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Noche de San Juan

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Cada año, cuando se acerca el solsticio de verano y que en la cultura mediterránea celebramos con la noche de San Juan, la “nit del foc”3 como se la conoce en el levante español, no puedo evitar el recuerdo de una experiencia, digamos que inquietante, que tuve hace ya unos años (nueve pasar ser exactos) gracias a una protección que me había facilitado una mujer especial que conocí paseando por un camino que lleva al “Puig Campana”, cerca de Alfaç del Pi4 cuando llevaba pocas semanas de embarazo de mi hija Helena.

Por aquella época, me encontraba en un momento de inflexión en mi vida personal, ya que por una parte, acababa de quedarme embarazada de mi primera hija y como las cosas vienen de dos en dos, a las tres semanas mi empresa, dedicada a la fabricación de calzado, decidió reducir plantilla y propuso bajas voluntarias bien incentivadas. No sé el porqué, pero me acogí a esta propuesta, ya que se abría la posibilidad de poder vivir la experiencia del embarazo sin agobios económicos. Entre la indemnización y el seguro del paro podía estar más de dos años sin necesidad de trabajar, tiempo más que suficiente para poder parir y cuidar de mi hija. Soy de las que creo que es en los primeros años de vida cuando un hijo necesita más de los padres, sobre todo de la madre, por aquello de darle el pecho un mínimo de seis meses, gozar de su crecimiento e ir viviendo sus cambios día a día; eso sí, con la ayuda y cooperación del padre. Aunque también es cierto que durante este proceso inicial, el hombre queda un poco relegado de todo el proceso. Por suerte en nuestro caso, mi esposo, piloto de aviación civil, aportaba también un buen salario y podíamos gozar de una posición económica desahogada.

Por otra parte, también me planteaba acabar con una novela que hacía tres años había iniciado, pero que había abandonado al casarme. La escritura ha sido siempre mi gran pasión, pero por una razón u otra, siempre la había dejado en un segundo orden de preferencias personales. Ahora tenía la ocasión para, sin excusas de ningún tipo, finalizarla. Después ya vería que hacía con ella, presentarla a algún concurso de escritores noveles o entregarla a varias editoriales, para ver si alguna de ellas le veía posibilidades de edición. No sé, de lo que sí estaba segura es que la acabaría. Su temática quizás no era muy original, pero había algo dentro de mí que me impulsaba a continuar con el proyecto. Se trataba de novelar un hecho histórico acaecido en tierras de Aragón, concretamente de Graus (provincia de Huesca) de donde es originaria la familia de mi madre. A finales del siglo XVI, concretamente en 1593, 22 mujeres fueron acusadas de brujería por la ‘Santa’ y cruel Inquisición y en un plazo de mes y medio, fueron ahorcadas en la localidad ribagorzana de Laspaúles.

No sé aún la razón por la que me interesaba tanto el tema de la brujería. ¿Llevaba quizás algún gen de aquellas desgraciadas mujeres que fueron asesinadas? Porque así creo que hay que referirse al hablar de aquel lamentable suceso: obra y gracia del Santo Oficio.

Mis investigaciones sobre el fenómeno de la brujería, se encaminaban más hacia los aspectos históricos que hacia los escatológicos. Lo cierto es que las brujas no eran esos seres malvados que hacían hechizos y maleficios o pactaban con el demonio, tal como nos las han presentado por obra y gracia de la Inquisición. Sobre todo a partir de Santo Tomás de Aquino, responsable de la definición de lo que era la brujería y la magia y que ha perdurado hasta bien entrado el pasado siglo XX. El Tomismo fue la base ideológica en que se sustentó la caza de brujas ya que según el de Aquino, las personas que practicaban técnicas adivinatorias, en realidad lo que pretendían era apropiarse de conocimientos divinos con ayuda de los demonios. En este sentido, condenaba prácticas específicas como la prestidigitación, la nigromancia, la hidromancia o la quiromancia. Con anterioridad a Tomás de Aquino y dentro del marco de la Iglesia, se las consideraba seres ignorantes y maliciosos, seguidoras de las antiguas religiones paganas y que en diversas épocas, dentro del cristianismo, fueron perseguidas y marginadas, pero sin tanta virulencia y ensañamiento como lo hizo la Inquisición.

