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El espíritu comunitario
Оглавление7 días en La Habana
España-Francia-Cuba, 2012
De Benicio del Toro, Pablo Trapero, Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío, Laurent Cantet
Con Josh Hutcherson, Melvis Santa Estévez, Alexander Abreu
En 7 días en La Habana, siete destacados cineastas internacionales intentan discernir y cercar la esencia lúdico-dionisíaca cubana, porque aún existe y se deja atrapar por una cámara involucrada y ensimismada de distintas maneras, a través de siete anécdotas urbanas o retratos individuales, escalonados en siete segmentos fílmicos, correspondientes a cada uno de los días de la semana, logrando poner de manifiesto los eclecticismos, complejidades, incongruencias y contradicciones de una ciudad inabarcable como La Habana, por encima y por debajo de sus atractivos turísticos y pintoresquismos, donde lo más relevante habrán de ser los sentidos que reviste un mismo espíritu comunitario, irrefutable y muy suyo, pero siempre con guion populachero del novelista policial cubano Leonardo Padura y proteica música tropicosa de Xavi Turull, Pelvis Ochoa y Descener Bueno para crear artificialmente un principio de unidad estilística. El espíritu comunitario se caracteriza por un sentido del asombro, pues en Lunes: El Yuma del recio actor soderberghiano Benicio del Toro (Tráfico, 2000; Che el argentino, 2008) debutando como realizador, el ingenuo estudiante gringo con gorra de los yankees Teddy (Josh Hutcherson) es arrastrado por un taxista-ingeniero (Vladimir Cruz) a una parranda loca en la que intenta ligar superhembrazas y apenas lo consigue con un travesti socialmente repudiado (Alberto Espósito) que sólo quería darle baje a su gorrita, entre sueltos cuerpos erotizados y sorprendentes atmósferas variopintas, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy observadores, parcos, buenaondas, y un divagante montaje ambiciosamente todoabarcador. El espíritu comunitario se consagra por un sentido de la humildad, pues en Martes: Jam Session, del inspirado iniciador del minimalismo argentino Pablo Trapero (El bonaerense, 2002; Elefante blanco, 2012), el reventado cineasta serbio Emir Kusturica (él mismo) es rescatado de la desesperación etílica por un afrochofer festivalero (Alexander Abreu) que resulta ser un trompetista prodigioso y un espontáneo amigo desinteresado, entre comunicativos cuerpos contiguos y enclaustradas atmósferas regeneradoras, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy acosadores, atentos, virtusísticos, y un alegre montaje esplendorosamente suntuoso. El espíritu comunitario se desmembra por un sentido del arraigo, pues en Miércoles: la tentación de Cecilia, del ahora machacón erotómano vasco Julio Medem (de Vacas, 1992, Lucía y el sexo, 2001, y Habitación en Roma, 2010), la bolerista de bemba irresistible Cecilia (Melvis Santa Estévez) se plantea el hoy crucial dilema de largarse con el seductor empresario (Daniel Brühl) que le promete el estrellato en España o quedarse en el ostracismo con un novio beisbolista fracasado (Leonardo Benítez) pero machistamente bravero y cogelonamente triunfador, entre parsimoniosos cuerpos antiexhibicionistas y dóciles atmósferas congratuladoras, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy mesurados, comedidos, frugales, y un benigno montaje concentradamente expansivo. El espíritu comunitario se añora por un sentido del vacío, pues en Jueves: Diario de un principiante, del fino satirista palestino Elia Suleiman (Intervención divina, 2002; El tiempo que queda, 2009), un proceloso palestino de sombrerito blanco (Suleiman mismo) deambula matando el tiempo y se extravía por los malecones en un melancólico limbo desarticulado cual dulce trampa mortal a la Tati mientras espera entrevistarse a través de su embajador con el Comandante enfrascado al infinito en una interminable perorata omnipresente en la TV, entre fotoautómatas cuerpos misteriosos e inclementes atmósferas baldías, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy abiertos, frontales, enigmáticos, y un montaje sigilosamente afelpado. El espíritu comunitario se singulariza por un sentido de la ruptura, pues en Viernes: Ritual, del provocador destemplado francoargentino Gaspar Noé (Irreversible, 2002; De repente el vacío, 2009), los aterrados padres de una linda chica afrocubana (Cristela Herrera) con nacientes preferencias sexuales por una amiga (Dunia Matos) pretenden curarla de su maldición lésbica extirpándosela mediante una limpia santera desgarravestiduras, entre sensuales cuerpos bacantes y fragorosas atmósferas orgiásticas, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy oscuros, desapacibles, inflamados, y un objetivo montaje retadoramente cosificador. El espíritu comunitario se recubre por un sentido de la improvisación, pues en Sábado: Dulce amargo, del desigual neocostumbrista cubano Juan Carlos Tabío (Fresa y chocolate, 1993, y Guantanamera, 1995, ambas codirigidas con Gutiérrez Alea; Lista de espera, 2000, en solitario), la psicóloga cincuentona Mirta (Mirta Ibarra) se somete a una ajetreada doble vida de trabajo preparando pasteles para fiestas privadas en la economía semiclandestina y haciendo irónicas apariciones de TVconsejera para apenas librarla pero compensando la inutilidad de su marido alcohólico (Jorge Perugorría) y la irremediable desintegración de la familia tradicional, entre denodados cuerpos inasibles y efectivas atmósferas posneorrealistas, allí donde la voluntad de no-estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy cerrados, intranquilos, titubeantes, y un traqueteado montaje estrepitosamente preciosista. El espíritu comunitario se ennoblece por un sentido de la solidaridad, pues en Domingo: La fuente, del formidable docuficcionista francés Laurent Cantet (Tiempo de mentir, 2001; La clase, 2008), el altar que para ese mismo día la Virgen Oshun le ha exigido en sueños a la vieja devota Martha (Natalia Amore) va a ser edificado con retazos y materiales transados por los inventivos vecinos del barrio suspendiendo sus actividades laborales hasta alcanzar el deseado sincretismo afrocristiano en trance, entre atareados cuerpos afables y agitadas atmósferas saqueadoras, allí donde la voluntad de estilo significa el sistemático establecimiento de un régimen de planos muy invasivos, sobresaltados, desasosegantes, y un altivo montaje secularmente coral. Y el espíritu comunitario redefine todo un país a modo de pequeño tratado de las grandes virtudes insoslayables, invisibles, envidiables, por fin tan cálida cuan cándidamente reveladas, multirraciales y pluriculturales, porque sólo la diversidad y la errancia perpetua podrían rendir un testimonio jugoso, jamás panfletario oficial, aunque decidido y totalmente comprometido con esas criaturas únicas e irrepetibles, sus ámbitos barriales y sus generaciones que irremediablemente evolucionan y vuelven fantasmáticas a las anteriores, sucediéndose y superándose dialécticamente, cual jubilosa fatalidad histérica e histórica.