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Elementos del contexto

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La migración es un fenómeno que acompaña la humanidad y, en extenso, a nuestro mundo. La migración no es, de manera alguna, un hecho menor. En el plano internacional se contabilizan 214 millones de personas migrantes en el mundo, según la Organización Internacional para las Migraciones, lo que representa el 3.1% de la población mundial. Esta cantidad de personas migrantes constituiría el quinto país más poblado del mundo. Las mujeres tienen una participación relevante en las migraciones, pues representan el 49% del total. En términos económicos, las remesas enviadas en 2010 ascendieron al rubro de los 440,000 millones de dólares, cantidad que rebasa con más de 100,000 millones de dólares al Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio 2015 en México (Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, 2014). Los desplazados internos en 2010 sumaron 27.1 millones, mientras que los refugiados eran 15.4 millones, lo que representa el 7.6% del total de personas migrantes en el mundo (Organización Internacional para las Migraciones, Sfe).

Se podría contraargumentar que, en términos relativos, la migración representa una cantidad muy menor con respecto al total de seres humanos que habitamos el planeta (Pirámide de la población mundial, Sfe): sería casi el 3% del total. Pero la relevancia no está en el porcentaje, sino en el hecho mismo de que haya personas en movilidad, en la diversidad y complejidad de las causas que la originan, en los efectos que provoca la inmigración en lugares de destino, en la multiplicidad de procesos que se desencadenan con el tránsito de las personas desde el punto de partida hasta el de llegada, y el impacto que tienen las personas que retornan, ya sea de modo libre o forzado, a las sociedades de donde partieron alguna vez.

En México cobra relevancia la migración por el hecho de tener todas las variantes migratorias de estudio: es un país de emigración, de inmigración, de tránsito y de retorno. Hay una historia centenaria de emigración mexicana a los Estados Unidos, como bien señala Jorge Durand (2003). La inmigración tiene en la actualidad un bajo porcentaje,1 pero históricamente hemos sido receptores de grandes oleadas de migrantes europeos y, desde el periodo independiente, se fue configurando una política de hospitalidad que favoreció la inmigración y luego el refugio a lo largo del siglo XX. El retorno tuvo una etapa crítica en la segunda y tercera década del siglo XX (Durand Arp-Nissen, 2013), y en la actualidad, con la administración Obama, se calculan más de 2 millones de mexicanos deportados en un lapso que va de 2009 a 2016, pero con una tendencia a la baja y en contraste con un número mayor de deportaciones por parte de sus antecesores (Meza, 2014).


Gráfica 1. Eventos de repatriación de mexicanos desde Estados Unidos, 1995-2015.

La migración de tránsito es uno de los temas centrales de este trabajo. Ha adquirido recientemente, en diversos puntos de la República Mexicana, una visibilidad que no tenía algunos años atrás. Es ahora algo común encontrar personas migrantes en las vías del tren, en el transporte colectivo, en autobuses foráneos o bien en algunos cruceros de las diferentes poblaciones que conforman las rutas por las que transitan desde el sur hasta el norte del país con la intención de llegar a los Estados Unidos. Si bien su paso no es nuevo, pues quienes vivían al lado de las vías del tren los veían desde hace casi cuatro décadas y eran conocidos genéricamente como “los trampas”,2 en la actualidad hay algo nuevo:

•Aumentó el número de personas que circulan y su visibilidad.

•Han sido victimizados por el crimen común y el organizado, así como por policías y agentes gubernamentales, los cuales también los criminalizan.

•Han sido sujetos de atención humanitaria por más grupos de la sociedad civil, quienes han asumido también la función de defensores de sus derechos humanos.

•Han recibido mayor atención por parte de los medios de comunicación.

•Han comenzado a ser mejor estudiados también desde el ámbito académico y, por ello, han pasado a ser un tema que se integra en la agenda pública de gobierno y sociedad civil con posiciones encontradas en no pocas ocasiones.

Desde la sociedad civil la mirada sobre la migración de tránsito se entrecruza, en muchos de los casos, con la ayuda humanitaria, primero espontánea y poco a poco más organizada y profesional. Desde el ámbito académico, el contacto con las personas migrantes se desarrolló también en algunas casas y albergues para migrantes, combinando otras opciones metodológicas como registros en sus lugares de paso (Encuesta sobre Migración en la Frontera Sur y Norte),3 estudios etnográficos en las rutas de viaje (sobre todo a bordo del tren o La Bestia, como se conoce en la jerga migrante)4 o trabajos en las estaciones migratorias del Instituto Nacional de Migración (INM),5 entre otras.