En realidad, se trataba de una reminiscencia de los antiguos cultos paganos, ligados a los ciclos naturales de la madre Tierra, cuyo papel central estaba en manos de la mujer y que dentro del cristianismo podían llegar a convertirse en movimientos heréticos. De hecho las actuales romerías, como por ejemplo la del Rocío, no dejan de ser una de estas prácticas que el cristianismo “reconvirtió”.

Yo siempre había relacionado la brujería con la superstición y la ignorancia. Además los aspectos históricos, antropológicos y sociales indicaban otra cosa: El paso del matriarcado al patriarcado, con la consiguiente substitución del papel hegemónico de la Diosa Madre por la del Dios Padre. Bajo ninguna circunstancia, había considerado la posibilidad de que poseyeran poderes o capacidades especiales, o la de poder conectar con otras entidades más allá de esta realidad física, etc…

Esto es lo que creía hasta que descubrí a Thelma, una mujer que conocí camino del “Puig Campana” tal como he comentado al principio del relato, aquella tarde del mes de mayo. Una tarde apacible y tranquila en la que se olía a primavera por aquellos parajes tan especiales, llenos de fuerza y a los que, según los más viejos del lugar, acuden las personas que necesitan recuperar energías perdidas o desean acelerar un proceso de recuperación después de una enfermedad.

Estaba andando por un sendero y pensaba en mi incipiente estado de gestación, pensaba en si sería niño o niña. Entre mi marido y yo habíamos cruzado una apuesta: él mantenía que sería niña, que es lo que prefería y yo, en cambio, aseguraba que sería un niño —por una vez en la vida, ganó mi marido—. La cuestión es que, después de un recodo, el camino empezaba a elevarse de una forma suave y observé que a unos trescientos metros más adelante, justo al lado del camino y sentada en una piedra junto a un gran árbol —me parece recordar que era una encina—, había una mujer que giró su mirada hacia mí, justo en el momento de haber superado el recodo y avanzar lentamente hacia ella. No sé por qué, pero un leve escalofrío subió lentamente por mi espalda hasta llegar a la nuca y no pude evitar un estremecimiento. Poco a poco me invadió una inquietud, al mismo tiempo que algo dentro de mí me decía que cuando alcanzase a aquella mujer, el encuentro sería significativo para mí. No me equivocaba. Cuando estaba justo a su altura y sin haber dejado de mirarme de una forma especial, me sonrió y me dijo:

—Hola, bonita tarde tenemos hoy. Es ideal para andar e impregnarse de la fuerza y de la belleza de este lugar.

—Buenas tardes —le respondí, entre prevenida y expectante, ya que era consciente que aquella atención hacia mi persona no era normal—. Sí, es cierto, hace una tarde espléndida de mes de mayo —añadí por cortesía.

—Y además, es extremadamente bueno y necesario que, en tu situación, estés en contacto con la naturaleza para contrarrestar los aires nocivos que respiras en la ciudad.

La verdad es que no esperaba aquel comentario. Por un momento dudé de hacerle un saludo con la cabeza y seguir mi camino, pero no pude evitar preguntarle.

—¿Qué quiere decir con esto de “mi situación”? —le pregunté de forma entre inquisitiva y burlona.

—Pues lo que es evidente, que estás embarazada de muy poco tiempo, pero la energía que transpiras es de vida, muy diferente a la de las demás personas que no lo están.

—No entiendo qué quiere decir. ¿Me está diciendo que sólo con mirarme sabe que estoy embarazada sin que ningún signo externo lo delate? ¿Es usted comadrona y por su larga experiencia intuye cuando una mujer está embarazada?

