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ОглавлениеLa destilería original BACARDÍ, La Tropical, en Santiago de Cuba, en la década de 1880. Se puede apreciar «el Coco» que sembró un hijo del fundador cuando la destilería abrió por primera vez en 1862. Símbolo de fuerza y resiliencia para la familia y los lugareños, surgió una leyenda en torno a la palmera: «La compañía BACARDÍ sobrevivirá en Cuba mientras el cocotero viva». Nunca se profirieron palabras tan certeras. En 1959, «el Coco» comenzó a marchitarse y, tan solo un año después, el gobierno revolucionario cubano confiscó los activos de la compañía BACARDÍ en Cuba sin compensación alguna. «El Coco» murió en 1960, el mismo año en que la familia Bacardí fue obligada al exilio de Cuba, su tierra natal. (Propiedad de Bacardi and Company Limited)
CAPÍTULO 2
LA LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA (1862-1906)
Guerras, encarcelamiento y un ron premiado
LA LARGA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA
Transcurría el año 1862 en la vibrante ciudad portuaria de Santiago de Cuba y las cosas iban bien para la familia Bacardí Moreau, que tantas desgracias, dificultades y penas había sufrido años antes.
Don Facundo continuaba dirigiendo la empresa de ron en expansión y experimentando sin descanso con nuevas ideas. El reciente equipo de destilación estaba funcionando bien con la ayuda de Boutellier y Facundo hijo, y ya se empezaba a correr la voz sobre la destilería y su producto de cada vez mayor calidad.
Entre tanto, Emilio se ocupaba en la oficina durante el día y escribiendo cada vez que tenía oportunidad. Mi bisabuelo se daba a conocer como escritor y logró que algunos de sus artículos fueran publicados.
La mayoría de las noches, luego de cenar en casa, los hermanos Facundo y Emilio salían a reunirse con otros hombres jóvenes para debatir sobre política.
La década de 1860 fue un período de agitación en Cuba. La gente estaba harta de los impuestos excesivos, de la insuficiente representación política y del maltrato tiránico del gobierno colonial español.
La independencia total de España era uno de los temas favoritos de conversación de los hermanos Bacardí y sus amigos. Formaban parte del cada vez mayor contingente de independentistas, ciudadanos que querían una Cuba libre e independiente. Otros —los reformistas, más cautelosos— se dedicaban a cabildear para que el gobierno en Madrid declarara Cuba como una provincia española.
Las cosas llegaron a un punto crítico el 10 de octubre de 1868, cuando Carlos Manuel de Céspedes, propietario de un ingenio azucarero, liberó a sus esclavos y le declaró la guerra a la corona española. Movilizó a sus trabajadores y bajo el grito de «¡Viva Cuba libre!», Céspedes y su grupo tomaron la ciudad de Bayamo, lo que dio inicio a la Guerra de los Diez Años. Docenas de hacendados declararon su apoyo a la insurrección, liberaron a sus esclavos y donaron sus terrenos a la causa.
Poco después, el gobernador de la isla lanzó una campaña para reclutar por la fuerza a hombres jóvenes para el batallón del ejército español local. Un oficial fue a la casa Bacardí para intentar persuadir a Emilio de que se enlistara. Cuando el oficial insistió e intentó obligarlo a que sujetara un rifle, Emilio lanzó con enojo el arma a la calle. El acto de rebeldía del joven Bacardí enfureció a las autoridades españolas, pero inspiró a sus amigos separatistas.
El movimiento independentista se propagó por toda la región oriental de Cuba y, para finales de octubre, los rebeldes habían tomado el control de ocho ciudades y conseguido el apoyo de más de 12 000 voluntarios. Lo que ocurrió a continuación fue un conflicto largo y sangriento.
La guerra trajo enorme sufrimiento para la población de Santiago. El ejército rebelde cortó el suministro de agua y las líneas de comunicación a la ciudad, y se establecieron comedores populares para los hambrientos. Una vez más, en 1869, la ciudad fue azotada por una epidemia de cólera.
El 26 de febrero de 1876 —a ocho años de haberse iniciado la Guerra de los Diez Años— Emilio se casó con María Lay Berlucheau, una dama francocubana de Santiago. Con el tiempo, el matrimonio Bacardí Lay tendría seis hijos: Emilio, Daniel, María, José, Facundo y Carmen.
