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Hamilton todavía no había asimilado el golpe que en aquel agosto de 2017 –pocos días después de concretar la compra de su “PH” y encauzar la obra para inaugurar su estudio jurídico y vivienda, con un amplio lugar para llevar a cabo reuniones de la Bukkyo– le había generado que un “responsable”, llamado Ramón Luján, cuando le comunicara que por “orden directiva” que no sería más convocado al Grupo de Transporte, por cuanto debía retirarse de las actividades de la Sede Central de la Bukkyo. A ese grupo pertenecía desde 2009 y en ese feriado Luján le transmitió que, por “orden directiva” no sería convocado ni a ese ni a ningún grupo de capacitación y sin mostrarse hostil, aunque sí preventivo, le pidió a Hamilton que abandonara el Centro Cultural de la Bukkyo Kai de Argentina.

Con respecto a las motivaciones de esa “orden directiva” el mismo Luján, mostrando una especie de diligencia en el cumplimiento de una orden, pero a la vez una evidente saturación, le llegó a admitir a Hamilton que no tenía muy en claro en qué se sustentaban, ya que no había advertido jamás un comportamiento que amerite una medida tan extrema.

A la vez, dejaba entrever como sugerencia que le hacía una especie de favor al hacerle saber dicha orden directriz, para que pueda –en el mejor de los casos– tomar cartas en el asunto y resolverlo de la mejor manera. La orden era que simplemente Hamilton Garciarena no sea más convocado a las actividades.

Una semana antes se había previsto una reunión general del grupo, en la que Hamilton iba a relatar su experiencia en la fe con respecto a los esfuerzos para la compra de su “PH” y cómo relacionaba eso a los beneficios –que sinceramente sentía– a raíz de participar en las actividades, sobre todo en las del grupo, las que habían servido de un gran entrenamiento y aprendizaje para lograr un progreso en su contracción a su trabajo profesional y vivenciar ello a través de un crecimiento como persona.

Era imprescindible dar ese mensaje motivador, ya que muchos de los “compañeros” sentían que no tenían beneficios o bien pasaban momentos laborales complejos. Siempre la idea era alentar y transmitir con algún ejemplo de autosuperación.

Hamilton no tenía ninguna ínfula al respecto, pero sí sentía la convicción de ser una persona tenaz a la hora de transitar la vida puliendo el valor de la coherencia, valor fundamental para dar validez a su experiencia y poder brindar a través de ella el más genuino y sincero aliento en la fe a otros compañeros.

Luis Nocetti, a cargo del grupo junto a Ramón Luján, le había transmitido días antes que la reunión había sido suspendida y que su intervención quedaba para alguna otra ocasión.

En la misma semana, precisamente el domingo siguiente posterior a la fallida reunión del lunes pasado, Luján le comunicaba a Hamilton la “orden directiva”.

A todo esto, la reunión del lunes no había sido suspendida en lo más mínimo, sino que se había exteriorizado la orden al conocerse que Hamilton estaría a cargo de contar su experiencia personal.

Dicha vivencia iba más allá de una reunión, ya que se basaba en quebrar los patrones emocionales y ancestrales de la propia carencia, para vivir una vida de prosperidad, buscando que ello siempre tenga una base en los valores de la fe.

Finalmente había roto varios patrones existenciales, pero incluso los de su trascendencia y motivaciones dentro de la organización.

Claramente conmovido, Hamilton buscó, al regresar a su departamento que todavía alquilaba y estaba por dejar para mudarse a la obra nueva, el correo electrónico que le había enviado a Nocetti con el texto de la experiencia.

Quería buscar si se había expresado con ingratitud, arrogancia o bien con ambas o si había cometido alguna clase de error que derivara en alguna expresión desafortunada, ya que por cierto algunas rigideces derivadas de los festivales seguían sin agradarle.

Nada de eso notó. Lo que sí le resultó llamativamente verificado es que Nocetti ni siquiera le había contestado el correo electrónico.

Algo muy poco habitual en él, debido a que siempre era muy amable, correcto y cálido con sus compañeros. Pero no iba a ser esa la ocasión para mostrar tan nobles virtudes.

Además Hamilton le había advertido que el texto era algo largo y que por supuesto estaba listo para acotarlo y ver con él en qué aspecto quería que haga más énfasis o bien si quería agregar o sacar algo.