Una sonrisa bondadosa suavizó los rasgos de la cara de aquella mujer, de edad indefinida, que igual podía tener unos 50, 60 o 70 años. Se veía en la plenitud de su madurez, pero estaba lejos del inexorable declive y decrepitud a la que todo ser humano ha de llegar. Después de unos segundos de silencio, que me parecieron eternos y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, cosa que hacía aumentar más mi nerviosismo, me dijo:

—No hija no. Y perdóname que te trate de hija ya que por edad, de sobras podrías ser mi hija. No, no soy comadrona. Pero deja que me presente. Me llamo Thelma y estoy muy vinculada a los procesos de la vida y a los innumerables secretos que se esconden en la naturaleza y por los que se me ha permitido conocer casi todo lo relacionado con la salud y la enfermedad. Tu situación estaría dentro de lo que podríamos llamar, mi especialidad. —Y sin dejar que yo pudiese decir nada, añadió:

—Sí, tú estás embarazada de dos meses, semana arriba, semana abajo. Es más, en tu seno llevas una niña o mejor dicho, lo que será una preciosa niña ya que en estos momentos aún es un proyecto que ha de acabar de consolidarse y al que tendrás que prestar mucha atención. Un proceso que culmina, hacia finales del tercer mes, cuando una alma decida encarnarse.

—¿Cómo dice señora… Thelma? —le pregunté medio alucinada y añadí—. ¿Cómo sabe que llevo una niña, si ni tan siquiera el ginecólogo me lo ha podido confirmar mediante una ecografía? ¿Se basa quizás en la superstición de que se nos nota en la cara según llevemos un niño o una niña? Por otra parte, ¿qué quiere decir con eso que “tendré que prestarle mucha atención”?

—Perdona, ¿cómo me has dicho que te llamas? —María —le respondí desconcertada.

Sin dar casi un respiro respondió contundentemente y aún me dejó más confusa:

—Escucha María, sobre tu primera pregunta, digamos que es fruto de mi experiencia. Además tengo el 50% de probabilidades de acertar o de fracasar. Pero la segunda pregunta sí que es importante y quizás sea la causa por la que el destino ha hecho que nos encontremos por el camino.

—Has de saber —añadió con voz calmada y suave pero no exenta de firmeza— que cuando una mujer queda embarazada, se le produce un especie de “agujero energético” en el vientre por donde circulan las energías vitales que la unen con su hijo. Es por esto que la muerte de un hijo es tan especial para la madre, diferente a la muerte de otros seres queridos, puesto que con la muerte se rompe este vínculo y el agujero, al que me refiero, permanece abierto. La desvitaliza a no ser que lo “cierre” mediante la realización de unos determinados ejercicios, propios de chamanes y que son totalmente desconocidos en nuestra cultura occidental.

No daba crédito a lo que escuchaban mis oídos y con un tono entre burlón e intrigado le pregunté:

—¿Y qué tipo de energías circulan por esta especie de agujero energético?

—En primer lugar, por este corto espacio, circulan las energías vitales, el Prana de los hindúes, el Ki de los japoneses o el espíritu de la vida, como lo llamamos nosotros. Ten presente que la mujer es la portadora de la vida. Durante las primeras semanas de gestación, esta fuerza vital es lo que permitirá al feto seguir adelante en su proceso de formación física. Es a partir del cuarto mes, cuando pueden penetrar otro tipo de energías, algunas de ellas negativas y que no se plasman hasta que no se produce el parto.

—Señora —dije alzando un poco la voz y prescindiendo de llamarla por su nombre—. ¿Por qué me dice estas cosas? Jamás había oído hablar de ello… ¿Quiere asustarme quizás?

—No hija no, lo que quiero es prevenirte, ya que el período al que me refiero te coincidirá, más o menos, con el solsticio de verano y en concreto con la noche de San Juan, que es cuando estas fuerzas negativas tienen más poder y capacidad para penetrar en un organismo humano que esté gestando una nueva vida.

No daba crédito a lo que oía. Mi mente estaba procesando todo lo vivido, durante los últimos diez minutos, como algo difícil de asimilar y menos de asumir. Pero no estaba en condiciones de discutir nada con aquella mujer, tan misteriosa, que se había cruzado en mi camino. Decidí seguirle el juego para terminar pronto y seguir con mi paseo por aquella montaña. Eso sí, algo más alterada. Después de unos segundos de silencio le pregunté, con un tono de voz más calmada:

—Una pregunta Thelma, si lo que me dice es cierto, ¿cómo notaré que estas fuerzas pueden ser una amenaza para mí y para mi futuro hijo, bueno, hija, según usted? ¿Hay alguna forma de defenderme de ellas?

