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Introducción

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Hamilton Garciarena Temis es un abogado medianamente próspero de la ciudad de Buenos Aires, que en su juventud había conocido las enseñanzas budistas del Sutra del Loto e ingresado a una de las organizaciones que las promueve, la Bukkyo Kai, un hecho que significó una gran contienda espiritual y la vida secular en el ámbito de la abogacía, lo que derivó en un profundo y dramático cambio de perspectiva hacia los valores religiosos en general, luego de veinticinco años de práctica y pertenencia a aquella membresía religiosa.

A sus jóvenes veintiún años trabajaba como cadete haciendo tareas de trámites y fotocopias en una prestigiosa clínica cardiovascular y dudaba entre seguir la carrera de derecho, de la que ya había aprobado el curso básico para el ingreso; la de periodista, por su afición a la lectura y a los documentales biográficos y de investigación; o alguna otra ligada a la administración que le permita conservar el trabajo y tener con qué ayudar a sus padres que no gozaban de una buena situación económica.

En esa clínica, una compañera de la administración, a raíz del espíritu de búsqueda y curiosidad del joven, le transmitió las enseñanzas budistas de un monje del siglo XIII, llamado Nanjo “El Gran Sabio” y de la organización laica que las promovía a través de la práctica religiosa, reuniones y demás actividades, la Bukkyo Kai.

En un principio, Hamilton era reacio a participar de todo aquello que traiga consigo su intervención en algún “evento masivo”.

Al advertir esta limitación, esa compañera de trabajo comenzó a facilitarle diversas obras del presidente de la organización a nivel mundial y de su sede en el Japón, el maestro Takeru Yamamoto, con quien el joven experimentó una gran identificación intelectual y espiritual, que lo llevó naturalmente a querer interiorizarse más en sus obras.

Por esos días, el material al que accedía eran discursos y disertaciones del propio Yamamoto, ya que por esos tiempos llegaban traducciones de unos breves discursos en reuniones, notas, ensayos y diálogos con diversas personalidades, entre ellos Nelson Mandela (1918– 2013), a quien Hamilton admiraba profundamente y había leído de él diversas biografías, además de la de Mahatma Gandhi (1869–1948); la de Juan Domingo Perón (1894–1974), entre otras personalidades de la historia argentina y mundial.

Por su identificación con las obras de Yamamoto, al cabo de un año decide ingresar a la Bukkyo Kai de la Argentina, en mayo de 1993, luego de la única visita de este al país.

Transcurren sus primeros años de práctica y luego de graduarse de abogado –en 1998– viaja al Japón y tiene dos nuevos encuentros con quien ya en ese tiempo consideraba su mentor.

Allí comienza un derrotero en la vida espiritual y profesional del joven, que luego de un par de décadas tomaría ribetes dramáticos, al poner fin a una trama de contradicciones, intrigas, ocultamientos y actitudes subrepticias, que como miembro de la organización budista conocía, pero más que nada presenció como uno de los abogados de la institución y fiel colaborador durante varios años.

Así fue como gradualmente comenzó a tomar conciencia de que los valores religiosos que ciertas personas muy cercanas a él pregonaban no tenían nada que ver con la realidad.

Esos hechos se enmarcan en el período en el cual –como miembro de la entidad y ya ejerciendo su rol de abogado– asistió en diversas cuestiones que involucraban a la institución y a algunos de sus directivos.

Ello en paralelo con sus actividades religiosas habituales, las que –por diversos motivos– debieron sufrir interrupciones en medio de numerosos conflictos internos, generalmente vinculados a disputas por la conducción de la organización y en particular por las acciones para tomar con respecto a un grupo religioso opositor.

Tanto esas disputas como las suscitadas en relación con las actividades de miembros denominados “disidentes”, en verdad ocultaban otras motivaciones y ambiciones personales de los protagonistas que se embarcaban en tales luchas intestinas, generalmente vinculadas al propósito de tomar el control de una organización que reportaba algunos privilegios y –sobre todo– grandes dividendos.

Si bien Hamilton Garciarena se graduó como abogado en la Universidad de Buenos Aires en ese año, un breve tiempo antes comenzó a intervenir en diversas gestiones institucionales de la Bukkyo, aun sin ser un profesional recibido, todas bajo la conducción de directivos de la entidad y de responsables coordinadores de los grupos juveniles.