Meses después vendría su renuncia como apoderado legal, que indudablemente no había sido producto de una intempestiva reacción al ver que el directivo en cuestión se exhibía como si nada hubiera ocurrido y seguía al mando de todas las actividades de tan importante institución, orientando a los miembros en las más diversas y variadas cuestiones atinentes a la fe y dirigiendo el movimiento por la “paz a través de la difusión del budismo” o Movimiento por la Paz. Fue luego de tragarse varios sapos, que comenzaban con el cumplimiento de esa orden directiva de seis meses antes.

Pero la sensación confirmada de Hamilton con respecto a que algo se había resquebrajado fue exactamente un mes después de tal suceso, cuando tres de sus compañeros lo citaron en un bar de una estación de servicio de Villa Urquiza.

Era un domingo, luego de muchas actividades que ellos habían realizado como preparativos del “Festival de Tecnópolis” de febrero, en que obviamente alguien importante de la Sede Central de BKI de Japón vendría a la Argentina y que luego se supo que era Hiromasa Yamamoto, el hijo del maestro Yamamoto.

Los anfitriones en el café de Urquiza eran Roberto Gámez, Gustavo Loiácono y Sergio Borges, tres personas del aprecio de Hamilton por cierto. Con cada uno de ellos había tenido actividades en común en algún momento de sus veinticinco años dentro de la organización y sinceramente se había llevado aceptablemente bien con cada uno de ellos.

Sobre todo con Loiácono y Borges en sus años en la División de Jóvenes. De hecho Loiácono fue la primera persona a quien Hamilton tuvo como una especie de referente o responsable en la fe. Y Borges cumplió la misma función en su afianzamiento dentro de la organización en su época juvenil.

En cambio con Gámez había interactuado ya en el Grupo de Transporte, integrado por señores de las divisiones de adultos, ya superada la etapa juvenil.

Roberto Gámez era un miembro de los más veteranos, y como Hamilton estaba a cargo de los señores transportistas de la Capital, lo llamaba cuando era necesario y generalmente respondía colaborando en cualquier clase de necesidad por cubrir, desde la búsqueda de un compañero para realizar alguna tarea específica o de ir él mismo a realizarla.

Además, como había tenido una gran experiencia dentro del grupo le daba valiosos consejos a Hamilton en diversas situaciones referidas a las actividades.

Para él, Roberto Gámez tenía una postura digna de un antecesor y Hamilton era totalmente consciente de que no todos poseían esa actitud.

Un ejemplo para seguir en su postura en la fe realmente. Además hacía poco había enviudado y Hamilton admiraba esa actitud positiva a pesar de la penosa pérdida de su esposa.

Lo que sí notó también es que desde ese luctuoso hecho estaba mucho más activo que otros tiempos y hablaba un poco más en las reuniones de diálogo y, más aún, desde que era responsable coordinador de toda una región.

A lo mejor eso lo haría para cubrir un vacío tan grande por la muerte de su querida esposa y compañera en la fe, y seguramente era natural que después de un gran impacto pudiera exteriorizar otros rasgos de su personalidad, pensaba Hamilton en su fuero interno, pero le preocupaba que –a la vez– lo notó bastante excedido de peso y algo agitado al hablar.

Siendo ellos los convocantes tenía cierta tranquilidad, ya que esperaba alguna muestra de apoyo o bien un reencauce de sus actividades “suspendidas” luego de la tan secreta “orden directiva”, que lo había dejado solo con algunas de las actividades en el barrio que llegaron a hacerse en su búnker tiempo después y no más que por unos breves meses.

A Hamilton particularmente emprender las actividades del Grupo de Transporte en la Sede de Argentina le había traído grandes satisfacciones y beneficios personales. Sobre todo de progreso, ya que sentía que si no fuera por esas actividades no se hubiera movilizado para comprar un vehículo y mantenerlo, lo que requería una mayor autodisciplina en materia económica, la que no había podido aprender su padre.

Gracias a poder encauzar esa virtud, fue generando la condición para un progreso ascendente en su condición económica, ya que al adquirir una sólida base de disciplina en las finanzas derivada al logro de objetivos concretos, pudo superar y dejar atrás apegos y mandatos ancestrales relacionados con sus propios miedos, debilidades y carencias.

Al ingresar en ese Grupo (cerca de sus 39 años) no había potenciado ni tenía esas prioridades en absoluto y solo se dedicaba a subsistir.

Además fueron numerosos los vínculos con las personas, tanto del propio grupo como con invitados y amigos de la institución que lo motivaban a Hamilton a afrontar esa responsabilidad con total seriedad, ya que para él la coherencia era fundamental.