Para entonces los rebeldes estaban agotados, desilusionados y divididos. Se declaró un cese al fuego, al que siguieron una serie de negociaciones, y España prometió numerosas reformas. En febrero de 1878, España y los rebeldes firmaron un acuerdo de paz.
Cuba permaneció bajo dominio español, pero el fervor revolucionario volvería a surgir. Los siguientes veinte años verían más insurrecciones y derramamiento de sangre.
ENCARCELADO EN UNA LEJANA COLONIA PENAL
La Guerra de los Diez Años devastó la industria cafetalera de Cuba y condujo a una depresión económica prolongada. También impactó a la compañía de ron de la familia Bacardí.
Del lado de los consumidores, predominaban el hambre, la miseria y las enfermedades, además de graves dificultades económicas. Del lado de la producción, había escasez de melaza, el ingrediente base para la elaboración del ron, debido a que la mitad de los ingenios azucareros del este de Cuba habían sido incendiados. Los precios de los suministros que quedaban se habían disparado. A pesar de los grandes esfuerzos de Facundo y sus hijos por mantener a flote la empresa, las ventas eran mínimas.
Cuando la guerra se acercaba a su fin, Emilio ya se había lanzado de lleno a la política. Muy pronto fue electo para desempeñar su primer cargo político como concejal del Ayuntamiento de Santiago. También fue designado para formar parte del comité de educación municipal.
La lentitud de las reformas prometidas en el acuerdo de paz trajo como consecuencia otra rebelión. En menos de un año desde el tratado, Calixto García, un agitador revolucionario que había estado encarcelado por su participación en la Guerra de los Diez Años, publicó un manifiesto en el que denunciaba el dominio colonial de España sobre Cuba.
En agosto de 1879, García y los líderes rebeldes Quintín Banderas, Guillermo Moncada y Antonio y José Maceo recuperaron algunas armas que habían ocultado y organizaron una fuerza de 300 hombres en las montañas. Y, de esa manera, la segunda guerra por la independencia de Cuba, la Guerra Chiquita, había comenzado.
En esta ocasión, los españoles decidieron capturar a un gran número de simpatizantes de los rebeldes. Emilio fue arrestado y, el 9 de noviembre de 1879, tras pasar unos días en el Castillo del Morro de Santiago, lo subieron a un barco rumbo a España. Emilio escribiría luego que mientras el barco se alejaba de Cuba sentía que lo arrancaban de «todo lo que cualquier hombre necesita, quiere y ama profundamente: una buena esposa, los hijos pequeños, los padres y la patria, que es como una segunda madre amorosa».
El general Martínez Campos, gobernador de Cuba, declaró poco después que los prisioneros serían liberados de las cárceles españolas y confinados en Cádiz, con lo que en esencia la declaró una ciudad prisión. En mayo de 1880 hubo un cambio de gobierno en España y el nuevo gobernador, Cánovas del Castillo, volvió a enviar a todos los revolucionarios a prisión. Pero Cánovas quería algo más para los prisioneros que la cárcel en España. Ordenó que fueran enviados a una colonia penal en las islas Marianas, un archipiélago volcánico en el océano Pacífico.
Sin embargo, las autoridades carcelarias en Cádiz consideraron que el capitán que había sido asignado a esa tarea no estaba capacitado para llevarla a cabo, y no había un barco adecuado disponible para el largo viaje. Por ende, decidieron dividir a los prisioneros y llevarlos a las temidas prisiones de Ceuta y Melilla, los enclaves españoles en la costa norte de Marruecos.
Por alguna razón, Emilio y otro reo fueron enviados a una prisión norafricana distinta, la colonia penal Chafarinas, ubicada en una isla frente a las costas de Marruecos. Emilio tenía un amigo en Madrid llamado Urbano Sánchez, abogado con conexiones de alto nivel y amigos influyentes, quien logró sacarlo de las islas Chafarinas y enviarlo a Sevilla a cumplir su condena.
Fue allí, deleitándose con la luz y el color de la soleada ciudad andaluza, que Emilio recuperó la motivación para volver a pintar. Más tarde afirmaría que pintar lo ayudó a aliviar su aislamiento y su tristeza: sabía poco de su familia y lo que oía de la guerra, también escaso, eran solo malas noticias. De hecho, la segunda guerra de independencia de Cuba estaba llegando a un final marcado por batallas perdidas y pelotones de fusilamiento. Para septiembre de 1880, la Guerra Chiquita había terminado.
