Читать книгу Resignificar la educación - Jorge Daniel Vásquez Arreaga - Страница 9
ОглавлениеSujeto, comunicación y ruptura paradigmática
Imágenes en la que “nada se descubre”
Quisiéramos tomar como punto de partida tres imágenes, arriesgando a decir que como seres humanos respondemos a determinados “espíritus de época” que podrían representarse en algunas imágenes. Podría tratarse de una generalización atrevida, pero entiéndase que nuestra intención no es dar ningún mensaje moralizador sobre lo que deberíamos ser como humanidad; sino simplemente compartir el resultado de una contemplación ante tres obras artísticas.
El atrevimiento es decir que una imagen puede ser el punto que contiene una totalidad; es decir, el lugar parcial que contiene al todo. El rincón desde el cual se puede ver el holograma que lo contiene. No obstante, cada una de estas imágenes va a representar tres formas de ver el mundo y tres formas de vernos a nosotros mismos. La selección de las obras es una arbitrariedad que ojalá pudiera convertirse en una intuición, por la manera como poderosamente nos llama la atención su poder evocativo: La creación de Adán de Miguel Ángel realizada en 1511, la escultura conocida como Le penseur (El pensador) realizada por Auguste Rodin en 1880, y la primera foto de la Tierra tomada desde la Luna en 1969 por la expedición Apolo 11.
Cada una de estas tres imágenes puede representar tanto una época entera como un determinado tipo de sujeto. Sin embargo, para nosotros representa además al sujeto que lo mira. Ese es el paso que, de acuerdo con el paradigma holográfico (Wilber, 1992), podemos dar hacia dentro de una nueva forma de concebir nuestro poder de mirar. Al ver la obra, no solo la recreamos o le damos sentido, sino que también al verla nos contemplamos en ella: es pues una experiencia estética holográfica.
En los principios sobre la apreciación del arte nos enseñaron a distinguir entre la recepción y la percepción. La percepción era ese momento segundo en el cual la voluntad y la conciencia reconstruyen la obra que nuestro ojo ha captado. Sin embargo, algo queda faltando cuando desde una postura holística percibimos que nuestro ojo no es simplemente la versión primigenia de un telescopio o de una cámara, sino que constituye la orilla de la conciencia. En nuestro ojo se encuentra esa tela casi imperceptible mediante la cual podemos autoafirmarnos como sujeto en unión con la realidad. No habría algo así como un “universo exterior” que sea resignificado por nuestro “universo interior”, sino que se trata de un movimiento, un equilibrio dinámico entre aquello que es percibido y nos percibe. Religamos con lo existente a través de la mirada.
Una mirada intencionada sobre una obra de arte es un acto decisivo de creación. Un acto que performa{1} la realidad mediante nuestra conciencia de cocreadores de eso que llamamos realidad. Es decir, el conocimiento es un acto de creación y, por lo tanto, no se percibe (pasivamente) por medio de los sentidos, ni de la comunicación sino que es construido activamente por el sujeto en su experiencia consigo mismo y con otros.
La afirmación radical “nada se descubre” no versa como una forma de verdad que pide dogma, sino que pretende ser una postulación que permita comprendernos no como descubridores de las verdades del universo, sino como sujetos que se hacen a sí mismos en cuanto son capaces de adaptarse a la organización de nuestro propio mundo experiencial. Decimos esto porque el afán de ser “descubridor” es la maximización del sujeto observador. La posición del observador dentro del paradigma mecanicista es la de llegar a descubrir un misterio. De esta manera, el sujeto del paradigma mecanicista se considera descubridor de la luz o de un continente, de la cura para las enfermedades o de la dinamita. El “descubridor” que aplica el método —entiéndase “una aproximación a lo que otros hacen de forma parecida”— puede ser considerado científico. Esa es la herencia del espíritu cartesiano: pensar está bien, siempre que sea con método, de lo que deviene que hay métodos para descubrir cosas que es indispensable que un científico conozca.
Este fundamento metodológico derivado del cartesianismo (la ignorancia del sujeto/observador y todo su contexto a fin de lograr neutralidad) como base de la ciencia moderna constituye en realidad una opción metafísica por el orden. Supone que existe una realidad ontológica objetiva que puede ser conocida, que está por fuera del sujeto y que, si se aborda con rigurosidad metodológica, puede provocar un conocimiento objetivo (entiéndase desprovisto de valores, ideología, contexto, voluntad, etc.).