Por cierto, que las actividades eran voluntarias y los gastos de mantenimiento del vehículo y transporte son a cargo de quien realiza la actividad, ello como una ofrenda más al Movimiento por la Paz.

Lamentablemente para Hamilton Garciarena, la reunión con sus viejos compañeros no resultó ser nada de lo esperado.

El motivo era que habían tomado conocimiento de su alejamiento del Grupo del Transporte de la Bukkyo y querían saber acerca de los motivos.

Hamilton llegó –como siempre– con una puntualidad rigurosa a la cita, que sería en el bar de la estación de servicio ubicada en Álvarez Thomas y Olazábal.

Al llegar, ya estaban los tres anfitriones, se ve que más rigurosos con la puntualidad que él o bien ya habían llegado con antelación en algún espacio luego de las actividades dominicales. El saludo fue una mezcla de afectuosidad y necesidad de poner distancia.

Antes de comenzar a dialogar sobre el tema en cuestión, conversaron acerca de la novedad de la gran concreción de Hamilton con respecto a su casa.

Habían tomado conocimiento a través de Marcelo “el correntino” Messina, quien contó acerca de la refacción que Hamilton le había encomendado, haciendo referencia además a que jamás tuvo un cliente tan bueno como él, ya que encomendó el proyecto y tuvo que pedirle por favor que venga a la obra para ver los avances…

A Hamilton le pareció un poco desatinada la exteriorización que había tenido Marcelo, aunque comprendía que lo hizo con total buena intención o bien ignorando cualquier situación relacionada con los sucesos que estaban ocurriendo.

En cambio, le llamó la atención que Gustavo Loiácono estuviera tan intrigado más que nada en saber cómo hizo Hamilton para afrontar tal emprendimiento sin siquiera solicitar un crédito hipotecario, olvidando tal vez de considerarlo como un abogado suficientemente exitoso como para adquirir una modesta propiedad y reformarla.

Las acotaciones de Loiácono le llamaban ciertamente la atención, más que nada porque como abogado siempre lo había asistido en su empresa familiar cuando lo necesitaba y hacerle alguna consulta.

Hamilton los ayudó a él y a los miembros de su familia a recuperar sus ahorros limitados por el “corralito” bancario de la crisis de 2001, por eso decidió dar un viraje al asunto y abocarse al tema que los había reunido.

Comenzó Roberto Gámez:

—El motivo por el cual te convocamos, Hamilton, es porque –ante todo– valoramos tu trayectoria como miembro de Kai y discípulo de Yamamoto sensei y hemos tomado conocimiento de tu apartamiento del Grupo de Transporte. Nos llamó mucho la atención. Sobre todo de un compañero como vos con tantos años dentro de la organización, nos vimos totalmente sorprendidos por esta clase de sucesos dentro de un grupo de capacitación de la Bukkyo Kai de Argentina.

El que estaba sorprendido era Hamilton, a quien comenzó a transformársele el rostro y enseguida percibió que el encuentro con sus compañeros no tendría nada de amable.

Sin embargo, hizo un gran esfuerzo por mantener la compostura y dejar que el querido Gámez terminara de introducir su interrogante plagado de conjeturas de alguien que pregunta algo que tal vez no sepa con certeza lo ocurrido, pero que seguramente tenía alguna especie de versión de los hechos.

De un modo totalmente enfático y tajante Hamilton contestó:

—No soy yo quien tiene que responder a tu interrogante.

Gámez, asumiendo el rol de referente máximo de la reunión, le afirmó a “Hami””, ese era el apodo de Hamilton.

—Mirá, querido “Hami”, quien debe reflexionar sobre lo ocurrido sos vos, en función de que no es normal que con un ex responsable y miembro de tu trayectoria se tome una medida de tal naturaleza. Estamos acá para que revises tus propias actitudes y nos cuentes lo ocurrido para poder crear valor.

Percibiendo un panorama muy poco claro, Hamilton les contó lo que Ramón Luján le había hecho saber, tal vez con la imprudencia de que el propio Luján asumía que no conocía los motivos de la “orden directiva”.

Fue ahí cuando Hamilton aludió a que no conocía ningún rasgo de su conducta que amerite una medida de tal naturaleza, la que se equiparaba prácticamente a la expulsión del núcleo de las actividades de la organización.

