Читать книгу Resignificar la educación - Jorge Daniel Vásquez Arreaga - Страница 10
ОглавлениеCuatro estaciones para la comunicación
Yo soy la intersección de todas mis vivencias.
Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?
Jorge Wagensberg
Hemos puesto el título “Cuatro estaciones para la comunicación”. ¿De qué tipo de estaciones estamos hablando? Una forma lineal de entender las estaciones es asumir la imagen de las paradas de un tren. Aquel lugar donde nos detenemos, pensamos un momento y seguimos el camino al que la máquina está destinada a conducirnos. Es la visión mecanicista, la ideología del progreso, la lectura teleológica de la historia.
Otra forma de entender las estaciones es aquella división que utilizamos para denominar las variaciones ambientales que se tienen en un año. Cada vez es menos claro el punto de inicio y fin de una u otra. Las cuatro estaciones no se suceden más, somos testigos de sus variaciones y, sin embargo, las seguimos usando como referencia para comprender algunos de nuestros comportamientos. Son figuras, metáforas de nuestro sentir y pensar.
De acuerdo con esta segunda imagen vamos a hablar de las inquietudes, las concepciones, las incorporaciones y las transformaciones que experimentamos al preguntarnos por la comunicación y sus principios.
Inquietudes
Replantear el tema de los principios es una expresión de la crisis en todos los ámbitos de la vida humana. La coyuntura actual, esta que ha sido catalogada como una crisis global de impactos ambientales sin precedentes y expresión máxima de la supremacía del “capital” sobre “el ser humano” la convierten en una crisis totalmente profunda que no solo hace conveniente una nueva visión de la humanidad, sino que también la hace urgente y necesaria. Para Franz Hinkelammert (2005) se trata de una crisis de civilización.
Este carácter de urgencia de la crisis no se refiere al último boom mediático que ha captado los espacios de construcción de la opinión pública, refiriéndose a los golpes que a diario recibe la economía, sino a la ineludible atención que merece la crisis de la humanidad. Somos justamente los seres humanos (o lo humano de la humanidad) los que estamos en crisis desde hace mucho tiempo.
Por eso nos proponemos volver a encontrar un punto de partida: un principio. Volver a pensar en el punto de partida es provocar la búsqueda de una opción irrenunciable, de una base. Buscar algo más que “el lugar de enunciación” para poder plantear el “fundamento existencial de acción”, es un paso que conlleva el hecho de superar algunos principios (adoptados, apropiados o construidos), que fundamenta una forma de no ver más allá de las combinaciones de enunciados, del análisis de las estructuras de poder, de la crítica desde la comunicación, etc. El pensamiento crítico —entendido como apropiación de la realidad desde una reflexión sobre la operación humana y sus posibilidades de realización en un contexto que se manifiesta irracional— desarrollado por la tradición intelectual en diferentes escenarios es pertinente para una interpretación de la actual coyuntura. Su valor metodológico es imprescindible para la emancipación —en lo que Habermas señaló como el interés emancipatorio del conocimiento—, pero es cierto además, que su potencialidad de cara a la construcción de opciones vitales-fundamentales (principios) están en pugna con la lógica autoritaria de la razón instrumental sobre la emoción y la espiritualidad. Es precisamente la crítica que los propios “clásicos de la sociología” (Marx, Weber y Durkheim) han sostenido y en la cual han encontrado continuidad en la tradición de la Escuela de Fráncfort.
En este punto, debemos reconocer que la teoría crítica —en la que la comunicación ocupó un puesto central en el análisis de Marcuse y en la propuesta de Habermas— es un intento necesario por superar el mecanicismo, desde el rechazo al positivismo y apostando por la integración de las relaciones humanas y el mundo de los valores. Sin embargo, el paradigma mecanicista tiende a estirarse al punto que incluso logra integrar las teorías sociales que plantean el peligro de la vida o la necesidad de un cambio de paradigma.
