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El asalto hipotético
ОглавлениеPlay. Juegos de hoy (Play)
Suecia-Dinamarca-Finlandia, 2011
De Ruben Östlund
Con Sebastian Blykert, John Ortiz, Abdi Hilowla
En Play. Juegos de hoy, hiperrealista film 3 del exdocumentalista sueco de 37 años Ruben Östlund (La guitarra mongoloide, 2004; Involuntario, 2008), con guion suyo y de Erick Hemmendorf e interpretado por chavos que conservan sus auténticos nombres de pila, los sensatos chamacos rubitos suecos de 12 años Sebastian (Blykert) y Alex (Hegmer) a quienes luego se les unirá el suecoasiático John (Ortiz) son cuidadosamente elegidos por la bandita de cinco desmadrosos chavos afrosuecos de 14 lidereada por el grandulón brutote Nana (Manu) y el avispado Abdi (Hilowla) como víctimas propiciatorias para que, con el truco llamado en Escandinavia del Pequeño Hermano, se sientan acusados de portar el celular robado a un supuesto hermanito a quien habrá que ir a consultar, y virtualmente acosados, secuestrados, llevados a un bosque, humillados, hasta ser, tras una carrerita con trampa descarada, despojados de sus más valiosas pertenencias, mientras una cuna sin dueño perturba la vida de un vagón de ferrocarril y los traviesos gandallitas acaban entrechocando al separarse. El asalto hipotético emula en sereno tono ínfimo los perversísimos e insuperables Juegos divertido / sádicos de Michael Hanecke (1997 / 2007), con menos obviedad y fiereza, pero con dulcísima ironía y severidad formalista extrema, al interior de una etérea ficción incidental que no es capaz de formular siquiera su propio nombre, aunque se base en hechos reales (40 asaltos de ese tipo ocurridos en 2006-2008) y esté dispuesta a disparar sutiles saetas caricaturescas en todas direcciones, a la izquierda, al centro, a la derecha, al polo norte y al polo sur, sin preocuparse si su racismo / antirracismo resulta o no políticamente correcto, ni en solidarizarse con el chavo que se trepa irracionalmente a un árbol para no proseguir su ignominioso camino, ni con el que deja manosear su valiosísimo clarinete en estuche, ni el que desfallece tras 86 lagartijas (de las 100 exigidas para quedar libre), ni mucho menos con el adulto güerito puesto a gritonear con sus bucles de rastafari y oyendo música jamaiquina desconocida por los auténticos chavos con esa ascendencia perdida. Y el asalto hipotético hace concordar la frialdad del miedo paralizante de sus pequeños personajes con la impertinencia de un humor gélido y la inamovible tiesura del encuadre fijo aunque prolongado, atenazado, abrumado y perforado por todos los espacios auditivos y físicos en off: en un centro comercial con salidas y entradas que no corresponden a las voces esperadas, en el rincón de restaurante tan civilizada cuan impersonalmente solidario / insolidario, en un interior de autobuses que atrapan en degradante cautiverio a sus civilizados usuarios inermes, en todo lugar donde sólo se goce sojuzgando al prójimo, o reprimiendo salvajemente a los minihostilizadores lúdicos con otro jueguito de algún otro falso (o verdadero) hermano.