Durante unos segundos Thelma me miró a los ojos y sonriendo una vez más, me dijo:

—Ya sé que te suena a chino todo lo que te estoy diciendo y que ahora todo lo que te interesa es acabar con esta conversación y poder seguir tu camino. No obstante, voy a responder a lo que me preguntas y te recomiendo que prestes mucha atención, por si al final tienes que utilizarlo. En primer lugar, “sé” —haciendo énfasis en este sé— que estás trabajando en un tema que está relacionado con los aspectos más oscuros del ser humano y esto de una forma o de otra puede afectarte. En segundo lugar, sabrás que estas fuerzas te acechan a través de los sueños, en forma de pesadillas, que pueden ir en aumento a medida que te acerques a la noche mágica de San Juan. En tercer lugar, si notases que, efectivamente, tienes pesadillas extrañas, has de prepararte una protección especial con los siguientes elementos.

Toma nota o sino recuerda bien, por favor: En un recipiente grande con tres litros de agua añade 21 gotas de esencia o aceite de almendras y una cucharada de vinagre. Mezcla estos tres elementos y los remueves durante un buen rato, haciendo girar el líquido en sentido inverso a las agujas del reloj. Esta solución la pones en dos o tres botellas de cristal transparente y las dejas al sol, para que vayan energetizándose durante el día. Dos días antes del solsticio, por la noche, las pones a la intemperie, especialmente en la noche de San Juan. Si realmente eres objeto de ataques de estas fuerzas malignas y tú lo sabrás, como te he dicho, a través de pesadillas y sueños extraños y diferentes a los habituales, la misma noche de San Juan, a partir de las 12 de la noche, coges este líquido y mojas una esponja de baño totalmente nueva y primero te la pasas por todo el cuerpo, con lo que tu organismo absorberá su fuerza y contrarrestará cualquier influencia negativa. Acto seguido, con la misma esponja irás limpiando todos los marcos de las puertas de tu casa, empezando por la de tu dormitorio y acabando con la de la entrada a tu vivienda. De esta forma habrás expulsado, por así decirlo, toda la negatividad que pueda haber en tu casa. Si eres creyente, al terminar reza un padrenuestro o sino, simplemente, da las gracias a la Vida. Asimismo, mientras te sientas atacada, imagínate que estás dentro de una esfera reluciente y que todas las energías que te llegan, rebotan en la esfera y no te afectan.

No sabía qué pensar ya que en el fondo veía que aquella mujer me estaba ofreciendo algo a cambio de nada. En ningún momento me pidió dinero alguno ni que acudiese a ninguna “consulta”. Simplemente, cuando me vio, supo que estaba embarazada, a pesar de no tener ningún signo externo que lo indicase, me vaticinó que tendría una niña y así fue. No sé como lo hizo, pero sabía que estaba trabajando en una novela que trataba de brujas e inquisidores, cuando ni tan siquiera mi marido lo sabía. Y por último, me habló de una serie de cosas que yo hasta aquel momento ni creía en ellas y aún menos creía, que pudieran afectar mi estado.

Le di las gracias y le dije que, a pesar de que mi sistema de creencias no tenía ninguna relación con lo que ella me había contado, lo tendría en cuenta por si realmente, como decía ella, al acercarse el inicio del verano, empezara a tener pesadillas.

Me separé de ella y seguí mi camino zambulléndome en mis pensamientos y en lo que acababa de vivir en los últimos quince minutos. No habían pasado ni treinta segundos cuando decidí girarme para volver a fijarme en aquella mujer tan especial y saludarla con la mano, pero ya no la vi, había desaparecido. Como estaba cerca del recodo, pensé que había seguido su camino en dirección contraria y que estaba fuera de mi campo de visión. Retrocedí hasta ese recodo, desde donde se podía divisar todo el camino, de casi un kilómetro en línea recta, con la seguridad de verla. La sorpresa que me llevé es que tampoco estaba. Es como si se hubiera evaporado, con lo que se añadió, aún más misterio al encuentro mantenido con ella.

