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ОглавлениеNoviembre de 2019. Es un mediodía más en la ciudad de Buenos Aires, un día de la semana común y corriente, en donde luego de hacer una recorrida por los tribunales del centro de la ciudad, Hamilton Garciarena duda entre almorzar en donde lo hace habitualmente cuando va por el centro de esa ciudad devenida en jungla o en picar algo al llegar a casa y luego cenar de forma más contundente.
En los últimos tiempos se sintió con algo de sobrepeso y escuchó a un nutricionista en YouTube que explicaba por qué eso de las múltiples ingestas no es tan aconsejable como parece.
No solo le pareció lógico y razonable lo que el galeno a modo de refutación aludía, sino que –además– el expositor médico daba el ejemplo con su propia delgadez, la que ilustraba la veracidad fáctica de sus postulados.
Además se sustentaba en un dato basado en la antropología y en la prehistoria, en la que el ser humano no necesariamente podía comer todos los días, debido a que antiguamente se esperaban las temporadas de caza. Lejos de eso, contrastaba la actualidad que pregona el consumo constante en las grandes ciudades y la total carencia y precariedad alimentaria en sus suburbios, sobre todo en Latinoamérica.
El doctor Hamilton –tal como lo llaman quienes lo conocen de manera más habitual– está satisfecho con su profesión y muy conforme con cierta prosperidad alcanzada a lo largo de los años que hace que se dedique a la abogacía y de la que se jacta de haber sido siempre totalmente independiente.
Si bien la mañana fue bastante tranquila, termina de anotar las actividades pendientes y se dispone a volver a su casa, que en estos tiempos se convirtió para él en un verdadero búnker.
A mediados de 2017 pudo reconstruir lo que era una vieja propiedad con poco mantenimiento en un condominio de Villa Urquiza, vulgarmente denominados “PH”3, por alusión a la “propiedad horizontal” y que, luego de casi un año de tareas de refacción, pudo dejar a punto para establecer allí su estudio jurídico en el barrio que eligió para vivir y en donde podría aprovechar los espacios también para su vivienda, luego de dejar de ser socio en un estudio en ese agobiante centro de la ciudad.
Al principio dudaba de los frutos que podría dar dicho cambio, ya que la avenida en la que se instaló es más bien un barrio de comercios y talleres mecánicos.
Pero ahora puede ver –luego de un par de años– que todo fue mejor de lo esperado, ya que –por un lado– ganó en mayor cantidad de trabajo, pero sobre todo, lo ganó en tranquilidad, la que tanto creía que necesitaba, sobre todo luego de vivir años convulsionados en todos los aspectos de su vida.
Reflexionaba acerca de cuándo comenzaron esas situaciones que lo llevaron a un estado de tanta conmoción interna.
Según Flavia, una querida astróloga amiga y con la que sostuvo un vínculo de muchos años, –a quien conoció de compartir parte de la etapa del colegio secundario y con quien se frecuenta luego de muchas idas y vueltas– le dijo que ello bien pudo haber comenzado para fines de 2008, ya que ahí fue cuando comenzaron los tránsitos de Plutón sobre su signo ascendente natal, Capricornio, que contrasta perfectamente con su Sol en Sagitario, para que el resultado sea la convivencia entre un ser totalmente estructurado que enmascara a un festejador interminable.
El doctor Hamilton Garciarena Temis estaba a punto de cumplir 51 años el próximo diciembre y se auto percibía como una especie de testimonio viviente. Al menos eso corroboraban y le incentivaban sus amigos más cercanos y su familia.
Un amigo arquitecto y viejo compañero de la organización budista a la que pertenece, la Bukkyo Kai, llamado Marcelo Messina o “el Correntino” llevó a cabo el proyecto de refacción del “PH” convertido en una nueva “vivienda–estudio”, que es más bien una mezcla búnker de hombre soltero, oficina y un hogar para los encuentros con alguna compañía ocasional, luego de haber intentado estar en lo que se denomina una relación estable sin ninguna clase de éxito, lo que lo llevó a autoproclamarse como “un especialista en fracasos” en ese sentido. Acuñando una frase de aquel “loco Bielsa”, al que tanto admira.
Nunca le gustó salir demasiado, menos ahora que vive en un lugar que adaptó totalmente a su gusto y que le resulta tan contenedor, y que aun sin ser de una categoría extraordinaria, es donde puede transcurrir con comodidad y tranquilidad sus días.
Sin saberlo, en pocos meses ese lugar se convertiría en su refugio solitario para transcurrir los aislamientos forzosos por el brote de corona virus4, que a ese momento era totalmente imprevisible y lejano, ya que nada hacía avistar una “pandemia”.
Apenas un caso se había detectado en una región de China por esos días y la información en nada llamó la atención de Hamilton, ni de nadie que lo rodeara, pero poco tiempo después descubriríamos que la ciudad china de Wuhan se convertiría en el epicentro y la nueva capital de un cambio de era para la humanidad.