Este es el caso de Niklas Luhmann, quien extiende la noción de autopoiesis al ámbito social, pero a la vez, argumenta que “los sistemas sociales no son sistemas vivos” (Capra, 2003, pp. 117-118). Es decir, la mecánica newtoniana resiste o manifiesta cierta elasticidad al punto que la teoría social no escape a su lógica de leyes que explican la realidad como una fuerza externa ejercida sobre el interior. Por eso se trata de modificar los principios que nos permitan ver la realidad de otra forma; es decir, hacer nuevas teorías. Esta pretensión teórica significa identificar el “punto de bifurcación” (Prigogine) que hace posible una nueva forma de ver y verse en el Universo. “Estudiar la realidad” se encuentra en un movimiento que se desplaza hacia un “vernos en la realidad”; “conocer la teoría social” cedió paso a “ser consciente de cómo hemos educado nuestra conciencia”, e “intentar construir pensamiento crítico desde la comunicación” deriva en “incorporar el significado a la perspectiva sobre la vida”. En medio de causas y azares se trata de la búsqueda de nuevos principios.
Concepciones
La revisión de los principios (aquellos que suponemos que sustentan nuestra vida y la de otros) conduce a la concepción de un principio como un pensamiento explicativo de algo. De esta manera, como sujetos individuales nos asalta la necesidad de sentirnos capaces de interpretar “el acontecimiento” (ese momento de autoconciencia en la que aparece la mirada) y hace que la pregunta por los principios sea la misma que me interroga sobre los criterios de explicación.
En este sentido, el principio de incertidumbre de Heisenberg, aquel que nos abre a la conciencia de que, por “precisa” que sea la tecnología (razón instrumental aplicada), todo fenómeno que intentamos medir nos permite acceder a una información (la velocidad o la posición), dejando a la otra en la incertidumbre. Esto significa un paso para entrar en la lógica de lo borroso, en la cual “las cosas se vuelven más borrosas a medida que sus partes se vuelven más precisas” (Kosko, 1999, p. 16); de modo que el criterio de explicación para diferenciar entre una cosa u otra es precisamente reconocer que esta diferencia no es de carácter científico. Las leyes borrosas se construyen del tipo “si-entonces” (Kosko, 1999, p. 23) y esto es indispensable para comprender nuestro ser-en-el-mundo en el mundo de hoy. La diferencia radica precisamente en la mirada; esta es contexto y creación, interpretación y enunciación, conciencia y proyección. La precisión es pues un momento.
Así las cosas, la comunicación es más que un espacio interdisciplinar para las ciencias humanas y sociales; es un fenómeno que, de acuerdo con esta lógica borrosa, sorprende cuando como sujetos somos conscientes de las posibilidades de la comunicación, aunque no utilicemos los mismos términos para decir las mismas cosas. En este sentido, el significado no aparece como el efecto proveniente de la correspondencia del significante con la cosa (que quizá llamaríamos realidad objetiva), sino como una dimensión indispensable para una nueva visión de la vida; es decir, un principio.
En relación con lo expresado en el párrafo anterior, la comunicación bien podría ser comprendida como la textura de lo social. Esta es el resultado de todos los intentos por comprendernos, pero a la vez nos precede. Para que sean posibles fenómenos sinérgicos como la vida, el amor y el comportamiento, la comunicación nos precede como un fenómeno de nuestra herencia evolutiva. No es apenas una construcción cultural de nuestro poder cerebral, ni siquiera los comportamientos comunicativos excepcionales y aparentemente inteligentes están ligados a un excepcional poder del cerebro humano (Margulis y Sagan, 2005, p. 119). Si todo ser autopoiético es consciente (cognoscente del mundo exterior), la comunicación adquiere sentido desde una perspectiva termodinámica; es decir, degrada energía inútil para ponerla al servicio del orden; sin embargo, la forma de ser-en-el-mundo no es precisamente seguir el principio termodinámico —por el cual el sistema tiende a buscar su equilibrio en un estado final—, sino precisamente “bifurcarse”, abrirse a nuevas reconfiguraciones del sentido. Como diría Paulo Freire, la comunicación es transformadora.
