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¿En verdad existe la esperanza?

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Cuando regresé al día siguiente —un poco menos nervioso— para comenzar nuestra conversación sobre la esperanza, Jane y yo nos sentamos en su porche, en unas viejas sillas plegables de madera con asientos y respaldos de tela verde que daban hacia un patio tan lleno de árboles que era casi imposible ver el océano Índico, justo detrás. Un coro de aves tropicales trinaba, chillaba, cacareaba y gritaba. Dos perros rescatados llegaron a acurrucarse a los pies de Jane, y un gato maulló del otro lado de un mosquitero, insistiendo en participar en la conversación. Jane parecía una especie de santa Francisca de Asís moderna, rodeada de todos los animales que protegía.

—¿Qué es la esperanza? —comencé—. ¿Cómo la defines ?

—La esperanza —respondió Jane— es lo que nos permite seguir adelante a pesar de las adversidades. Es aquello que deseamos que ocurra, pero para lo que tenemos que estar preparados para trabajar muy duro a fin de hacerlo realidad —Jane sonrió—. Es como esperar que éste sea un buen libro. No lo será si no hacemos el trabajo.

Sonreí.

—Sí, definitivamente es una de las cosas que yo también espero. Dijiste que la esperanza es lo que deseamos que ocurra, pero que debemos estar preparados para trabajar muy duro. ¿Eso quiere decir que la esperanza requiere de la acción?

—No creo que toda esperanza requiera acción, porque a veces no puedes hacer nada. Si estás en la celda de una prisión a la que te metieron injustamente, no puedes pasar a la acción, pero aun así puedes tener la esperanza de que te dejen libre. Estoy en contacto con un grupo de activistas de la conservación que fueron juzgados y condenados a sentencias largas por colocar cámaras de video para registrar la presencia de vida silvestre. Viven esperando el día en que sean liberados gracias a las acciones de otros, pero ellos mismos no pueden tomar medidas.

Por lo que entendía, la acción y la capacidad para actuar en el mundo son importantes para generar esperanza, pero ésta puede sobrevivir incluso en la celda de una prisión. Del interior de la casa emergió un gato negro de pecho blanco que se trepó al balcón, saltó hacia el regazo de Jane y se acurrucó cómodamente con las patas recogidas bajo el cuerpo.

—Me pregunto si los animales tienen esperanza.

Jane sonrió.

—Bueno, aquí Bugs —dijo, acariciando al gato— estuvo sentado dentro de la casa todo ese tiempo, sospecho que “esperanzado” de que lo dejáramos salir en algún momento. Cuando quiere comida, maúlla lastimeramente y se frota contra mis piernas con el lomo arqueado y agitando la cola, lo que suele producir el efecto deseado. Estoy segura de que cuando lo hace, espera que le dé comida. Piensa en tu perro cuando espera en la ventana a que llegues a casa. Ésa es una clara forma de esperanza. Los chimpancés con frecuencia hacen un berrinche cuando no obtienen lo que quieren. Ésa es una forma de mostrar que sus esperanzas se vieron frustradas.

La esperanza, pues, parecía no pertenecernos sólo a los humanos, pero sabía que ya volveríamos a aquello que la hace única en nuestras mentes. Por lo pronto, quería entender qué distingue a la esperanza de otro término con el que suele confundirse.

—Muchas de las tradiciones religiosas del mundo hablan de esperanza en el mismo aliento que la fe —dije—. ¿Son lo mismo la fe y la esperanza?

—La fe y la esperanza son muy distintas, ¿no? —repuso Jane, más como una afirmación que como una pregunta—. La fe es cuando realmente crees que hay un poder intelectual creador del universo, que puede traducirse en forma de Dios o Alá o algo así. Crees en Dios, el Creador. Crees en la vida después de la muerte o alguna otra doctrina. Ésa es la fe. Podemos creer que estas cosas son ciertas, pero no podemos saberlo. Y sin embargo, sí podemos saber la dirección que queremos tomar, y podemos esperar que sea la dirección correcta. La esperanza es más humilde que la fe, puesto que nadie conoce el futuro.

—Decías antes que la esperanza exige que trabajemos muy duro para lograr que se hagan realidad las cosas que deseamos.

—Bueno, en ciertos contextos es esencial. Piensa, por ejemplo, en la terrible pesadilla ambiental que estamos viviendo. Sin duda, tenemos la esperanza de que no sea demasiado tarde para revertirla, pero sabemos que este cambio no va a ocurrir a menos que hagamos algo.

—¿Cómo es que pasar a la acción te hace albergar más esperanza?

—Bueno, funciona en ambos sentidos. No mueves un dedo a menos que esperes que tus acciones van a hacer algún bien. Así que necesitas esperanza para ponerte en marcha, pero al hacer cosas, generas más esperanza. Es un asunto circular.

—Entonces, ¿qué es la esperanza exactamente? ¿Una emoción?

—No, no es una emoción.

—Entonces, ¿qué es?

—Es un aspecto de nuestra supervivencia.

—¿Es una habilidad para sobrevivir?

—No es una habilidad. Es algo más innato, más profundo. Es casi un regalo. A ver, piensa en otra palabra.

—¿Una herramienta? ¿Un recuerdo? ¿Una fortaleza?

—Una fortaleza, eso está bien. Una fortaleza, una herramienta. Algo por el estilo. ¡No una herramienta eléctrica!

Me reí de la broma de Jane.

—Entonces, ¿no un taladro?

—No, no un taladro eléctrico —respondió Jane, riendo también.

—¿Un mecanismo de supervivencia…?

—Mejor, pero menos mecánico. Un… —Jane hizo una pausa, tratando de encontrar la palabra correcta.

—¿Impulso? ¿Instinto? —sugerí.

—De hecho, es un atributo de la supervivencia —concluyó finalmente—. Eso es, un atributo de la supervivencia humana sin el cual nos extinguiríamos.

Si se trata de un atributo de la supervivencia, me pregunté por qué algunas personas lo tienen más que otras, si puede desarrollarse durante épocas particularmente estresantes y si alguna vez ella lo ha perdido.

El libro de la esperanza

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