Читать книгу El hombre imperfecto - Jessica Hart - Страница 9
Capítulo 5
Оглавление–¿LOS giros? –preguntó Max cuando salieron–. ¿Es que también tengo que aprender a dar vueltas?
–Uf, es mucho más difícil de lo que creía –Allegra se anudó un pañuelo al cuello–. He soñado tantas veces con bailar el vals que pensé que se me daría bien. No puedo creer que sea tan incompetente.
–Será porque, en tus fantasías, no tenías que bailar conmigo –replicó Max, sintiéndose culpable.
–Es cierto. Seguro que me sale mejor con el duque.
Él la miró con extrañeza.
–¿El duque?
–Sí, el duque que me saca a bailar, me lleva a la terraza y, a continuación, me besa apasionadamente –dijo Allegra con total naturalidad–. Pero lo sabes de sobra. Te conté mi fantasía.
–Sin mencionar a ningún duque –le recordó él.
–Bueno, es que me gusta pensar que el hombre de mis sueños es de la aristocracia. Desde luego, tiene reputación de vividor; pero, en el fondo, es un caballero.
–Dudo que sea un caballero si te saca de la pista de baile y lo primero que hace es besarte apasionadamente.
–Por Dios… deja de sacarle defectos a todo –se quejó ella.
Max sacudió la cabeza.
–No te entiendo, Piernas. Cuando no estás obsesionada con la moda o los rumores sobre los famosos, te dedicas a fantasear con aristócratas.
Durante el camino a la casa, Max se puso a pensar y se dio cuenta de que Allegra era más compleja e interesante de lo que se había imaginado. Desde que vivían juntos, había aprendido muchas cosas nuevas sobre ella. Por ejemplo, que siempre dejaba el cuarto de baño desordenado, que se le iluminaba la cara cuando sonreía y que tenía una forma encantadora de alzar la barbilla, en un gesto de orgullo.
Pero, sobre todo, se acordó de lo que había sentido en el salón de baile, cuando Cathy insistió en que se dieran un abrazo.
Sus sentidos habían reaccionado de un modo alarmante al sentir el cuerpo de Allegra. Sus sentidos y algo más. De hecho, se había alegrado enormemente de llevar chaqueta, porque al menos ocultaba su erección.
Luego, cuando Cathy les ordenó que se abrazaran con más fuerza, se sintió perdido. ¿Cómo se podía resistir al encanto de una mujer tan suave y cálida si se apretaba contra su pecho? ¿Cómo podía refrenar el deseo si su aroma lo embriagaba y apenas tenía las fuerzas necesarias para no apartar las manos de su cintura y ponerlas sobre sus senos?
Sacudió la cabeza y se dijo que todo era culpa de Emma. Estaba hambriento de sexo porque no se había acostado con nadie desde su ruptura. Si Emma no lo hubiera abandonado, él no se habría fijado en Allegra ni habría empezado a pensar en ella en esos términos.
Sin embargo, la experiencia del salón de baile no había sido tan mala. Cuando se dio cuenta de que Allegra se sentía tan incómoda como él, se relajó un poco y pensó que tenían muchas cosas en común.
Si conseguía resistirse al impulso de arrancarle la ropa, todo iría bien.
–Me desconciertas, ¿sabes? Afirmas que quieres ser una periodista seria, pero solo te pones seria para hablar de cosméticos o de algún jabón nuevo.
Allegra lo miró y se subió el cuello del abrigo. Se había levantado un poco de viento.
–Soy más compleja de lo que crees, Max –replicó–. Pero, hablando de periodismo, ¿se puede saber qué le has hecho a Dickie?
–¿A Dickie? –dijo él con sorpresa–. No le he hecho nada.
–Pues esta mañana estaba de tan mal humor que todo el mundo tenía que hablar en voz baja para no molestarle. Según me ha dicho la becaria, Stella le preguntó qué le pasaba y él dijo que todo era culpa tuya.
–Pues no lo entiendo. Me limité a llevarlo a un pub.
Allegra se había empeñado la noche anterior en que Max se volviera a poner en manos del estilista. Como de costumbre, Max se resistió al principio; pero después aceptó y, al final, se fue con Dickie a tomar una copa.
–No me lo podía creer –continuó Max–. El tipo lleva diez años en Londres y nunca se había tomado una pinta en un pub.
