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Capítulo 3

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–ASÍ que esta es tu oficina.

Max echó un vistazo a su alrededor, incómodo. La sala estaba llena de mujeres impresionantes que lo miraban como si fuera la primera vez que veían a un hombre con traje y no supieran si reírse o darle el pésame.

En otras circunstancias, le habría agradado la sobredosis de atención femenina; en aquellas, se sintió como un moscardón que hubiera entrado en un invernadero lleno de mariposas a cual más bella.

¿Por qué se había dejado embaucar? Él estaba tan tranquilo cuando Allegra se sentó a su lado y, antes de que se diera cuenta, lo había engatusado con sus palabras y hechizado con sus grandes ojos de color musgo.

No se lo podía creer. Sobre todo, porque él mismo le había dado la idea de extorsionarlo para que se saliera con la suya.

Cuando Allegra se echó en sus brazos y le dio un beso en la mejilla, se supo completamente perdido. La visión de su cabello lo perturbaba; el contacto de su cuerpo lo embriagaba. En ese momento, la deseó tanto que estuvo a punto de meterle las manos por debajo de la blusa, tumbarla en el sofá y hacerle el amor.

Pero habría sido una idea nefasta.

Y ahora, sin saber qué diablos había pasado, se encontraba en la redacción de la revista Glitz y no tenía más remedio que seguir adelante con aquella farsa.

–En primer lugar, tendremos que adecentarte un poco –dijo Allegra, que sacó una lista–. ¿Tienes libre la tarde?

Max la miró con desconfianza, pero se había comprometido con ella y ya no se podía echar atrás.

–No, pero supongo que me la podría tomar libre –respondió a regañadientes.

Max no quería que sus compañeros de trabajo se enteraran de lo que estaba pasando. De hecho, les había dicho que tenía que ir al dentista para que no hicieran preguntas sobre su ausencia matinal. Y, al mirar las oficinas de Glitz, pensó que una extracción de muelas habría sido menos dolorosa para él.

Segundos más tarde, Allegra lo condujo por uno de los pasillos. Como siempre, llevaba zapatos de tacón alto que resonaban en los pulidos suelos. Estaba preciosa con su traje de pantalón ajustado, pero Max pensó que le gustaba más cuando se ponía vestidos; en primer lugar, porque lo intimidaba menos y, en segundo, porque los vestidos ofrecían la visión de sus impresionantes piernas.

–Dickie te dejará perfecto –dijo Allegra–. Pero ten paciencia con él, por favor. A veces puede ser irritante.

–Yo siempre estoy perfecto –protestó Max.

Allegra lo miró por encima del hombro.

–Si tú lo dices… –ironizó–. En fin, ya hemos llegado. Limítate a sonreír y a asentir.

Ella respiró hondo y lo llevó a otra sala, donde los esperaba un hombre bajo, de cabello gris, grandes gafas rojas y una pajarita roja y blanca.

–Hola, Dickie –dijo Allegra con una amabilidad casi reverencial–. No sabes cuánto me alegra la oportunidad de trabajar contigo.

Dickie asintió con expresión aristocrática y, tras dar un beso a Allegra, lanzó una mirada a Max y frunció el ceño.

–¿Quién es este? –preguntó con acento francés.

Max dio un paso adelante, le estrechó la mano y contestó:

–Max Warriner. Encantado de conocerte.

Dickie se miró la mano como si fuera la primera vez que se la estrechaban. Allegra se maldijo por no haber advertido a Max de que debía darle un beso. Aunque estaba segura de que no se lo habría dado.

–Max está aquí por el proyecto de Construyendo a Don Perfecto –explicó–. Ya sabes, la idea de cambiar completamente a un hombre.

–Ah, oui… –dijo Dickie–. Desde luego, este necesita un buen cambio.

–Esta noche tiene su primera cita. Darcy King y Max irán al club Xubu y disfrutarán de unos cócteles –comentó ella con entusiasmo.

El club Xubu era el local más de moda de toda la ciudad. Allegra estaba loca por conocerlo, pero nunca le habían ofrecido una invitación. Afortunadamente, la fama de Darcy King abría todas las puertas.

