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Poesía imprescindible en tiempos agobiantes *
ОглавлениеPor Denisse Vega Farfán
Autor de nueve poemarios, cada cual con giros y propuestas memorables, de marcado alejamiento de esquemas generacionales, desde Un buen día –que este mes cumple treinta años de su aparición en junio de 1978– hasta Flama y respiración (2005), Carlos López Degregori, como pocos poetas de su época poética inicial, aún mantiene un trabajo prolífico, espejeado, original y de lograda tensión, sin caer en la monotonía, en los dominios comerciales. Siempre honesto con su propia voz: sólidamente nos demuestra cómo la poesía –de alguna u otra forma– es imprescindible hasta en los tiempos agobiantes como el nuestro.
Gentil, con la exactitud que lo caracteriza, y siempre admirado de la magia con la que las palabras lo rodean, accedió a responder las siguientes preguntas y compartir el placer de un poema inédito con sus lectores.
¿Cree que en el mundo de hoy el poeta tiene una función más especial y urgente en comparación con otros tiempos?
A lo largo del tiempo, las sociedades y los sistemas culturales se han esforzado por asignarle un don y un lugar especial al poeta. Allí estuvo el demiurgo, por ejemplo, que enlazaba el mundo de los dioses y el de los hombres, o el juglar y el clérigo de la Edad Media, o el refinado humanista del siglo XVI, o el atormentado romántico, o el vidente, o el dinamitador de la vanguardia, o el ceñudo poeta comprometido. En todos estos casos, se plantea una equivalencia entre los textos y el ser que los produce, y el resultado es la sacralización de la poesía y, también, de su hacedor. De otro lado, el poeta siempre fue concebido como un portador del lenguaje de su colectividad, el detentador de una voz privilegiada que quería ser la de todos. Creo que la primera discordancia fue observada por Baudelaire en su conocido poema «El albatros». A partir de ese momento, la figura del poeta se ha ido desfigurando y desacralizando. Hoy el poeta es un hombre común, un manipulador –y entiéndase el término en el mejor de los sentidos– de las experiencias, de las emociones y del lenguaje. Su responsabilidad y su función están contenidas en los textos que produce. Siento que el poeta es hoy solo el signo y conciencia del tiempo que le ha tocado vivir; una apuesta personal por el lenguaje en un mundo que está dominado por la inflación y la desvalorización lingüísticas; la afirmación de una mirada parcial que aspira, con suerte, a reconocerse y dialogar con otras miradas que son igualmente parciales.
¿Le considera a su poesía un propósito determinado? ¿Cuáles son sus ambiciones, sus actuales preocupaciones como poeta?
Cada uno de mis libros, y he publicado nueve hasta el momento, tiene un propósito determinado; observo un paso más en cada uno de ellos y siento que pueden distinguirse dos grandes ciclos en mi escritura. El primero se extiende hasta Lejos de todas partes (1994), y el segundo empieza a crecer con Aquí descansa nadie (1998) y se manifiesta, sobre todo, en mis dos últimos libros. Pero ellos han logrado configurar una totalidad y me gustaría que se acercaran a ese cuerpo que denominamos obra. Cada vez tengo más claras las virtudes de un buen poema. Este debe tener una autoridad formal, es decir, un lenguaje justo para lo que quiere expresarse; y también, una autoridad emocional. Este segundo aspecto es tal vez el más difícil; el poema debe tener vida propia, un fuego interior que lo independice y que lo vuelva necesario. Todo buen poema debe persuadirnos de que solo él es capaz de decir lo que dice; de abrir nuestros ojos a algo que es sombra: no debe necesariamente entenderla o explicarla, sino señalar que está allí, tocarnos para que nos percatemos de su presencia. En este momento estoy escribiendo un nuevo grupo de textos que, supongo, se reunirán en un libro. Pero soy prudente y no me agradan los anuncios ni explicaciones previas.
En varias oportunidades se ha calificado su poesía como de corte existencialista. ¿Cree que el existencialismo es aún una puerta significativa para develar y despertar al ser humano en esta posmodernidad? ¿Cuál es su concepción filosófica respecto de su poesía?
No me agradan las etiquetas y no creo que mi poesía pueda ser calificada de «existencialista», si estás utilizando el término en el sentido filosófico que le asignaron Sartre o Camus y que tuvo un sentido en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Ahora bien, si por existencialismo quieres entender una dimensión interna y no externa, o la preocupación por el tiempo, el desamparo, el amor o nuestro lugar en el mundo –para señalar algunos vértices importantes– como experiencias que nos conmueven, pues mucha de la poesía de cualquier tiempo y lugar es existencialista y aceptaría que también la mía lo es. No me agrada, tampoco, esa idea de concepción filosófica, pero si quieres algunas coordenadas, puedo ofrecerte las siguientes: mi poesía es más esencial que conceptual, más imaginaria que realista, más expresionista que impresionista, más ambigua que explícita, más vertical que horizontal, más nocturna que diurna.