Resulta difícil conocer el número de migrantes en tránsito por el país, pues por su misma condición irregular no existen registros completos del flujo de personas que se internan al territorio nacional. Del campo oficial se pueden conocer las cifras de los aseguramientos6 (que en realidad constituyen acciones de privación de la libertad) de migrantes, así como las deportaciones realizadas por el INM. De manera extraoficial se pueden revisar los datos registrados en las casas de migrantes repartidas a lo largo del país. Pero eso nos lleva a datos aproximados del flujo de esta migración en tránsito. A partir de estimaciones hechas por académicos, grupos de ayuda humanitaria y autoridades,7 se sugiere que diariamente ingresan a México por la frontera sur de 400 a 1,100 migrantes (El Universal, 2012), lo cual constituye un rango diferencial suficientemente amplio y de difícil confirmación. Esta discrepancia vuelve complicada la medición de los flujos. Un reto a futuro, sin duda, será encontrar mejores formas de contabilizar el paso de personas migrantes en tránsito por México.

La migración en tránsito por México es mayoritariamente centroamericana, y de tres países principales: Guatemala, Honduras y El Salvador;8 es motivo de atención tanto del estado mexicano como de organismos de ayuda, apoyo y defensa, la mayoría de origen religioso y católico; pero también se interesan en ella instituciones de servicios a migrantes, ya sea financieros, de transporte, informáticos o de telefonía y, también, la delincuencia común y organizada, aunque con otros intereses (Casillas, 2011).

Los países centroamericanos de Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala tienen una libre circulación de personas gracias a una serie de negociaciones, protocolos, leyes y reglamentos promovidos por el Sistema de Integración Centroamericano (SICA) que condujeron, entro otros, al Acuerdo de Managua (CA-4), elaborado en 1993. Posteriormente, a partir del 1 de junio de 2006, se eliminó el trámite de aduanas, facilitando el paso de un país a otro con la presentación de una identificación personal y llenando un formulario, aunque se mantuvo la exigencia de pasaporte para los menores de edad con la intención de combatir el tráfico ilegal de niños.9

Así que, ante un paso libre en Centroamérica, el problema se presenta en la República Mexicana, país que exige a Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua un pasaporte y visa para poder ingresar de forma regular. Los requisitos para obtener una visa para viajar a México, de acuerdo con la Ley de Migración de 2011 y su reglamento, se vuelven muy difíciles de cumplir, y aunque existe la posibilidad de internación de extranjeros por “razones humanitarias”, en la práctica ha resultado muy complicado acreditar los requisitos que se solicitan.10 Esta es una de las razones por las cuales las personas centroamericanas emigrantes optan por transitar de manera irregular. Otras razones están ligadas a la urgencia de la salida, sobre todo cuando es por violencia; una más estaría en la tradición migratoria irregular del lugar de origen. No es inevitable la irregularidad migratoria, pero sí resulta casi inalcanzable para personas con perfiles socioeconómicos muy bajos: para quienes no tienen empleos estables ni ingresos comprobables, para quienes no tienen una cuenta en el banco con saldo promedio superior a los $20,000.00, para quienes no cuentan con bienes inmuebles escriturados a su nombre, para quienes no reciben una invitación de alguna institución para ingresar al país, etc. Lo cierto es que en México no existe una visa de tránsito como tal, la internación debe hacerse con la condición de estancia como Visitante sin Permiso para Realizar Actividades Remuneradas o cubrir con los requisitos de una visa del mismo tipo, y eso implica un trámite burocrático11 no del todo accesible para quienes hacen el tránsito migratorio por México.

Si el ingreso se da de forma irregular, el problema no es cruzar la frontera sur, los verdaderos obstáculos comienzan al internarse en el territorio mexicano. Una primera dificultad está en la distancia geográfica que implica un trayecto que va de 1,669 kilómetros (Tenosique, Tabasco-Matamoros, Tamaulipas) a 3,878 kilómetros (Ciudad Hidalgo, Chiapas-Tijuana, Baja California),12 con la variedad de climas que esto representa; en segundo lugar está la misma condición de irregularidad, que implica evadir a las autoridades migratorias presentes a lo largo y ancho del territorio nacional,13 lo cual implica buscar los lugares menos transitados, menos públicos y por lo tanto con mayores riesgos y peligros; en tercer lugar están los abusos policiales y de autoridades no migratorias, quienes se valen precisamente de la condición migratoria irregular para ofender, amedrentar y extorsionar; en cuarto lugar se puede señalar la violencia ejercida por el crimen común y la delincuencia organizada; y en quinto lugar, el hecho de que normalmente las personas migrantes llegan al inicio del territorio mexicano con muy poco dinero y algunos ya con nada debido a los asaltos en las inmediaciones fronterizas o en las primeras poblaciones mexicanas. Ante esta realidad, presente desde el ingreso a México hasta el límite con los Estados Unidos, se le ha denominado al territorio mexicano como una “frontera vertical”,14 pues no basta con cruzar el Suchiate o la línea fronteriza internacional con Guatemala, en realidad es sólo el inicio de un tránsito incierto y en condiciones de vulnerabilidad, término que abordaremos en el siguiente capítulo.

A lo largo de esta gran “frontera” también se han formado grupos de ayuda a las personas migrantes en tránsito: algunos por iniciativa personal filantrópica y otros de forma organizada, especialmente desde una inspiración cristiana católica.