Cuando regresé a casa, no quise contarle nada a Francisco, mi marido, porque con toda seguridad me hubiese ridiculizado. No sabía por qué, pero estaba segura que aquel encuentro había sido importante para mí.

Fueron pasando los días y lentamente me fui olvidando de aquel encuentro y me fui centrando nuevamente en mi novela, al mismo tiempo que observaba como mi cuerpo y mi organismo, en general, iban sufriendo pequeños cambios propios del estado en que me encontraba.

A mitad de junio, el día 15 para ser exactos, el ginecólogo confirmó lo que me había dicho Thelma y pude observar por primera vez el cuerpecito de lo que sería mi hermosa hija. Aquella primera noche tuve un sueño raro, del que no me acordé cuando me desperté por la mañana, pero sí sabía que había sido más bien una pesadilla, ya que mi cuerpo, al despertarme, estaba alterado y muy cansado. No le di más importancia y pensé que quizás la copiosa cena de la noche anterior, en casa de unos primos de mi marido, había sido la causa.

Pasaron cuatro o cinco días más sin que mi sueño tuviese ninguna alteración digna de mención. Si no recuerdo mal, la noche del 20 de junio tuve una pesadilla atroz que me produjo un pánico terrible como el que tienen los niños pequeños. En el sueño estaba sola, estirada en la cama y tenía la seguridad de que debajo había “algo” amenazador, pero que no me atrevía a mirar. En un momento dado, giraba la cabeza para mirar qué era lo que había y una fuerza desconocida me arrastraba hacia abajo y por más que gritaba, nadie venía en mi auxilio. Me desperté sudando y entonces me encontré de nuevo al lado de mi marido, que seguía durmiendo plácidamente. Eran las tres de la madrugada, pero ya no pude volver a conciliar el sueño.

La noche siguiente, volví a tener el mismo sueño, pero justo cuando me ponía a gritar, en el momento en que una fuerza invisible me arrastraba debajo de la cama, vi como una serie de rostros, todos desconocidos para mí, me estaban mirando con malicia y un aire de perversidad, al mismo tiempo que sonreían de una forma maligna. Nuevamente, me desperté totalmente bañada en sudor sin que Francisco, que también seguía durmiendo tranquilamente, tuviese la más mínima noción de lo que yo estaba viviendo. Tampoco pude conciliar el sueño aquella noche y en mis pensamientos recordé lo que me había dicho aquella mujer un mes atrás. Al principio me dije que era una locura y que no podía perder el tiempo en aquellas tonterías y supersticiones, pero a medida que iba recordando todo lo que me había dicho, empecé a dudar y pensé que no me haría ningún daño si lo hacía. Lo máximo que podía pasar era que siguiese teniendo aquellas pesadillas.

El día 22, a primera hora de la mañana, mi marido tenía un vuelo internacional, si no recuerdo mal iba y volvía de Buenos Aires. Entre escalas, vuelos y revisiones no regresaría a casa hasta las cuatro de la madrugada del día 24, por lo que todo el día 22 y gran parte de la noche del 23 estaría sola en mi casa.

Desde el primer momento lo tuve claro. Cuando se fue Francisco y después de haber desayunado, cogí una olla grande y la llené con tres litros de agua, le añadí la cucharada de vinagre y las gotas de aceite de almendras que había ido a comprar a una tienda de productos naturales que está al lado de mi casa. Durante unos quince o veinte minutos estuve removiendo aquel líquido en sentido inverso a las agujas del reloj, tal como me había dicho Thelma. Después, llené tres botellas de vidrio transparente, de un litro de capacidad cada una de ellas, y las puse al sol, en la terraza de mi casa. Era un día espléndido de luz y calor, de un incipiente verano que resultaría más caluroso de lo habitual.

Tal como me había dicho aquella mujer, por la noche las volví a poner fuera, esta vez a la luz de la luna.

La noche del 23 me fui a acostar temprano, aún no eran las 11 de la noche y por los alrededores se oían los estruendos de los petardos y cohetes que tiraban los chicos del barrio. ¡Era la “nit del foc”! Yo en cambio, no estaba para muchas alegrías, ya que entre el embarazo, que no llevaba muy bien, el hecho de estar sola y las pesadillas de las últimas noches, realmente me encontraba muy cansada.

