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Capítulo Trece

A pesar de las advertencias de Croad, después de tomar un autobús de vuelta a Scuttleworth, Slim atravesó el pueblo. Subió unos escalones hasta un camino rural, subiendo la colina hasta que consiguió ver el matadero. Lejos de ser el destartalado alojamiento de sufrimiento y muerte animal que siempre había imaginado para esos lugares, era un bloque industrial limpio y compacto rodeado por un estacionamiento asfaltado y una alta alambrada.

Los años de bebedor habían perjudicado a la antigua forma física militar de Slim, pero sus ojos todavía eran lo suficientemente buenos como para apreciar las cajas rectangulares en lo alto de postes que tenían que ser cámaras de un circuito cerrado de televisión. Objetivamente, no los culpaba: la amenaza de intrusos activistas estaba ahora por todas partes, sin que importara lo humano o ético que fuera su proceso de producción. Slim no tenía nada en contra de los derechos de los animales, que incluían comerse un filete y acariciarle la cabeza a una vaca.

Aun así, una gran empresa era una gran empresa. Y la tuya podía estar cortando animales en rebanadas o llevándose porciones de planes de pensiones, pero era raro encontrar una empresa sin algún esqueleto escondido en su armario.

Slim sacó su Nokia y desdobló una hoja de papel guardada en la funda de su teléfono detrás del aparato. Una lista de antiguos contactos del ejército, todos los que habían logrado algo en la vida sin odiarlo. La hermandad del pelotón era más fuerte que la carnal y él había recibido un par de favores a lo largo de los años. A cambio, había hecho todo lo posible por pagar sus deudas: descubriendo a un socio estafador para uno, creando un fondo de jubilación para otro, incluso ayudando a construir una caseta para un tercero.

Llamó a Donald Lane, un viejo amigo del ejército que había fundado una consultoría de inteligencia en Londres después de dejar las fuerzas armadas. Donald se había especializado en trabajos para la policía y el gobierno, pero había ayudado a Slim en otros casos anteriores.

—Don, soy Slim. Han pasado ya unos meses, ¿qué tal te va?

—¿Slim? Qué gusto hablar contigo, tío. Yo sigo igual. ¿Tú también? ¿Te las arreglas?

Slim sonrió.

—En realidad estoy mejor que hace bastante tiempo. Don, necesito una investigación de antecedentes de una empresa.

—¿Eso es todo? Es fácil. ¿Qué buscas?

—Todavía no estoy seguro. Podría no ser algo que no tuviera nada en absoluto que ver con mi investigación, pero también podría ser algo esencial. Nunca se sabe, ¿no?

—¿Así que estás trabajando en algo? Rumores, acusaciones, chismorreos, ¿esas cosas?

—De eso se trata. Harás bingo si me consigues algunas demandas presentadas. Algo que sugiera algún tipo de delito. Estoy buscando cosas que puedan haber afectado a la comunidad que la rodea. Resentimiento, rencores. Ese tipo de cosas.

—Déjamelo a mí. Conozco a un hombre que trabaja para la prensa económica que tiene una oreja en el suelo. ¿Supongo que esto es alto secreto?

—No cuentes más de lo que debas. Me ha contratado un hombre peligroso. El problema que tengo es que no sé cuánto de peligroso.

Don rio.

—¿Cómo te metes en esos berenjenales?

Slim no pudo sino sonreír.

—Tengo que aceptar lo que me ofrecen. Tal vez sea el momento de actualizar mi página web.

—La última vez que la busqué, no tenías ninguna.

—A eso me refiero.

Slim dio los detalles a Don, luego le dio las gracias y colgó. Tomó otra hoja de detrás de su teléfono y la desdobló. En condiciones mucho mejores que la otra, era la lista de tareas que acababa de escribir.

Croad había escrito una lista con casi todas las personas en un radio de unos ocho kilómetros que podrían haberse cruzado en el camino de Dennis Sharp en algún momento. Slim la había reducido a las diez personas que era más probable que supieran algo, pero, en el mejor de los casos, era una lista muy vaga y aun así demasiado amplia. Slim sentía como si se le hubiera pedido hacer una investigación a lo que una fuerza de policía habría asignado un equipo completo. Si quería descubrir la verdadera identidad del misterioso chantajista, tenía que moverse aprisa y le parecía estar luchando contra arenas movedizas.

No ayudaba el que la persona que podría haber sabido algo (Ellie Ozgood) estuviera aparentemente fuera de su alcance.

Slim frunció el ceño. Sentía que alguien se estaba burlando de él, como si estuviera esperando que Jeremy Beadle saliera de detrás de un árbol y gritara «¡sorpresa!» mientras se echaba a reír.

El chantajista amenazaba con hacer público algo de Ozgood. ¿Pero qué?

Difícilmente podía ser el asesinato de Sharp. Si hubiera sido así, hubiera sido más seguro y habría tenido más sentido acudir a la policía, tal vez en otro lugar donde Ozgood no tuviera influencias.

No, tenía que ser algo personal.

¿Pero qué?

El Encargado De Los Juegos

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