Respecto a su vida sentimental, estuvo intentando alguna que otra vez hasta llegar a esas rupturas o las denominadas crisis como las que una vez le describió un gran amigo, es decir, aquellas que “por el momento son definitivas”, como si tanto la palabra “crisis” y como todo el mundo sentimental de un ermitaño cincuentón no fuera acaso un postulado auto-contradictorio.
Fue todo un esfuerzo hacer con escaso presupuesto de ese viejo y poco mantenido PH, el que Hamilton pudo comprar –luego de algunos juicios con buena paga y unos ahorros acumulados, numerosas privaciones durante toda su juventud– para armar ese coqueto estudio con vista a la avenida De los Constituyentes, una de las más ultra populares y transitadas de Villa Urquiza, sobre todo como acceso y salida de la Capital, de las pocas que conservan edificaciones bajas en donde pululan los locales comerciales debajo de los PH de ambientes grandes de mediados hacia principios del siglo pasado.
Allí había encontrado el lugar ideal en donde vivir y hacer reuniones de la Bukkyo, al menos esa era su intención de propósito al construir cada espacio del amplio PH en primer piso y con vista a la calle.
Aunque desde hacía varios meses no se hacía ya ninguna reunión de budismo allí.
No obstante, recibía constantemente a su familia, clientes y amigos a los que solía homenajear con algún que otro asado en la enorme parrilla que “el correntino” le había construido como prioridad para el enorme patio “villaurquicense”.
Su amistad con el arquitecto había surgido allá por 1994, cuando –junto con otros budistas de la provincia de Corrientes– recibieron a una comitiva de jóvenes de todo el país, entre los que se encontraba uno nuevo, llamado Hamilton Garciarena.
El evento fue en la ciudad de Paso de la Patria y Hamilton asistió junto a un contingente de jóvenes, en lo que sería su primer viaje como miembro de la entidad religiosa.
Ese suceso era para él difícil de olvidar, no solo por ser el primero que realizó como miembro de la Bukkyo, sino porque fue en pleno Mundial de fútbol de 1994 en los Estados Unidos y –para él– no ver durante esas dos jornadas la totalidad de los partidos había significado un cambio llamativo en su vida, ya que hasta ese entonces jamás hubiera querido perderse ni un solo instante de lo ocurrido en un evento de esas características.
De todas maneras, el cambio sería algo más lento de lo esperado, ya que en más de una ocasión y en ese “viaje de capacitación” Hamilton se escapaba de algunas de las reuniones –que se sucedían una tras otra– para ir a ver aunque sea los tramos de algún partido.
Él sabía que no lo llamarían al orden por su condición de principiante, pero también más de una vez esa conducta generó el reproche de algunos de los líderes y responsables de la actividad ya más avezados, que remarcaban con respecto a “la actitud”.
Sin embargo, en su fuero interno el joven Hamilton pensaba: “perdió Colombia con Rumania, después de hacernos cinco goles en las eliminatorias en el Monumental”. O que seguramente era el último Mundial “del Diego” y sí que lo fue.
Luego vendría el dopaje positivo y la expresión “me cortaron las piernas” del “barrilete cósmico”5. Una conspiración o “la argentinidad al palo”6, o ambas cosas a la vez. Una proyección predictiva acaso. Ya que de una mezcla de conspiraciones y argentinidades vendría la cosa.
Carlos Saúl Menem (1930–2021) gobernaba el país. Un presidente elegido por mandato popular del partido más popular, pero que había aplicado una política de privatizaciones sin precedentes y que jamás había enunciado en su plataforma electoral.
Hamilton Garciarena no era muy conocedor del tema, pero se manifestaba en forma muy contraria y crítica de esa clase de políticas, no obstante reconocer que la llamada convertibilidad había frenado la inflación.
Pero de ahí a creer en el hecho de que un peso argentino equivalga a un dólar podría ser una ficción conspirativa producto de otra argentinidad, esta vez plagada de ingenuidades y de autopercibirnos poseedores de una superioridad que en verdad no tenemos, aunque sí otras tantísimas virtudes.
Antes de conocer el budismo Bukkyo (así se lo denominaba), el joven Hamilton había intentado cierta militancia –con varios intervalos– en la política de la Universidad de Buenos Aires y en algunos barrios de la Capital, aunque nunca asumió un protagonismo pleno, debido que su decepción llegaba muy pronto.
En 1989 había apoyado activamente la campaña electoral de Carlos Menem desde un grupo juvenil autodenominado “La Secretaría de la Juventud”, integrada por jóvenes peronistas y bajo la dirección de Cristian Ritondo, quien años después sería funcionario en la provincia de Buenos Aires de la agrupación política que llevó al empresario Mauricio Macri a la presidencia de la nación en 2015, año plagado de una sucesión de penurias personales para Hamilton para terminar coronándolo con semejante regalito.