Agregó que eso le haría presuponer que días antes de la “orden directiva” había vuelto de un viaje a Europa y que antes de eso había exteriorizado un desacuerdo con un directivo cumpliendo su actividad profesional y que lo atribuía a eso, ya que indudablemente esa persona tramaba ocultar ciertos aspectos de su conducta a la organización local y a la Sede Central del Japón y que él no iba a facilitar eso, por lo tanto no puede venir la orden directiva de otro lugar, justamente porque su asistido es un directivo.

Al pedirle los tres convocantes más precisiones, aludiendo a que su relato o explicación eran poco claros, Hamilton acudió a excusarse de seguir la conversación en virtud del secreto profesional, lo cual tornó más virulenta la conversación, sobre todo con Loiácono, que exigía una respuesta y daba nombres buscando su aseveración o su propio convencimiento tal vez o justificar acaso alguna o varias negaciones que deambulaban en la charla.

Al no llegar a un acuerdo, Loiácono comenzó a balbucear una serie de supuestos actos de mala conducta cometidos por Hamilton, sobre todo hacia una señorita que participaba en el mismo barrio que Hamilton en las actividades de la organización.

Para su sorpresa, Hamilton preguntó qué era lo que había ocurrido con esa mujer, a lo que Loiácono, con un asentimiento dudoso de Gámez mencionó que esta había expresado cierto malestar porque Hamilton le había consultado en qué sector del barrio rendía sus ofrendas que cuatrimestralmente los miembros de la Bukkyo Kai realizaban, ya que según dónde vivía debía rendirlo en el sector a cargo del propio Hamilton con respecto a dichas ofrendas.

Ella le respondió que, si bien vivía en el mismo sector, realizaba sus actividades en otro lugar, por lo que iba a consultar con su responsable, y al no tener una respuesta definitiva entonces Hamilton no le insistió más.

Infirió Loiácono que eso era una mala conducta de parte de un integrante de la División de Señores de la Bukkyo, ya que no debía dirigirse de ese modo a una mujer a la que no conocía o nueva en la zona y como que eso estaba mal visto.

Sorprendido y generando más sorpresa aun en los tres anfitriones, Hamilton aludió que no veía ningún tipo de mala conducta, añadiendo – además– que la conocía desde hacía varios años atrás, más precisamente desde 2009 y que si bien no eran amigos, habían dialogado en más de una oportunidad de diferentes cuestiones e incluso había invitado a una clienta suya a las reuniones que se hacían en el barrio donde ambas vivían, hecho por el cual el trato –si bien no era frecuente– tampoco se interpretaba como que un desconocido se dirigía a ella.

Además, Hamilton sabía algunas cosas de la vida de esa activa integrante de la división femenina, que eran imposibles conocerlas sin que no hubiera un mínimo conocimiento previo entre ambos, pero no iba a entrar en tales detalles.

Aun asimilando la sorpresa por ese conocimiento previo, de todas formas, Loiácono y Gámez fueron llevando todo a un terreno en el que la mujer en cuestión no quería realizar actividades en el sector donde estaba Hamilton, supuestamente molesta por su actitud de requerirle su ofrenda, lo que tampoco había sido así.

El más incisivo era Loiácono, pero al ver que era un poco prematura la acusación, Gámez y Borges decidieron poner paños fríos.

Hamilton quedó muy inquieto porque esa supuesta acusación algo traía entre líneas o de algún modo le anticipaba posibles cuestionamientos a su conducta como líder del sector de Villa Urquiza y podría quedar hilada a la orden directiva de no ser más convocado a hacer actividades en la Sede Central de Argentina.

También hablaron de la compra de su casa y Loiácono volvió a mostrarse muy inquieto acerca de la procedencia de los recursos con los cuales la misma fue adquirida, tal como si fuera un inspector de Administración Federal de Ingresos Públicos y no un compañero en la fe.

Hamilton comenzó a sentir que la charla era una especie de pesquisa para indagar en una posible justificación de motivos para apartarlo de la organización.

Decidieron, luego de algunos consejos para que lo ocurrido –sea lo que sea– no nuble su fe, a lo que Hamilton respondió que no tenían de qué preocuparse, ya que él no había cometido ninguna falta y remató en que tampoco ellos quieren saber bien de qué se trata, por más que él se ampare en el secreto profesional, así que lo mejor era dar por terminado el encuentro.

Gámez decidió ser la voz final que termine la conversación aludiendo que tener una actitud disidente ante esa clase de antecesores era lo mismo que no responder al propio maestro, ya que el propio Yamamoto sensei confiaba en esas personas.