La superación de este espíritu cartesiano no se da por su negación, sino por el desarrollo de otro tipo de razonamiento que integre los aportes de la racionalidad moderna. Dado que no se puede descartar a Descartes, pues aquello contribuiría a una especie de neoscurantismo new age; de lo que se trata es de participar activamente en la emergencia de un razonamiento holográfico; es decir, de lo que Ken Dychtwald llamaría “una curiosa mezcla de deducción, inducción, intuición, sensación e introspección” (1992, p. 147). Esta curiosa mezcla tiene lugar en la comunicación.
Contemplación: pensar con imágenes
En la sociedad contemporánea, bien catalogada como “mundo de imágenes”, es por nuestro ojo que el escenario se construye en forma de cuadro, foto o mosaico: el ojo no es ojo porque ve, es ojo porque nos ve, como diría el poeta Antonio Machado.
Sobre la apreciación del arte hace ya muchos años sabemos que la obra está ahí para ser gozada y provocar (o ayudarnos a crear) el placer de la experiencia estética. Ese placer estético que es, como dirían los filósofos de la modernidad, la más alta expresión del espíritu. Las ciencias sociales que cobraron cuerpo con la modernidad incorporaron esta idea mediante el principio de reflexividad. Los estudios de la etnometodología de Garfinkel dieron cuenta de un observador que no podía diferenciarse de las circunstancias. Sociológicamente no se podía dejar de reconocer que la relación sujeto-objeto basada en el “distanciamiento” del observador (sujeto) era una abstracción. Garfinkel retomó a Heidegger en la idea de suponer un “ente” que al “estar ahí” nos convertía a nosotros en sujeto de observación (Lash, 2005, pp. 276-279). Fue un intento por superar la descontextualización del sujeto que observa.
A pesar de los esfuerzos de las ciencias sociales por reconocer que es el observador el que crea la realidad, no logra abandonar la visión de un paradigma mecanicista en el cual el mundo no puede ser concebido como una sola unidad, sino como varios sistemas en interacción para cuyo análisis es necesario estudiarlos por separado. Cada sistema —en el caso que se llegue a denominarlos así— implica desarrollar una “disciplina” diferente. Cada sujeto separado del objeto.
La ruptura con este paradigma se dio gracias a los avances de la física cuántica con base en la cual se podría perfilar una mirada más integradora (Capra, 1998; 2003). Pensamos que es legítimo un punto crítico inicial que considera un paso muy azaroso el hecho de trasladar un conocimiento proveniente de las ciencias exactas, aún con todas las dificultades de este término; en el común se sigue agrupando en esta categoría a la física, las matemáticas, la lógica —como lo es la física cuántica, a otras áreas de la ciencia, como lo son las ciencias sociales—. A esto se le puede argumentar como ejemplo los traslados que se hicieron de los descubrimientos y la formulación de la teoría darwiniana a los campos de explicación y análisis de la sociedad, que arrojó como resultado el darwinismo social iniciado por Herbert Spencer y que posteriormente se convirtió en el tronco de muchas otras teorías sociales: ramas extensas de este tronco. Dicho en otras palabras, los postulados de la física cuántica y de la teoría holográfica (principio de incertidumbre y la representación del todo en cada una de sus partes) no podrían ser trasladados a las formas de “conocer” la sociedad, según dice la crítica. Sería cometer el mismo error del discurso científico del darwinismo social que trató de aplicar el principio de selección natural al desarrollo de la raza y posteriormente de las clases sociales.
Ante este riesgo, nuestra pretensión es hacer una opción ético-epistemológica que se expresa desde una visión holística, en la cual se trata de superar la fragmentación disciplinaria y darnos cuenta de que esto que hemos considerado ciencias duras son distintas perspectivas de un mundo que no es estático, sino cambiante. Es decir, la diferencia no está en las perspectivas, sino en el reconocimiento de que efectivamente hay mundos diferentes. Cada una de estas miradas/perspectivas crea un mundo distinto, porque “en realidad no existen cosas como la biología, la química o la física. Son meros constructos diseñados para facilitar el desarrollo y la articulación del conocimiento” (Dychtwald, 1992). Un mundo holístico necesita un razonamiento holístico que nos permita hacer una “segunda reflexividad”, en la cual el sujeto observador/creador pueda hacer el ejercicio de verse a sí mismo en el propio acto de ver.
