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La alegría subversiva

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No

Chile-Francia-Estados Unidos, 2012

De Pablo Larraín

Con Gael García Bernal, Alfredo Castro, Antonia Zegers

En NO, prominente cuarto largometraje del cinepublicista y productor chileno de 37 años Pablo Larraín (Tony Manero, 2008; Post mortem, 2010), con guion de Pedro Peirano (ya presente en La nana), el exsocialista exiliado hoy exitosamente refugiado en la publicidad comercial más rancia René Saavedra (Gael García Bernal con acento santiaguino de súbito regiomontano) es convencido por su antiguo camarada hoy semiclandestino Urrutia (Luis Gnecco) para que asesore y prácticamente encabece la campaña del NO durante los quince TVminutos libres diarios (en cadena nacional pero en el peor horario e hipercensurados) que en 1988 ha autorizado a la oposición el dictador militar golpista Pinochet para decidir, por inusitado plebiscito motivado por la presión internacional, su permanencia en el poder de Chile, lo cual motivará una sagaz e ingeniosa lucha mediática, no basada en el dolor de muertos y desaparecidos y torturados y violencias cotidianas, sino en el arco iris de la alianza multipartidista y en la alegría de liberarse de la opresión (“¿Hay algo más alegre que la alegría?”), que confrontará al audaz estratega publicitario con su avieso jefe Lucho (Alfredo Castro) comandando en sus narices la contracampaña del SÍ e incluso con comandados suyos como su fotógrafo partidario respetuoso de la enfriadora línea radical Fernando (Néstor Cantillana), dejándolo solo para enfrentar amenazas, combatir tensiones y miedos (colectivos, propios), lidiar con su indómita exmujer activista aún deseada Verónica (Antonia Zegers) y proteger ante todo a su pequeño hijito Simón en asedios y represiones callejeras, hasta el apoteótico triunfo político final para todos tan ansiado pero imprevisto. La alegría subversiva entona un insólito canto encomiástico (o ¿autoencomiástico?) al lenguaje publicitario y a su semiótica manipuladora, como un discurso esotérico e iniciático, excluyente y atropellante, aunque hegemónico y todopoderoso, usufructuado en pródiga profusión hilarantes tomas epocales de archivo y rodando con cámara de época para obtener texturas deliberadamente granulosas, para dar la impresión exacta de esa “copia de una copia de una copia” en que se basa, por excelencia o por fatalidad, mecánica y temática e ideológicamente, contando con el eficaz apoyo de las editoras Andrea Chignoli y Catalina Marín Duarte y su gran capacidad de síntesis, mediante saltos espaciotemporales a lo bestia y a lo virtuosístico, de manera brillante, sistemática, arbitraria, discursiva, metaestética. La alegría subversiva acomete a la vez el retrato, la vivisección y el encomio ambiguo de un hombre acosado y atrapado por su oficio y por sus límites (los límites de un hombre son los límites de su lenguaje: Wittgenstein), y no es que la cámara de pronto y para siempre haya enloquecido de amor loco en la contemplación de Gael, con Gael en big close-up 80% del tiempo en pantalla y Gael hasta en la sopa, sino porque ese admirable especimen referencial más que protagónico pese a todo, heroico a su manera aunque contradictorio, está atrapado real y metafóricamente hasta por el encuadre: Gael preocupado o reflexivo o agitado o titubeante, Gael como león enjaulado dentro de planos cerradísimos. Y la alegría subversiva ha hecho la crónica ultrasubjetiva de un referéndum liberador y del desplome de una feroz dictadura latinoamericana (“Se acabó, ya cayó, ya cayó”), aprovechando un error de cálculo suyo, invirtiendo su prepotencia, revertiendo sus datos y llevándolos a sus últimas consecuencias, desmontando su lógica, derrotándola en su propio terreno, y todo ello a través de un ciudadano equis, ya de vuelta a su agua sucia, que sólo quería (¿o podía?) pasear sobre su patineta en libertad.

El cine actual, confines temáticos

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