la caja estaba dura, según pudo apreciar al tocarla con el dedo.
—¿Puedo ayudarlo?
Slim, pasando un dedo por el polvo del mostrador, dio un respingo al oír la voz. Venía de abajo. Se inclinó sobre el mostrador y encontró a un niño con pantalones cortos sentado en el suelo con las piernas cruzadas y una consola de juegos en las manos parpadeando en el espacio entre sus piernas. El niño no llevaba zapatos ni calcetines y una camiseta de un color azul desvaído mostraba una piel pálida a través de agujeros de polilla en los hombros.
—Um… buscaba periódicos —dijo Slim, escogiendo lo primero que se le vino a la cabeza.
El niño puso los ojos en blanco como si eso fuera algo absurdo. Miró un momento a su videojuego y luego, como si se diera cuenta de que la conversación no había acabado, miró hacia arriba y dijo:
—¿Hay alguno que quiera pedir? Puedo preguntarle a mamá.
—¿Dónde está tu madre?
El niño no le miró.
—En la trastienda.
—¿Qué hace?
—Yo qué sé.
La conversación se iba volviendo inútil, así que Slim tomó un paquete de pasta de una estantería y lo dejó sin ceremonias sobre el mostrador.
—Me llevo esto, por favor.
El niño se puso en acción, poniéndose en pie y gritando:
—¡Mamá! —A través de una cortina que cubría la entrada al interior.
El chirrido de los muelles de un viejo sofá, el arrastre de las zapatillas sobre el linóleo y un largo suspiro anunciaron a la señora de la casa antes de cruzar la cortina. Vio la pasta antes de ver a Slim, empujó a lo alto de su nariz sus gruesas gafas y luego miró hacia arriba.
Cualquier atractivo de juventud que pudiera haber tenido había desaparecido con el paso del tiempo. Un cuerpo grueso y sin formas se escondía debajo de un jersey gris con un rasgón en una manga. Sus ojos grises miraban desde una cara cara con demasiada piel y una boca con dos babosas por labios se abría para revelar el destello de una muela de plata.
—¿Es usted Cathy? —preguntó Slim, recordando algo que había dicho Croad y esperando que el viejo no se hubiera referido a la tienda cerrada al otro lado de la calle.
Si la mujer se sorprendió, no hubo ninguna señal de ello en su cara.
—¿Quién es usted? —preguntó, mirando hacia otro lado, ordenando abstraídamente una cesta de mimbre sobre el mostrador llena de latas de maíz dulce. Una luminosa estrella rosa aparecía delante anunciando una oferta de otoño a mitad de precio.
—Voy a estar por la zona algunos días —dijo Slim, evitando lo esencial de la pregunta—. En realidad, estoy buscando a Dennis Sharp. O lo estaba, pero he oído que se fue.
—Es una manera educada de decirlo. ¿Qué quería de él?
—Es personal. Prefiero no contarlo.
Ella se encogió de hombros.
—Eso es cosa suya. Un libra con diez por eso.
Tomó la pasta del mostrado y la colocó en una bolsa de papel. Slim buscó suelto en su bolsillo, haciendo ciertos aspavientos para ganar tiempo. Sacando finalmente un par de monedas, dijo:
—¿Querían a Dennis por aquí?
—¿Qué la importa si está muerto?
—Solo estaba comentando.
—Supongo que podría encontrarse gente peor. Siempre estaba bromeando, aunque era un poco atrevido con las manos.
—¿Qué quiere decir eso?
La mujer empujó al niño en la espalda con la rodilla.
—Vuelve ahí y haz algo útil. Limpia el suelo o algo.
Mientras el niño se iba, se dirigió a Slim y le mostró una sonrisa más amistosa de lo que él habría creído que era capaz.
—Le gustaban las mujeres. Nunca debería haberse acercado a esa niña.
—¿Qué niña?
—Ellie Ozgood. Den nunca estaba contento con lo fácil. Iba buscándose problemas y no podía haber encontrado algo mejor.
—Me gustaría conocerla. ¿Sabe dónde vive?
—En la mansión, por supuesto. Pero buena suerte si va a allí. Es más probable que la encuentre en el trabajo, si se puede llamar trabajo a su señorío sobre ese lugar. Mi Tom siempre se está quejando de ella, dice que no hace nada salvo sentarse sobre su… —Cathy se calló. Se pasó una mano por el pelo, dejando un rastro grasiento detrás de su oreja derecha—. Bueno, supongo que ya está bien.
—¿Dónde?
—¿Ha estado viviendo en un hoyo? En Vincent’s. El matadero. Segunda calle a la derecha a partir de aquí. No se preocupe por equivocarse. Lo olerá desde una milla.