Emilio pensó que sería liberado y le permitirían regresar a casa, pero se le prohibió regresar a Cuba hasta principios de 1883 porque se había negado a admitir su culpabilidad y a jurarle lealtad a la Corona.
EL RETORNO DE EMILIO
La Guerra Chiquita causó estragos a la empresa de la familia Bacardí.
A duras penas Facundo logró mantener la compañía a flote y en octubre de 1889 declaró que el negocio de fabricación de ron estaba oficialmente en quiebra. Pocas semanas después, la situación empeoró aún más cuando el incendio de un almacén se propagó hasta las instalaciones de Bacardí, a un lado, y las redujo a cenizas. El lugar no estaba asegurado.
No quedaba nada, excepto la fórmula secreta y la certeza de la familia de que su ron ahora era muy conocido y gozaba de buena reputación por su alta calidad. La situación era deprimente, pero los Bacardí tuvieron la disciplina, la energía y el compromiso para volver a levantarse. Lo que no tenían era el capital necesario.
Emilio regresó a Cuba y la familia comenzó a reconstruir. Dedicó la misma cantidad de tiempo a su hogar y al trabajo, pero seguía aferrado a su sueño de una Cuba independiente. No obstante, tras dos guerras fallidas, muchos ya pensaban que era exactamente eso: un sueño.
Una vez más, fue a través de una afortunada sociedad que el negocio logró recuperarse. Henri Schueg era hijo de Matheu George y Marie Louise Schueg, hacendados franceses nacidos en Cuba y propietarios de una plantación de café cerca de Santiago. Aunque les había ido bien, decidieron mudarse a Francia cuando Henri era un niño.
Su padre falleció cuando él tenía 5 años y su madre tuvo miedo de regresar a Cuba soltera, por lo que Henri fue al colegio en Francia. Murió cuando él tenía 18 años, y entonces decidió regresar al Caribe. Volvió a Santiago en 1880, solo para descubrir que la plantación de su familia había sido destruida. Vendió sus terrenos y con ese dinero se asoció con los hermanos Bacardí Moreau. Reunieron lo suficiente para comprar 100 cabezas de ganado y su proyecto ganadero demostró muy pronto ser rentable. Esas ganancias se las inyectaron a la empresa de ron y comenzaron la reconstrucción.
Don Facundo compró la parte de su hermano José. Sus hijos contribuyeron con sus propios fondos para comprar la mayoría de la participación del confitero Boutellier. A partir de entonces, la empresa se llamó simplemente Bacardí & Compañía.
Tras retirarse en 1877, don Facundo dejó la administración de la compañía en manos de sus hijos. Emilio fue nombrado presidente, Facundo hijo fue designado maestro mezclador y a José lo pusieron a cargo de las ventas. El patriarca continuaría solo como consultor estratégico.
La empresa sobrevivía a duras penas, pero siguió recibiendo premios por su calidad, primero en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876, luego en Madrid, en 1877, y más tarde en Matanzas en 1881.
MUERTE Y DEPRESIÓN, Y EL DÍA EN EL QUE SE SALVÓ LA VIDA DEL NIÑO REY
La esposa de Emilio, María, falleció de apenas 33 años de edad en la primavera de 1885, y él se sumió en un estado de depresión del que le costó muchos meses recuperarse. Durante este oscuro período empezó nuevamente a escribir, bajo el pseudónimo de Aristóteles. Emilio sufría, pero la vida continuaba.
Otro golpe llegó el 9 de marzo de 1886, cuando Facundo Bacardí Massó —visionario, hombre de familia y fundador de la dinastía del ron Bacardí— murió en Santiago de Cuba. Hijo humilde y trabajador de un vendedor de vino catalán, vio a su hijo regresar del exilio, a su familia continuar con la empresa que él había iniciado y a su obra acumular premios internacionales de excelencia. Sin embargo, no lograría ver cómo su empresa cosecharía un gran éxito financiero que llegaría, sin duda, durante las siguientes décadas.