–No sé por qué estás tan contenta –dijo Max–. Tú no vas a ir.

–Por supuesto que voy a ir –le corrigió Allegra–. Recuerda que tengo que escribir el artículo. Y me acompañará un fotógrafo.

Max gruñó.

–Vamos… si hay testigos, no es una cita de verdad.

–Pero será divertido.

Max sacudió la cabeza en silencio.

–Como ves, Max necesita un cambio verdaderamente profundo –dijo Allegra a Dickie, que lo observó con detenimiento–. Tiene que impresionar a Darcy.

–Bueno, haré lo que pueda. Pero hay que quitarle la chaqueta, la camisa y esos horribles pantalones… ¡Dios mío, qué espanto! ¡Será mejor que lo quememos todo!

Dickie le intentó quitar la chaqueta, pero Max se resistió.

–¿Qué diablos… ?

Allegra decidió intervenir.

–Déjamelo a mí, Dickie. Venga, quítate la chaqueta.

–¡Es el traje que llevo al trabajo! ¡No permitiré que lo queméis!

Allegra sonrió.

–No te preocupes por eso. Nos limitaremos a llevarlo a tu casa, para que su visión no ofenda a Dickie.

–¿Y qué tiene de malo mi aspecto?

Allegra hizo caso omiso de la pregunta de Max y se giró hacia el estilista.

–¿Qué imagen te parece la más adecuada? ¿Algo funky? ¿Algo suave y más refinado?

Dickie volvió a estudiar a Max.

–En mi opinión, debería ser algo refinado. Pero con un toque duro.

–No podría estar más de acuerdo contigo. Necesita ropa interesante, pero no demasiado obvia. Yo optaría por una imagen ligeramente extravagante, para que Darcy piense que es un hombre seguro de sí mismo y que no le importa la opinión de los demás.

Dickie asintió.

–¿Extravagante? Sí, sí… quizás.

–Entonces, ¿qué te parece? –preguntó Allegra, cuya ansiedad empezaba a ser evidente–. ¿Puedes hacer algo por Max?

En respuesta, Dickie dio una palmada para llamar la atención de sus subalternos, que habían contemplado la escena en silencio.

–Quitadle la camisa –ordenó.

–Pórtate bien –susurró Allegra a Max.

–Me estoy portando bien.

–Eso no es verdad. Miras a Dickie como si lo odiaras con toda tu alma –replicó Allegra en voz baja–. ¿Quieres que yo mire igual a Bob Laskovski?

–No.

–Entonces, pórtate bien.

Max se puso tenso cuando los ayudantes de Dickie lo rodearon y le empezaron a desabrochar la camisa; pero Allegra se puso detrás del estilista y le hizo un gesto para que recordara que, si aquello salía mal, no lo acompañaría a la cena con su jefe.

Cuando por fin le quitaron la camisa, Dickie y Allegra soltaron un silbido de admiración. ¿Quién se habría imaginado que Max ocultaba un torso tan ancho y sexy debajo de la ropa?

Allegra lo encontró tan deseable que apartó la vista y se intentó concentrar en sus notas. Sin embargo, su mirada volvió una y otra vez al cuerpo de Max; sobre todo, cuando le quitaron los pantalones y lo dejaron en calzoncillos.

Al cabo de unos minutos, Dickie chasqueó los dedos y la sacó de sus confusos y algo tórridos pensamientos.

–¿Allegra? ¿Qué te parece?

Max llevaba un traje precioso, con una camisa oscura y una corbata a rayas que, a pesar de ser algo extravagante, hacía juego. Si no hubiera sido por su expresión de enfado, habría estado realmente fantástico.

–Me encanta. La camisa le queda muy bien.

Max se estremeció.

–Me siento ridículo –protestó.

–Pues no lo estás.

–Tendremos que cortarle el pelo –dijo Dickie.

Allegra echó un vistazo a su lista.

–Sí, ya lo había previsto. Es lo siguiente.

–Y hacerle la manicura.

