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Prólogo:

Tiempos de crisis

Dice el cabrero de mi pueblo que todos los tiempos son tiempos de crisis, lo que pasa es que no nos damos cuenta porque a veces vivimos en la ignorancia, con todo normalizado, y no nos fijamos en lo que sucede más allá de nuestras narices.

También dice que los tiempos cambian siempre, pero que a veces una vida entera no da para apercibirse de esos cambios.

El cabrero tiene más de cien años y todavía se ocupa de su rebaño recorriendo en franca trashumancia buena parte de la Extremadura española, por lo que de muy niño le tocó la pandemia de la influenza, la mal llamada Gripe Española, parte de la Primera Gran Guerra, las hambrunas de los años veinte, la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, todo el franquismo, la falsa democracia y el latrocinio de reyes y políticos, con las traiciones y puñaladas por la espalda que no dejan de darse los que aspiran al poder.

Don Jacinto, que así se llama el cabrero, ha visto nacer y morir a mucha gente, y recuerda perfectamente cuando los curas de la región decían que los libros eran cosa del Diablo, la radio un invento de Satanás, y la televisión una puerta al Infierno, porque lo único justo y verdadero era la palabra de Dios.

Don Jacinto aprendió a leer tarde en una escuela rural para adultos, y entonces leyó la Biblia por pura curiosidad para ver si ahí, como decía el párroco del pueblo, estaba la verdad revelada por la palabra escrita de Dios, con el resultado de que le pareció un libro de terror lleno de sangre, locura, violación y asesinato, lo suficientemente extraño como para no volver a pisar una Iglesia, porque si esa era la verdad, más valía vivir ateo y en la mentira.

Don Jacinto, salvadas todas las distancias, me recuerda mucho a Janice Wicka, nuestra bruja favorita, porque los dos hablan de una manera franca, espontánea y natural. Don Jacinto no ha probado una sola medicina farmacéutica en toda su vida y, como Janice, todo lo arregla con hierbas, pensamiento mágico y confianza en sí mismo. La diferencia es que Janice se dedica a ayudar a los demás, mientras que don Jacinto solo se ocupa de sus cabras y no quiere saber nada de los seres humanos ni de la humanidad, a los que considera animales de poca racionalidad, fatuos, temerosos e ignorantes, sobre todo cuando hay una crisis de verdad, como la curiosa pandemia que nos ha afectado recientemente.

Janice nos ilustra y nos recomienda el camino de la elección y la independencia para superar cualquier mal, cualquier crisis. Don Jacinto dice que no vale la pena dar consejos, porque al sabio no le sirven para nada y el necio es tan torpe que no va a entenderlos ni a seguirlos, lo que no deja de ser una forma de elegir.

Janice tiene confianza en la humanidad y siente que la educación espiritual y el despertar a la vida espiritual son posibles. No cree en las ideologías ni en las religiones, y sus númenes y musas son como mis ángeles. “Todos, absolutamente todos”, asegura Janice, “somos seres de luz que caminamos hacia la Luz de la Esperanza, consciente o inconscientemente, pero todos vamos hacia ella”.

En eso se parece más a mí que a don Jacinto, porque a don Jacinto no le interesa para nada el espíritu y solo espera descansar eternamente en los brazos de la nada, porque bastante ya tenemos con esta larga y aburrida vida, y que él no tiene ningún deseo de trascender o de seguir batallando en la siguiente existencia.

Quizá don Jacinto tenga razón, no en vano tiene más de cien años y ha visto de todo, incluso la aparición de Internet y los teléfonos móviles, que le parecen prácticos para contener al rebaño, pero inútiles para todo lo demás. Durante la reciente pandemia jamás se lavó las manos, ni se puso tapabocas, ni hizo cuarentena y ni siquiera se bañó, pues no le ha hecho ninguna falta. Hace cincuenta años que no ha tenido ni una simple gripa, aunque sí los achaques de la edad porque ya no corre ni salta como antes, y espera tranquilo a la muerte, sin miedo alguno. “Si la Tierra nos da de todo, para qué le buscamos tres pies al gato. Vivir y estar bien no tiene ningún misterio, basta con elegirlo”, dice don Jacinto, y en este punto vuelve a igualarse con Janice.

No cabe duda que la sabiduría es amplia y diversa, y que, a pesar de ella, sus caminos confluyen en lo importante, en lo esencial: la Tierra nos da de todo, basta con elegirlo.

La vida nos da de todo, basta con elegir el camino correcto y ser consecuente con la elección, porque nadie ha dicho que lo correcto sea fácil o gratis, vivos estamos y necesitamos aire, agua y alimento.

Elegir conlleva responsabilidades, tanto en los momentos más felices como en los momentos más difíciles de nuestra existencia, de la misma manera que tiene consecuencias y que requiere de esfuerzo, decisión y actividad.

Janice es muy clara en este punto, porque del cielo nos puede caer la lluvia, pero de nada sirve si no hacemos un hueco con las manos y bebemos de ella para calmar nuestra sed: todo nos es dado, pero de nada sirve si no estiramos la mano para hacernos con ello.

Janice no es amiga de jerarquías, apegos o dependencias, por eso te ofrece liberación, crecimiento, independencia y consciencia de tu ser interno a lo largo y a lo ancho de este libro, es decir, Janice Wicka te invita a que seas un ser único e irrepetible que camina junto a sus hermanos de luz hacia la Verdad por el camino de la Esperanza.

Rubén Zamora

La Luz de la Esperanza

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