Pero por aquellos “noventosos” tiempos y al asumir Menem, Hamilton había comenzado a notar que el riojano de peronista no tenía mucho y luego de plantearle a Ritondo que las designaciones de Menem eran un cocoliche liberal, abandonó la secretaría para seguir al denominado “grupo de los ocho”, integrado por ocho diputados peronistas disidentes de Menem y sus políticas.
En verdad buscaba esa excusa junto a uno de sus amigos para irse a tomar una cerveza por ahí y no tener el mínimo compromiso con ese ideal político.
Allí militó un corto tiempo en una oposición conducida por Germán Abdala (1955–1993) y Chacho Álvarez (1948- ), quien luego de formar lo que primero se denominó el “Acuerdo Popular”, pasó a denominarse “Encuentro Popular” y desembocó en el FREPASO7 para convertirse en vicepresidente de la nación al secundar a Fernando de la Rúa (1937–2019).
En la denominada Alianza, Chacho Álvarez renunció al año de su asunción, luego de conocer y exteriorizar un escándalo de sobornos que vinculaba a casi la totalidad del Senado de la Nación Argentina para aprobar una “flexibilización laboral”8.
Luego vendría la debacle de diciembre de 2001, que llamativamente tuvo coincidencias con una de las primeras situaciones paradójicas y dramáticas que vivió Hamilton como miembro de la Bukkyo y que fueron luego una constante, como si en ese momento el futuro ya hubiera llegado. No duró mucho el joven en el mundillo político, sobre todo porque su desencanto era tan grande que sentía que había que hacer una gran revolución y destituir a todos por “estafa electoral”.
Si bien el tipo penal no existía, Hamilton comenzaba a estudiar la carrera de Derecho y tenía una gran convicción en provocar que existiera al menos un mecanismo de revocatoria del poder en la Constitución. Aunque para demostrar la falsedad del abordaje objetivo de una profesora de Teoría del Estado, manipuló los argumentos acerca de la constitucionalidad de los indultos presidenciales del propio Menem, obteniendo la máxima nota, para reconocer luego que lo hizo por la nota misma y demostrarle a la docente su falta de objetividad en el análisis, ya que había puesto las mejores notas a los que se expresaban a favor de dicha medida, que a aquellos que lo hacían en contra, prescindiendo de objetivas valoraciones en torno a las fundamentaciones brindadas.
A sus cuarenta y pico largos ya era un abogado con cierta carrera y el tipo penal seguía sin existir. Asumió la presidencia Mauricio Macri, y tampoco existía ningún mecanismo constitucional que frenara a un presidente que hizo exactamente lo opuesto y contrario a lo que propuso en su plataforma que lo llevó al poder, no sin un despliegue mediático–judicial que no tenía precedentes, pero que desde el derrocamiento de Lugo en el Paraguay tenía el gustillo de plan sistemático en la región.
Volviendo a aquellos años noventa llenos de glamur y pesos convertibles, el joven Hamilton, solo para situarse bien lejos de la corriente, comenzaba a interiorizarse acerca de muchas disciplinas espirituales, hasta que se topó con el budismo, sobre todo gracias al material que le acercaba una compañera del trabajo que cumplía como cadete en una clínica exclusiva del coqueto barrio de Belgrano. Hamilton estaba a cargo de los trámites bancarios, cobranzas y fotocopias de historias clínicas, como auxiliar del área de facturación.
En simultáneo a esos tiempos, ese mismo presidente Menem, con un rejuvenecedor peinado posaba junto a The Rolling Stones, George Bush padre y al poco tiempo, lo haría con el presidente de la Bukkyo Kai Internacional, Takeru Yamamoto, en lo que sería su única visita a la Argentina.
Comenzaba 1993 y Hamilton era un aspirante al ingreso a la institución religiosa y a su nuevo camino espiritual.
El correntino Messina, junto a su hermano y otros compañeros –no menos correntinos– fueron los anfitriones de ese encuentro en Paso de la Patria y –a partir de ese viaje– Hamilton afianzó su vínculo con el campechano Marcelo, más que con su hermano Mario, un tanto más seco en el trato, pero no menos amable, educado y tremendamente respetuoso, tanto que a Hamilton lo incomodaba, o lo hacía sospechar. Es que él primero sospechaba, ya que ese era su patrón emocional aprendido y aprehendido.
En ese primer encuentro en el que participó de la denominada División Juvenil de la Bukkyo Kai de Argentina se despedía de dichas filas —para pasar a las de los miembros adultos– José Nakaki, al parecer luego de muchos años y aportes a esta a través de su “militancia” pero como budista.
El viaje hasta Corrientes había sido de casi veinte horas en micro y la estadía sería sábado y domingo, para regresar el mismo domingo a la noche a otras veinte horas de micro. Por suerte el lunes era feriado y Hamilton lo aprovecharía para descansar.
El ritmo de las actividades era frenético, una atrás de la otra y sin un espacio para descansar de tan largo viaje.
