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La fusión absurdoacústica
ОглавлениеLas marimbas del infierno
Guatemala-Francia-México, 2010
De Julio Hernández Cordón
Con Alfonso Tuche, Víctor Hugo Monterroso, Roberto González Arévalo
En Las marimbas del infierno, opus 2 del autor completo guatemalteco-estadunidense de 35 años en el mexicano CCC formado Julio Hernández Cordón (Gasolina, 2008), el oculto marimbero extorsionado por la Mara guatemalteca don Alfonso Tuche (él mismo) sólo puede rescatar del desastre de su antigua existencia a su amado aunque aparatoso instrumento tradicional, y va a reaparecer tres años después, corrido (por incosteable) de sus chambas en baldíos restaurantes de hoteles de lujo, penando en busca de fichas (dineros), refugiado en una bodega de mercaderes, acompañado por un inútil joven ahijado cementoso ultraignorante apodado El Chiquilín (Víctor Hugo Monterroso) y planeando en resurgir como músico gracias a su brillante idea de fusionar su noble instrumento ancestral con la banda metalera del exigentísimo greñudo Blacko (Roberto González Arévalo), pero la venta irresponsable del imprescindible instrumento obligará al viejo ejecutante a robarse una marimba diminuta y al nuevo conjunto a enfrentar una infinita serie de humillaciones y dificultades, sin conseguir nunca debutar en público, hasta disolverse. La fusión absurdoacústica incide, como el primer film del realizador, en un hiperrealismo minimalista radical y siempre veladamente crítico, cobrando mayor autoconciencia en virtud viciosa de sus imágenes parcas, inmóviles, semivacías, donde la acción principal se prolonga hacia inmostrables fueras de campo y donde el envejeciente héroe ensimismado, antiglamouroso y varado, establece de continuo tensas relaciones conflictivas con el espacio imaginario (interrogado desde un off docuficcional acerca de su inicial condición extorsionada, patizas inmostrables o acaecidas por elipsis), patéticamente despojado de su herramienta de trabajo como cualquier obrero repartidor de carteles de Ladrones de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948), aunque valerosa y kafkianamente resistiéndose a su inevitable lumpenización. La fusión absurdoacústica confía, a diferencia de la seriesísima y grave vivisección socioantropológica de la anterior Gasolina de su original realizador, en la dimensión humorística espontánea, inmediata, casi diríase innata, de sus ridículas y consecuentes tribulaciones guatemaltecas, ese humor que nace de criaturas tierna y precozmente abestiadas que hablan de “vos” y con voz de chiapanecos marimberos, pero jamás envilecidas ni tan violentas ni brutalmente subrepticias como las mexicanas, sino como entes ingenuos, deliciosos, siempre conscientes de sus limitaciones folclóricas y existenciales a la vez, encabezados por nuestra postposneorrealista víctima de los ladrones de marimbetas en ese entorno fanatizado por una omnipresente miríada de sectas religiosas, y bien secundado por ese hirsuto médico impostor aunque delirante roquero autoritario con facha de residuo flagrante de mejor época setentera, por ese hilarantemente inepto Chiquilín con cara de vapuleado Hombre Elefante ostentando parche punitivo en un ojo pero aún así soñándose rapero biblicoinfernal, o por esa explotadora sexogalana incidental que eróticamente se excita drogada hasta la madre ya brincoteando en pantimedias sobre el colchón. Y la fusión absurdoacústica traza una verdadera metafísica de la marimba como objeto marcado por un incontenible amor loco, signo regional invaluable, tesoro privado resistente a toda privación, sobrevivencia sonora de un pasado ya arcaico, lastre y estorbo, lenguaje otro vuelto intransferible, instrumento dúctil aún capaz de renovadoras fusiones insólitas y agradables que parecerían imposibles, fetiche de acústica celestial que se torna voluntariamente diabólico al integrarse con otros instrumentos musicales y resurgir adornado mediante blanquísimos diablitos alados más bien angelicales, o así, hasta lucirse por última íntima vez y tener que salir en fuga de friega para no pagar la cuenta de la empobrecida cervecería nacional.