Hamilton admitió haber perdido totalmente la confianza en ese directivo y extendió ello a quien era la máxima autoridad de la institución local, ya que nunca le contestó los mensajes y llamados para que tome cartas en el asunto.

Ni habló de la probation y decidió irse a su casa, a sabiendas de que le esperaba una época dura y que tarde o temprano ello haría mella en el último bastión que le quedaba, el sector de Villa Urquiza en donde participaba de las reuniones.

Loiácono continuó hasta por mensajes de WhatsApp reprochándole la actitud a Hamilton y que todo era por un problema personal entre él y más que un directivo, un auténtico antecesor en la fe al que había que respetar. Decidió no contestar porque comprendió que estaba proyectando un suceso personal, vinculado a su pasado con el mismo antecesor que ahora se desvivía por defender y que lo alejó varios años de la fe, pero prefirió no escarbar en el asunto, ya que iba a parecer una venganza por pretender incomodarlo por el tema referido a esa mujer quejosa de la actitud de Hamilton.

Se acercaba el festival en Tecnópolis y estaba confirmada la visita de Hiromasa Yamamoto, hijo del presidente de la Bukkyo Kai Internacional, maestro de la vida y un verdadero conductor en la fe.

De todas formas notó cierta inquietud en Borges, que en casi todo el encuentro se mantuvo en silencio.

Tiempo atrás Hamilton había tenido largos diálogos con Borges, quien más de una vez le pidió un consejo legal por unos temas de herencia familiar en los que su hermana había contratado a otros abogados.

Como Borges no confiaba en ellos recurría al consejo de Hamilton. Sumado a ello, Sergio había tenido un serio problema de salud y en esas conversaciones dialogaban mucho al respecto. Sin dudas Sergio Borges estaba muy incómodo con lo ocurrido.

Hamilton lamentaba profundamente la situación por el impacto que generaba la exteriorización de una profunda desconfianza a los máximos representantes locales de la Bukkyo, pero prefería optar por ser totalmente sincero con ellos.

Por otro lado Loiácono tenía un fastidio exacerbado, atacaba una y otra vez a Hamilton con acusaciones direccionadas tendientes a socavar su conducta, como que en verdad el origen de la desconfianza que exteriorizaba Hamilton y la cuestión relacionada con un asunto legal e institucional no fuera el foco del problema.

A la vez quería mantenerse totalmente ajeno a indagar sobre la verdad de los acontecimientos que circunscribía Hamilton a la conducta personal del directivo. Es decir que quería dialogar pero sin escuchar. Indagar pero sin querer profundizar sobre la naturaleza de los acontecimientos.

En definitiva, lo que Hamilton exteriorizaba –sin dar precisiones por su mandato profesional de mantener el secreto– era una total pérdida de confianza en los dos directivos mencionados, del cual uno había sido su asistido y otro la máxima autoridad de la institución.

Gámez insistía que la pérdida de confianza tenía que ver con el propio estado de vida de Hamilton y tampoco quería saber en detalle lo ocurrido.

Sin embargo, aun así pretendía sostener argumentos que le permitían considerar que no había relación alguna entre las cuestiones institucionales derivadas hacia lo judicial y la propia gestión de Hamilton como abogado y su separación del Grupo de Transporte como grupo de capacitación en la fe de la Bukkyo. Lo que a Hamilton ya lo aproximaba a una especie de trama psiquiátrica derivada de una conversación sin ningún sentido.

Culminaba en el remate de Gámez que le sugería salir –de algún modo y por un momento– del rol de abogado y abordar el tema desde la fe y como miembro de la organización ya de larga data. Agregaba instándolo a que no desperdiciara tantos años, según llegó a expresar.

Hamilton se quedó perplejo con esos razonamientos tan acotados y absurdos. Pero comprendía las motivaciones internas de Gámez, las que en verdad estaban referidas a él mismo, ya que sin dudas no quería saber de qué se trataban los hechos judicializados, pero sí que era algo delicado y grave para la entidad. No obstante estaba dispuesto a ignorarlo todo para seguir adelante en su fe, sobre todo… después de tantos años de esfuerzos.

Hamilton intuía que se venían tiempos difíciles, probablemente de represalias tal vez no tan directas, pero sí exclusiones progresivas de todas las actividades zonales, además de la expulsión del Grupo de Transporte y de la Sede Central ya acontecida.

