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La argucia rescatista
ОглавлениеArgo (Argo)
Estados Unidos, 2012
De Ben Affleck
Con Ben Affleck, John Goodman, Alan Arkin
En Argo, genérico film 3 del eminente actor-realizador californiano de 40 años Ben Affleck (tras el suspenso secuestrador de Desapareció una noche, 2007, y el suspenso barrial Atracción peligrosa, 2010), con férreo guion de Chris Terris basado en un reportaje de Jeshuah Bearman, el arrebatado comandante de la CIA experto en extracciones Tony Mendez (Affleck mismo) urde un plan al parecer descabellado para rescatar a seis empleados estadunidenses clandestinos en la buenaonda embajada canadiense en Teherán durante la revolucionaria toma de rehenes en la representación estadunidense exigiendo la entrega del odiado Sha y, aleccionado por el desternillante maquillista oscareado John Chambers (John Goodman) y el agrio productor en decadencia Lester Siegel (Alan Arkin), organiza una fuga bajo el disfraz-señuelo de falso equipo de inocua filmación aventurera para engañar agentes de los ayatolahs durante la riesgosa cita en el Gran Bazar y cruzar los infernales retenes aeroportuarios iraníes. La argucia rescatista recrea la crisis de rehenes de 1979 para revelar pormenores hasta hoy ocultos a la opinión pública y aprovechar con rutilante eficacia la moda paranoica del thriller de suspenso paramilitar, invocando en la teoría y desbordando en la trepidante práctica la lucidora opacidad del cine lacónico de Clint Eastwood, aunque confirmando su refulgente aunque superficial ideología conservadora, a partir de una concepción geopolítica que va de la justeza en la complejidad justiciera tercermundista del inicio antimaniqueo, al esquematismo caricaturesco de los ladrantes sabuesos iraníes en el aeropuerto. La argucia rescatista resucita los mecanismos de un suspenso múltiple, operando con virtuosística habilidad varias sorprendentes líneas de acción simultáneas, más cerca de la pluridimensionalidad de Stanley Kubrick (Casta de malditos, 1956) o John Frankenheimer (Domingo negro, 1977) que del unidimensional Alfred Hitchcock (En manos del destino, 1956), en paralelo rizomático y proliferante (gracias a la sagaz edición de William Goldenberg), que toma aire desde el asalto a la embajada visto desde la ventana para destruir documentos confidenciales, se aceita en la alternación monstruosa de los ensayos instructores en producción hollywoodense con los avances de las amenazas exterminadoras iraníes contra los espías yanquis, y estalla en la magistral secuencia con resonantes dimensiones corales del cruce del aeropuerto donde confluyen la confirmación de reservaciones al último minuto griffitheano, las barreras de identificación, los interrogatorios en farsi, la reconstrucción de fotos mediante documentos en tiritas y así, cortando el aliento, en la desazón cardiaca. Y la argucia rescatista reinventa la figura del héroe indómito, hecho para la situación límite, imponiendo su razón y la voluntariosa viabilidad de su iniciativa imposible sobre los miedos y reticencias de sus rescatados, sobre las decisiones arbitrarias de su organización e incluso sobre el presidente de Estados Unidos, siempre al final solo contra todo y contra todos, sólo sostenido por su sangre fría, su audacia y la confianza en el absurdo (“Sólo les pido que confíen en mí”), ciegamente visionario, tanto como la reivindicación, cual bombástica guerra instantánea, de un cine ciencia-ficcional pueril, a base de benditos alieniégenas y robotitos y superhéroes archicondecorados en la vida real.