El sábado a la noche, luego de cenar, se harían algunos eventos artísticos y unos sketches protagonizados por diversos integrantes de la División Masculina que a Hamilton le causaban una gracia sarcástica por lo bizarro de las representaciones.
En el grupo había muchos artistas, bailarines y no faltaba alguna que otra ridiculización del ser femenino y de todo lo que tenga que ver con impulsos homosexuales, que en estos tiempos era tan vulgares como aceptados, a pesar de que varios de los asistentes lo eran.
Toda actuación terminaba en carcajadas que a Hamilton le daban la sensación de –o bien no había comprendido el remate, debido a que era nuevo– o –peor aún– le causaba gracia aquello que era la representación de algo muy serio y por lo que no era tan oportuno reírse.
Los números estaban plagados tanto de la vulgaridad como de humor sarcástico, pero pasaban repentinamente a la emotiva sacralidad de responder al ideal del Movimiento por la Paz y emular al mentor haciendo carne su juramento. Un verdadero menjunje.
Las representaciones de cambios dramáticos desde los estados de vida más deplorables de un individuo que, luego de invocar el mantra y leer una frase inspiradora del mentor, sucedía una transformación casi cuántica para ingresar al portal de la budeidad.
Hamilton sentía que evidentemente todavía no encajaba tanto o tal vez que era una organización religiosa por cierto poco tradicional, pero por fin pertenecía a alguna clase de grupo, ya que su padre lo ridiculizaba al llamarlo “el sociable”, justamente como sarcasmo ante la escasa sociabilidad de su hijo Hamilton.
En el contingente convivían todo tipo de muchachos de diversas condiciones sociales y provenientes de varias provincias argentinas y ese intercambio sí le parecía verdaderamente interesante, a pesar del escaso tiempo en que se sucedían una actividad y otra.
Muchos compañeros estaban muy emocionados. Hamilton no comprendía muy bien el motivo de tanta emoción, hasta sacramental, pero le sorprendía ver a tantas personas conmovidas y le hacía revivir aquel momento del año anterior en el que él mismo vio por primera vez al maestro Takeru Yamamoto en persona, luego de ser un asiduo lector de algunas de sus obras.
El encuentro culminó con la despedida de José Nakaki de las divisiones juveniles, las que dirigía desde hacía algunos años. Muchos lloraban y agradecían a un líder que los supo conducir en la vida y en la fe y en el encuentro con el “maestro de la vida” de un selecto número menor de los participantes.
Con algunos sucesos ocurridos luego, ya en su madurez, Hamilton comenzó a sospechar si esos sucesos no eran algo parecido a una especie de brote producido por algún revés emocional, ya que en su fuero interno –en verdad– mucho no sentía por aquel señor japonés que vivía en su Japón, al menos en sus comienzos no sentía lo mismo que todos esos numerosos jóvenes.
Aunque sí es cierto que al comenzar a leer sus obras tenía una gran identificación y empatía y lo adoptó como un verdadero mentor, al menos era para él algo más elevado en la tarea de comenzar a indagar en lo filosófico y espiritual y –por qué no admitir– que sus obras eran un paliativo para sus viejas decepciones en materia política, de las que las emocionales no se pueden divorciar, por supuesto.
Hamilton Garciarena seguía siendo un verdadero proyecto de militante, pero ahora lo sería en el budismo. Además, calzaba bien que el budismo de la Bukkyo sea conocido como el “budismo popular”, sobre todo a partir de la gran actividad de la organización en la reconstrucción del Japón de posguerra y en la asistencia al pueblo japonés, por parte de los tres sucesivos maestros de la Bukkyo.
Volviendo al episodio, Hamilton aun no sabía por qué la partida de la División de Jóvenes de Nakaki conmovía tanto a tantos compañeros.
Ya había conocido a Nakaki meses antes, en el servicio velatorio del padre de Magdalena, la compañera de trabajo que lo había acercado a la Bukkyo.
En medio de un clima distendido ante el fenómeno de la muerte, por cierto muy diferente al clima fúnebre que se experimenta en el cristianismo, ingresó a saludar a los deudos y a la propia Magdalena, un líder de la Bukkyo que le causó una primera impresión de lo más semejante a un diplomático japonés.
Lejos de prestar atención a los aconteceres relacionados con el evento de velar a su padre muerto, su amiga se preocupaba por presentarlos como si Hamilton fuera una apuesta a futuro y Nakaki una gran autoridad.
Su amiga le había hablado de que José era un contador público muy exitoso y que había hecho o estaba haciendo un posgrado que consistía en un máster en Ciencias Económicas.
—Uf… –pensaba Hamilton – y yo que apenas puedo encauzar mi carrera de Derecho mientras ayudo a mis viejos a mantenerse, qué interesante dialogar con alguien así, a la vez que se dedica a difundir ideales tan profundos como los que expresa el presidente Yamamoto en sus ensayos.