A medida que pasó el tiempo, Emilio logró salir de su depresión, volvió a involucrarse en la empresa y en el verano de 1887 se casó con una joven conocida, Elvira Cape. Elvira había vivido toda su vida en Santiago y compartía el compromiso apasionado de Emilio por una Cuba independiente. Con el paso de los años tuvieron cuatro hijas: Lucía «Mimín», Adelaida «Lalita», Amalia y Marina (mi abuela).
En 1888, Bacardí ganó otra medalla de oro, en Barcelona, y un año después, la reina regente María Cristina le otorgó a Bacardí & Compañía el título de proveedores de la casa real española. Fue alrededor de esa época que el niño rey de España, Alfonso XIII, cayó gravemente enfermo de gripe. Tenía fiebre alta y estaba muy debilitado, y una noche comenzó a toser de manera incontrolable. Uno de los médicos, temeroso de que el violento ataque de tos pudiera matarlo, vertió un chorrito de ron BACARDÍ en la boca. La tos se calmó y el niño se quedó dormido.
La noticia sobre la recuperación milagrosa se propagó con rapidez. Poco después, llegó a la compañía una carta de la secretaria de María Cristina en la que se agradecía a la empresa por producir el ron que había salvado la vida del joven rey. De broma se decía que BACARDÍ era «el rey de los rones y el ron de los reyes».
En 1889, Henri, el socio comercial ganadero de los hermanos Bacardí Moreau, viajó a París a recoger otra medalla de oro en la Exposición Universal, donde fueron develadas la torre Eiffel y una primera versión del automóvil. Estando allí, adquirió un alambique Coffey de última generación, un nuevo tipo de equipo de destilación de columnas verticales, que Facundo hijo tenía tiempo anhelando.
NUEVAMENTE DESTERRADO A UNA PRISIÓN NORAFRICANA
Con la empresa de ron familiar avanzando a tropezones, Emilio permaneció fervientemente comprometido con la idea de que Cuba debía independizarse de España. Viajó a Nueva York para reunirse con el presidente de la junta revolucionaria, el poeta y periodista José Martí, y ofreció de manera voluntaria sus servicios.
Una vez de regreso en Santiago, Emilio comenzó a escribir artículos incendiarios bajo el seudónimo de Aristóteles y utilizó sus conexiones para canalizar dinero y recursos para los combatientes.
El 11 de abril de 1895, Martí regresó a Cuba e hizo un llamado a la población para que se alzara en armas en contra de sus gobernantes coloniales. El hijo de Emilio, que llevaba el mismo nombre y tenía en ese momento 18 años, se unió a los rebeldes; al final de la guerra había ascendido al rango de coronel.
Emilio padre también quería ir a combate, pero fue persuadido de mantener un bajo perfil y encargarse de lo que mejor sabía hacer: seguir trabajando con su red de contactos para distribuir folletos revolucionarios, recaudar dinero, canalizar suministros para los revolucionarios y otras actividades clandestinas.
Esta vez, la guerra estaba saliendo bien: los generales cubanos estaban superando en estrategia a sus contrapartes españolas y ya habían tomado casi toda la provincia de Oriente, donde se encuentran Santiago de Cuba y la sierra Maestra.
Las actividades revolucionarias de Emilio no pasaron inadvertidas por los españoles. Un día, la esposa cubana de un oficial de alto rango del ejército español llegó corriendo a advertirle a Elvira que varios soldados iban rumbo a su casa para allanarla. Rápidamente, recogió los documentos comprometedores y los escondió bajo el gorrito de la pequeña Lalita y en el espacioso pecho de una criada. Pocos meses después, temiendo por la seguridad familiar, Elvira y Ernestina, la esposa de Facundo Bacardí Moreau, se llevaron a la familia a Jamaica.
Emilio, quien se quedó a atender la empresa, fue arrestado el 30 de mayo de 1896 y enviado de nuevo a la colonia penal norafricana de Chafarinas. Lo trasladaron a España, lo detuvieron en Cádiz durante cinco meses para después enviarlo a la isla prisión el 19 de octubre. «Cualquiera que sea nuestra suerte, hemos sembrado nuestro camino con flores para que todo el bien que hemos hecho puedan cosecharlo nuestros hijos», le escribió Emilio a Elvira.
