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La justicia inalcanzable

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La lucha de Ana

República Dominicana-México, 2012

De Bladimir Abud

Con Cheddy García, Antonio Zamudio, Miguel Ángel Martínez

En La lucha de Ana, internacionalmente multipremiada ópera prima del joven dominicano Bladimir Abud (entre su corto patriótico Un joven llamado Juan Bosch, 2010, y el largometraje satírico sobre superhéroes Los super, 2013), con guion suyo y de Alfonso Rodríguez y Jorge Núñez, la humildísima pero esperanzada vendedora de flores en el mercado nuevo Ana (Cheddy García) sufre el homicidio de su mulatico hijo modelo estudiante de pintura a manos del opulento júnior drogadicto mitad mexicano Esteban (Antonio Zamudio) a quien consiguió grabar con su celular en el confuso momento del tiroteo, ante la impotencia del amigo narcomenudista Raúl (Esmaylin Morel), por lo que la desesperada mujer, aconsejada por una coma(dre) y contando con esa prueba y el testigo oculto, recurre a un insumiso viejo abogado de la tele para enfrentarse al intocable padre político omnipotente Joaquín (Mario Lebrón) y a su atrabiliario matón uniformado capitán García (Miguel Ángel Martínez), creyendo poder vencerlos, estrellándose con pavor y provocando una mortandad, aunque sin sucumbir del todo en el intento. La justicia inalcanzable retrabaja el melodrama latinoamericano de manera desconcertante y contradictoria, a conciencia y abrupta, finísima y burdota alternativamente: por un lado, ese uso del hiperrealista plano fijo muy abierto con certera interacciones al off en el más revolucionado estilo del portugués João Canijo (Sangre de mi sangre, 2011), esa sobriedad límite en la heroína madura por completo desglamourizada, esas expeditas muertes a granel de salvaje modo indirecto sin complacencia alguna, y por el otro, esas ineptas hiperfragmentaciones tremebundistas amorperrunas, esos abalances en cámara lenta hacia el difunto querido, esa chafísima musiquilla telenovelera con atronadores tamborazos y dolientes intermezzi cursilíricos, esos demasiados personajes esquemáticos para escenificar explicaciones obviables, esa caída del celular del brassier a un agua de carcajeante pena ajena y así. La justicia inalcanzable magnifica con discreción y sin sublimarlo el sufrimiento central de la madre en lucha y la ostentación de su vida destrozada, radical y temerario en su desafío contra los representantes más feroces del establishment; un sufrimiento más corporal que otra cosa: mi cuerpo contra el mundo, hasta pagar con sexo la adquisición de un arma al expresidiario pretendiente frutero aprovechado, hasta la patiza inmisericorde o la bárbara quema de tu vagina para el hospitalizable escarmiento. Y la justicia inalcanzable culmina en un inusitado elogio al linchamiento, macroajusticiador del heredero de la clase política y del sádico secuaz mayor, gracias a una fuenteovejuna barrial medio sacada de la manga solidaria por dramática sorpresa; un linchamiento anómalo incluso en aquel violentísimo país supermachista donde es perfectamente legal andar armado hasta los dientes y se considera corriente el abuso institucional, un linchamiento que rompe en tumulto de uno con la zarandeada resignación de las cintas del mismo tipo (hindús y demás) sobre la necesidad de hacerse justicia por la propia mano en vista de la corrupción clasista de la justicia, un linchamiento que procurará el sabroso final feliz de un distinto amanecer libertario a base de sombríos cadáveres sanguinolentos en la vía pública miserable para contrarrestar aquella alucinante iconografía de velas y veladoras al infinito en una pintoresquista calle entera.

El cine actual, confines temáticos

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