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La subversión tiernita

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¡Somos lo mejor! (Vi ar bast!)

Suecia-Dinamarca, 2013

De Lukas Moodysson

Con Mira Barkhammar, Mira Grosin, Liv Lemoyne

En ¡Somos lo mejor!, microcarismático opus 8 del también poeta sueco heterodoxo aún estrenando estilo por película a los 44 años Lukas Moodysson (Las alas de la vida, 2002; Un hueco en mi corazón, 2004), con guion suyo inspirado en la novela gráfica Nunca medianoche de su esposa Coco, la desmadrosa rubita anteojuda de 13 años Bobo (Mira Barkhammar) y su aprovechada amiguita con peinado mohicano Klara (Mira Grosin) se identifican tan tardía cuan tiernamente con la subversión punk en el Estocolmo de 1982, por lo que usan atuendos estrafalarios, aporrean bestialmente una batería y un bajo, ensayan a la brava, forman una banda de dos, componen baladas con declaraciones de odio a lo inmediato, incorporan al grupo a la desdeñada cristiana sectaria y guitarrista clásica Hedvig (Liv Lemoyne) que les enseñará a medio tocar sus instrumentos antes de aceptar tuzarse a semejanza de ellas, contactan por teléfono a una famosilla banda de la periferia y caricatura de los Sex Pistols de la que ya sólo quedan dos miembros con los que flirtean descaradas a placer, disputan subrepticiamente por los favores sentimentales del punketo dobleteador Elis (Jonathan Salomnsson), riñen con acritud y se reconcilian para presentarse por fin en un escenario, aunque éste sea de bajísimo perfil y merced al apoyo de la banda adulta de tautológico rock duro Iron Fist. La subversión tiernita presenta cual lindo caramelito narrativo y visual lo que en otras épocas, como la evocada en el film por ejemplo, hubiera sido un pócima explosiva o un culto prestigioso vaso de veneno baudelairiano, por el rechazo visceral a cualquier forma fresa o codificada de la feminidad para generar tres curiosos e inasibles duendes intersexuales si bien hipererotizados, la burla al ridículo de los abominables adultos balconeados en sus actitudes mezquinas y pueriles esenciales aunque permisivas, el cómplice consuelo en su ruptura romántica extraconyugal a la envejeciente madre promiscua, el escándalo de la nórdica sociedad del bienestar hipócrita por ponerse a mendigar en el metro para adquirir otra guitarra, o ese ateísmo un tanto instintivo de las chavas que sin embargo les sirve para desmontar las chantajistas manipulaciones de la sectaria progenitora redentorista al intentar la conversión religiosa de ambas a cambio de no denunciarlas a la policía por la tuzada abusiva a su hija. La subversión tiernita adopta un estilo espontáneo y encantador que parece rescatar lo mejor de su creador, tipo la deserción dulce pero férreamente antifamiliarista de Amor rebelde (1998), el melancólico gusto autonómico por aquella añorada comuna jipi anacrónica de Juntos (2000) y el estallido moral dentro del negocio pornográfico nuclear de aquel archiperturbador Container (2006), para que baste con un teléfono abierto para denunciar los absurdos hogareños y el castigo de dar vueltas a la cancha de basquetbol para inspirar cantos de odio al deporte como forma de opresión escolar. Y la subversión tiernita sólo podría concluir con la descomunal trifulca causada por nuestra provocadora banda femenina supersegura al debutar en público injuriando tan ofensiva / defensivamente como puede a la navideña concurrencia del gimnasio de una Ixtapalacra sueca y con las chicas huyendo con sus adultos y clamando “¡Somos lo mejor!”, pésima traducción del grito en efecto desafiantemente juvenil “¡Somos lo máximo!”, al límite de una euforia tónica y contagiosa, sin frivolizar ni trivializar bobamente nada.

El cine actual, confines temáticos

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