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La cultura como experiencia temporalizada

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Desde la perspectiva de la historia, puede entenderse que la cultura se realiza a través de los distintos estratos de tiempo que pautan la experiencia. Para el historiador Reinhart Koselleck: “en griego «historia» significa inicialmente lo que en alemán denominamos «experiencia». «Hacer una experiencia» quiere decir ir de aquí hacia allá para experimentar algo; se trata al mismo tiempo de un viaje de descubrimiento.* Pero únicamente a partir del informe sobre ese viaje y de la reflexión del informe surge la historia como ciencia” (Koselleck, [1995] 2001a: 36). Cita que se completa con la llamada de asterisco: “*Koselleck juega aquí con la similitud en alemán de las palabras experimentar (erfahren) y viajar (fahren). (N. del t.).”

A partir de esta reflexión conceptual sobre la experiencia temporalizada o historizada, Koselleck afirma que las historias surgen de las experiencias de los participantes, lo cual es el presupuesto de la narratividad propia y ajena; y, por ello, “los modos de contar las historias o elaborarlas metodológicamente pueden referirse a los modos de hacer, recoger o modificar experiencias. Cada adquisición y modificación de la experiencia se despliega en el tiempo, de modo que de ahí surge una historia” (Koselleck, [1988] 2001b: 50).

El primer modo o tipo de experiencia se caracteriza por su singularidad e irrepetibilidad. Los participantes de esta experiencia la viven como sorprendente, algo que sucede de manera diferente a como se había pensado o esperado. Koselleck sugiere llamarla experiencia originaria, en el sentido de única y extraordinaria.

Es este tipo de experiencia la diferencia temporal mínima entre el antes y el después, el demasiado pronto y el demasiado tarde; y se percibe como inmediata y, sobre todo, personal aunque sean muchas las personas sorprendidas. Ello explica la remisión del observador —historiador, sociólogo o antropólogo— a su experiencia personal como recurso para entender sus innovaciones, así como la necesidad del individuo no experto de interpretar una y otra vez la experiencia sorprendente.

Según Koselleck, sin este tipo de experiencia única no tendría lugar ni la biografía ni la historia. Esta relación y sus consecuencias han sido abordadas por el sociólogo Pierre Bourdieu, a partir de la historia de vida, la cual implica hacer de la vida una historia, construir una narración sobre esta vida. De esta manera, se enmarca la experiencia de la vida como una modalidad posible de género narrativo y se la historiza.

En este sentido, afirmará Bourdieu:

Hablar de historia de vida es al menos presuponer, y esto no es superfluo, que la vida es una historia y que […] es inseparablemente el conjunto de los acontecimientos de una existencia individual concebida como una historia y el relato de esa historia. Esto es lo que dice el sentido común, es decir, el lenguaje ordinario, que describe la vida como un camino, una ruta, una carrera, con sus encrucijadas […], sus trampas, incluso sus emboscadas […], o como un progreso, es decir, un camino que se hace y está por hacer, un trayecto, una carrera, un cursus, un pasaje, un viaje, un recorrido orientado, un desplazamiento lineal, unidireccional (la “movilidad”), que implica un comienzo (un “principio de la vida”), etapas y un fin, en el doble sentido de término y meta (“él hará su camino” significa que lo conseguirá, que hará una bella carrera), un final de la historia (Bourdieu, 1989: 27).

Asimismo, esto implica aceptar, de manera tácita, una filosofía de la historia, “en el sentido de sucesión de acontecimientos históricos, Geschichte, que está implicada en una filosofía de la historia en el sentido de relato histórico, Historia, en definitiva; en una teoría del relato de historiador o de novelista, indiscernibles en esa relación, especialmente en la biografía o la autobiografía” (Bourdieu, 1989: 27).

La segunda posibilidad de adquirir experiencias, según Koselleck, reside en la repetición; y está vinculada, a nivel personal, a la disminución de la capacidad de sorprenderse que la mayoría de los individuos experimenta con el incremento de la edad, es decir, a la finitud de la experiencia de la unicidad. En sus palabras: “La experiencia acumulada y la capacidad de procesar experiencias únicas constituye un patrimonio finito, distendido entre el nacimiento y la muerte de un hombre, y que no puede extenderse ilimitadamente entre el nacimiento y la muerte ni sobrecargarse en exceso” (Koselleck, 2001a: 40). Por ello, el espacio temporal mínimo de esta experiencia se extiende durante los periodos que configuran la vida, así como a los espacios de tiempo específicos de las generaciones que conviven, los cuales están marcados por la diferencia temporal entre padres e hijos. Así, las “unidades generacionales” son modificadas constantemente por las tasas de nacimiento y defunción de los individuos que las componen, pero principalmente por la “determinación individual de cada generación, que se puede extender fácilmente a los que viven en el mismo tiempo, cuyas disposiciones sociales y experiencias políticas se parecen entre sí” (Koselleck, 2001a: 40).

Por otra parte, la experiencia de recurrencia o repetición también se muestra modificable, no con la misma velocidad con la que se vive en las experiencias de unicidad, sino en ritmos más lentos, de mediano plazo. En este sentido, esa experiencia permite preguntar al observador no solo por lo que ocurrió, sino por cómo pudo suceder, lo que supone la búsqueda de motivos en la repetición. Asimismo, dada la diversidad generacional y la acumulación de experiencias que ello provoca, “desde el comienzo de la historiografía y hasta hoy es obligado el recurso a las fuentes primarias para hacerse cargo de lo específico no solo de las experiencias únicas, sino también de las generacionalmente acumuladas” (Koselleck, 2001b: 52).

Por último, existe un tercer modo de experiencia que provoca un cambio a un ritmo tan lento y de largo plazo que ni las personas ni las generaciones parecen percatarse de él, y solo se reconoce retrospectivamente gracias a la reflexión sociohistórica. A diferencia de las experiencias de unicidad y repetición —personal y generacional— de corte sincrónico, esta experiencia es diacrónica. Según Koselleck, esta es la experiencia más alejada del plano biológico, por lo que se define desde el plano cultural; y es “la experiencia ‘histórica’ en sentido estricto o específico” (Koselleck, 2001b: 54).

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