Allegra se detuvo y lo miró con espanto.
–¿Un pub? ¿Lo llevaste a un pub?
–Me dijiste que fuera amable con él… –se defendió Max.
–¡Llevarlo a un pub y emborracharlo no es ser amable!
–Nos lo pasamos muy bien. La próxima vez lo voy a llevar a un partido de rugby.
Allegra abrió la boca y la volvió a cerrar, atónita.
–¿Cómo? ¿Dickie? ¿En un partido de rugby?
–No sé por qué te preocupa tanto, la verdad. Cuando se quita esa fachada de pedantería, es un hombre bastante decente.
–Oh, Dios mío… esto es el final. Mi carrera está acabada.
Max la tomó del brazo y cruzó la calle con ella.
–No seas tonta. Yo le caigo bien –afirmó–. Aunque reconozco que no me importaría que te echaran del trabajo. Al menos, así no tendría que volver a bailar un vals.
–Darcy llegará en cualquier momento. ¿Te falta mucho?
Allegra se asomó por la puerta de la cocina, donde Max estaba dando el último toque a la cena que había preparado.
–No sé por qué no le podía servir un simple plato de pasta con tomate –protestó él.
–Porque es una ocasión especial. Tenías que hacerle ver que estás dispuesto a hacer un esfuerzo y prepararle algo que le guste de verdad.
Al final, Max había optado por preparar una ensalada de nueces, pera y gorgonzola; unos strudel de champiñones con crema al estragón y, de postre, un helado de tequila con fresas bañadas en chocolate.
–Bueno, ya he terminado –dijo él–. Me voy a cambiar de ropa.
–Yo me encargaré de arreglar el salón –se ofreció ella.
Cuando terminó con el salón, puso la mesa y encendió el equipo de música para que sonara algo romántico de fondo. Ya se disponía a encender las velas cuando Max salió de su dormitorio y dijo:
–Esto está un poco oscuro, ¿no? Darcy no podrá ver lo que está comiendo.
–No está oscuro. Es un ambiente… íntimo –puntualizó ella.
Allegra dejó las velas en la mesa y observó a Max, que se había puesto una camisa oscura, de color mora. Llevaba unos vaqueros negros recién comprados y, en general, su aspecto no podía ser más adecuado para la ocasión.
–¿Esa es la camisa que Dickie eligió para ti?
–Sí, claro que sí –respondió Max con disgusto–. Yo no me la habría comprado nunca, pero Dickie insistió.
–Pues me alegro de que insistiera. Te queda muy bien. Aunque, ahora que lo pienso, se podría mejorar un poco.
–¿Mejorarla?
–Sí, ya lo verás.
Allegra se acercó y le desabrochó otro botón. Luego, haciendo caso omiso de sus protestas, le desabrochó los puños y los remangó hasta dejarlos justo por encima de las muñecas.
Por desgracia, estaba tan cerca de él que se sintió ligeramente mareada y desesperadamente consciente de la piel y del vello de sus brazos. Se le aceleró el corazón. Quiso decir algo, cualquier tontería que rompiera la tensión, pero se le había quedado la mente en blanco y ni siquiera se atrevía a mirarlo a los ojos.
Tenía miedo de lo que pudiera pasar.
Miedo de que la besara o, peor aún, de besarlo a él.
Sin embargo, tragó saliva y se dijo que se estaba portando como una tonta. No corría ningún peligro. Durante los días anteriores, se habían dedicado a practicar el vals y hacer pruebas en la cocina sin que pasara nada. Habían vuelto a ser los amigos de siempre; dos personas que se caían bien y que, en principio, no tenían ninguna intención de ser amantes.
–Así está mejor –dijo.
Max se intentó bajar las mangas.
–A mí me gustan más de la otra forma.
–¡Déjalas como están! –le ordenó–. Esas mangas son la diferencia entre parecer un idiota y parecer un monumento.
–¿Un monumento? –dijo él, confundido.
–Bueno, puede que haya exagerado un poco, pero te quedan mejor así. Hasta parece que eres un hombre con habilidades sociales –declaró con ironía–. Y hablando de habilidades sociales, recuerda que Darcy se tiene que sentir especial. Interésate por sus gustos, por su trabajo, por sus sentimientos sobre las cosas.
–Sí, sí, ya he aprendido la lección.
–Si tú lo dices… ¿Seguro que todo está preparado en la cocina?