–Oh, no –Max dio un paso atrás–. ¡No, no, no!

–Sí –replicó Allegra con una sonrisa helada–. Y deja de protestar, que no te va a doler. Aunque no estoy segura de que se pueda decir lo mismo del depilado.

Max la miró con horror.

–¿El depilado?

–Claro, de la espalda y otras zonas…

–Pero…

Max no terminó la frase. Por la expresión irónica de Allegra, supo que le estaba tomando el pelo y soltó un suspiro de alivio.

Ella se rio y dijo:

–Bueno, será mejor que te quitemos el traje. Nos vamos a la peluquería.

Max se llevó una mano al cuello. Si le hubieran puesto una simple camisa oscura, no le habría molestado; pero era una camisa oscura con estampado de flores, y se sentía inmensamente ridículo. Por suerte, la experiencia con el peluquero no había sido tan desagradable para él. Se limitó a lavarle el pelo, cortárselo y, por último, afeitarlo.

En ese momento, varias horas después, se encontraba en el interior del elegante club Xubu, sentado a una mesa en compañía de Allegra y del fotógrafo, Dom. Max echó un vistazo a los clientes y pensó que no se parecían nada a los ingenieros con los que salía a tomar copas. La mayoría eran más jóvenes que él, y todos llevaban una ropa tan extravagante como la suya.

–Es un lugar fabuloso, ¿verdad? –dijo Allegra.

Max guardó silencio.

–Increíble… Chris O’Donnell está sentado detrás.

–¿Quién es Chris O’Donnell?

Allegra lo miró con asombro.

–¿Es que no lo sabes?

–¿De dónde has salido? ¿De Marte? –intervino Dom.

–Chris O’Donnell es una estrella del rock –explicó Allegra, aún desconcertada con la ignorancia de Max–. Lo acaban de nombrar el hombre más sexy del país. Se eligió por votación popular, y confieso que yo misma lo habría votado.

Max arqueó las cejas.

–No sabía que te gustaran tanto los roqueros, Piernas. ¿Estás segura de lo que dices? Tu madre no lo aprobaría.

Allegra se ruborizó.

–Bueno, no estoy diciendo que quiera tenerlo de novio –comentó–. Pero debes admitir que está muy bueno.

Max cambió de conversación porque no quería hablar de los gustos de Allegra en materia de hombres.

–¿Flick ya sabe que te han hecho un encargo en la revista?

Ella asintió.

–Sí, la llamé anoche y se lo dije.

–¿Y cómo reaccionó?

Allegra soltó un suspiro.

–Ya conoces a mi madre. Se limitó a felicitarme con frialdad cuando le dije que puede ser importante para mi carrera. Supongo que es natural. Cuando te dedicas a escribir sobre asuntos económicos y políticos, te parece que los artículos de Glitz son superficiales. Creo que lo encuentra un poco estúpido.

Max siempre había compartido la opinión de Flick; pero, por alguna razón, le molestó que despreciara el trabajo de su hija.

–Tendrías que habérselo explicado como me lo dijiste a mí. Puede que no sea el artículo del siglo, pero vas a escribir algo que interesa a muchas jóvenes y que, además, las puede ayudar en su vida diaria.

Allegra se encogió de hombros.

–No habría servido de nada. Los problemas amorosos con los hombres no se pueden comparar con los grandes problemas de la economía y la política. En realidad, creo que mi madre tiene razón. Me debería preocupar más por esas cosas.

Max maldijo a Flick para sus adentros. Su hija le era absolutamente leal y ella, en cambio, era incapaz de dedicarle el menor reconocimiento. La pobre Allegra habría dado cualquier cosa por conseguir la aprobación de Flick.

Justo entonces, Allegra lanzó una mirada a una chica que acababa de pasar por delante de la mesa.

–Dios mío… ¿Habéis visto eso? Qué maravilla de mujer. Está absolutamente preciosa con ese look de vampiro chic.

Max arqueó una ceja.

–¿Vampiro chic? –preguntó con sorna.

Allegra lo miró con recriminación.