El razonamiento holístico, como lo dice David Bohm en su Sobre el diálogo, es un acto de propiocepción, lo cual significa hacer una “suspensión” para lograr una percepción de uno mismo para contemplar el resultado de nuestro propio pensamiento (1997, pp. 53-54). Es contemplarse como sujeto cognoscente que se constituye a sí mismo. Así, no solo es que el sujeto sabe que su mirada afecta al objeto observado, sino que también el mismo hecho de mirar lo constituye como sujeto a la vez que conforma lo observado. Es un desplazamiento del antropocentrismo científico por una experiencia cognoscente que lo sitúa en constante relación con lo que lo rodea y consigo mismo.
Al concepto de propiocepción de Bohm consideramos pertinente hacer una especificación para lograr captar el valor del cambio del sujeto/observador/reflexivo a un sujeto contemplativo. Por su parte, la contemplación sitúa la mirada en una perspectiva holística. Consideramos que la contemplación es una actitud existencial que transforma la mirada porque se incluye a sí misma; es decir, la propia mirada es objeto observado. La contemplación sería entonces una metamirada. Por supuesto, para la exposición de nuestro argumento es importante saber que la contemplación de por sí no significa transformación de las circunstancias materiales, sino que, en cuanto forma de racionalidad, permite elaborar figuras que nos ayuden a comprender mejor los fenómenos que configuran lo humano y su relación con lo existente. Esto es, precisamente, lo que nos proponemos hacer con las tres obras de arte con las que queremos dar cuenta de tres imágenes del sujeto en esta transición o confluencia de paradigmas.
Los desplazamientos del sujeto
y la razón desde la mirada
La Creación de Adán o el sujeto del antropocentrismo
Este fresco de Miguel Ángel, pintado en el techo de la Capilla Sixtina en 1511, ilustra la creación del primer hombre. Aunque en el Génesis existen dos relatos de la creación (la fuente Yavhista y la fuente “P” o sacerdotal), el cuadro de La creación de Adán retrata los inicios de la modernidad o el pensamiento fundacional del antropocentrismo. Por lo tanto, no es una ilustración bíblica, por cuanto es el inicio de una representación del sujeto que la modernidad empezaba a construir como una salida del pensamiento de la Edad Media.
Figura 2. Miguel Ángel. La Creación de Adán, 1511. Capilla Sixtina Fuente: Titimaster (2011). |
Son múltiples los análisis que se han hecho sobre esta obra de arte desde su valor histórico, estético, filosófico, etc. No obstante, en una forma sencilla, podemos decir que el sujeto representado en esta obra es la de un hombre que se considera a “imagen y semejanza” de un Ser Supremo. En este sentido, el ser humano es revestido de una especie de poder divino que lo constituye como soberano de la naturaleza y todo lo creado.
La realidad es ontológicamente constituida por la voluntad de un Ser Supremo que lo ha hecho todo para ponerlo a disposición del hombre. El hombre tiene el deber, la misión, de nombrar la realidad y esa es su forma de colonizarla. Por lo tanto, las cosas —y todo lo que constituye el mundo o la realidad— es algo dado que está al alcance de la mano del hombre.
Este sujeto antropocéntrico al extremo expresa en su gesto perezoso para con Dios —nótese la ligereza con la que Adán extiende su mano ante el esfuerzo que Dios hace por tocarlo— una religión cansada que sirvió de base para que la modernidad erigiera la razón como nuevo dios. Sin embargo, la pintura también puede representar una visión de mundo; un mundo en el que no existe más que el hombre y Dios (y su corte de ángeles). La relación entre Dios y el hombre (como ser individual) es el elemento fundamental de la realidad en el paradigma antropocéntrico que empieza a formularse en el siglo XVI de nuestra era.
El pensador de Rodin o la relación hombre-razón
A su propia obra de 1880, el escultor francés Auguste Rodin se refirió de la siguiente forma: “Un hombre desnudo sentado sobre una roca […]. Su cabeza sobre su puño, preguntándose. Pensamientos fértiles lentamente nacen en su mente. Él no es un soñador. Él es un creador”.
