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8 No More Auction Block For Me

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CANCIÓN TRADICIONAL DE LOS ESCLAVOS AMERICANOS

La quimioterapia le ha robado el misterio de su melena.

La melena de Marga: un sauce de copa negra que la hacía inconfundible desde donde la vieses, un surtidor disparando tirabuzones, pernos, pasta oscura en espiral. Quien no sabía su nombre la conocía como la chica del pelo rizado o la chica del pelo de negra o, simplemente, la Pelos.

Óscar le dice que el ciclo vital de cada cabello de la nuca de una mujer dura alrededor de ocho años en los que crece a razón de 0,3 milímetros a la semana de media antes de caer, por lo que en las 416 semanas que hay en ocho años, si no se corta, puede llegar a crecer casi un metro treinta. Marga no le cree demasiado porque no supera el metro sesenta y cinco, y antes de la quimio no veía razón para pisar una peluquería.

Óscar le dice que el motivo de que el homínido perdiera el pelo en el cuerpo y no en la cabeza fue para protegerse de las insolaciones en la sabana africana de la que todos procedemos y que por eso los negroides mantienen aún hoy un cabello más rizado o ulótrico, en forma de elipse, para resguardarse del sol. Ella dice que de acuerdo y apunta mentalmente: no viajar a África durante el tratamiento.

Óscar arrastra la calvicie desde los veintialgo, así que Marga decide dejar sus enseñanzas capilares en cuarentena.

Óscar tampoco conoce al resto de las mujeres de la familia de Marga Resulta que todas tienen el pelo de negra. Llama la atención que los hombres, en cambio, mantengan el cabello lacio. Es difícil darle una explicación lógica al fenómeno, una solución al misterio de su melena.

Las ramas masculinas de su árbol genealógico conforman una saga de patrones, marineros y pescadores que se remontan más allá de lo que nadie en su familia puede recordar. Hombres que han recorrido los confines del mundo y han tenido contacto con negros. E, indudablemente, también con negras. No le extrañaría encontrarse un día con que tiene un medio-abuelo, un medio-tío, un medio-primo o un medio-hermano negro. Pero eso no explicaría la llegada de la negritud a los genes de las mujeres de su familia.

A Marga tampoco le convence la hipótesis que tiene que ver con uno de sus bisabuelos; el único hombre de su familia que no fue marino sino farero de una isla que se divisa desde el muelle. Ahora la isla la habitan solo gaviotas, lagartos y ratas que se alojan en las casas desvencijadas. Su abuelo se lo ha contado un millón de veces. Su hermano Nico dice: «Otra vez, abuelo, qué coñazo eres». Ella pone cara de asombro como si fuese el primer día que lo oye:

«A principios del siglo pasado un vapor que partió de Bilbao rumbo a América encalló en un peñasco cercano a la isla y naufragó en mitad de la tormenta. Aquí, cuando hay temporal, las ventanas retumban como si el cristal se fuera a partir. El viento es capaz de arrancar de raíz los manzanos y los limoneros».

Nico chista y rebusca algo en una caja de lata que contuvo las piezas de un puzle de Renoir.

«Mi padre corrió a pie los cuatro kilómetros pedregosos que separaban el faro de su casa para dar la alarma», dice su abuelo con voz encendida. «Las olas rompían con violencia contra las rocas y los isleños se lanzaron en sus humildes barcas de madera calafateada a salvar a los náufragos. Solo sobrevivió una quinta parte del pasaje del vapor. A los habitantes de la isla no los hicieron héroes...».

Los acusaron de raqueros, dice Nico jugando con un mechero Zippo, encendiéndolo y apagándolo.

«No fue hasta varios meses después», prosigue irritado su abuelo, «cuando mi madre dio a luz una niña con una copiosa mata ondulada, que empezó a circular el rumor de que en el barco iba un negro llamado Richard Parker que continuaba oculto en algún lugar de la isla».

Esa parte es la que a ella más le gusta. Le hace gracia que en la isla se rumorease que su bisabuela se acostaba con un negro. Le hace gracia que su abuelo se lo cuente.

«Todo fueron maledicencias porque nunca lo encontraron, ni figuraba su nombre en el listado de pasajeros, ni los supervivientes recordaban haber visto ningún negro a bordo», termina el abuelo.

Y Nico enciende un Ducados que inunda toda la casa con su olor.

El pelo de Richard Parker es su identidad, la marca de familia, mucho más que un apellido para ella. Pero se le ha caído a puñados de un modo tan brutal que es imposible explicarlo si no lo has vivido. Casi cómico si no fuera porque no tiene puta gracia pasarse la mano por la cabeza y quedarse con mechones enteros entre los dedos, arrojar los genes por el desagüe, tirar de la cadena y atascar el váter.

Así que no se lo pensó dos veces. Bajó al supermercado, compró una maquinilla y puso la cuchilla al cero. Ahora lleva una peluca lisa de pelo natural que le ha costado el sueldo íntegro de un mes. Un flequillo abierto a los lados tapa el nacimiento inexistente de la melena.

Los que antes la reconocían desde donde la viesen, los que la llamaban la chica del pelo rizado o la chica del pelo de negra o, simplemente, la Pelos, ya no la conocen.

Otros, como uno de los funcionarios que trabajan con ella en la Consejería, le preguntan dónde se ha hecho el alisado. El problema con este funcionario es que se lo pregunta tres veces por semana. Qué bien te queda. Estás guapísima. No se te encrespa con la lluvia. Se lo quiero recomendar a mi mujer.

Así durante tres meses.

En una de estas va a quitarse la peluca y decirle: «¿Y así? ¿Te gustaría tu mujer así?».

El pelo que ya no tiene era la parte más visible de su atractivo con los hombres. No es que sea lo que más le preocupa ahora, pero sería absurdo no admitirlo. No se cree guapa, más bien al contrario, le parece que su cara es poco común. Y si eso le ocurre a ella que está harta de verla, qué no les pasará a los demás. Pero siempre ha tenido algo con los chicos. Quizá sean sus curvas. Sus pechos. Las mujeres de su familia materna son curvilíneas.

Esa es la paradoja. El cáncer ataca donde más duele. La melena ya no la tiene y una de las tetas se la van a trepanar.

Óscar le dice que trepanar no es una expresión correcta para referirse a una mama, porque trepanar significa horadar un hueso y una mama es una glándula.

Lo dice cauteloso, intentando no herirla con sus correcciones, le da mucho valor a las palabras. A Marga le da igual lo que le diga. Le gusta trepanar. En unas semanas la van a trepanar.

La banda interpreta ahora una versión de un viejo tema góspel contra la esclavitud. Canta el cantante: «No more auction block for me. Many thousands gone», y toca la armónica sujeta a su cuerpo con un hierro. Le recuerda a los que usaban en las piernas los niños con polio que vio en una exposición de fotografía.

En el bombo se lee un nombre: The Strangers; nunca los había oído. Mira al cantante besar la armónica y se enrosca un mechón postizo en el dedo, un acto reflejo que mantiene pese a todo. Es una buena peluca, entiende que el funcionario quiera a su mujer con un pelo así. ¿La querría también con una teta trepanada?

«No more auction block for me. No more, no more».

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