En ese nuevo mundo de la Bukkyo –que ya había comenzado a frecuentar– estaba ante un modelo por seguir, ya que hacer un máster y dedicarse tanto a las actividades por promover la “paz a través de la difusión del budismo”, denominado en forma abreviada Movimiento por la Paz, sin descuidar el progreso y desarrollo académico era algo que Hamilton envidiaba y sin dudas no sentía esa denominada “envidia sana”, porque era consciente de que eso de atribuirle sanidad a un sentimiento como la envida era una lisa y llana patraña.
Lo envidiaba porque todavía su estado de vida no estaba lo suficientemente pulido como para sentir admiración, sobre todo ante alguien que creía que vivía de un modo que para él –en ese entonces– era totalmente inalcanzable.
Por lo pronto se predispuso con una curiosidad –a veces un tanto cargosa– a indagar al respecto y buscar entablar alguna clase de diálogo.
Tiempo después, José Nakaki era un referente y hasta un hermano mayor para Hamilton, de hecho el propio Nakaki lo llamaba “hermano” y a muy pocos se lo escuchó denominarlos de ese modo.
En 1998 Hamilton se graduó de abogado y junto a otros jóvenes, y debido al impulso y aliento de Nakaki viajó al Japón en septiembre de ese mismo año.
“El correntino” Marcelo integraba ese contingente. Su amistad con el arquitecto se hizo más fuerte, aunque solo lo vería cada tanto en Buenos Aires, hasta que ya en 2012, Messina se instaló en el centro de la capital y venía a hacer la práctica y a tomar unos mates con Hamilton en el diminuto departamento que este alquilaba cerca.
Eso fue antes de comprar el PH a reciclar en su querido barrio de Villa Urquiza, lugar por el que sentía un entrañable afecto, y el lugar donde luego supo que nacieron y se casaron sus padres, antes que se mudaran a La Paternal.
Por Villa Urquiza Hamilton sentía algo muy especial, además era el lugar de la Sede Central de la Bukkyo Kai de la Argentina.
Las casualidades no existen, sino que todo encajaba en un meticuloso y exacto vínculo de causalidad.
Para él, Villa Urquiza no se terminó convirtiendo en su lugar en el mundo, sino que siempre lo fue, aun luego de vivir por más de catorce años en la zona del centro de Buenos Aires y mudarse allí recién a los 45 años de edad, tal vez persiguiendo a cierta estabilidad esquiva luego de años de un desarraigo crónico existencial.
También hizo una gran amistad en ese viaje a Japón con Leonardo Torreta, un referente y responsable titular de la denominada División Juvenil Masculina, con quien compartiría muchas actividades en Buenos Aires.
Fue el propio Torreta y otro joven de entonces, Walter Fassi, quienes lo convocaron a Hamilton a colaborar en la redacción del periódico de la institución, todo bajo la supervisión y aprobación de Nakaki, quien en verdad estaba en todo.
La organización dependía de él prácticamente o –mejor dicho– la mayoría de las decisiones pasaban por él. Era un profesional de ineludible consulta para los directivos.
Hamilton notaba –sin embargo– algunas rispideces de José con los antecesores más veteranos, pero en la generalidad de los casos, prevalecía la visión del Movimiento por la Paz que el joven y brillante Nakaki tenía.
A tal punto que comenzó a consultarle al antecesor sobre casi todos los ámbitos de su vida personal: parejas, trabajo, estudio, relación con los padres.
En particular le preocupaba mucho el vínculo con su padre, un comerciante gastronómico que había sufrido un ACV, afectándole en cierta medida su capacidad intelectual y cognitiva de manera prematura.
Su padre había quedado con el temperamento similar al de un niño, pero con la degradación física de un adulto en su ingreso a la tercera edad.
Antes de eso, su padre había tenido numerosos sucesos vinculados a la vida nocturna y había sido privado de la libertad en un par de ocasiones, ello por sendos procesos judiciales relacionados con estafas reiteradas, relacionadas con emprendimientos gastronómicos, fondos de comercio, venta de acciones, entre otros.
Llegó a estar prófugo de la justicia luego que se descubriera una maniobra de venta fraudulenta de un emprendimiento gastronómico.
No obstante, el padre de Hamilton decidió que el mejor lugar para evadirse de la justicia era en su propia casa. La que la familia cambiaba – junto a su madre y hermanas– ante la mínima sospecha que podría ser descubierto y detenido por un largo tiempo, en virtud de sus antecedentes y la evasión de un proceso judicial.
Eso hasta que falleció en 2003, a causa de un infarto masivo mientras dormía en un nuevo departamento en la localidad de Munro, el que alquilaba desde hacía unos meses junto a su esposa y madre de Hamilton.
Su padre nunca adquirió su propia casa, a pesar de haber amasado y desamasado grandes cantidades de dinero.