La política colonial española respecto a los prisioneros cubanos en Chafarinas cambió y, en octubre de 1897, Emilio fue puesto en libertad. De inmediato se dirigió a Kingston, Jamaica, donde vivía su familia en el exilio. En otra carta que le escribió a Elvira, de agosto de 1897, antes de su liberación, nos ofrece una mirada íntima a la personalidad y humanidad de mi bisabuelo.
Sin saber que estaba pronta su liberación, escribió: «Perdono setenta y siete veces; veo en todo, en cada paso, errores en los individuos y errores en la comunidad. No estoy cegado por la pasión como para denigrar o maldecir, lo sabes; me disculpo y perdono. Todo está mal. Hoy, el mundo es un conjunto de traspiés. Toda violencia hacia un individuo es un crimen. El crimen de arriba engendra el crimen de abajo».
OTRA GUERRA Y EL FINAL DE UN IMPERIO
En enero de 1898, España le concedió autonomía a Cuba —sin llegar a otorgarle independencia plena—, pero para entonces ya era demasiado tarde. El ejército rebelde llevaba la ventaja y siguió combatiendo.
La concesión de autonomía enfureció a los leales a España en la isla, y una turba violenta tomó las calles de La Habana. Las autoridades se hicieron de la vista gorda y dejaron que la multitud atacara tres periódicos y esparciera el miedo por toda la ciudad. Como consecuencia de los disturbios, Estados Unidos envió el acorazado USS Maine a Cuba para proteger a sus ciudadanos.
En la noche del 15 de febrero de 1898, el barco estalló y se hundió en el puerto de La Habana, causando la muerte de tres cuartas partes de su tripulación. Los estadounidenses culparon a España y los españoles a Estados Unidos, aunque una investigación que data de la década de 1970 concluyó que la explosión había sido probablemente ocasionada por una acumulación de polvo de carbón en el contenedor para almacenamiento de carbón del barco.
Los periódicos estadounidenses, buscando aumentar sus ventas, atizaron la indignación sobre el hundimiento del acorazado y publicaron artículos provocadores sobre supuestas atrocidades españolas. En medio de gritos de «¡Recordemos al Maine!», el Congreso de Estados Unidos aprobó una resolución que exigía la libertad de Cuba y la retirada de todas las tropas españolas. España se negó, lo que dio inicio a la guerra hispano-estadounidense.
Las tropas estadounidenses inundaron el oriente de Cuba y atacaron las guarniciones españolas, muy debilitadas ya por los persistentes ataques rebeldes y la propagación de la fiebre amarilla. Los españoles lucharon ferozmente y ganaron algunos enfrentamientos, pero la situación cambió cuando los estadounidenses adoptaron las tácticas de «cubrirse y ocultarse» de sus camaradas rebeldes.
Los españoles retrocedieron gradualmente a Santiago, que sufrió el embate del conflicto de diez semanas. La ciudad fue bloqueada por la flota estadounidense y rodeada por el ejército rebelde bajo el mando del general Calixto García. El conflicto terminó con el Tratado de París de 1898. España cedió el control de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas. Con la pérdida de estas últimas colonias, el poderoso imperio de quinientos años llegó a su fin.
Las tres guerras consecutivas de independencia de Cuba causaron estragos durante tres décadas, y Bacardí & Compañía había estado en bancarrota no declarada aproximadamente veinte años. Con todo, fue un milagro que la empresa productora de ron no haya cerrado ni suspendido operaciones por lo menos de manera temporal. A lo largo del implacable ciclo de guerra, hambruna, enfermedad y depresión económica, Facundo Bacardí Moreau, el maestro mezclador, insistió en llevar un estricto control de calidad. La familia mantuvo la destilería en marcha y su producto en el mercado.
Cuando Cuba obtuvo su independencia, la empresa apenas se mantenía flote. Como muchos en la isla destruida por la guerra, estaba herida, adolorida y con necesidad de cuidados… pero había sobrevivido.
Poco después de que Emilio regresara a Santiago de África del Norte, Henri y los hermanos Bacardí Moreau tuvieron una reunión para examinar la estrategia a seguir con miras a sacar a la compañía de la quiebra y hacerla crecer de nuevo. Deben haber discutido las responsabilidades y funciones que cada uno iba a desempeñar. Esto condujo a una tradición de elegir al mejor y más capaz de la familia para asumir las riendas de los asuntos empresariales, así como mantener firmemente la sucesión «dentro de la familia».