Figura 3. Auguste Rodin. Le Penseur, 1880Fuente: Piero d’Houin Inocybe (2005). |
Hemos escogido esta imagen no solo porque fue realizada en un momento en que la modernidad alcanzaba un esplendor máximo, mediante el trabajo de aquellos que Paul Ricoeur denominó los “maestros de la sospecha”: Marx, Nietzche y Freud; asimismo, hay un desplazamiento interesante en relación con el fresco de Miguel Ángel que puede dar cuenta del desplazamiento de toda una concepción del sujeto.
El sujeto de Rodin, como el de finales del siglo XIX, es un creador. Dios es una hipótesis de la razón; se ha dejado atrás La creación del siglo XVI. La relación fundamental “hombre-Dios” a la que nos referimos con el cuadro de Miguel Ángel es desplazada por la relación entre el hombre y su razón. La relación “hombre-razón” es el fundamento de la realidad. El hombre es el centro del universo y la razón es el centro del hombre.
También podemos señalar la soledad en que se encuentra este sujeto de Rodin y sus acepciones en relación con la calificación que le confiere su autor: “Él es un creador”; sin embargo, la creación de El pensador es un acto de la soledad, una gimnasia mental que se practica en solitario. La meditación es una tarea ardua (se realiza sentado sobre una piedra) que pone al hombre ante el infinito de su propia mente.
Auguste Rodin se inspiró en la obra de Dante para hacer El pensador. Quiso representar La puerta del infierno mediante una trilogía de tres obras monumentales (a Le penseur se añadiría Le Baiser y L’Eternel Printemps) y consiguió hacer tres íconos de la escultura moderna.
El pensador de Rodin representa entonces una obra, a la que el poeta Rainer Maria Rilke se refirió así: “Todo su cuerpo se ha vuelto cráneo y toda la sangre de sus venas, cerebro”. De este modo, ese pensador, en ausencia de contexto, puede representar una razón que funciona como una abstracción aislada, que busca “conocer” la realidad mediante la comprensión de sus fenómenos y el desciframiento de sus misterios.
Al ver El pensador, podemos pensar en un sujeto que también se encuentra en la tarea de conocerse a sí mismo. La idea es quizá llegar a un grado de reflexión que permita “pensar sobre el acto de pensar”, “ser consciente de aquello que se es consciente” o “conocer las formas en que podemos conocer”. Es decir, podemos ubicarnos en el nivel de la epistemología o de la metodología, lo cual constituye un paso crucial en el desarrollo de la razón y el conocimiento, aunque no llega a ser un razonamiento holístico.
1969 o la propiocepción del sujeto
El Explorer VI fue la primera nave espacial que llegó a la luna y además la que obtuvo la primera fotografía de la Tierra. Hasta antes de ese momento habíamos aceptado (científicamente) que nuestro planeta tenía forma redonda, pero nuestra mirada no había podido contemplar tal afirmación. Nuestra radical convicción de la redondez de la Tierra, así como nuestra certeza de que estamos constantemente en movimiento sobre una superficie esférica se sostenía en un criterio científico que no se traducía para nuestra mirada.
Figura 4. Explorer VI. Primera fotografía del planeta Tierra desde la Luna, 1969Fuente: Nasa (1969). |
Por eso, esta imagen presenta un salto inmenso en la concepción de la fotografía misma como forma de representación. En el siglo XIX, la fotografía había constituido un avance posible gracias al desarrollo tecnológico que creció tomado de la mano con el temor de los artistas ante la posibilidad de que este nuevo invento constituyese la muerte del arte. Sin embargo, consideramos que la foto de la Tierra en 1969 no solo es la obra de una tecnología en especial, sino también de toda una especie que buscaba la forma más compleja de representarse a sí misma.
La fotografía de 1969 es una obra colectiva al igual que las dos anteriores a las que hicimos mención. Tanto La creación como El pensador no son obras exclusivamente de sus autores, sino que son el resultado de todos los deseos e imaginarios de una época. Por lo tanto, son una obra colectiva de representación. Pero, la foto desde la Luna constituye quizá la consumación del anhelo de una humanidad que había desarrollado la tecnología espacial para transportarse (la nave espacial), la forma de sobrevivencia en entornos no naturales (las formas para respirar en el espacio) y la perpetuación de nuestra historia mediante la imagen (la fotografía). Todos estos esfuerzos están encaminados a tratar de explicar de cierta forma quiénes somos. La fotografía de 1969 abre las posibilidades para contestar esta pregunta que ahora solo se vería superada por la imagen del mapa completo del genoma humano.