Don Garciarena, o Manolo, como lo llamaban, le había inculcado a su hijo que generar prosperidad y mucho dinero seguramente estaba relacionado con algo subrepticio o literalmente con la ilegalidad, ya que él mismo así lo había internalizado y había crecido con esa concepción.
Hamilton tardó unos cuarenta y cinco años en doblegar ese patrón y lograr una aceptable prosperidad como abogado independiente, siendo su principal fuente de ingresos la posibilidad que tuvo de representar a muchos integrantes de la comunidad coreana residente en Argentina, ello gracias a haber trabajado para una empresa inmobiliaria antes de recibirse de abogado.
Generó y conservó en el tiempo allí una buena amistad con un matrimonio de la comunidad que trabajaba en la misma empresa y que luego –montaron su propio emprendimiento inmobiliario– en el que le proveían a Hamilton bastantes clientes.
Respecto a cualquier contingencia jurídica vinculada a un inmueble —tanto civil y hasta en cuestiones penales– Hamilton supo ser una buena referencia en una zona de Buenos Aires muy comercial y que conocía muy bien del barrio de Flores.
En aquellos años noventa y con las políticas de Menem de establecer un paralelo forzado en el peso argentino y el dólar, había llevado a un contingente de la comunidad surcoreana a establecerse en ese lugar, junto a la comunidad hebrea y árabe, que habitaban la misma zona desde mucho tiempo antes.
En medio de ese contexto, vivenciar los ideales del budismo fue vital, aunque también a Hamilton le gustaba mucho psicoanalizarse, lo que comenzó a hacer a partir de 2011 en forma ininterrumpida, gracias a una novia que lo dejó luego de seis meses, porque no soportaba la neurosis que Hamilton padecía.
Ese hecho ocurrió de igual modo con otras tantas, pero a diferencia de todas, ya convertida en amiga lo había mandado a una buena psicoanalista.
Hamilton tiene un gran componente de neurosis en su estructura psíquica, con ciertos rasgos o trastornos obsesivos y compulsivos, conocidos como TOC9 en varias de sus diversas manifestaciones: verificador, ordenador, perfeccionista, dubitativo y en casi todas sus variables cognitivas: intolerancia a la incertidumbre, responsabilidad excesiva, creencia sobre la importancia y el control de los pensamientos y cierta sobreestimación de la amenaza en algunas ocasiones.
Con la práctica del budismo comenzó a autoafirmarse más en el aspecto espiritual y sentido de pertenencia, pero años más tarde, gracias a la terapia pudo vivenciar su padecimiento de manera muy positiva y hasta como un potencial, desarrollando un poderoso autocontrol, producto de que era meticuloso también para conocerse a sí mismo.
Descubrió que la clave era que con los trastornos propios uno no debía complicar la vida a los demás y menos a nuestro entorno inmediato. La práctica del budismo al principio era una especie de paliativo, pero no escapaba de la pérdida de ese valioso eje, y también en muchos casos podía ser un disparador de sus obsesiones compulsivas, como ser las conductas repetitivas y peor aún, las obsesiones filosóficas y religiosas en su preocupación por no acumular un mal karma, traicionar los preceptos y no cumplir con su misión asignada en esta existencia, sumada a su incertidumbre máxima: ¿qué habrá después de la propia muerte?
No obstante descubría en la práctica budista un torrente de “fuerza vital” y de “sabiduría”, que al diferenciarlo del concepto “inteligencia”, lo dotaba de mayor “autoconocimiento”, ya que según Hamilton ninguno de esos componentes pueden existir por sí mismos y junto a la fuerza vital, la sabiduría forman parte de los componentes de la individualidad en esa confrontación con el propio ego existencial.
En forma frecuente, por diversas cuestiones cotidianas, como ser cierta adicción a su trabajo, su práctica se convertía en algo mecánico y carente de la creación de algún valor positivo, pero pronto retomaba el eje.
Allí era cuando sentía que si solo servía para satisfacer su propio ego en forma excesiva y lo manifestaba en el mantenimiento del orden y en una planificación exhaustiva de toda tarea a realizar, era mejor echar mano a otras enseñanzas. Retomaba entonces su vínculo con la fe desde un lugar más espontáneo y cercano a su mundo interior.
Su carácter obsesivo, si bien le trajo numerosos éxitos, también lo colocó ante complejas situaciones, sobre todo al verificar que lo ocurrido en la realidad no respondía ni al plan A, ni al plan B, ni al plan C que había estructurado previamente, cayendo en el propio reproche ante la inexistencia de un plan D, que lo colocaba más de una vez al borde del agotamiento mental.
El aspecto positivo de su práctica budista es que fue comprendiendo —lenta pero progresivamente– que el buda es la vida en sí misma y que–en definitiva– “buda” y “vida” son sinónimos, tal como lo expresó un gran maestro de la Bukkyo, llamado Dorei Tore, y eso le significó también el principio o la llave de una vía de sanación o bien el encauce positivo de sus propias debilidades.
