Читать книгу Toque de queda - Jesse Ball - Страница 16
ОглавлениеLuego llegó a un portón. Allí estaba Oscar, un hombre que conocía. Se quedó junto a Oscar un minuto.
Una multitud de niños atravesó el portón de Oscar, arreada por una matrona con un delantal severo.
Oscar rio.
—Cuando era niño me aterraban los caballos. Me inquietaba mucho su forma, y me horrorizaba saber que yo era el único. Una vez leí un libro sobre una guerra de hace mucho tiempo en que millares de caballos fueron exterminados con fuego de ametralladora. Eso me hizo sentir muy bien. En el libro había una foto en blanco y negro de un campo con hombres muertos y caballos muertos. La perspectiva del libro era que los caballos no tenían la culpa.
—Pero tú lo veías de otro modo.
—Yo lo veía de otro modo.
Pasó un viejo en un coche ruidoso. El coche tenía patente de otra ciudad. Estaba cargado de pertenencias. El viejo parecía muy cansado, y apenas aminoró la marcha. Estuvo a punto de atropellar a alguien cuando su coche apareció inesperadamente.
El hombre al que casi habían atropellado se había caído. Se puso de pie y atravesó el portón.
—Ese hombre tiene algo en el bolsillo que parece un arma, pero quizá sea un trozo de fruta. Si le disparasen por un trozo de fruta, sería una desgracia.
—¿Cómo crees que la policía secreta sabe quiénes pertenecen o no a la policía secreta? Por ejemplo, ese hombre con la fruta… si fuera un arma, ¿cómo sabrían si dispararle o no?
—Pero es una fruta.
—¿Y si le disparasen por eso?
—Conviene comer la fruta cuando la compras y no llevarla de aquí para allá, amigo mío. En todo caso, es más educado quedarse cerca del puesto y comer la fruta que llevarla a casa y apoyarla en una repisa.
—No estoy de acuerdo.
—Con esto no puedes no estar de acuerdo, William Drysdale. Así son las cosas. Nunca te he visto llevar fruta en el bolsillo.
—Porque temo que me disparen.
—Bien, a todos nos dispararán por algo. ¿Sabes que tengo una nariz de oro que compré hace mucho tiempo? Al parecer la gente perdía la nariz por culpa de la sífilis, y a veces usaba narices de oro.
—Es un modo muy torpe de cambiar de tema, Oscar. No hay una sola nariz de oro a la vista que permita seguir la conversación.
—Bien, creí ver una. Ahora se acerca un hombre con una nariz muy brillante. Tendría que tener cuidado, con esa nariz tan lustrosa. Podría traerle problemas.