Ya con cierta experiencia en el ámbito profesional, desde 2008 y hasta 2018, ocupando las filas de los coordinadores de grupos de capacitación en la fe de la Bukkyo Kai de Argentina, se desempeñó como apoderado legal de la entidad.

Su arribo a tal función se debió a la apertura de diversos frentes judiciales que ameritaban una dedicación permanente o más bien la de un asesor interno, que por sus condiciones de miembro, creyente y abogado de confianza de diversos líderes de la organización, Hamilton Garciarena cubría perfectamente.

Pero lo más curioso es que su asesoramiento ya no estaba solamente dirigido con la cuestión relacionada con ese grupo opositor, sino con innumerables conflictos derivados de dimisiones internas generadas por los principales líderes de Bukkyo Kai de Argentina, que la dejaron al borde de un colapso institucional.

Luego de algunos años de enfrentamientos internos que se fueron desencadenando uno tras otro y que confluyeron en una total judicialización y –cuando él creía que esos conflictos se verían disipados o más bien habían llegado a su fin– se produjo un acontecimiento que generó en Hamilton una verdadera crisis existencial y de valores, principalmente experimentada durante el transcurso y luego de un proceso judicial en particular, que le reveló la existencia de una gran mentira sostenida durante casi tres décadas, con todo lo que ello conlleva.

Luego de varios años de desempeñarse con un éxito más que aceptable y creyendo que los embates legales contra la entidad, al menos los más urgentes y atendibles ya habían concluido, llega a él una causa que a primera vista era la más sencilla de afrontar y resolver favorablemente, la cual estaba dirigida contra uno de los más importantes directivos y referentes de esas disputas y al que Hamilton consideraba su amigo personal y todo un referente, y más bien su principal antecesor.

Pero, a la luz de las constancias del expediente y debido al vínculo que tenía el abogado con la persona involucrada, se aviene una gran crisis personal que lo lleva a cuestionarse respecto a los valores atesorados durante tantos años, pero que a la vez desencadenan una trama que echa luz sobre oscuros secretos y comportamientos cuasi patológicos que –de darlos a conocer– pondrían en crisis a la organización en el plano local e internacional, por lo cual decide guardar silencio, creándose un vínculo mucho más confuso, enigmático y de absurda desconfianza entre él y los principales directivos de la organización, lo que lentamente trasciende a la generalidad de la membresía de la comunidad, hasta tornarse hacia un punto sin retorno.

A la vez, en su condición de abogado, pero también como creyente, comienza a experimentar una total desconfianza hacia ese líder y hacia sus principales allegados, generando diversas reacciones de los involucrados que, directa o indirectamente ligados a la Bukkyo Kai y al propio protagonista, le suscitan las conversaciones más paradójicas y negacionistas.

Ello va generando las más diversas y complejas derivaciones y mucha confusión al pretender dilucidar la naturaleza real del conflicto, hasta que Hamilton toma conciencia de intereses inconfesables y de que un plan bastante subrepticio de su defendido y de directivos de la entidad había sido puesto en marcha, reeditando interminables luchas con el mecanismo de crear enemigos disidentes para encubrir la propia situación interna, como si ello fuera el fruto de un comportamiento compulsivo.

Todo lo vivenciado por Hamilton durante esos años le permite al lector indagar y sacar sus propias conclusiones sobre temas religiosos y acerca del funcionamiento de muchas entidades que pregonan dichos valores, tanto en los aspectos de las más profundas y trascendentes vivencias como en aquellos factores en donde se pone en evidencia lo más oscuro de lo que es mostrado como un camino espiritual.

La trama es narrada del modo más próximo a como el protagonista fue elaborando los sucesos desde su convulsionado mundo interior, sin seguir una cronología exacta de los sucesos, sino más bien en una confrontación entre los hechos de un presente ligados al pasado y hasta los inicios de su existencia y su ingreso al mundo de la fe.

Es decir, lejos de presentar un relato biográfico o una crónica lineal, los acontecimientos van reflejando en su propio estado el caos emocional, espiritual y psicológico en el que se vio inmerso al afrontar diversas contingencias, debiendo –a la vez– cumplir con sus obligaciones y mandatos profesionales con la mejor de las actitudes.

Hamilton cree profundamente en que la pertenencia a grupos religiosos puede ser sin duda una experiencia positiva en las ansias de encontrar un significado a la vida y la muerte, las preguntas existenciales y de vivir –en definitiva– una verdadera experiencia espiritual de plenitud en la propia existencia.