Tras el retiro y deceso de su padre, Emilio permaneció a cargo, convirtiéndose en lo que en términos actuales sería el presidente del Consejo de Administración de la empresa. Además, debido a sus inclinaciones sociales, literarias, artísticas y políticas, con toda seguridad debe haber estado muy involucrado en las relaciones públicas (de haber existido ese término) y es probable que también haya ejercido gran influencia en la parte publicitaria.
Henri, quien había estado fungiendo como presidente interino y director de operaciones, estaría ahora a cargo de lo que se denomina «operaciones comerciales», lo que hoy es el presidente y director ejecutivo de la destilería.
Facundo hijo, siempre trabajando sin descanso y en silencio en el área de producción, y completamente obsesionado con la calidad, sería ahora el vicepresidente de producción.
José, en La Habana, tendría responsabilidades relacionadas con la promoción y publicidad.
ESTABILIDAD Y PRESTIGIO, PERO INGRESOS REDUCIDOS
La familia estaba lista para enfrentar el futuro, sacar a la compañía de la bancarrota y embarcarse en la ruta a la prosperidad.
La motivación y la voluntad para triunfar estaban allí, concentradas en el ADN de la familia Bacardí, pero el éxito económico no sería fácil ni llegaría de inmediato.
En 1900, Henri viajó a París para asistir a la Exposición Universal, la madre de todas las exposiciones internacionales. La primera exposición mundial del nuevo siglo celebró los logros del siglo previo y le dio notoriedad a los mejores, más brillantes y destacados de la naciente era moderna.
Eran las grandes ligas, por decirlo de algún modo. Los expositores no solo promovieron sus productos ante una inmensa audiencia internacional —casi 50 millones de personas visitaron la exposición de París durante los ocho meses que duró—, sino que también se otorgaron premios prestigiosos en varias categorías de inventos y productos.
Un triunfo aquí, en el año en que se presentaron el cine sonoro, la escalera mecánica, el motor diésel y el metro de París, le proporcionaría un impulso tremendo a la marca del murciélago y a su reputación creciente de ser el ron de mejor sabor del mundo.
Como era de esperarse, Bacardí se llevó la medalla de oro en su categoría. Los reconocimientos siguieron llegando y de cara al exterior parecía ser un momento de prestigio y fama. Sin embargo, seguía entrando muy poco dinero.
Había paz y estabilidad en el país, la economía cubana estaba mejorando y el singular ron blanco obtenía renombre internacional, pero pasarían años antes de que Bacardí recibiera ganancias.
Aunque el panorama financiero estaba mejorando, la compañía seguía operando con pérdidas. En 1880 registró ventas brutas de 45 000 pesos (alrededor de 83 000 dólares), pero por una u otra razón gran parte de esos ingresos nunca pudieron recaudarse.
Veinte años después, el total de las ventas brutas en 1900 fue de 240 000 pesos (alrededor de 442 000 dólares) y la recaudación de los ingresos había mejorado de forma notable. Sin embargo, la compañía seguía saldando una gran deuda.
En el trayecto, la extraña combinación de guerra, paz y ron ayudó a establecer la presencia de Bacardí en el inicio de la «edad de oro de los cocteles».
HISTORIAS DEL ORIGEN DE ALGUNOS COCTELES CLÁSICOS
Durante la transición a un gobierno electo, los soldados estadounidenses que habían combatido junto a los patriotas cubanos fueron alojados en filas interminables de tiendas de campaña a lo largo del Paseo del Prado, una de las principales avenidas de La Habana. Tenían los bolsillos llenos de dólares y frecuentaban bares y restaurantes locales.
En el verano de 1900, los soldados también recibieron los primeros cargamentos de Coca-Cola de la isla.
Cuenta la historia que un hombre llamado Fausto Rodríguez, quien trabajaba como mensajero para el Cuerpo de Señales del Ejército de Estados Unidos, solía frecuentar The American Bar, en la calle Neptuno, donde se vendía mucho ron BACARDÍ. Estando allí un día, en 1900, Rodríguez vio a un militar estadounidense, conocido como el capitán Russell, ordenar BACARDÍ y una Coca-Cola con limón fresco. Los soldados estadounidenses que estaban celebrando el final de la guerra probaron la bebida y les encantó. Mientras debatían qué nombre darle al coctel, un soldado sugirió «Cuba libre», y todos elevaron sus vasos para brindar con el grito de guerra de los rebeldes: «¡Viva Cuba libre!».
