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Una invitación para la esperanza

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Vivimos tiempos difíciles.

En muchas regiones del mundo están ocurriendo conflictos armados, discriminación racial y religiosa, crímenes de odio, ataques terroristas y un giro político hacia la extrema derecha que alimenta manifestaciones y protestas que con demasiada frecuencia se tornan violentas. La brecha entre los ricos y los pobres se ensancha cada vez más, y fomenta el enojo y la agitación. La democracia se encuentra bajo ataque en diversos países. Encima de todo, la pandemia de covid-19 ha provocado una gran cantidad de sufrimiento y muertes, pérdida de empleos y caos económico por todo el planeta. Y la crisis climática, relegada temporalmente a un segundo plano, es una amenaza aún mayor para nuestro futuro y, de hecho, para toda la vida en la Tierra como la conocemos.

El cambio climático no es una idea abstracta que podría afectarnos en el futuro: ya lo estamos padeciendo ahora mismo, en forma del desajuste de los patrones climáticos del planeta, el deshielo, el aumento en los niveles del mar y los huracanes, tornados y tifones de magnitudes catastróficas. En todo el mundo, vemos inundaciones más potentes, sequías más prolongadas e incendios más devastadores. Por primera vez en la historia se han registrado incendios en el Círculo Polar Ártico.

Tal vez pienses algo así como: “Pero Jane tiene casi noventa años. ¿Cómo puede escribir sobre la esperanza si sabe las cosas que pasan en el mundo? Seguramente lo suyo es un optimismo insensato. No ve las cosas como son”.

Pero sí veo las cosas como son. Y admito que hay muchos días en los que me siento deprimida, en los que parece que los esfuerzos y los sacrificios de todas las personas que luchan por la justicia social y ambiental, que combaten el prejuicio, el racismo y la avaricia, son batallas perdidas. Lo que sería insensato es pensar que podemos superar las fuerzas destructivas que nos rodean: la avaricia, la corrupción, el odio, los prejuicios ciegos. Es comprensible que haya días en los que nos sentimos condenados a sentarnos a contemplar cómo acaba el mundo “no con un estallido, sino con un quejido” (como dijo T. S. Eliot). A lo largo de las últimas ocho décadas he conocido tragedias como la del 9/11, tiroteos en escuelas, atentados suicidas y otras tantas, y he experimentado en carne propia la desesperanza que pueden producir estos terribles acontecimientos. Crecí durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo estaba en peligro de ser invadido por Hitler y los nazis. Viví durante la carrera armamentista de la Guerra Fría, cuando el planeta se encontraba bajo la amenaza del holocausto nuclear, y los horrores de los muchos conflictos que han condenado a millones a la tortura y la muerte a lo largo del planeta. Como todas las personas que viven lo suficiente, he pasado por muchos periodos sombríos y he sido testigo de mucho sufrimiento.

Pero cada vez que me deprimo recuerdo todas las extraordinarias historias de valor, tenacidad y perseverancia de quienes luchan contra las “fuerzas del mal”. Porque sí, en efecto, creo que el mal vive entre nosotros. Pero las voces de quienes se enfrentan a él son mucho más poderosas e inspiradoras. E incluso cuando estas personas pierden la vida, sus voces siguen resonando por mucho tiempo y nos dan esperanza: esperanza en la bondad primordial de este extraño y conflictuado animal humano que evolucionó a partir de unos seres simiescos hace seis millones de años.

Desde 1986, cuando comencé a viajar por el mundo para crear conciencia sobre los daños sociales y ambientales que hemos producido los humanos, he conocido a muchas personas que perdieron la esperanza en el futuro. Los jóvenes, en particular, se sienten enfadados, deprimidos o simplemente apáticos porque, me dicen, pusimos en juego su futuro y sienten que no pueden hacer nada al respecto. Pero si bien es verdad que no sólo pusimos en peligro su futuro, sino que se los robamos con el incesante saqueo de los recursos finitos de nuestro planeta, sin preocuparnos por las generaciones futuras, no creo que sea demasiado tarde para contribuir a solucionar las cosas.

Creo que la pregunta que más me hacen es: ¿en verdad crees que existe esperanza para nuestro mundo? ¿Para el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos?

Y yo respondo, con toda honestidad, que sí. Creo que aún tenemos un margen de tiempo para comenzar a reparar el daño que le hemos infligido al planeta. Pero ese margen se está acortando. Si nos preocupa el futuro de nuestros hijos, y de sus hijos después de ellos, si nos interesa la salud del mundo natural, debemos unirnos y actuar. Ahora, antes de que sea demasiado tarde.

¿Qué es esta “esperanza” que aún albergo y que me mantiene motivada para seguir adelante, luchando por lo que creo correcto? ¿A qué me refiero en realidad cuando hablo de “esperanza”?

La esperanza es una idea que suele malinterpretarse. La gente tiende a pensar que no es más que un optimismo pasivo: espero que ocurra tal cosa, pero no voy a hacer nada al respecto. De hecho, eso es lo contrario a la esperanza genuina, que requiere acción y compromiso. Muchas personas entienden la desesperada situación en la que se encuentra el planeta, pero no hacen nada porque se sienten impotentes y desesperanzadas. Por eso es importante este libro, que (espero) ayudará a la gente a darse cuenta de que sus acciones, por más pequeñas que parezcan, marcarán una diferencia real. El efecto acumulado de miles de acciones éticas puede ayudar a salvar y conservar nuestro mundo para las generaciones futuras. Porque ¿para qué molestarse en entrar en acción si uno no está convencido de que puede marcar una diferencia?

Mis razones para conservar la esperanza en estos tiempos funestos se irán revelando a lo largo de este libro, pero por el momento déjame decirte que sin esperanza todo está perdido. Es un atributo esencial para la supervivencia que ha sustentado a nuestra especie desde la Edad de Piedra. Tengo claro que mi propio viaje, extraño como fue, habría sido imposible de haber carecido de esperanza.

En las páginas de este libro discuto sobre esto y mucho más con mi coautor, Doug Abrams. Doug propuso que el libro tuviera forma de diálogo, algo como lo que hizo con El libro de la alegría, que escribió con el Dálai Lama y el arzobispo Desmond Tutu. En los capítulos que siguen, Doug tiene la función de un narrador que comparte las conversaciones que sostuvimos entre África y Europa. Con ayuda de Doug, puedo compartir contigo lo que aprendí sobre la esperanza durante mi larga vida y a partir de mis estudios del mundo natural.

La esperanza es contagiosa. Tus acciones inspirarán a otros. Deseo con todo el corazón que este libro te ayude a encontrar consuelo en una época de angustia, sentido en una época de incertidumbre y valor en una época de temor.

Te invito a que te unas a nosotros en este viaje hacia la esperanza.

DOCTORA JANE GOODALL,

Dama del Imperio Británico, Mensajera de la Paz de la ONU


Cruzando las barreras inexistentes que alguna vez pensamos que nos separaban del resto del reino animal (Instituto Jane Goodall / Hugo Van Lawick).

El libro de la esperanza

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