Los sistemas humanos, entendidos como sistemas vivos, responden a un modelo de estructuras abiertas en lugar de estructuras entrópicas (Najmanovich, 2008). Esto significa que, como señala Dennise Najmanovich, los sistemas vivos/humanos siempre son abiertos y se desencajan de los modelos de la termodinámica clásica y se asemejan a los modelos de la termodinámica no-lineal que formula el químico belga Ilya Prigogine:
En la termodinámica clásica un sistema podía evolucionar hacia un solo estado final: el equilibrio, y el proceso era lineal. En la tnlpi [termodinámica no lineal de los procesos irreversibles] este no es el caso, ya que no podemos determinar absolutamente la trayectoria evolutiva de un sistema, sino que aparecen distintas opciones, los caminos se bifurcan y en la vecindad de las bifurcaciones interviene el azar, nuestras leyes no nos permiten deducir cuál camino tomará un sistema al llegar a una bifurcación […] los seres vivos pueden ser considerados estructuras disipativas sujetas a fluctuaciones que pueden amplificarse hasta implicar una reorganización total en un nivel más complejo (una nueva especie). (Najmanovich, 2008, pp. 43-44)
Una totalidad que signifique la agregación de humanos y sus dispositivos, lo que Margulis y Sagan (2005, p. 189) llamarían “super humanidad”, no en su sentido etimológico, sino como el resultado de la comunicación entre sistemas, puesto que si las especies no se comunicaran (interactuaran), las personas no fueran más que la suma de sus células. Es la comunicación la que hace posible que el todo sea distinto a la suma de las partes. Nuestro mundo global amplía cada vez más las redes comunicativas (por ejemplo la relación entre sistemas en la naturaleza) para poder generar esa nueva realidad que solo es posible en una relación de las partes provista de significado.
Como señalamos con la cita de Najmanovich, el camino evolutivo de su disipación no se puede prever. El significado se manifiesta en que el orden generalizado que percibimos está lleno de “coevolución” y “cooperación” (Briggs y Peat, 1999, p. 78) no solo es resultado de la selección natural y ni de un sistema determinado al equilibrio, por el contrario, está impulsado por la multiplicidad de reconexiones entre sistemas vivos y comunicantes. Nadie hace a nadie pero nadie se hace solo, al estilo de lo manifestado por Freire en su Pedagogía de la autonomía en relación con el carácter constitutivo del diálogo en la educación.
Incorporaciones
Además de ver el principio como un fundamento y como un criterio de explicación considero que, en tercera instancia, puede referirse también a un eje transversal de todo acontecer y algo que da cuenta de todo aquello a lo que nos referimos. Por eso, una implicación de las rupturas paradigmáticas en comunicación es la revisión o la ampliación de los propios principios. Precisamente porque la física cuántica ha transformado la forma de “conocer” la realidad es que los principios que poseía dejaron de ser suficientes. Si, como dijo el premio Nobel de Física, Niels Bohr: “Los que no se sorprenden cuando se topan con la teoría cuántica por primera vez, de ninguna manera pudieron haberla entendido”, los principios del nuevo paradigma suscita, en palabras de Paulo Freire (2006) una curiosidad epistemológica.
La dificultad para que los principios vigentes en el paradigma mecanicista pudieran servir para explicar los sistemas humanos y su comunicación como posibilidad de invención de nuevos escenarios (de socialización, políticos, estéticos, etc.) lleva a replantear si la concepción maquinicista de la realidad no anula al sujeto. Yo sostengo que el mecanicismo reifica y desubjetiviza. El sujeto desaparece subsumido por los principios de la máquina, tanto si comprendemos el sujeto como el efecto de la articulación significante (sujetado al lenguaje, prendido del deseo), como si lo consideramos actor o agente social. El paradigma newtoniano usurpa la teoría social y secuestra al sujeto hasta que nos olvidemos de buscarlo.