Y así, la novedosa mezcla de ron BACARDÍ y Coca-Cola empezó a conocerse con el nombre de «cubalibre».
Tiempo después, Rodríguez relató, bajo juramento, el origen de la bebida, declaración que se encuentra en la actualidad en la colección de los Archivos Bacardi en Miami.
Mientras tanto, en el oriente de Cuba, un ingeniero estadounidense llamado Jennings S. Cox trabajaba en una mina de cobre frente al mar, cerca de Santiago. Era, de hecho, la misma playa en la que habían desembarcado los soldados estadounidenses al principio de la guerra. Se dice que un día llenó un vaso con hielo picado, le añadió azúcar y jugo de limón, vertió ron BACARDÍ y nombró al nuevo coctel como la playa: Daiquirí.
La receta original, escrita a mano por Cox para una tanda de daiquirís para seis personas, se encuentra en la Colección de la Herencia Cubana de la Biblioteca de la Universidad de Miami. Junto con los otros ingredientes, la receta dice específicamente «seis tazas de Bacardí».
El congresista estadounidense de Nueva York llamado William Chandler —viejo defensor de la independencia cubana que había participado en cuatro batallas durante la guerra hispano-estadounidense— compró la mina de cobre un año después. Había disfrutado de los daiquirís en la mina y fue él quien introdujo el coctel en los establecimientos donde se vendían bebidas alcohólicas en la ciudad de Nueva York.
El almirante Lucius Johnson, oficial médico de la Marina, posteriormente lo agregó a la carta de bebidas del Army and Navy Club, en Washington DC.
TROPAS ESTADOUNIDENSES PROMUEVEN EL RON CUBANO BACARDÍ CON POSTALES DE SANTIAGO DE CUBA
El éxito de la cubalibre y el daiquirí entre los miles de soldados estadounidenses en Cuba fue, sin duda, una revelación para los astutos directivos de la compañía.
Es difícil determinar el número exacto de soldados, pero debió haber sido pequeño. Esto es lo que se sabe: el día de la declaración formal de guerra, el 25 de abril de 1898, Estados Unidos tenía un ejército de apenas 26 000 hombres. El 23 de abril, el presidente McKinley pidió 125 000 voluntarios. El 20 de junio, 43 barcos con un ejército expedicionario de 16 200 hombres aparecieron frente a Santiago. El 22 de junio, 6000 hombres desembarcaron en Daiquirí. En concreto, el combate en tierra con participación de soldados estadounidenses duró 24 días. Para el 16 de julio, el día de la firma del armisticio, habían desembarcado 15 000 soldados.
El 28 de julio, el general Shafter, comandante de las tropas en Cuba, recibió instrucciones de regresar inmediatamente a los soldados a Estados Unidos para evitar un brote de malaria y fiebre amarilla. Esta orden, junto a la ausencia de oposición o conflicto, mantuvo el número total de soldados estadounidenses, marineros e infantes de Marina en un estimado de 50 000 durante los cuatro años de control militar de la isla.
Los hermanos Bacardí y Henri estaban convencidos de que se habían topado con la llave de las puertas de un mercado que podría ofrecerles unos 76 millones de consumidores en el país vecino (cifras del censo de Estados Unidos de 1900). Esa llave era la gratificación instantánea del paladar de los aficionados a beber cocteles.
Seguramente también entendieron la importancia de que los soldados regresaran a casa con una imagen positiva de Cuba y una percepción prioritaria del ron Bacardí como un producto de un alto valor y calidad indiscutibles. Les habían inculcado a los soldados la disposición y buena voluntad para convertirse, sin saberlo, en promotores «de boca en boca» del sabor del Bacardí con Coca-Cola y del delicioso daiquirí.
