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Prólogo JORGE DURAND
ОглавлениеMéxico es y ha sido, desde hace más de un siglo, un país de emigrantes y un país de tránsito. Las primeras evidencias documentales que se tienen sobre migrantes extranjeros, que utilizaban a México como trampolín para llegar a Estados Unidos, datan de comienzos del siglo XX. Chinos y japoneses tenían coyotes especializados en Ciudad Juárez, que utilizaban métodos similares a los de ahora, para cruzar gente al otro lado de la frontera, mediante un pago por el servicio.
Las evidencias recientes las vemos hoy en día en muchas ciudades del país, desde Tapachula, al borde del río Suchiate en la frontera sur, hasta las ciudades fronterizas a orillas del río Bravo en Texas, el desierto de Altar y Sonora en Arizona y Nuevo México o las calles de Tijuana, Mexicali o Tecate en la frontera con California.
Entre esos dos extremos transitan más de cien mil centroamericanos al año y varias decenas de miles de personas que vienen de América Latina, Asia, África, Medio Oriente e incluso países europeos.
Unos adelantan buenos tramos a lomo de La Bestia, encima de los vagones de trenes de carga, otros avanzan a pie, por el cerro, para evadir las garitas y zonas de control migratorio. Los que tienen algunos recursos o parientes que los financien pueden tomar algún autobús. Es un camino largo y se ha vuelto difícil y peligroso.
Después de las grandes migraciones de fines del siglo XX, ya entrados en el siglo XXI, el panorama social, político y delincuencial de México y sus fronteras cambió radicalmente. Lo que era un tránsito relativamente fácil y seguro por territorio mexicano se convirtió en una pesadilla. Los migrantes eran perseguidos, agredidos y extorsionados, no sólo por las autoridades y diferentes cuerpos policiales, sino por las pandillas, la delincuencia y el crimen organizado.
Emigrar dejó de ser un episodio más del viajero, se convirtió en un tránsito riesgoso, peligroso y costoso. México y los mexicanos empezaron a mirar con horror lo que sucedía en el día a día del transitar de los migrantes.
Fueron las organizaciones religiosas y de la sociedad civil las que dieron la cara para paliar, en la medida de sus limitadas posibilidades, la crisis humanitaria que se vivía y que todavía persiste. El libro de Heriberto Vega Villaseñor analiza en detalle el drama del tránsito migrante por territorio mexicano y la acción y organización de cuatro casas o albergues de migrantes: al sur, en Tapachula, Chiapas, el Albergue Belén; en medio de la ruta del Pacífico, el Centro de Atención al Migrante de FM4 Paso Libre en Guadalajara, Jalisco; a medio camino hacia Texas, la Casa de la Caridad Cristiana-Hogar del Migrante, en San Luis Potosí, y ya cerca de la frontera, la Casa del Migrante de Saltillo, Coahuila. E incluso fue más allá, al comprobar que el tránsito persiste, incluso allende la frontera, como constata el autor al entrevistar a migrantes y activistas en la Casa Juan Diego del Movimiento del Trabajador Católico en Houston, Texas.
Un libro fundamental, bien escrito, sustentado y armado que se encuentra con el migrante desde que cruza la frontera entre México y Guatemala y lo acompaña en su largo peregrinar por otras casas y albergues, hasta que llega a su destino. Un supuesto destino, porque el sosiego y la angustia cobran nuevas formas, al vivir para trabajar, en la llamada “ilegalidad” del sueño americano, que también se convirtió en pesadilla.
En ese contexto de tránsito y peregrinar permanente, los migrantes encuentran decenas de voluntarios y organizaciones religiosas y de la sociedad civil que dan la cara por todos los mexicanos y que ofrecen pan y cobijo, vivienda y vestido, solidaridad y aprecio, asesoría y gestoría.
Migración de tránsito y acción humanitaria, de Heriberto Vega Villaseñor, es un estudio acucioso, muy bien sustentado en un largo trabajo de campo, con profundidad analítica y enfoque comparativo, sobre un tema y problema fundamental para el país: la migración en tránsito y las respuestas que se han dado a la situación permanente de crisis humanitaria.