Para Hamilton, los cuatro años que había colaborado como redactor del periódico de la Bukkyo fueron de mucha satisfacción y los recuerda con suma gratitud, ya que gracias a esas tareas aprendió a redactar mejor y a interpretar diversos textos.
Hizo un curso de corrección de estilo literario y, como corolario, aprendió a usar una computadora, algo que para él hasta ese momento era inalcanzable desde todo punto de vista.
En 1996 tuvo su primera PC, que era de un amigo, Fernando Greco, que por supuesto era miembro de la Bukkyo y se la regaló porque solo tenía un procesador de textos y había comprado una mejor.
En materia de narrativa su referencia era Fassi, ya que gracias a él pudo expresarse algo mejor por escrito, con un orden metodológico y sin sucumbir a ninguna clase de caos interno, que lo llevaba a disociar su mundo interior de la realidad y que lo podía llevar por las sendas del divague más absoluto.
Tiempo después y ya convertido en doctor en Ciencias Jurídicas, el doctor Hamilton Garciarena le envió a Fassi su tesis como muestra de gratitud.
Nunca supo si la leyó o no, porque jamás le hizo ningún tipo de comentario. Tal vez por respeto, debido a que ya la había presentado y Fassi era un corrector literario compulsivo, Hamilton lo admiraba mucho en esa faceta.
O tal vez porque no le prestó ninguna atención, sumado ello a la falta de tiempo. Hasta hoy Hamilton está dividido en cincuenta y cincuenta por ciento entre ambas posibilidades.
A su vez, lo vivenciado por el joven Hamilton en el periódico le sirvió para forjar su vínculo de admiración para con José Nakaki.
Además, José era quien decidía quién iba y quién no en los viajes de capacitación al Japón y otras tantas cosas junto a Víctor Rodríguez, una especie de asistente de José, que además lo había forjado para ser el responsable de la fe de todos los jóvenes de la Bukkyo de Argentina.
Víctor era inseparable de José, tanto era así que difícilmente tomara una decisión sin antes consultarle.
Podríamos decir que José era el “número 1” y Víctor el “número 2” dentro de la organización.
La Bukkyo rechazaba toda estructura basada en jerarquías, pero en el funcionamiento real ese rechazo era solo formal, eso lo pudo asimilar Hamilton al poco tiempo de comenzar a frecuentar la organización, aunque jamás exteriorizaría una impresión semejante, ya que eso lo convertiría automáticamente en un cuestionador desleal.
Cuando quería Hamilton Garciarena se mostraba imperturbable. De hecho él creía que esa capacidad era parte de su entrenamiento como valor de la Bukkyo y una expresión de su forjamiento consistía en dejar de lado ciertas emociones.
Pero no, nada de eso era así, ya que todo se debía a su propia estructura emocional y su patrón aprendido desde pequeño. Nunca hubo tiempo para entrenar a semejante soldado, venía así de fábrica.
Por su parte, Hamilton y Víctor tenían un vínculo de cierto compañerismo y amistad pero no de tanta empatía. Chocaban por el temperamento y carácter de ambos. Lo que no le ocurría a ninguno de los dos con José.
El propio Nakaki decía que eso sucedía porque Víctor y Hamilton tenían un carácter y temperamento similares.
Para Víctor, Hamilton ponía énfasis en lo intelectual pero era algo timorato y para Hamilton Garciarena, Víctor tenía un carácter bastante exaltado y se le daba por gritar bastante seguido y enseguida echaba culpas a los demás.
Sin descartar que también era un intelectual destacado, pero se mostraba muy humilde, sobre todo en público.
Además Víctor manejaba perfectamente el inglés y frecuentemente traía material de Takeru Yamamoto, que se traducía primero del japonés al inglés para luego al español y lo leía a un grupo reducido de jóvenes para mantenerlos en vilo y actualizados con la guía del mentor. Por supuesto que entre ellos estaba Hamilton Garciarena.
Ellos nunca advirtieron esa similitud de caracteres a la que José aludía, salvo que ambos eran de Sagitario.
Con el tiempo a Hamilton, a pesar de que se interesó en la corriente denominada “astrología psicológica” (inconfesable dentro de las filas del budismo de la Bukkyo) se le empezó a venir a la mente la escena de una conocida película en la que una actriz decía algo así como: “somos todos de Sagitario, si hay otro más nos caemos todos de culo”10.
Y Víctor le representaba a Hamilton a un tipo muy cálido por momentos y un desencajado en otro. No sabemos si atribuir eso a Sagitario, o bien que Hamilton lo tenía en la casa XII y acaso era un sagitariano oculto, o que no parecía sagitariano.
Es que por momentos Víctor le resultaba un ser insoportable.
Era el tipo de líder que no admitía disidencias, ni la más mínima. Ello enfundado en el espíritu de proteger a la orden budista de la Bukkyo. Hamilton lo veía como un pastor evangélico enfurecido, a la vez que él mismo se sentía un tremendo pecador en los umbrales del infierno.
