Читать книгу Políticas culturales: acumulación, desarrollo y crítica cultural - John Kraniauskas - Страница 10
El “giro cultural”: la globalización y la transnacionalización de los estudios culturales
ОглавлениеEl concepto de cultura que abastece a los estudios culturales se ha ido volviendo, en potencia, más autorreflexivo e históricamente consciente de sí: de limitarse a nombrar un objeto de conocimiento disponible para la descripción empírica y/o la recuperación populista, ha pasado a ser percibido como una práctica significante activa y regulativa, en la que el mero acto de nombrar —“¡esa cultura!”— puede ser desenmascarado, por ejemplo, como un indicador racializado de diferencia y estereotipación (Hall, 1997b: 223-279). También faltaba por emprender una reescritura de su historia que, además de enfatizar las reacciones contradictorias a la democratización de las instituciones de educación superior en Gran Bretaña durante la posguerra, por un lado, y los efectos que estaba teniendo la hollywoodización de las prácticas culturales, por el otro, también pusiera el acento sobre una crisis que se percibía en la cultura hegemónica posimperial. A este respecto son decisivas las observaciones de Homi Bhabha a propósito de la cultura como una práctica enunciativa: “La cultura sólo emerge como un problema, o como una problemática, cuando se llega al punto de una merma de significado en la contestación y articulación de la vida cotidiana, entre clases, géneros, razas, naciones” (Bhabha, 1994a: 34).[22]
Con las críticas poscoloniales a la contextualización nacional en los estudios culturales, su concepto crítico de “cultura” hereda las cicatrices de su propia formación y utilización históricas.[23]
En resumen, los estudios culturales se han descentrado de forma radical. No se trata nada más del resquebrajamiento del cuadro contextual nacional de su paradigma crítico debido a la crítica, sino también de la naturaleza policéntrica de la práctica institucionalizada dentro de los mismos estudios culturales, su diseminación desde las instituciones británicas hacia los Estados Unidos, Australia, América Latina, el sureste asiático y más allá, lugares todos donde ha sido transformada según las tradiciones locales de pensamiento radical —por ejemplo, los “frentes culturales” cuya historia en los Estados Unidos fue escrita hace poco por Michael Denning— y las agendas políticas específicas creadas por formas de Estado y capital locales (Denning, 1996: 265-286). Tal producción intelectual circula de forma poco regular, provocando reflexiones críticas que transforman todavía más, potencialmente, los conceptos de cultura operativos. Lo poscolonial se da cita con lo transnacional, y los estudios culturales se vuelven tan “híbridos” como aquellas prácticas culturales que, cada vez más, pretenden convertir en su objeto de estudio.[24] En otras palabras, se han transculturado los estudios culturales.
En el último capítulo de la serie, “La centralidad de la cultura: notas sobre las revoluciones culturales de nuestro tiempo” (“The centrality of culture: Notes on the cultural revolutions of our time”), Stuart Hall, el director del curso para el cual se diseñaron los seis tomos, proporciona a la serie un contexto y una racionalización que podrían aplicarse perfectamente a todo el campo de los estudios culturales: “En el siglo veinte se ha producido una ‘revolución cultural’ en los sentidos sustantivo, empírico y material de la palabra”. (Hall, 1997b: 209).
Dos palabras clave destacan en su descripción de esta transformación histórica: “expansión” y “globalización”.
Según Hall, la cultura ha abandonado sus antiguos dominios simbólicos elitistas —e incluso populistas— para adentrarse en las escenas de lo social, lo político y lo económico, reconstruyéndolas prácticamente según las reglas de nuevos formatos culturales, que a su vez serán aprovechados por las otras en tanto recurso, por ejemplo, en las “culturas de corporaciones” (Du Gay, 1997: 285-322): “Las industrias culturales se han convertido en el elemento mediador de todos los procesos [… Los] medios de comunicación constituyen una parte crítica de la infraestructura material de las sociedades modernas y al mismo tiempo son el principal medio para hacer circular las ideas y las imágenes”. (Hall, 1997c: 209).