No se trata de hacer un planteamiento que ponga la comunicación como el centro de todos los procesos humanos, sino de asumirla como la entrada para apropiarse individual y colectivamente de nuevos principios si miramos más allá de la propuesta habermasiana de construir acuerdos racionales (Habermas, 2002). El acuerdo racional está detrás de las emociones que preceden al acto de habla. Si bien la propuesta de la segunda generación de la Escuela de Fráncfort (cuyo representante es Habermas) en relación con una ética comunicativa incluye la valoración del mundo de la vida, la razón (desligada de otras formas de conocer y legitimar al sujeto en el escenario social) sigue siendo el centro de la persona y de la comunidad a la vez que es fin. La comunicación solo se hace tangible en la consecución de un consenso racional que soporte las pruebas de validez que la razón crítica hace a los argumentos. En la actual crisis de civilización es necesario ampliar la mirada hacia racionalidades (en cuanto formas de ordenar el mundo) que podrían tener parte de un sentido común o pensamiento no-ilustrado, como centro dimensiones que son, desde el punto de vista del mecanicismo.
Aun contando con la incorporación de la inteligencia emocional (por ejemplo, David Goleman), la crisis actual parece desbordar la reflexión de la que somos capaces. Incorporar una perspectiva emocional en nuestra forma de aprehender la realidad fue ya un paso; aunque aún no se haya logrado desplazar a la medición del coeficiente intelectual del privilegio que ocupa a la hora de determinar nuestra inteligencia. Seguimos preguntándonos por una inteligencia que nos permita la posibilidad de explicar la realidad como conexiones neuronales en serie (es el caso del coeficiente intelectual [CI]) o las redes de organización neuronal que nos permiten reconocer pautas o crear hábitos, que son expresión de nuestra inteligencia emocional.
En consecuencia, resulta un desafío epistemológico hacer conciencia que las oscilaciones neuronales unificadoras de mi mente permiten cultivar una nueva forma de inteligencia espiritual, según la formulación de Danah Zohar (2001). Esta inteligencia espiritual que plantea Zohar es clave para entender que la comunicación es acto de creación profundamente intuitivo de significado. Rompe, por lo tanto, con la visión positivista de la comunicación y trasciende su comprensión como una acción racional que integra el mundo de la vida. Si hay una inteligencia espiritual, se entiende que esta permite comprender la comunicación o la capacidad de concebirnos como seres comunicantes porque en ello está nuestra integralidad. Por ende, la comunicación es un acto (no el único) por el cual nos ejercitamos en la tarea de abarcar la complejidad del mundo, porque nos abre la posibilidad de abrir nuevos escenarios.
Transformaciones
Los principios también se transforman en el plano ético. Supongo que la ética es algo que nos sostiene, un criterio de explicación y que además atraviesa todo nuestro acontecer; por ello podemos hablar de un principio ético. Los principios son supuestos, esto quiere decir que no pueden ser imperecederos, por lo que solo el dogmatismo tiene pretensión de inmutabilidad. Por lo tanto, el principio ético tiene que ser pertinente, necesario, oportuno, de acuerdo con el contexto del mundo en crisis que describimos inicialmente.
El principio ético aparece como simple: defender la vida y cuidarla. Después de revisar los relatos mitológicos que hablan sobre el cuidado (Boff, 2002) podríamos llegar a la conclusión siguiente: a diferencia del antropocentrismo devorador, hoy el principio ético se entiende como algo bueno, legítimo, correcto, válido, deseable y, por lo tanto, obligatorio de todo aquello que cuida y protege a la vida. Y por oposición se entiende que es malo, inadecuado, indeseable, ilegítimo, incorrecto y por consiguiente mandante de “que no” todo aquello que amenaza y atenta a la vida. Todo aquello que atenta a la vida es inmoral y todo aquello que favorece la vida es ético y moral.
Lo que actualmente está en debate es la vida. Incluso las tendencias más escépticas admiten que la vida está amenazada debido a que, como dijimos inicialmente, no es un problema apenas sobre la extinción de algunas especies, sino que la vida, en general, está en peligro y necesitada de una religación con el prójimo, con una comunidad, con una sociedad.
El cuidado esencial, aquel que nos permite superar los límites de la razón mediante la compasión (Boff, 2002) nos permite concebir una visión integral de la Tierra, que trasciende la normativa aristotélica (aquella en la que la justicia era la legitimación de la jerarquía) para hablar de una ética femenina, que nos permita concebirnos como creados/creadores en comunicación con el Cosmos, con la Tierra, con el otro, con uno mismo en constante transformación. A esto nos referiremos en el siguiente capítulo.