El signo más visible de esta atención son los albergues y comedores de migrantes, que actualmente conforman una red de más de 60 albergues15 repartidos a lo largo de las diferentes rutas para llegar a la frontera norte. En estas casas se ofrece hospedaje y otros servicios de ayuda y defensa a los migrantes en el plano personal, religioso y legal. La primera casa de este tipo fue fundada por el padre Flor María Rigoni, misionero de San Carlos Scalabriniano, en la ciudad de Tijuana el 4 de abril de 1987.16

Estudiar la migración de tránsito contribuye a profundizar en el conocimiento del proceso migratorio. Supone también el reto de apoyarse en los primeros esfuerzos teóricos que se han generado sobre este campo específico y, por ello mismo, contribuir, a partir de la evidencia empírica, a la ampliación o precisión de algunos de los conceptos que hasta ahora se han generado. La historia de la humanidad ha estado marcada por el movimiento migratorio de grupos, muchos de ellos con necesidad, en búsqueda de mejores tierras para la caza, después para la siembra, luego por mejores condiciones de vida. Son épicas las historias del tránsito de pobres buscando alimento (orígenes del pueblo de Israel) o procurando un lugar dónde establecerse (orígenes de los pueblos mesoamericanos en general y de los aztecas en particular). En la actualidad encontramos el tránsito de los pobres del mundo a los centros de poder económico y político: Europa o los Estados Unidos. En el caso mexicano la migración de tránsito presenta algunos rasgos que conviene destacar porque se han vuelto más o menos comunes en otras latitudes donde este fenómeno se presenta.

En primer lugar, la migración de tránsito ha llegado a constituirse en un problema social con implicaciones económicas, políticas y de seguridad pública que ha sido abordado con respuestas diversas por parte de los estados implicados. Se puede reconocer una posición de indiferencia, como es el caso mexicano antes de los años 90, cuando personas centroamericanas cruzaban el territorio mexicano prácticamente sin ser percibidos; otra postura fue la de control fronterizo en la década de los 90; y poco a poco una política de criminalización de la migración al ubicarla como un problema de seguridad nacional, en consonancia con las políticas migratorias de Estados Unidos, que trajo consigo una dinámica de deportación que pareció disminuir con la promulgación de la Ley de Migración del año 2011 y se agravó con la implementación en julio de 2014 del Programa Frontera Sur. Unido a la acción gubernamental está la violencia en forma de secuestro, extorsión, trata, violación e incluso homicidio por parte de la delincuencia organizada, muchas veces en connivencia con autoridades mexicanas.

En segundo lugar se puede señalar el volumen de las personas migrantes por México, que unido al trabajo de denuncia por parte de defensores de personas migrantes en tránsito, ha logrado una visibilización de su paso y de la problemática que enfrentan. Ante la falta de un registro oficial de las personas que ingresan, dada su condición migratoria irregular, resulta muy difícil obtener cifras certeras, sin embargo hay proyecciones estadísticas que permiten tener una aproximación a los flujos reales. En la gráfica 2 se muestra el trabajo realizado por el Centro de Estudios Migratorios del INM con base en los eventos de aseguramiento y devolución de migrantes centroamericanos,17 en donde se puede apreciar una cierta estabilidad entre los años 1995 y 2002; posteriormente una tendencia a la alza entre 2002 y 2005, donde se ubica el pico más alto alcanzando, casi medio millón de personas que pasaron por México; y finalmente un tendencia a la baja entre 2005 y 2008. Rodríguez (2014) añade para 2011 la cantidad de 124,000, y para 2012, 183,000, lo cual supondría una cierta estabilización a partir de 2009. Los datos de 2013 a 2015 no están actualmente disponibles, pero lo que se puede inferir, por los registros de algunos albergues y comedores de migrantes, es que se mantiene más o menos estable el flujo en los últimos años, salvo por el aumento del paso de menores centroamericanos y mexicanos entre 2013 y 2014, lo que dio origen a una crisis humanitaria en la frontera sur de Estados Unidos.18

De esta forma, la migración de tránsito por México se encuentra en un contexto de visibilización de su problemática, de su presencia en los caminos, en los pueblos y ciudades. Es una realidad que comienza a ser cada vez más estudiada por los académicos. Implica una política migratoria que ha oscilado entre la indiferencia y la criminalización. Es vista como una oportunidad de ganancias fáciles para el crimen organizado, quien ejerce violencia con casi total impunidad. Y es motivo de compromiso y ayuda por diferentes grupos de la sociedad civil.


Gráfica 2. Estimado de migrantes centroamericanos de tránsito irregular por México que lograron llegar a EU y que pasaron por México, 1995-2010.

Fuente: Boletín Migratorio del Centro de Estudios Migratorios del INM: Apuntes sobre migración, julio de 2011, con base en los registros de la institución, información del US Department of Homeland Security: Statistical Yearbook of the Inmigration and Naturalization Service, y US Border Patrol.

Migración de tránsito y acción humanitaria

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