Si bien la actualidad lo apenaba, debido a que la dedicación a las actividades de la Bukkyo habían sido durante más de veinticinco años el eje central de su vida, también le hacían evidenciar cierto grado de saturación y estaba decidido a asumir las consecuencias y mantenerse coherente, aunque ello traiga aparejado un cambio total en su vida y en su dedicación a las actividades, que hasta ahora si bien no era de los que se mostraban más activos, es cierto que según sus propios compañeros era muy constante.

En su fuero interno, la organización estaba siendo dirigida por las dos personas a las cuales él les había perdido la confianza.

No sabe si fue por eso que comenzó a analizar las actividades de una manera más crítica, ya que en verdad muchas le parecían desde hace rato un verdadero hastío y que nada tenía que ver con practicar el budismo del Buda Nanjo del Sutra del Loto ni con el lineamiento de la Bukkyo Kai Internacional, ni con las guías del maestro Yamamoto.

Ese era su estado interno, aunque se esforzaba por no exteriorizar esas sensaciones a sus compañeros.

La circunstancia de no tener una certeza con respecto al conocimiento o no de directivos de la Sede Central de Tokio de todo lo ocurrido en Argentina verdaderamente lo perturbaba, pero era consciente de que en modo alguno era su función dar a conocer los hechos a las máximas jerarquías y al propio entorno de Sensei y por eso todo quedaría subsumido a una cuestión local.

Además Hamilton era muy poco proselitista, no le gustaba para nada y menos en cuestiones relacionadas con la Bukkyo y el mundo de la fe. Restaba saber si iba a seguir con la tarea de dedicar al Movimiento por la Paz, pero ese era su juramento y decidió no quebrantarlo, a pesar de que el terreno era cada vez más hostil que le exigía ser sincero consigo mismo y –del mismo modo y de manera simultánea– autopreservarse.

Antes de concluir la agitada conversación, el mismo Gámez frenó a Loiácono al intentar insistir con el supuesto incidente. Evidentemente había sido prematuro que se haya expuesto ese tema. Y siendo además que había un conocimiento previo, quedaba la sensación que los interrogadores no tenían ese detalle.

En un momento sintió que la actitud de pretender achacarle alguna mala conducta era un recurso tan burdo como torpe.

Evidentemente estaban cumpliendo algún tipo de directiva similar a la que le transmitió Luján, solo que esta fue algo más directa en torno a pretender construir fundamentos por los cuales una persona debe abandonar la organización o todo aquello que le dé cierto tono de transparencia a la interpelación.

Por ende, Loiácono acusó a Hamilton de no estar activo en la fe y de no honrar el cargo para el cual fue designado, como para rematar.

Además, apartar a Hamilton del sector no era una tarea tan sencilla, ya que desde hace unos años gozaba de una gran confianza por parte de todos los miembros de la zona.

Tanto es así que, a los pocos días, Hamilton asistió a la reunión de diálogo del grupo que quedaba a la vuelta de su nuevo hogar, ya terminado por el correntino Messina.

Para su sorpresa, la mujer en cuestión asistió a esa reunión, con la novedad que iba a comenzar a participar en su zona, por lo que ya no tenía vigencia la respuesta que le había dado a Hamilton unos meses atrás, cuando este le consultó sobre el lugar donde haría sus ofrendas.

Esta situación activó un estado de alerta en él, por no decir cierta paranoia. ¿Qué se estaba gestando? ¿Es la mujer parte de la trama o la estaban utilizando para desprestigiar a Hamilton en la comunidad de creyentes? ¿Qué manifestaba ella en su fuero interno?

Más sorpresivo aun fue que el trato de parte de miembro de la División Femenina hacia Hamilton era de lo más ameno y como viejos conocidos. Evidentemente esto lo confundió de un modo alarmante, más de lo que ya estaba.

En una nueva “visita” para conversar sobre la cuestión, ello a pedido de Gámez con otros compañeros que hicieron de interlocutores, Hamilton ofreció radicar una auto-denuncia y dejar su propio celular y herramientas informáticas sujetas a un análisis pericial para que se extraigan todos los mensajes, correos electrónicos, mensajes y llamados entre Hamilton y esa mujer -desde unos ocho o nueve años atrás a la fecha- para que una fiscalía evalúe si el abogado cometió algún tipo de conducta relacionada con los hechos que sus compañeros de algún modo insinuaban, aunque sin dar ningún tipo de precisión al respecto.

Jamás recibió una respuesta.

Los Hijos de Mil Budas

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