Max asintió.
–Seguro. Lo he calculado bien. No tengo que hacer nada hasta diecisiete minutos después de que llegue.
–Ah, vaya… diecisiete minutos –repitió ella con humor–. Deja que lo adivine. Has calculado el tiempo para no comer ni un segundo después de lo estipulado.
–¿No quieres que la cena sea un éxito?
–Claro.
–Entonces, deja que haga las cosas a mi manera. –Max echó un vistazo a la hora–. Por cierto, Darcy ya debería estar aquí.
–Seguro que se presenta enseguida. Le envié un coche para que no llegara tarde –le informó–. De hecho, es una pena que no tengamos más tiempo, me muero por tomar una copa, pero no quiero empezar sin ella.
–¿Qué te parece si aprovechamos la espera y practicamos el vals?
–Buena idea. La semana que viene tenemos que ver a Cathy, y será mejor que hayamos avanzado algo.
Max y Allegra ejecutaron los pasos básicos con bastante soltura. No se podía decir que se hubieran convertido en bailarines profesionales, pero ya no lo hacían tan terriblemente mal como al principio.
–Vaya, estamos mejorando, –dijo Max al cabo de unos momentos–. ¿Qué te parece si probamos los giros?
Allegra asintió y se dejó llevar. La primera vez, estuvieron a punto de caerse al suelo; pero la segunda les quedó perfecta. Y todo habría terminado bien si no hubieran cometido el error de mirarse a los ojos.
Pero lo cometieron.
El ambiente se volvió denso, como si se cerrara a su alrededor y les negara el oxígeno. A Allegra se le desbocó el pulso al instante. Aunque se hubiera intentado apartar de él, no lo habría conseguido.
Más tarde, cuando pensó en aquel momento, se preguntó si Max se disponía a besarla de verdad o si solo había sido un producto de su imaginación. No tenía forma de saberlo. Solo sabía que sonó el timbre de la puerta y que ella se sintió aliviada y decepcionada a la vez.
Era Darcy.
Max la saludó y la acompañó al salón. Aquella noche se había recogido el pelo en una trenza y se había puesto un vestido de color azul eléctrico que enfatizaba todas sus curvas. Estaba verdaderamente impresionante. Y Allegra ni siquiera la pudo odiar, porque era tan cálida y encantadora que se ganaba el afecto de cualquiera.
–El salón está precioso –dijo la modelo–. Te has tomado muchas molestias, Max. Te lo agradezco mucho.
Él aceptó el agradecimiento sin parpadear.
–Ya sabes que haría cualquier cosa por ti. ¿Te apetece una copa de champán?
–Claro.
Dom apareció unos minutos después y les hizo unas cuantas fotografías en la cocina. Luego, Max, Darcy y Allegra se sentaron a la mesa y empezaron a cenar, aunque no se relajaron del todo hasta que el fotógrafo se fue.
Al cabo de un rato, Allegra dejó de tomar notas y se dedicó a charlar con la pareja como si fueran los mejores amigos del mundo. Además, la comida estaba muy buena. Y aunque la presentación dejara bastante que desear, Max equilibró ese defecto con una precisión casi militar a la hora de servir los platos.
–¿Un café? –preguntó Max al final.
–Yo prefiero un té –contestó Darcy.
Max lanzó una mirada de angustia a Allegra, que dijo:
–El té está en un armario de la cocina, justo encima de la tetera.
Max se marchó a preparar el té y la modelo se giró hacia Allegra.
–¿Te puedo hacer una pregunta?
–Por supuesto.
–¿Estáis juntos?
–¿Cómo?
–Me refiero a Max y a ti –dijo Darcy–. Le pregunté si sois pareja, pero afirma que solo sois amigos. ¿Es verdad?
Allegra se sintió terriblemente incómoda. Alcanzó su copa de vino, dio un trago y respondió, con toda la naturalidad que le fue posible:
–Sí, es verdad. Max es como un hermano para mí.
–Ah, excelente. Entonces, no te importará que lo invite a cenar en mi casa.
Allegra se quedó helada.
–¿A cenar?
–Sí, pero no tendría nada que ver con el asunto de Glitz. Sería una cita.
–¿Quieres salir con Max?
Darcy se rio.
–Bueno, es un hombre muy interesante.
–Sí, supongo que sí.