Cuando me puse a dormir, enseguida aparecieron aquellos rostros malvados de mis sueños, pero esta vez casi podía “olerles” el aliento putrefacto. Quería escapar y no podía. Me sentía inmovilizada. “Aquello” amenazador me acechaba debajo de la cama... Quise gritar y no me salía voz de la garganta. Entonces, en el sueño, recordé lo de la protección que me había dicho Thelma e imaginé que estaba en el interior de una esfera reluciente que me protegía de todos los peligros externos y noté que me iba tranquilizando al mismo tiempo que los rostros se alejaban. Poco después, desperté con la sensación que hacía muy poco que me había acostado y sin embargo, eran casi las dos de la madrugada. ¡Habían pasado tres horas!

No sé por qué, pero me sentía bien y con fuerzas y volví a recordar lo que me había dicho Thelma, lo que debía hacer con el agua de las botellas. Fui a buscar la esponja de baño que me había comprado el mismo día que el aceite de almendras y me limpié todo el cuerpo con el agua de la primera botella. Con el resto del agua limpié todos los marcos de las habitaciones y finalmente, el de la puerta de casa. Eran casi las tres y media de la madrugada cuando acabé con mi “limpieza” especial. Poco después, hacia las cuatro, Francisco entraba en casa con cara de cansancio por el vuelo, pero al verme se sorprendió y me dijo: —Cariño, ¿qué haces despierta a estas horas? Has de descansar y cuidarte.

—Te estaba esperando amor y no te preocupes por mí, que ya sé cuidarme sola. ¿Cómo te ha ido el viaje? Haces cara de cansado —añadí sin decirle lo más mínimo de lo que había pasado aquella noche ni las noches anteriores.

Aquella misma mañana del día de San Juan, bajé a la calle a comprar pan y unos bollos para el desayuno. No había caminado ni cincuenta metros cuando de pronto me topé de cara con Thelma, justo cuando giraba la esquina de mi misma manzana. Me quedé sorprendida al verla ya que nunca hubiese imaginado encontrármela en aquel lugar y menos una mañana como aquella. Viendo mi cara, sonrió y me preguntó:

—¡Hola María! ¿Cómo te fue anoche? ¿Tuviste pesadillas? ¿Has tenido que utilizar los remedios que te aconsejé?

—Hola… Thelma, —balbuceé—. ¿Cómo dice? Ah sí… anoche… bien, me encuentro bien —le respondí al mismo tiempo que intentaba poner en orden mis pensamientos.

—Pues nada —respondió ella—. Ya veo que estás bien y que todo está en orden. Cuídate mucho y ya verás que tendrás una niña preciosa.

Y sin decir nada más, sonrió y siguió su camino.

Yo no supe reaccionar y me quedé muy de cortada, sin saber qué decir, por aquel inesperado encuentro. Seguí mi camino y de repente, me volví a girar para ver dónde estaba ella y poder hacerle unas preguntas que me intrigaban de todo lo que había vivido durante la última semana, pero una vez más había desaparecido. Como si la tierra se la hubiese tragado.

Desde aquella noche ya no tuve más pesadillas. Cinco meses después nacía mi primera hija, Helena, una niña especial ya que desde muy pequeña parece saber leer mis pensamientos y la verdad es que me siento muy conectada a ella. Referente a la novela, deciros que finalmente la terminé y fue publicada por una pequeña editorial, y aunque he de reconocer que no fue un éxito comercial, se llevó más de una buena crítica. ¡La próxima será mejor!

A Thelma, nunca más la he visto. Siempre me he preguntado si era realmente una “bruja”, pero de las buenas, de las que están plenamente integradas a los ciclos naturales de la Tierra, de las que ayudan a los demás, sin pedir nada a cambio. No lo sé, pero lo que sí me ha quedado bien claro es que cuando alguien especial como ella te haga una advertencia o te dé un consejo, no le hagas oídos sordos, porque quizás podrías arrepentirte…

Abril del 2010.

3 “Noche del fuego”. En muchas zonas del Levante es costumbre hacer hogueras el dia 23 de junio por la noche.

4 Población costera alicantina, al lado de Benidorm.

Señales 2.0

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