En esta expansión, las tecnologías contemporáneas de la comunicación y la representación han realizado y transformado el postulado teórico de la antropología: la cultura no es sólo “toda una forma de vida” cuyos rituales deben ser descritos, sino que es constitutiva de las mismas relaciones sociales, instituciones y saberes de los que está compuesta la vida cotidiana. Es bien sabido que las actuales tecnologías culturales presentan continuidades muy reales entre los modos de entretenimiento, las transacciones financieras y el armamento inteligente; y es esta continuidad lo que ha convertido a Florida en una de las economías más dinámicas de los últimos años y ha puesto al alcance de todo el mundo los placeres del walkman de Sony. Así, la verdadera expansión de la cultura tiene una significancia epistemológica: su experiencia exige que se la convierta en un objeto de conocimiento y de reconocimiento. Desde esta perspectiva, la emergencia y la compleja historia del concepto de cultura en los estudios culturales ya no es tan sólo el signo de una democratización populista de los aparatos culturales existentes (como en la dimensión recuperadora de la concepción antropológica), ni tampoco una mera forma de reconstituir identidades históricamente negadas, sino que es también un efecto de aquella revolución cultural que ha creado un nuevo fundamento (ground) para pensar lo social, lo político y lo económico. Hall ha llamado a este cambio en el conocimiento el “giro cultural”, porque con él la totalidad social se convierte en totalidad cultural y, sintomáticamente, en el libro Production of culture/cultures of production, editado por Paul du Gay, la economía política se convierte en economía cultural.
Que las tecnologías culturales son al mismo tiempo fuerzas de producción no es ninguna novedad. Lo que es de crucial importancia es su forma social. Es en este punto donde Hall et al. se adentran en el terreno cultural de los posmodernistas críticos como Fredric Jameson y David Harvey, quienes han puesto el acento en las dimensiones visual y espacio-temporal particulares del capitalismo global contemporáneo. “Hoy en día”, dice Hall:
Las industrias culturales […] sustentan los circuitos globales de intercambio económico de los cuales depende el movimiento mundial de información, conocimiento, capital, inversión, producción de artículos de consumo, comercio con materias primas y comercialización de bienes e ideas […] Han hecho realidad lo que Marx apenas llegó a vislumbrar: la emergencia de un mercado genuinamente “global”. (Hall, 1997c: 209).
El entrecomillado de la palabra “global” es aquí muy oportuno porque, de hecho, la experiencia cultural de la globalización es siempre “local”, si bien “lo local” a su vez siempre se constituye a través de “lo global”. A esta configuración en particular se la conoce como el “nexo global-local” (o “glocal”), y en tanto idea podría decirse que proporciona el tono dominante para la serie en su conjunto, al explicar a sus estudiantes-lectores que también ellos mismos, en sus propias casas y localidades, forman parte de dicho nexo. En efecto, esto es una parte importante de su pedagogía. Lo que alguna vez fue una experiencia de naciones y pueblos colonizados y económicamente dependientes dentro de una configuración político-económica de “centro-periferia” no ha dejado de ser “desigual”, pero es generalizada: es decir, en una u otra medida, le pasa tanto a ricos como a pobres en todos los lugares.
En “¿Qué es lo que pasa en el mundo?” (“What in the world is going on?”), uno de los mejores capítulos de la serie, Kevin Robbins introduce cuestiones espinosas cuando dirige a sus estudiantes-lectores las siguientes palabras:
Los invito a que piensen sobre la globalización […] en términos de sus propias experiencias y encuentros, y en términos de lo que hayan visto en la televisión o leído en los periódicos y revistas. La globalización es ordinaria: hoy todos estamos expuestos a sus consecuencias, y cada vez somos más conscientes de ellas. Todos estamos inmersos en el proceso de la globalización. (Robbins, 1997: 12).