–No se parece nada a los hombres con los que he salido –le confesó Darcy–. ¿Crees que aceptará mi invitación?
Allegra no tuvo la menor duda al respecto. Una modelo de lencería lo quería invitar a cenar en su casa. ¿Qué hombre se podía negar?
–No lo sé. Supongo que tendrás que preguntárselo a él.
Darcy frunció el ceño.
–No pareces muy contenta con la idea. ¿Estás segura de que no te importa?
–No, claro que no. Es que…
–¿Sí?
–Max ha pasado una temporada difícil. Su prometida lo abandonó, y no quiero que le vuelvan a hacer daño. Comprendo que Max te interese y que te quieras divertir un poco con él, pero me da miedo que se enamore de ti. Eres una mujer impresionante, Darcy –dijo con envidia–. Cualquier hombre se enamoraría de ti.
–Te sorprendería saber lo equivocada que estás –replicó Darcy–. Sé que tengo fama de ser una devoradora de hombres, pero no es cierto.
–De todas formas, Max no es tu tipo.
–Por eso quiero conocerlo mejor. Estoy cansada de hombres que son puro drama o que solo se interesan por mí para salir en los periódicos.
–Bueno, dudo que a Max le interese salir en los periódicos.
Darcy sonrió.
–Entonces, si no te parece mal, se lo preguntaré.
Allegra no estaba precisamente segura de que le pareciera bien, pero no se le ocurrió ningún motivo de peso para oponerse. A fin de cuentas, Max era un hombre adulto. No necesitaba que cuidaran de él.
Cuando Max volvió al salón, Allegra se levantó de la mesa y dijo, con la más radiante de sus sonrisas:
–Os dejaré a solas. Tengo que poner mis notas en orden. Que os divirtáis.
–¿Qué significa que no vas a venir? –preguntó Max, mirando a Allegra con consternación.
–Que he quedado a cenar con mi madre. Además, no estoy invitada.
–Pensé que tú también asistirías a la cena. Bueno, tú y Dom.
–Max, Darcy te ha invitado porque le interesas. No tiene nada que ver con el artículo para la revista.
Max se quedó atónito.
–¿Cómo?
–Por extraño que te parezca, le gustas.
Max se pasó una mano por el pelo. Ni siquiera se le había ocurrido la posibilidad de que Darcy lo hubiera invitado por motivos estrictamente personales.
–¿Insinúas que quiere salir conmigo?
–Exactamente.
–¿Darcy King? ¿Conmigo?
–Sí, ya sé que no es lo más lógico del mundo, pero quiere salir contigo.
Max suspiró.
–Yo pensaba que me había invitado a cenar por tu artículo. No sabía que…
–Solo es una cena, Max. No te preocupes tanto. Dudo que se abalance sobre ti y te haga el amor a la primera de cambio.
Max guardó silencio.
–Deberías sentirte halagado –continuó ella.
–Y lo estoy. Pero… es que no quiero complicar las cosas.
–¿Qué hay de complicado en una cena? No será la primera vez que cenes con Darcy, ¿verdad? Y, esta vez, ni siquiera tienes que preparar la comida.
–No se trata de eso –dijo Max, intentando encontrar una excusa–. Es que… bueno, ha pasado muy poco tiempo desde mi separación. No me siento con fuerzas para empezar otra relación amorosa.
Allegra se acercó al sofá y se sentó a su lado.
–Lo siento, Max. Tiendo a olvidar que lo de Emma te ha dejado huella.
Max pensó que tampoco era para tanto, pero guardó silencio. Allegra estaba tan cerca de él y sus ojos verdes lo miraban con tanta ternura que lo dejó sin palabras.
–Darcy sabe que estuviste comprometido y que te separaste hace poco tiempo –Allegra le puso una mano en el muslo y Max se estremeció–. No espera que te enamores locamente. Solo quiere pasar un buen rato. Además, es una mujer encantadora. Cena con ella y olvídate de Emma, aunque solo sea por una noche.
Max se dijo que no necesitaba olvidar a Emma; lo que necesitaba olvidar era el contacto de la mano de Allegra en el muslo, pero asintió y le dio la razón porque, si no se levantaba del sofá inmediatamente, se lanzaría sobre ella y la devoraría.