Fue después de mucho tiempo cuando Hamilton Garciarena descubrió que le molestaban mucho los gritos, a lo mejor era porque en su casa se hablaba a los gritos.
Eso le implicó un gran esfuerzo por no levantar la voz. A veces no lo lograba, ya que tenía también su temperamento y le daba por subir un poco el tono, como una especie de fidelidad a su hábitat natural, aunque ya con el correr del tiempo y la soledad se enamoró de los silencios.
Tiempo después de conocerlo –y con más profundidad– supo que antes de estudiar para contable, al igual que Nakaki, Víctor Rodríguez había estudiado psicología.
A Hamilton le llamaba la atención la escasa similitud entre las dos vocaciones, aunque Víctor ponía énfasis en la importancia de cumplir la misión de proteger a la Bukkyo como prioridad existencial.
Con el tiempo Hamilton comprendió que –más allá de si existían o no esas similitudes en el carácter de ambos– (sigue pensando que no) lo que le molestaba de Víctor no era otra cosa que aquello que algunos referentes de la psicología moderna denominan como “proyección”, ya que Hamilton es de una paciencia infinita, pero cuando la pierde también parece convertirse en un ser que se transforma.
Ese 2019 era particularmente especial. Había quedado atrás la participación activa de Hamilton en la Bukkyo, luego de años muy difíciles de duros combates judiciales.
Por esas cuestiones que algunos llaman azar, pero que los budistas denominan como “causa y condición”, ser el abogado de la institución y afrontar todas las causas que la involucraban no es posible que no deje una secuela emocional, si –a la vez– uno es miembro y creyente de los valores que esta misma entidad dice pregonar a través de sus líderes.
3 En el Área Metropolitana de Buenos Aires (Ciudad Autónoma y conurbano de la provincia de Buenos Aires) se denominan de esa manera a las propiedades afectadas en el condominio de un mismo lote o terreno, como abreviatura de “Propiedad Horizontal”.
4 El coronavirus o la COVID–19 (pronunciación; acrónimo del inglés coronavirus 2019), 5 o covid–19, conocida en español como enfermedad por coronavirus 2019 e incorrectamente como neumonía por coronavirus, es una enfermedad infecciosa causada por el virus SARS–CoV–2. Fuente: Wikipedia.
5 Forma en que fue llamado Diego Maradona (1960–2020) por un relator de fútbol luego de concretar el segundo gol a Inglaterra por los cuartos de final de la Copa del Mundo de México 1986; y ”me cortaron la piernas” es una frase expresada por el mismo Maradona en alusión al suceso de “dopaje positivo” que sufrió, luego del partido entre Argentina y Nigeria, por la primera ronda del Mundial de Estados Unidos 1994 y que implicó la sanción del jugador para continuar disputando la competencia.
6 Nombre de uno de los discos del grupo Bersuit Vergarabat.
7 El Frente País Solidario (FREPASO) fue una confederación de partidos políticos de centroizquierda de Argentina constituida en 1994 por el Frente Grande, el partido PAIS (Política Abierta para la Integridad Social), la Unidad Socialista integrada por los partidos Socialista Popular y Socialista Democrático, Justicialista (partido opositor) para que votaran a favor de su aprobación. La investigación en la justicia concluyó con la absolución de los imputados por falta de pruebas de materialidad del soborno, aunque se considera a este escándalo como uno de los principales motivos para la renuncia, el 6 de octubre de 2000 y menos de cuatro meses de su asunción, del vicepresidente lo que provocó un quiebre en la oficialista
8 Dicho suceso buscó la aprobación de la denominada “Ley de Reforma Laboral”, Ley t. o. 25250, que desató un escándalo de corrupción y pago de coimas en el Senado de la Nación Argentina, ocurrido en abril de 2004, medio de la sanción de dicha ley, a raíz del escándalo como Ley Banelco, en el que se investigó si el entonces gobierno radical de Fernando de la Rúa había hecho pagos a senadores del Partido y el Partido Demócrata Cristiano. Se disolvió de hecho luego de la crisis política de diciembre de 2001. (Fuente Wikipedia).
9 El trastorno obsesivo–compulsivo (TOC) es un trastorno de ansiedad, caracterizado por pensamientos intrusivos, recurrentes y persistentes, que producen inquietud, aprensión, temor o preocupación, y conductas repetitivas denominadas compulsiones, dirigidas a reducir la ansiedad asociada. La quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM–5) de la Asociación de Psiquiatría de los Estados Unidos, publicado en 2013, ubica al TOC y enfermedades relacionadas con él en un capítulo independiente, rompiendo así con la tradición de incluirlo en el capítulo de los trastornos de ansiedad, como lo hacían las ediciones previas del DSM.
10 Escena de la película argentina: Un novio para mi mujer.