–¿Se puede saber qué te pasa, Max? Te traemos al mejor club de la ciudad y tú te comportas como si prefirieras estar en un vulgar pub.

–Porque preferiría estar en un vulgar pub –alegó.

–Anda, bebe un poco. Está visto que necesitas animarte –Allegra le pasó la carta de bebidas–. Y no, ni lo pienses. No te puedes tomar una pinta de cerveza.

Max estuvo a punto de sufrir un infarto cuando vio los precios.

–¡Esto es un atraco a mano armada!

–No sufras tanto, que no vamos a pagar nosotros –le recordó Allegra–. Y relájate de una vez, por favor. Se supone que tienes que estar encantado ante la perspectiva de conocer a Darcy; pero cualquiera diría que te han arrastrado a una sala de tortura.

–Umm…

Max se intentó aflojar la corbata. Allegra se inclinó hacia delante y le dio un golpe en la mano, para impedírselo.

–¡Relájate! –repitió.

Max se quedó inmóvil. El aroma del perfume de Allegra lo había embriagado por completo.

–Darcy llegará de un momento a otro –continuó ella–. Haz un esfuerzo por estar a la altura de las circunstancias y caerle bien. Esa es tu primera tarea. La segunda, conseguir que acepte tu invitación a cenar.

–Ya lo sé –dijo, enfurruñado.

–Solo te lo recuerdo para que no cometas ningún error. Esto es tan importante para mí como lo es para ti. Si quieres que te acompañe a esa cena, claro.

Max se volvió a arrepentir de haberle dado la idea de que lo extorsionara con su jefe. Por lo visto, había creado un monstruo.

–Recuerda que te interesa Darcy, no la modelo de lencería. Hazle preguntas, pero no la interrogues. Y no esperes que todo el peso de la conversación recaiga en ella.

–Por si no lo sabías, he salido con más mujeres.

Allegra hizo caso omiso del comentario.

–Darcy espera encontrar a un hombre tan interesante como interesado por ella; un hombre encantador y con carácter que le haga reír, que se comporte como un caballero y que consiga que se sienta sexy y segura a la vez.

–¿Y cómo lo voy a lograr si Dom y tú me estáis sacando fotografías?

–Al cabo de un rato, ni siquiera serás consciente de nuestra presencia –le aseguró–. ¡Ah! Ahí llega.

Max se levantó para saludar a Darcy y se quedó sin aliento.

Era una mujer verdaderamente espectacular. Había visto fotos suyas en las revistas, pero las fotografías no le hacían justicia. Irradiaba sensualidad desde su cabello rubio hasta su cuerpo voluptuoso, pasando por una boca que parecía la quintaesencia de la tentación.

–Hola. Supongo que tú eres Max –dijo Darcy con su famosa voz ronca.

–En efecto. Encantado de conocerte, Darcy.

Max le quiso estrechar la mano, pero la modelo se rio y le dio un beso en la mejilla.

–Dejémonos de formalidades –dijo Darcy, que se había ganado la atención de todos los hombres del club–. A fin de cuentas, me han dicho que vamos a ser grandes amigos.

Max le ofreció una silla y lanzó una mirada asesina a Allegra.

–¿Ah, sí? Parece que tú sabes más que yo.

Darcy le dedicó otra sonrisa.

–No te preocupes por eso. Nos vamos a divertir.

Darcy y Max se llevaron bien desde el principio. Allegra pensó que tenía motivos para estar contenta y dio un trago de agua mientras miraba a la modelo, que echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada en ese momento. A continuación, Darcy parpadeó con coquetería, se inclinó hacia delante como si quisiera enfatizar su famoso escote y pasó una mano por el brazo de Max.

Allegra tendría que haber estado encantada. Tras unos instantes de incomodidad, Max se había relajado y había conquistado a la modelo con su encanto y su sentido del humor. ¿Quién lo habría imaginado? El hermano de Libby estaba increíblemente atractivo con su nuevo corte de pelo, su traje y su camisa oscura con estampado de flores. No parecía el mismo hombre. Y todo estaba saliendo a pedir de boca.

Pero Allegra habría preferido que Darcy no lo tocara tanto.