Se fue a su dormitorio, se cambió de ropa y volvió al salón. Aquel día, Allegra se había puesto un vestido de flores, sin mangas, que dejaba ver casi toda la extensión de sus largas y bellísimas piernas. Max se detuvo en el umbral y la admiró durante unos segundos. Se le había quedado la boca seca.
–Estás muy guapa –acertó a decir.
–Gracias. Pero ¿de dónde ha salido esa camisa? ¿Es otra de las que compraste con Dickie? –se interesó.
–Sí. ¿Es que me queda mal?
–No, te queda perfecta. Aunque estaría mucho mejor si te remangaras un poco y…
Allegra no terminó la frase. Se limitó a señalar el cuello de la camisa para que supiera que se tenía que desabrochar otro botón.
Max sonrió y obedeció al instante.
–Así que vas a ver a Flick. ¿En qué circunstancias? ¿Será una noche familiar?
Ella sacudió la cabeza.
–No exactamente. Me temo que habrá más invitados. Dijo que me quería presentar a alguien –contestó.
Max la miró con ironía.
–No me digas que te ha buscado otro novio.
–Es posible.
–Pues no parece que te haga mucha ilusión.
Allegra se levantó del sofá.
–Por supuesto que me hace ilusión. Mi madre siempre me presenta a hombres inteligentes, cultos, divertidos e interesantes.
Max arqueó una ceja.
–Si tú lo dices…
–Solo intento ser positiva –afirmó, encogiéndose de hombros–. Además, ¿quién sabe? Puede que sea el hombre de mis sueños.
Él bufó.
–Si lo es, no quedes con él el miércoles que viene.
Max ya había tenido noticias de Bob Laskovski. Por lo visto, su esposa y él llegaban a Londres la semana siguiente y querían cenar con ellos el miércoles por la noche. Max estaba nervioso y Allegra lo sabía. Era evidente que no se sentía cómodo ante la perspectiva de engañar a su propio jefe; pero quería el trabajo de Shofrar.
¿Sería por eso por lo que estaba tan cascarrabias?
Allegra alcanzó el teléfono móvil para pedir un taxi. Fuera como fuera, Max iba a cenar con una modelo de lencería y a ella no le importaba en absoluto. Su madre le iba a presentar a un hombre maravilloso. Se lo iba a pasar en grande. Y quizás, con un poco de suerte, encontraría el amor verdadero.
Flick seguía viviendo en Islington, en la mansión de estilo georgiano donde Allegra había crecido. Era un lugar precioso, decorado con mucho gusto; la gente se quedaba atónita cuando entraba en la casa y contemplaba su belleza, pero Allegra prefería el hogar de los Warriner, con sus sillas desgastadas y sus mesas viejas.
Las cenas de Flick eran famosas. No tanto por la comida, que siempre era excelente, como por los invitados. Políticos, periodistas, empresarios, diplomáticos, escritores, músicos y artistas de toda clase se peleaban por conseguir una invitación de Flick. Y aquella noche no fue diferente. Allegra se encontró sentada entre William, un político prometedor, y Dan, un funcionario de primer nivel con toda una carrera por delante.
Allegra hizo todo lo posible por concentrarse en la conversación, pero su mente volvía una y otra vez a Max y a su cita con Darcy. ¿Por qué le incomodaba tanto la posibilidad de que se acostara con la modelo? No era asunto suyo. Además, Max se iba a ir a Shofrar y, en cualquier caso, no estaba interesado en ella.
Un momento después, William se inclinó para llenarle el vaso de vino y la sacó de sus pensamientos. Era un hombre de ojos cálidos que, obviamente, la encontraba muy atractiva. Allegra le devolvió la mirada e hizo un esfuerzo por encontrarlo atractivo a su vez. Para entonces, ya había averiguado que William se había separado un año antes de su prometida, aunque seguían siendo amigos.
Allegra pensó que era un hombre inteligente. Al parecer, las separaciones no le dejaban una huella emocional. No era como Max, que todavía echaba de menos a Emma.
Y era muy guapo. Encantador y seguro, a diferencia de Max.
Y se iba a quedar en Londres, a diferencia de Max.
Y la encontraba sexy, a diferencia de Max.
Y era el novio perfecto, a diferencia de Max.
Allegra no lo dudó. Se dijo que, si le pedía que salieran juntos, aceptaría. ¿Cómo se iba a negar? Siendo tan maravilloso, hasta era posible que se enamorara de él.