Es frecuente encontrar en su poesía una relación especial con elementos naturales, e incluso suministrarle rasgos de fantasía, vaticinio, atribuciones sacras, lo que a la vez convierte al yo poético en una especie de visionario; relación escasa en la poesía contemporánea…
Si conservo alguna certeza de mis primeras lecturas –Rimbaud, el surrealismo, Pessoa, etc.–, debo decir que siempre he confiado en esa posibilidad visionaria que ofrece la poesía. Ella nos hace ver lo que nunca hemos visto o nos enseña a escuchar lo que jamás hemos oído. Su aventura es la del insospechado descubrimiento, la del vértigo, la del hallazgo de una inmensa dimensión vertical en la horizontalidad de las cosas y las experiencias. Escribir es desvelar, es mirar el otro lado, es aventurarse en una zona de incertidumbre y niebla.
En Flama y respiración leemos: «No importa cuántas sangres / o cuántas piedras / o cuántos gritos / levante para ahuyentarte: / tú solo insiste / lleno de impiedad / hasta hundir tus manos / en sus aguas / postreras». ¿Se considera un poeta optimista? ¿Tiene fe en el ser humano?
Nadie puede ser hoy día optimista.
Se le conoce, aunque temáticamente escindido, como parte de la generación del 70. Habiendo transcurrido ya más de una veintena, en la que las cosas pueden verse más claras, ¿qué fue lo mejor que dejó dicha generación a nuestra tradición poética? ¿Y cómo califica actualmente a sus coetáneos? ¿C ree que aún mantienen un trabajo interesante?
Creo que mi poesía, como el título de uno de mis libros aparecido en 1994, está «lejos de todas partes». Me siento muy lejos de las propuestas del 70, de los lenguajes y aventuras de los poetas de esos años. Mi primer poemario, Un buen día, publicado en 1978, pasó inadvertido, sencillamente porque exploraba un camino que entonces era percibido como anormal o excéntrico. Debieron pasar varios libros y años para que se reconociera que mis textos proponían una identidad poética, un lugar personal e intransferible. De otro lado, y para responder a tu otra pregunta, la poesía peruana es, en el ámbito de nuestra lengua, una de las más plurales y ricas, y los poetas del 70 participan de esta virtud. Su aporte está en las disonancias, en el desvanecimiento de los géneros, en la apertura a los infinitos matices del coloquialismo y la narratividad. Los años han transcurrido y son pocos los que aún persisten en la poesía; pero creo que los setenta y los ochenta le entregan a la tradición poética peruana unas tres o cuatro obras mayores.
¿Cómo ve el rigor de la crítica actual respecto a la poesía peruana?
Hay dos clases de crítica. Una académica, preocupada generalmente por las voces canonizadas; y otra, atenta a los textos de actualidad. Esta segunda crítica vive un renacimiento y se está desplazando de las páginas de los periódicos al más plural, irreverente y gaseoso espacio de Internet. Creo que las revistas virtuales, las redes sociales y los blogs literarios nos entregan una apertura interesante, pero también trivial e instantánea, pues todo se desvanece casi en el momento de la escritura; su virtud está en las posibilidades democráticas que encierran; su riesgo, en la banalización. El principal peligro de la poesía y la crítica se encuentra hoy en su crecimiento exponencial. Lo que se produce y ofrece excede largamente a lo que puede apreciarse y leerse. Entiendo, por eso, la desesperación y el desencanto de tantos poetas que entregan su primer libro. Saben que sus posibilidades de ser leídos, reconocidos y apreciados son exiguas. Y aquí surge la necesidad de un rigor en esa crítica que circula especialmente en las revistas virtuales.
Tengo entendido que prepara la publicación de un libro con su prosa poética reunida. ¿Podría hablarnos al respecto?
Tengo el ofrecimiento de una joven editorial para publicar una reunión de mis poemas en prosa. En todos mis libros, desde Una casa en la sombra, hay varios de ellos. Esta selección se llamará El hilo negro. Creo que este título acoge varias sugerencias; un hilo engarza, cose, zurce y reúne diversos trozos o elementos, es decir, textos; pero es un hilo negro y ese color refuerza la idea de sombra, incertidumbre y niebla. La reunión no es cronológica, sino temática, y debo confesar que los textos se leen de otra manera y ofrecen sentidos y resonancias que antes no poseían. Yo he sido el primer sorprendido. Ojalá se concrete la publicación. También, con toda la paciencia del mundo, estoy trabajando en el nuevo poemario al que me refería en otra de tus preguntas.
Una sana crítica y un consejo a los jóvenes poetas…
No se apuren por publicar ni vivan obsesionados por el reconocimiento, huyan de las redes sociales o no se las tomen en serio. La poesía es una fatalidad y una insistencia.
Un poema inédito de Carlos López Degregori
Faros
Todo el último año he visto a los faros caminando en la noche
con sus largos brazos
salidos de las olas.
Sé que vienen a buscarme.
Al verlos mi gato se encarama en el techo como un faro
y mis perros aúllan enloquecidos como faros
y todas las muchachas que conocí vienen a despedirme con sus ojos
espinosos y girantes.
Yo nado furiosamente en la sombra para alejarme de ellos.
Que se queden tristes en la orilla
en una fervorosa incredulidad.
Que se sequen blancos como la osamenta del mar.
Daré patadas contra la tierra.
No me tocarán con sus últimas lenguas de amor.