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La pudrición jerarquizada

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Salvajes (Savages)

Estados Unidos, 2012

De Oliver Stone

Con Aaron Johnson, Taylor Kitsch, Blake Lively

En Salvajes, eternometraje ficcional número 20 del radicalizado cineasta otrora innovador ya de 64 años Oliver Stone (tras batir las conjuras contra JFK, 1991, y perdonar al ¡Hijo de... Bush!, 2008), sobre un guion suyo en compañía de Shane Salerno y el autor de la homónima novela-base Don Winslow, el armonioso trío sexodrogadicto armoniosamente formado por el filantrópico botánico sembrador gourmet de mariguana Ben (Aaron Johnson), la socialié rubia bipolar Ofelia alias O (Blake Lively creyéndose Paris Hilton) y el violento exmercenario bélico que ya sólo tiene guerrorgasmos Chon (Taylor Kitsch) se ven de pronto fatalmente involucrados y salvajemente presionados por los cárteles mexicanos al mando de la impoluta reina roja Elena (Salma Hayek posando cual María Félix para indigentes), su sádico protegido traidor Lado (Benicio del Toro tarzanesco superclásico) que le llama Madrina, el corrupto abogado delator Alex (Demián Bichir frunciéndose al gusto del cliente) y el seudoelegante rival nacoignorantazo El Azul (Joaquín Cosío comiéndoselos vivos a todos), todos sin escrúpulos, por lo que, cuando sea secuestrada y retenida como rehén la multiviolable O para obligar a negociar a sus amantes, a éstos no les quedará de otra que recurrir al pelón agente doble de la DEA Dennis (John Travolta jodidón), liquidar sus bienes para pagar el estratosférico rescate exigido, urdir una batalla del desierto y raptar a la despectiva hija cogelona de su enemiga (Sandra Echeverría) para intercambiarla por la cautiva doblemente amada, con resultados catastróficos. La pudrición jerarquizada plantea como origen de todos los conflictos al contraste entre la inocencia original civilizada y los nacidos salvajes mexicanos (relevos de los Asesinos por Naturaleza), entre la científica inofensiva e incluso bienhechora producción / distribución / consumo de mota en ménage à trois machista a la Truffaut (ellos se aman a través del cuerpo de ella) y la rapiña brutalmente autosatisfecha, entre el antes prohibidísimo cine psicodélico de los años sesenta hoy de carcajada loca (tipo Ocaso en el paraíso / The Trip de Roger Corman, 1967) y el inminente género o de narcopelículas humorísticas-shocking a la mexicana (en la cauda del sobreestimadísimo / sintomático El infierno de nuestro Luis Estrada 10) y así. La pudrición jerarquizada se hace sobredeterminar por la necesidad genérica de una acción marásmica: marasmo de situaciones dramáticas con centro en cierta situación pretextual única bastante estática y babosa (un Salvando al soldado Ryan Pérez en femenino más inocuo que inicuo), marasmo de visiones visionudas (paradisiaco-idílicas o infernales a lo Estradita), marasmo de arbitrarios montón-shots que parten de un confuso / enigmático prólogo y pueden ir para atrás o para adelante según los caprichos de una supuesta narradora en off (¿desde su muerte?, ¿desde su sobrevivida?), marasmo con hilarantes gags inoportunos (como esos terribles mensajes telefónicos-internetos que avisan de su llegada con musiquita de El Chavo del Ocho) sin el estructurado humor autoirrisorio de Atrapen al gringo de Grünberg (2012), y marasmos seriales que sólo consiguen enmarcar una tediosa y previsible sucesión de cogidas con enervantes a tres, torturas retorcidas, enfrentamientos idiosincráticos, traiciones a traidores al infinito, acribillamientos gratuitos (tú te mueres por mudo sensible) y crueldades propias (progresivos balazos a quemarropa en las rodillas para lisiarte por siempre) o transferidas (tu quemas vivo al abogado corrupto colgado de las manos). La pudrición jerarquizada acaba haciendo sus últimas disyuntivas distinciones de esencia entre un final negativo edificante con mortandad más encarcelamientos a lo bestia y un final feliz exotista en una playa indonesia o africana (ambas conclusiones ya políticamente correctas en el neothriller hiperkinético inconformistamente conformista), entre el salvajismo del atraso mexicano que nunca logrará rebasar al familiarismo ridículo (la hija recién salvada insultando a Mamá Sangrienta) y el salvajismo amoroso estadunidense en medio de cocoteros neocoloniales que remiten al más gozoso estado primario del ser, pero los dos salvajismos haciendo un tácito alegato a favor de la pacificadora legalización de las drogas como mágica solución universal para todos los problemas de los traficantes gringos Beach Boy Scouts y sus conflictos con los alebrestados vecinos invasores inhumanos por infrahumanos perpetuos. Y la pudrición jerarquizada era ante todo un ensayo sobre la narcoideosincrasia mexicana de hoy, al explícito unísono del tiempo electoral del 2012, más allá de los estereotipos binacionales que maneja, aunque una putridiosincrasia precipitadamente articulada, con su mentalidad y su dinámica de clan, sus “mutas de caza” (Canetti) y su sempiterna sustancia traidora de nuevo manifiesta.

El cine actual, confines temáticos

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