Pero, también, esa cosmovisión puede estar sesgada por cuestiones institucionales y comportamientos humanos de aquellos que integran esos grupos, que posiblemente distorsionen ese anhelado bienestar individual, hasta el punto de confrontarlos y verificar que la coherencia entre los valores pregonados y las realidades cotidianas empiezan a tornarse difusas, justamente por no coincidir en absoluto.

Desde la perspectiva del budismo del Buda Nanjo y del Sutra del Loto, cuyo basamento es el que la Bukkyo Kai Internacional pregona, no hay nada en la experiencia de un individuo que transite por fuera de su propio estado interior y ese es el punto de partida esencial para comprender las disquisiciones internas del abogado.

Haciendo carne en ese principio resuena esa analogía de la flor de loto, que emerge de los pantanos más inhóspitos para resplandecer de color o como bien se escuchó decir cierta vez a un artista y compositor argentino: “no existe ninguna flor que no provenga de sustancias podridas”1.

Por eso, tal vez nos toque afrontar la tarea de describir algunas podredumbres –incluso y principalmente las del propio protagonista– para florecer a una realidad que no sabríamos si calificar como nueva, pero sí al menos más visible o por qué no “más real”, valga la redundancia, más allá del fenómeno de las instituciones religiosas y su influencia en la vida de las personas, más allá de cualquier deseo de trascendencia, y con la absoluta certeza de conocerse a sí mismo.

Con este relato, no se quiere espantar a nadie que desee ingresar a un grupo religioso, pero sí me parece sano saber bien de qué se trata, al menos desde la perspectiva de lo vivenciado por Hamilton.

Por cierto que tampoco sirve cuestionar muchas experiencias positivas que se pueden extraer de diversas prácticas, aun de las involucradas en esta trama y que los maestros de estas pregonaron.

Pero también es seguro que eso podrá darse solamente si estamos ante una ciudadanía lo suficientemente esclarecida acerca del potencial y las debilidades propias del ser humano y que ello se plasma tanto en lo individual como en su actuar en el colectivo de los grupos humanos y las instituciones que –de manera indefectible– y para eso es vital comenzar por esclarecerse uno mismo acerca de la naturaleza de su propia existencia.

Eso que el propio Carl Gustav Jung (1875–1961) describía como un proceso en el que todo ser humano debe ser consciente de la propia oscuridad para dar luz a su propia vida; muy semejante –por cierto– a la concepción de la “iluminación” que pregona el budismo2.

Por eso, se describen una serie de vivencias que fueron afrontadas por el protagonista como un verdadero atentado a su propia escala de valores, los que paradójica y supuestamente estaban bien afianzados, pero veremos que, tan pronto como despierta a su realidad, toma conciencia de que en verdad no era así, sin que ello lo prive de ir rescatando un sinnúmero de experiencias valiosas que bien pudieron ser un tesoro para su existencia.

Por cierto que en el proceso de “toma de conciencia” Hamilton se da cuenta de que todas esas vivencias no se desencadenaron de un suceso o un hecho externo, sino que fueron constantes, permanentes y reiteradas. Solo que ahora había cambiado su percepción interior, plasmada en la decisión de poner a prueba esos valores como una propia necesidad de supervivencia, tanto dentro como fuera de la organización y aun en medio de una campaña de desprestigio en su contra e impulsada por quienes él mismo había defendido, respetado y valorado, además de haber sentido en el pasado un gran afecto por esas personas.

A medida que esa maniobra comienza a manifestarse, percibe que esos valores ni estaban tan afianzados, ni era su intención afianzarlos a cualquier costo, generándole ello una gran contradicción, que lo lleva hacia una especie de toma de conciencia mucho más profunda que con el devenir de diversos acontecimientos, que lo confrontan ante el valor de la coherencia y que en esa búsqueda ha sido expuesto a una prueba difícil de superar.

El autor

1 La frase pertenece al autor y compositor Gustavo Cordera, en uno de sus videos publicados en la plataforma YouTube al presentar una canción llamada “Agua de río” (https://www. youtube. com/watch?v=ojx–xSzIuPs).

2 Jung, Carl Gustav, Introducción a la psicología analítica. Cita textual: “Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”.

Los Hijos de Mil Budas

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