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Ya sé quién es este niño

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Tengo un sobrino, José Ramón, hijo de mi hermano, que está en lo que se llama “la edad del pavo”, es decir, que a veces le daría un buen coscorrón, para ver si así, se le pasa la tontería. La verdad es que a menudo no nos acordamos de cómo éramos nosotros, ya que a su edad, también hacíamos de las nuestras y nos parecía de lo más normal. Tampoco éramos conscientes, o nos importaba un bledo, lo que pudieran pensar de nosotros nuestros padres. En fin, es ley de vida.

Retrocedamos ahora un poco y situémonos en la época de su nacimiento. Después de un embarazo complicado, con dolores, pérdidas y reposo absoluto, este sobrino mío fue el superviviente de un parto con cesárea (poco habitual en aquella época), de gemelos univitelinos, en el que el otro feto, una niña, sólo pudo vivir poco más de un par de horas antes de morir. La falta de un riñón y una lesión en la médula espinal hicieron, prácticamente inviable, su existencia de forma autónoma. Aunque no llegó a ser bautizada, siempre la llamé por el nombre que, seguramente, hubiera llevado: Rosa. José Ramón y Rosa eran los nombres que habían decidido sus padres en honor de nuestra abuela y del padre de mi cuñada.

A resultas de este parto y de unas complicaciones posteriores, mi cuñada ya no tuvo más hijos. La verdad sea dicha y es que nunca saqué nada en claro, ni me importa, la verdad, pero no sé si fue porque quedó imposibilitada (siempre defendió esta versión) o es que ya no le quedaron más ganas de volver a quedarse embarazada, con lo que José Ramón se convirtió en hijo único. Un hijo único un poco especial, por lo que a continuación os explicaré.

Hasta los dos años de edad, su crecimiento y su forma de ser era del todo normal. A partir del tercer año y a medida que iba dominando el lenguaje y a ser cada vez más autónomo en sus juegos, sus padres empezaron a observar un comportamiento un poco extraño, por no decirlo de otra forma.

Cuando se quedaba solo, siempre buscaba juegos en los que fuera necesaria la participación de un segundo jugador. Cuando su padre o su madre le hacían la observación de que para un juego en concreto, por ejemplo las damas, era necesaria la participación de otro jugador y le manifestaban la voluntad de querer jugar con él, su respuesta era siempre la misma:

—Ya estoy jugando con Rosa.

Cabe decir, que nadie le habló nunca de su malograda hermana ni de que nombre hubiera tenido en caso de haber vivido.

Primero no le quisieron dar importancia porque, tal como les habían dicho, tanto el pediatra, al ser consultado por el tema, como posteriormente los monitores de la guardería, el estímulo de la fantasía es muy necesario para los niños, pues les permite que, posteriormente y a medida que van creciendo, van aprendiendo a distinguir la realidad de su imaginario y por tanto, no hacía falta que se preocupasen.

El médico les explicó que el hecho de que la llamara por su nombre, seguramente, sería porque algún día habría escuchado el nombre de su hermana sin que ellos se dieran cuenta ni fueran conscientes de su presencia. Ésto los tranquilizó.

Sin embargo, fueron pasando los meses y los años y en lugar de disminuir, esta “relación” imaginaria iba más en aumento. Ya no eran sólo los juegos en pareja, muchos ratos en los que estaba en su habitación, se los pasaba “charlando” solo, dirigiéndose a un ser imaginario y sólo se escuchaba una parte del diálogo, la de José Ramón que seguía una línea lógica de preguntas y respuestas, propias de una criatura de su edad. Por aquella época ya tenía casi siete años.

Hay que decir que sus relaciones con los demás compañeros de escuela eran escasas, pues apenas tenía amigos con los que pasar los ratos de ocio y con los pocos que tenía, sólo se relacionaba cuando se encontraban en el patio, durante los descansos entre clases o a la hora de hacer deporte. El resto del tiempo y a diferencia de los demás niños, apenas veía la tele, se comportaba como un niño solitario y parecía encontrarse la mar de bien. Ante la preocupación de sus padres, cuando se referían a su soledad, él siempre les respondía que “no estaba solo”, ya que casi siempre estaba acompañado de su hermana Rosa.

Como es lógico, la preocupación de los padres aumentó hasta que un buen día decidieron que era la hora de encontrar un amigo para su hijo. Un amigo que viniera a casa a jugar con él y que estuviera dispuesto, incluso, a aguantar algún chasco por parte de José Ramón. Fueron a la escuela a exponer la situación al director y al tutor de su hijo, que tras analizar la situación y conociendo el talante de José Ramón, decidieron que quizás, Javier, el hijo del tutor que tenía tres años menos y que José Ramón no conocía de nada, pero que tenía un gran carácter y una gran capacidad de empatizar con todo el mundo, seguramente, conseguiría congeniar con él y de esta forma, lo sacaría poco a poco de su aislamiento y del mundo particular en que se encontraba instalado.

Decidieron que al día siguiente, viernes, Javier se presentaría en su casa.

Esa misma tarde, cuando volvieron de la reunión, mientras José Ramón merendaba, sus padres le anunciaron que al día siguiente conocería a un amigo nuevo y que “era muy divertido” y que, seguramente, acabarían siendo muy buenos amigos, aunque fuera más pequeño que él.

José Ramón acabó de merendar en silencio y se retiró a su habitación a hacer los deberes y a jugar un rato, hasta la hora de ir a cenar. No habían pasado ni diez minutos desde la merienda cuando José Ramón volvió hacia la sala donde estaban sus padres y les dejó estupefactos cuando les dijo de una forma clara y rotunda:

—Ya sé quién es ese niño que vendrá mañana. Se llama Javier, es casi tan alto como yo, pero tiene el pelo negro, es muy alegre y le gusta mucho jugar a la pelota y montar en patinete. Le conozco de cuando jugábamos los tres juntos: él, Rosa y yo, antes de venir a este mundo.

La perplejidad de mi hermano y de mi cuñada no encontró límites cuando al día siguiente, tal como estaba previsto, llamaron a la puerta y apareció el tutor de José Ramón acompañado de Javier, un simpático muchacho con la misma descripción que había hecho su hijo de él, y como si se hubiesen conocido de toda la vida, los dos niños se fueron juntos, contentos y sin parar de reír, a jugar a la habitación de José Ramón.

Noviembre del 2005.

Señales 2.0

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