Desde la perspectiva del sujeto esta foto abre las puertas para poder representar mediante una imagen lo que se denomina propiocepción (en el sentido anteriormente expresado por David Bohm). ¿Acaso podemos decir que la fotografía de la Tierra no es una foto de nosotros mismos? ¿Podemos negar que cuando se toma una fotografía del planeta de cierta forma no somos fotografiados también nosotros? Sabemos que en esa gran esfera estamos siendo fotografiados cada uno de nosotros y a la vez no. Porque no aparecemos como sujetos individuales sino como parte de un todo mucho mayor y que no es igual a la suma de sus partes: es una totalidad viva, un nuevo sujeto. Un sujeto que, como simple representación, podría acarrear el riesgo de que disolver la individualidad en medio de una totalidad invisibilizadora; sin embargo, la imagen de la Tierra es una imagen de nuestro hogar, de nuestros seres queridos, de la naturaleza y a la vez de nosotros. Es decir, en esa imagen estamos representados como parte de la realidad llamada Tierra. Precisamente se trata de ir más allá de buscar el carácter amenazante que la representación de la humanidad como parte de la Tierra acarrea en términos ideológicos, para asumir que somos la Tierra, somos nuestros seres queridos, somos la naturaleza y somos nosotros mismos. Difícil concepción en un entorno en que el antropocentrismo ha sido reducido a la instrumentalidad de todo lo existente.
El sujeto es parte de esa realidad que pretende conocer, de modo que su mirada es capaz de crear y su aporte radica precisamente en una perspectiva. Esta es lo que podemos denominar conciencia; una conciencia que nace en el momento que es posible la “suspensión” del sujeto. El ser humano aporta la conciencia que permite que todo lo que habita la Tierra pueda vivir una experiencia concreta en el transcurso del tiempo.
El acto de conciencia que el ser humano puede aportar a partir de la razón es justamente ser el sujeto reflexivo en una realidad que se manifiesta como un todo que lo abarca. Así como el astronauta Russel Scheickhart pudo contemplar la imagen del lugar que habitamos y donde está todo lo que conforma nuestra realidad, nuestros deseos y aspiraciones,{2} la mirada crítica del sujeto, o su propiocepción como diría Bohm, se da en cuanto puede devenir en una ética del cuidado de la vida a partir de su razonamiento holográfico. El razonamiento holográfico en relación con la imagen de la Tierra nos lleva a considerar la imagen de cada individuo como un punto en el cual se representa ese todo mucho mayor que nos abarca y nos trasciende.
La propiocepción del sujeto —que es una forma de llevar la autorreflexividad a una dimensión holística de la realidad— y el razonamiento holográfico implica un doble desplazamiento. Un desplazamiento en la concepción del sujeto —de un sujeto amo de la naturaleza a un sujeto reflexivo— y un desplazamiento de la razón antropocentrista hacia una razón holística, sostén quizá para un antropocentrismo autocrítico y biofílico.
(Kim-ki Du y las estaciones de la vida)
La película del surcoreano Kim-Ki Du titulada Primavera, verano, otoño, invierno y primavera (2003) constituye una fuerte referencia sobre el paso del tiempo asociado a la experiencia de propiocepción. Esta se manifiesta en una confrontación enmarcada en la relación entre discípulo y maestro que constituye la pauta de una película, en la cual, la profundidad de las experiencias están metaforizadas en el cambio de paisaje que rodea el encuentro entre dos seres humanos de distintas generaciones.
En el transcurso de las estaciones temporales, como expresión de las modificaciones de la naturaleza (como ambiente, entorno), se puede leer la alusión a las estaciones del desarrollo de un espíritu humano que se manifiesta en la manera intensa como se experimenta el amor, el odio, el miedo, la culpa, la reconciliación, la quietud y otras emociones que acompañan una búsqueda. De esta manera, la propiocepción del sujeto (este “poner en suspenso”) se inscribe también en una dinámica temporal que el sujeto asimila como experiencia particular. Se trata de pensar el transcurso de la propia vida de la mano de una reflexión “estacionara” en la cual la división del tiempo, de acuerdo con los flujos cambiantes del entorno, no es una expresión de linealidad, sino precisamente de la complejidad que se condensa en la experiencia de asumir desde un momento irreductible los factores que configuran la realidad. En este mismo lenguaje metafórico planteamos comprender la comunicación en cuatro estaciones.