Algo incómoda por la deriva de sus pensamientos, Allegra bajó la cabeza y clavó la mirada en su cuaderno mientras oía la conversación de Darcy y Max e intentaba pasar desapercibida en la medida de lo posible.

Aquel artículo podía cambiar su carrera y abrirle las puertas de publicaciones más serias y más importantes.

Se estaba jugando mucho.

Pero, entonces, ¿por qué se distraía constantemente con las sonrisas de Max? ¿Por qué se le aceleraba el pulso como si la hubieran asustado? Y, sobre todo, ¿por qué deseaba que sus sonrisas fueran para ella y no para Darcy?

Al cabo de un rato, renunció a tomar notas y empezó a dibujar a la pareja. Al fin y al cabo, no estaban diciendo nada de utilidad para escribir un artículo.

Cuando terminó con Darcy, empezó con Max. Pero se sorprendió al ver que no estaba dibujando al Max de aquella noche, sino al Max de siempre, al hombre que ella conocía, al tipo que llevaba polos espantosos y que se tumbaba en el sofá de su casa, con el mando a distancia en la mano, a ver la televisión.

–¿Qué estás dibujando? –dijo Darcy de repente.

La modelo se inclinó sobre el cuaderno de Allegra.

–¿Quién es ese? –continuó Darcy–. Dios mío, eres tú…

–Sí, me temo que soy yo.

Allegra se ruborizó.

–Solo es un boceto…

–Un boceto magnífico. Tienes mucho talento –declaró Darcy–. Me has dibujado muy bien. ¿Verdad, Max?

Max lo miró y asintió.

–Sí, es verdad. Aunque ningún dibujo puede captar tu encanto, Darcy.

Darcy rompió a reír, encantada con el cumplido, y Allegra tuvo ganas de vomitar.

Max estaba coqueteando descaradamente con ella. Quizás había llegado el momento de levantarse y dejarlos a solas.

–Bueno, será mejor que me vaya.

–No, no te vayas todavía –dijo Max.

A Allegra le sorprendió. Creía que Max se quería librar de ella.

–Si ya has terminado de trabajar, tómate una copa con nosotros –continuó él.

–Sí, por supuesto –dijo Darcy con otra de sus sonrisas, mientras le acariciaba el hombro a Max–. Es una suerte que se te ocurriera la idea de escribir ese artículo. De lo contrario, nunca habría conocido a Max. Sinceramente, no puedo creer que ninguna mujer le haya echado el lazo todavía.

–Sí, es asombroso.

Allegra miró a Max, que sonrió y le dio la carta de los cócteles.

–Prueba algo de nombre ridículo. Así te podrás reír de mí cuando se lo pida al camarero.

Allegra tragó saliva e intentó concentrarse en la carta. ¿Se estaría poniendo enferma? Se sentía acalorada, tensa.

Desafortunadamente, la lista de los cócteles no contribuyó a calmar su ansiedad. Estaba llena de cosas con nombres tan evocadores como Beso húmedo, Grito de orgasmo, Revolcón en la playa y Sexo contra la pared.

Al final, carraspeó y dijo:

–Tomaré un Martini Dry.

–Cobarde –se burló Max.

Darcy miró a Allegra y le empezó a hablar sobre el rodaje que había comenzado el día anterior. Conocía a Dickie, a Stella y a muchas de sus compañeras de Glitz, y era tan absolutamente encantadora que, a pesar de su insistencia en coquetear con Max, Allegra no pudo evitar que le cayera bien.

De vez en cuando, Darcy metía la mano por debajo de la mesa y Allegra tragaba saliva y se preguntaba dónde lo estaría tocando y qué le estaría haciendo. Se sentía tan mal que se bebió el Martini a toda prisa para marcharse cuanto antes. Pero la modelo no le concedió esa oportunidad. Antes de que Allegra se diera cuenta de lo que había pasado, ya le había pedido una segunda copa.

–Es lo justo –declaró Darcy con alegría–. A fin de cuentas, te has tomado una menos que nosotros.

El hombre imperfecto

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