En otras palabras, el texto pide al lector que se incluya a sí mismo, narrativamente, dentro de los circuitos de los procesos culturales globales y, por implicación, dentro también de los circuitos del capital, es decir, su “economía cultural”, para hacer “ordinaria” a la globalización. Ahora bien, podría parecer que se trata de una petición absolutamente ideológica, pues proyecta a los lectores dentro de nuevas formaciones hegemónicas. Pero también forma parte de una pedagogía crítica, una especie de “cartografía cognitiva” (en palabras de Fredric Jameson) que pide a los estudiantes-lectores que adopten una conciencia crítica y reflexionen sobre la complejidad espacial de sus propias ubicaciones. Además, dentro del nexo global-local, lo “local” es un lugar privilegiado de hibridaciones culturales que, si bien bajo ciertas circunstancias aparece como indicio de pérdida cultural y tendencia a la homogeneización, también puede convertirse en señal de resistencia creativa. Por otro lado, Robbins no hace la vista gorda ante el poder incorporador del capital, y cita un excelente artículo de Richard Wilk —“Lo local y lo global en la economía política de la belleza: de Miss Belice a Miss Mundo” (“The local and the global in the political economy of beauty: from Miss Belize to Miss World”)— que ha sido incluido como una de las lecturas del capítulo:
El nuevo sistema global promueve la diferencia en vez de suprimirla, pero selecciona las dimensiones de la diferencia. Los sistemas de diferencia locales que se han desarrollado en diálogo con el modernismo occidental están siendo globalizados y sistematizados dentro de equivalentes estructurales mutuos. Este sistema globalizado ejerce la hegemonía no a través del contenido sino a través de la forma. Dicho en otras palabras, no es que todos nos estemos convirtiendo en lo mismo, sino que estamos retratando, dramatizando y comunicando nuestras diferencias unos a otros en formas que resultan inteligibles para más personas. Debemos situar la hegemonía globalizadora en lo que yo llamo estructuras de diferencia común, que celebran unos tipos de diversidad en particular al tiempo que sumergen, desalientan o suprimen otros. (Wilk, 1997: 43).
Esto vendría a significar que lo “local” es un sitio idóneo para el capital transnacional y un lugar fundamental —desde la fuerza de trabajo que ofrece hasta la publicidad que podría demandar— para la configuración de formaciones particulares de capital-y-cultura global-locales. Hace poco Coca-Cola Inc. aseguró que “no somos una multinacional, somos una multilocal”. Sony podría haber agregado: “y personal”. En palabras de Nederveen Pieterse, también citadas por Robbins, “el otro lado de la hibridez es la convergencia transcultural”. Desde esta perspectiva, los capítulos sobre la economía cultural de la globalización, y la tendencia a la fusión de capital y cultura, constituyen una pedagogía ideológica; pero, por supuesto, el corazón de la ideología siempre ha sido el lugar —la localización— más propicio para el estudio cultural en su vertiente más radical.[25]
El problema de la serie, sin embargo, es que funciona sin un concepto de ideología. Decantándose por los análisis contingentes, se resiste a emprender una crítica de las formaciones transnacionales de cultura-capital contemporáneas, en las cuales, no obstante, se inscriben las prácticas culturales híbridas que recupera. Con el aparente “regreso” de la instancia económica en los estudios culturales, la serie se rehúsa explícitamente a pensar el problema en términos políticos. El abandono de lo “político” en favor de lo “cultural” —en la economía política— significa también que no hay señal alguna de negatividad política, tan sólo formas “locales” de resistencia administrada dentro de configuraciones de capital global-locales. Ello podría deberse a que la idea de “producción” que forma parte del circuito de la cultura es más cercana a la idea de “trabajo” y, por otra parte, explícitamente antimarxista; de hecho, una de las estrategias retóricas clave de los textos de la serie consiste en que crean su propio espacio intelectual situándose entre las versiones neoliberal y marxista. En otras palabras, se trata de una producción sin relaciones de producción. O, recurriendo una vez más a la crítica de Morris al populismo, una producción sin producción. Claro que, así como se ha vuelto difícil trazar los contornos de una cambiante y fantasmagórica burguesía transnacional dominante, también se hace cada vez más difícil reconocer sus modos de negación. Pero tal vez el concepto posgramsciano de la subalternidad, acuñado por historiadores críticos de la India durante los años ochenta, podría servir para lidiar con esa negatividad socializando y politizando —a través de la escisión— la “hibridez” y “lo local” dentro de lo global, los cuales, sin tal teorización, se vuelven a su vez réplicas fetichistas de los deseos del capital,[26] en otras palabras, se vuelven ideológicos. Los estudios culturales sin una ideología-crítica corren el riesgo de volver a convertirse en la antropología que habían dejado atrás. Quizá no se tratará de una antropología populista, dadas las geometrías contingentes del poder que evoca, y podría incluso ser históricamente “llena”; pero también potencialmente “ciega”.