En este sentido, se diseñaron muchas actividades promocionales para los soldados con el fin de asegurar que fueran propensos a difundir la «buena recomendación» cuando regresaran a casa. Sin embargo, la idea de utilizar a los soldados como promotores no se detuvo allí. Alguna mente brillante ideó un plan para lograr que los soldados hicieran labores de relaciones públicas para nosotros, incluso cuando todavía estaban en Cuba.
El plan era simple. El incremento del correo de Cuba hacia Estados Unidos fue notorio y, debido a los efectos de la guerra, el papel para escribir era escaso. Alguien en la compañía sugirió que, como parte de las diferentes actividades diseñadas para ganar la buena voluntad de los soldados, la empresa debía imprimir una gran cantidad de postales y distribuirlas de manera gratuita entre los soldados.
El valor de esta iniciativa de mercadotecnia fue enfatizada por Marcelino Elosua, director ejecutivo de LID Publishing, la editorial de este libro. El paquete de 19 postales que él y yo encontramos estaba prácticamente escondido en el último cajón del pequeño museo de la compañía en Coral Gables, Florida, que por otra parte no abría al público. El valor histórico del descubrimiento de este importante hecho no debe subestimarse: fue el primer intento de promoción de un producto de consumo extranjero a través del correo en el mercado estadounidense.
Las postales mostraban los lugares emblemáticos de Santiago de Cuba, incluyendo la sede de la compañía y el ingenio azucarero. Se enviaron por correo y el «de boca en boca» tuvo el éxito deseado. Las palabras «ron cubano Bacardí» aparecían en el marco de todas las postales. Bacardí se convirtió en un nombre reconocido, vinculado al éxito, a las celebraciones y a Cuba. Los soldados del ejército de Estados Unidos conocieron los rones de Bacardí.
Ese encuentro se reforzó cuando una bebida gaseosa muy joven, la Coca-Cola, nacida en Atlanta en 1886, se unió a la fiesta con el coctel cubalibre. La relación de estas dos bebidas llegó a ser maravillosa y casi simbiótica.
Bacardí y Coca-Cola han colaborado —a veces de forma oficial, otras no— con increíbles resultados para ambas empresas durante más de 120 años. Además, ¡ambas han tenido éxito haciendo felices a los soldados estadounidenses fuera de su país!
El autor de este libro, Jorge Del Rosal, y Marcelino Elosua, fundador y director ejecutivo de LID, de visita en el Museo del Mundo Bacardi en Miami, Florida, donde se conservan las postales.
EMILIO BACARDÍ, ALCALDE Y SENADOR
En 1898, año en que Cuba ganó su independencia, el general Wood, gobernador militar estadounidense de Cuba, designó a Emilio para ocupar la prestigiosa posición de alcalde de Santiago. Tres años después, fue confirmado en el cargo al ser electo alcalde en las primeras elecciones democráticas tras la derrota de los colonizadores de Cuba.
Se podrían escribir libros sobre la trayectoria de Emilio Bacardí Moreau como alcalde. Fue un administrador eficaz, conocido por su honestidad, ética laboral y servicio público. Estos atributos lo diferenciaron de muchos otros que buscaron posiciones de liderazgo en la trifulca política posterior a la independencia.
El historial de Emilio como alcalde habla por sí solo. Entre otras cosas, se rebajó a la mitad su propio salario mensual; pavimentó numerosas calles; creó un Departamento de Obras Públicas y un horario fijo para la recolección de la basura y la limpieza de las calles; construyó el museo que hoy lleva su nombre; edificó dos hospitales y erigió las emblemáticas escaleras de la calle Padre Pico.
También despidió a todos los empleados municipales y luego volvió a contratar solo a los que habían tenido un buen desempeño en sus puestos; dragó la entrada al puerto; construyó la primera biblioteca de la ciudad e hizo mucho, mucho más. Entre algunos de sus numerosos logros, mi bisabuelo también contrató a las primeras mujeres que trabajaron en el gobierno municipal, una medida inaudita en aquel tiempo.
La cumbre de la carrera política de Emilio llegó en 1906, cuando fue electo senador de la República de Cuba. Sin embargo, a pocos meses de su triunfo, Tomás Estrada Palma, el primer presidente de la nación y figura clave del movimiento independentista, renunció en medio de una creciente crisis constitucional.
Emilio, harto de las incesantes pugnas políticas internas, también presentó su renuncia y regresó a Santiago. Prometió nunca más participar en política.